29/01/2023
Aquí y ahora.
Domingo IV T. O.
So 2, 3; 3, 12-13
Sal 145, 7-10
1 Cor 1, 26-31
Mt 5, 1-12ª
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Jesús es contracultural. Le da la vuelta a todo porque quiere orientarlo todo hacia Dios. No deja nada tal como estaba. En un mundo que aprecia el triunfo por encima de todo, él se coloca al lado de los que pierden y les llama bienaventurados, felices. Felices no porque sean pobres o porque tengan hambre, ni porque sean perseguidos o calumniados. Felices porque, en la versión de Mateo que hoy leemos, han sabido renunciar al poder y han optado por un estilo de vida alejado de las veleidades de la sociedad y han elegido ser sencillos, mansos, misericordiosos, trabajadores por la paz: limpios de corazón. Esta actitud no es espontánea. Ser así requiere esfuerzo y determinación. Exige tener las cosas claras. Como es sabido, Lucas presenta solo tres bienaventuranzas. Habla de los pobres, de los hambrientos y de los que lloran. Son necesidades concretas que requieren ser saciadas. ¿Quién podrá saciarlas más que aquellos que elijan el itinerario propuesto por Mateo en su versión de ocho bienaventuranzas? Los unos serán felices porque hasta ellos se acercarán quienes sanen sus heridas; los otros, porque ese acercamiento a la realidad les liberará de los imperativos del mundo y les dará una naturaleza nueva: ser hijos de Dios; un hogar nuevo: el reino de los cielos, la tierra nueva; un nuevo modo de vivir y entender el mundo: la misericordia, el modo mismo en el que Dios lo entiende.
Ambas versiones se complementan. Quien en este mundo sufre será feliz no por el hecho de sufrir sino porque vivirá en sus carnes la solidaridad fraterna de quien se acerque a él movido por el sincero espíritu de ser uno con él, de reparar su daño, de darle la vuelta a este desastre que hemos organizado. Su consuelo ha de llega ya en este mundo porque Dios ni quiere ni soporta ningún sufrimiento. Por eso moviliza los corazones de tantos que gastan su vida volcados en los demás y encuentran así un sentido a sus propias vidas. La grandeza definitiva de Dios se cifra en que si ese consuelo, por nuestra dureza de corazón o por nuestra imposibilidad de remediar tanto desatino, no llegase en esta vida, él mismo consolará toda lágrima en el mundo venidero. Dios es Dios porque no permite que nada ni nadie se pierda o caiga en el vacío. Pero nos alienta a hacerlo nosotros ahora y aquí.
Preserva siempre un resto, sabe encontrar ese pequeño grupo que, fiel al espíritu, mantenga viva la esperanza. Son los humildes de los que habla Sofonías, que practican el derecho y la justicia; son los necios y débiles de los que habla Pablo. El Señor actúa en este mundo, como afirma el salmista, desmoronando el mal, pero lo hace desde el interior del propio mundo, mediante la acción de ese resto que elige ser limpio de corazón, pacífico, pobre en el espíritu, manso, misericordioso, que llora ante el mal del mundo y cuyo maná se llama justicia. No hay sitio para la pasividad, ni para la resignación, ni para refugiarse en orar mucho por los necesitados sin hacer nada más. Confiar en Dios no es pedirle que cambie el mundo por el que rezamos, sino saber que mientras nos entregamos a los demás él no nos dejará solos; nos sostendrá mientras somos perseguidos, insultados y calumniados. Nos llama a ser ese resto que consolide la tierra nueva, el cielo en el que todos hallemos, aquí, consuelo.
Bienaventuranzas en la Iglesia de San Cayetano, G. A. Madero. México D.F.