sábado, 31 de octubre de 2020

CAMINANDO. Domingo XXXI Ordinario. Todos los Santos

01/11/2020

Caminando

Domingo XXXI T.O. Todos los Santos

Ap 7, 2-4. 9-14

Sal 23, 1-4ab. 5-6

1 Jn 3, 1-3

Mt 5, 1-12

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La de hoy es una de esas afirmaciones de Jesús que ponen boca arriba nuestro mundo. Felices los que a todas luces están sufriendo pobreza y privaciones, por decirlo así resumido. No tiene sentido. Tampoco los dos evangelistas que nos lo cuentan debían tenerlo muy claro porque cada uno  lo hace desde perspectivas diferentes. Lucas habla de las bienaventuranzas como circunstancias reales de la vida de la gente mientras que Mateo, sin embargo, las presenta a casi todas como actitudes, opciones vitales que se asumen a partir de una convicción profunda. En lo que coinciden ambos es en la última afirmación: Bienaventurados seréis cuando os persigan, os difamen y os proscriban por causa del hijo del hombre… Aquí estará, tal vez, la clave. Las opciones personales nos llevarán a vivir situaciones no deseadas por nadie, ni queridas por Dios, pero en las que podremos descubrir ese sentido que no se apoya en nada que no sea Dios mismo y que da significado a la vida. Por eso, no hay que ver aquí ni promesas alienantes ni actitudes elitistas. Las que presenta Mateo llevan a las otras y esas que nos muestra Lucas  son el detonante y fundamento de las de Mateo. Son el programa de vida del grupo que Jesús va reuniendo en torno suyo. Este grupo acoge a todos los excluidos haciéndose comunidad con ellos, no sólo para ellos.

En diferentes partes del Nuevo Testamento, a los miembros de esa comunidad, ya crecida, se les llama genéricamente “los santos”. Y viven su vida en la espera de la plena manifestación de aquello que serán, pues de momento se saben hijos de Dios, pero esto es sólo el principio y es la esperanza en Dios la que purifica a hombres y mujeres. Es una espera activa que no deja de caminar por esa senda de incomprensión que les hace bienaventurados. En el mundo bíblico la santidad es un concepto que, como casi todos, se vive de forma dinámica. No es una meta que alcanzar, es la actitud de estar siempre en camino superándose continuamente sin caer en la desesperación. Blanquearse en la sangre del cordero es superar cualquier tribulación sin que importen las lenguas, los pueblos ni las razas; tan sólo cuenta la dedicación a los olvidados porque ellos nos ponen en la senda del olvido propio que termina conduciendo a la única meta: la felicidad esencial ya prometida por Jesús.

Santos, pues, no son sólo los “oficiales”, sino todos los que caminamos, sin importar nada más, y entre todos estamos conectados en la experiencia fundamental que es el amor de Dios. En ese amor nos hacemos uno entre nosotros y con Cristo por encima de cualquier barrera de tiempo o espacio. En ese nuevo cuerpo misterioso nadie hay ajeno, todos estamos relacionados y nos unimos en el amor que nos tenemos o nos tuvimos porque el amor no pasa nunca; es un lazo permanente que jamás se pierde y testimonia ya la resurrección. Que haya quien considere un atrevimiento colocarse en la nómina oficial indica cuánto nos hemos alejado de la sencillez del evangelio: “coge tu camilla y vete”, “levántate y anda”, “vete y no peques más”…  son expresión de esa santidad activa y peregrina que se dirige a quienes cayeron pero se dejan levantar sin esperar a ser perfectos, buscando la raíz de un mundo que está pidiendo a gritos ser transfigurado a imagen de esa relación de amor que nos une entre todos a Dios en Cristo. 

 

Caminando

 

Para Ysabel, familia y amigos

 

sábado, 24 de octubre de 2020

UNO EN DOS. Domingo XXX Ordinario.

25/10/2020

Uno en dos.

Domingo XXX T.O.

Ex 22, 20-26

Sal 17, 2-4. 47. 51ab

1 Tes 1, 5c-10

Mt 22, 34-40

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No es de extrañar que el maestro fariseo preguntase a Jesús por lo principal de la Ley. Queda claro en el texto que lo hace pretendiendo dejarle en evidencia. Pero esa era realmente una pregunta que todos los judíos se hacían pues su  legislación tenía una amplitud laberíntica. Jesús era buen comunicador y maestro y, consciente de que ya había suficiente lio, fue directamente al grano. Para eso citó dos pasajes de la Escritura. El primero, un versículo del Shemá, la oración fundamental que se repetía dos veces al día y que todos conocían: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” y el segundo, perteneciente al libro del Levítico que era un texto centrado en el culto y en la santidad, muy manejado por los sacerdotes, encomendaba: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús consigue con esto dos cosas: Primero, insiste en que él no se propone derogar la Ley pero deja claro que la interpreta de forma libre y personal y, segundo, une en una única afirmación dos polos que no todos, posiblemente perdidos ante tanta norma, atinan a conjugar.

Ya hemos dicho alguna vez que el amor, así en general y en abstracto, no existe. Lo que existe es el amar. Existen el gesto concreto y la actitud de fondo que orienta la vida de las personas. Cuando la Biblia nos dice que Dios es amor, quiere decirnos que es amar; que él es amando a todos sin distinción. Esa es la definición y el nombre de Dios. Amar a Dios con todo el corazón y con todo el ser es amarle como él nos ama; es devolverle el amor que él pone en nosotros pero haciéndolo fructificar, concretándolo y dirigiéndolo hacia los demás tal como él nos lo dirige, con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Esa es la respuesta que Dios espera al amarnos, al dársenos. Según el Levítico el prójimo es el compatriota pero Jesús se salta esa perspectiva y conecta con la lectura del Éxodo que coloca al forastero en relación de igualdad con el paisano. Es el extranjero necesitado el que es incluido, junto a las viudas, los huérfanos y los pobres, en el grupo de aquellos por los que Dios se preocupa y a quienes escucha preferentemente. Y es el pueblo el encargado de su cuidado y protección; no puede existir en su seno nadie que sea descartado. Las cunetas de sus caminos deben ser jardines, no cementerios. El amor a Dios es el primero porque fundamenta, capacita y da sentido al segundo, pero ambos se ejercen sinfónicamente. Sin el uno el otro no se puede dar.

Tal como Dios hizo con su pueblo, Jesús nos llama a todos para liberamos, para salir de nosotros mismos y asomarnos al mundo. Amarnos es reiniciarnos cada día en esa búsqueda constante, y conceder al prójimo esa misma posibilidad es amarle como a nosotros mismos. Esta apertura inclusiva es lo que llamamos trascendencia y tiene dos dimensiones que se equilibran mutuamente: la mística y la ética. Dicho así suena grandilocuente, pero en román paladino podríamos decir Dios y el mundo. En la medida en que aceptamos el amor que Dios derrama sobre nosotros nos sentimos capaces de comunicarlo a los demás y de construir así una única realidad diferente, reflejo de la que nos habita, y en la que podamos habitar todos sin dejar fuera a nadie. Así les pasó a los tesalonicenses, que abriéndose a la predicación de Pablo descubrieron una dimensión nueva que les transformó y, pese a las dificultades, transformó también sus vidas de forma manifiesta para todos superando cualquier frontera. 

 

Uno en dos

 

 

sábado, 17 de octubre de 2020

TAMBIÉN EL EMPERADOR. Domingo XXIX Ordinario

18/10/2020

También el emperador

Domingo XXIX T.O.

Is 45, 1. 4-6

Sal 95, 1. 3-5. 7-10a. 10e

1 Tes 1, 1-5b

Mt 22, 15-21

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La página de Isaías que hoy leemos es una de las más antiguas, si no la primera, afirmación de fe monoteísta en Israel. Ya sabemos que la Biblia no se escribió en orden y con anterioridad al s. VI era corriente que Israel pensase en Yahweh como el más grande de los dioses, pero no que lo considerase el único. A partir de ahora, va a desarrollarse la fe en el Dios Uno. Y este Dios único elige a un pagano extranjero, nada menos que a Ciro, emperador de los persas, para presentarse ante el mundo. Ciro es el gran liberador, el mesías que libera al pueblo de su esclavitud; su acción le valdrá una recompensa medida con criterios humanos pero su victoria y su honor serán señal de Dios. Y es que a Dios lo que le importa por encima de todo es la vida del pueblo, de su pueblo porque los autores bíblicos no habían descubierto aún la dimensión universal de su elección. Por devolver la libertad al pueblo es por lo que Dios está agradecido a Ciro, el emperador pagano.

Siglos más tarde, otro emperador pagano es traído a colación por fariseos y herodianos; no muy amigos entre sí pero unidos ante el enemigo común: este maestro que alborota al pueblo y les deja siempre en mal lugar sin respetar el suelo sagrado en el que está. Porque es en el Templo donde le preguntan si es lícito pagar el impuesto al César, al imperio opresor. Jesús llama la atención sobre la moneda, pero no para despreciarla, ni para sentenciar salomónicamente que le den o le paguen a cada uno lo suyo. Una traducción ajustada al original muestra que Jesús pide que devuelvan a Dios y al César aquello que les pertenece. Y ¿Qué puede pertenecer a Dios de esa moneda? La efigie del emperador, de un ser humano a fin de cuentas, porque incluso él está hecho a imagen de Dios. Y a Dios le interesa la humanidad, nada más; lo otro, todo eso que, como muestra del triunfo más absoluto, resume la inscripción de la moneda es completamente indiferente para Dios. Hay que devolverle a Dios el ser que él creó a su imagen y semejanza, varón y mujer. Hay que trabajar por la liberación del pueblo universal como Ciro puso todos sus recursos a favor de la liberación del pueblo de Israel. La diferencia entre un emperador y otro, el criterio de Dios, es el trato dado a los seres humanos, a los hijos e hijas de Dios.

Para devolverle a Dios el hombre apresado en el interior del César hay que poner a este ídolo frente a la humanidad común que le une a los demás. Hay que hacerle caer en la cuenta del mal que está haciendo, sin paternalismos ni condescendencias y diciéndole a las claras: eres un hijo amado de Dios, pero te estás comportando como un cab***. Existen césares imperiales y césares personalizados. Todos tenemos que aceptar la buena nueva de Jesús y es imposible hacerlo sin una confrontación seria y real que se expresa y surge desde una fe activa, un amor esforzado y una esperanza tenaz. No existe proceso de paz si no sale a la luz el mal causado, ni existe conversión si no se reconoce y asume la propia responsabilidad. No se puede entonar un canto nuevo al Señor ni reconocerlo como rey universal si no se da un largo proceso personal e institucional. Devolver a cada uno lo suyo no es separar religión y política sino descubrir que en el centro de ambas se encuentra el ser humano. 

 

También el emperador

 

 

sábado, 10 de octubre de 2020

VIVIR FESTIVAMENTE. Domingo XXVIII Ordinario.

11/12/2020

Vivir festivamente.

Domingo XXVIII T. O.

Is 25, 6-10a

Sal 22, 1-6

Flp 4, 12-14. 19-20

Mt 22, 1-14

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El banquete, especialmente el de bodas, es la imagen preferida de Jesús para hablar del reino de Dios. Un banquete siempre es sinónimo de alegría y nada hay que Dios aprecie más que la alegría porque es signo de fiesta e indicativo de la felicidad de los asistentes. La felicidad del ser humano es el anhelo de Dios. Jesús toma prestada la profecía de Isaías acerca de la gran celebración que Dios prepara para todos en Jerusalén y en la que enjugará toda lágrima sin que haya dolor alguno que no sea superado, aniquilando definitivamente el velo de la muerte que tergiversa la vida de hombres y mujeres. Siguiendo la iniciativa de Jesús el evangelista añade alegóricamente el contexto de la boda y las actitudes de los diversos personajes para construir una imagen del reino de los cielos que pueda ser comprensible para la comunidad reunida en el nombre del Señor Jesús el Cristo, resucitado y recordado como hijo de Dios. En esa comunidad todos se sentían convidados a la fiesta en segundo lugar. Los primeros habían sido aquellos ortodoxos hijos de Israel que rechazaron al Señor. Pero ellos eran ahora los beneficiarios de su rechazo y de la apertura universal que el propio Jesús inició ya en vida.

Y sin embargo, no todos parecen comprender el sentido de la invitación porque hay quienes no han variado en nada sus costumbres ni sus prácticas. Hay quien no ha permitido que la nueva fe le cale hasta el punto de llegar a transformarle. En el siglo I cualquiera entendía que Dios llamaba y elegía o rechazaba según su voluntad. Era una herencia que venía de muy atrás y veía a Dios como artífice de todo cuanto pasaba. Y aún hoy seguimos pensando que es capaz de cualquier cosa. En realidad Dios puede lo que puede pero lo que no puede es forzar a nadie a nada. Todo está en nuestras manos. Pese a lo mucho que pueda gustarnos y por muy conveniente que pueda sernos la imagen de un Dios que, si quiere, nos toma por sorpresa y nos arrebata a las más altas cimas místicas… él siempre llama a la puerta. Con sencillez se presenta y se ofrece y todo lo demás corre de nuestra cuenta.

Tampoco es él quien nos echa fuera por no andar bien vestidos. Somos nosotros quienes, siguiendo la imagen paulina, nos ajustamos más a la hartura que al hambre. En ocasiones nuestra condición cristiana nos exigirá compartir la tribulación de la que nos  habla Pablo porque la vida conlleva sufrimiento y exige toma de posturas decididas, pero al compartir la fe de Jesús incluso esas situaciones se pueden vivir festivamente en la confianza en el amor de Dios. Y no queremos decir con esto que sea fácil. Pero hay quien todo lo vive como una maldición; quien sólo ve tragedias o castigos divinos; quien pretende ajustarlo todo a la norma; quien sólo ve persecuciones; quien sufre si no puede celebrar el culto según él lo entiende y cuando está pautado pensando que es la única forma de agradar a dios. Así, somos nosotros quienes nos vamos alejando del festín y mira que él no hace otra cosa que alargar la mesa… El llanto y el rechinar de dientes es ya una actitud vital para muchos. Para quienes se creen los únicos creyentes dignos de salvación y para quienes no ven en la vida más que pesar. En honor a la verdad, no siempre coinciden, pero tampoco es extraño que así sea. El creyente, por su parte, mora permanentemente en la casa del Señor; en su fiesta.  

 

Vivir festivamente

 

 

sábado, 3 de octubre de 2020

AVISO A NAVEGANTES. Domingo XXVII Ordinario.

 04/10/2020

Aviso a navegantes.

Domingo XXVII T.O.

Is 5, 1-7

Sal 79, 9. 12-16. 19-20

Flp 4, 6-9

Mt 21, 33-43

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Igual que nuestras tradiciones populares las del antiguo Israel conocían los cantos festivos con doble sentido. Isaías canta una canción que expresa el amor de su amigo por su viña y es a la vez el lamento por la amada que no corresponde a los desvelos del enamorado. La viña y la amada desdeñosa van a ser abandonadas a su suerte; no habrá ya protección para ellas. Hasta aquí todo se ajusta al canon de una canción de desamor, pero el profeta añade un nuevo sentido a la tonada: cuenta en pocos versos la historia de Dios con su pueblo. De modo similar resume también el salmista la misma historia e incluye una pregunta directa a Dios “¿Por qué has derribado su cerca?” para introducir después la petición de una nueva oportunidad “No nos alejaremos de ti”. Israel se sabe viña (o jardín) de Dios (Karm-El).

Siglos después Jesús va a utilizar la misma imagen popular para criticar el error en el que la clase dirigente judía había incurrido, exacerbando así sus ánimos y ahondando su animosidad contra él. Los exegetas discuten si la parábola original era tal como la conocemos o si hubo retoques posteriores de la comunidad. En cualquier caso, la cuestión decisiva es que en la parábola de Jesús ya no es el pueblo el que falla sino que son los trabajadores de la viña quienes se la han apropiado y la emplean en su beneficio de tal manera que no son capaces de reconocer ni a los enviados ni al hijo del Señor. En nuestra lectura de hoy falta el último versículo y es importante porque en él los sumos sacerdotes y los fariseos se dan por aludidos pero no actúan por miedo al pueblo que tiene a Jesús por profeta. La mención de la piedra angular está en relación al asesinato del hijo. Quien para unos es motivo de escándalo y tropiezo es para otros el fundamento de lo nuevo. La interpretación inmediata del texto es que al antiguo Israel se le ha quitado lo que no supo gestionar. Ya no será nunca más el pueblo de la promesa pues esta ha sido entregada a otros, a la nueva comunidad que sí supo reconocer al Hijo enviado.

Sin embargo, el pueblo no es culpable. Fueron sus dirigentes los que se adueñaron de aquello que debían tutelar y lo utilizaron en su provecho sin importarles pisotear a los humildes. Y eso mismo puede ocurrirle a esta nueva comunidad que surge afirmando ser la nueva depositaria de la alianza con Dios. Más que una justificación de autenticidad para la Iglesia es un aviso para que no repita los mismos fallos,  para que no fiscalice la voluntad del pueblo y sepa ver que tal vez ya puedan identificarse signos del reinado de Dios que ella creía poseer en exclusiva. Allí donde los sencillos y los humildes son capaces de tener en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, virtuoso o meritorio y donde ven poner en obra todo aquello que ellos mismos aprendieron, recibieron, oyeron o vieron pero dejaron caer en el olvido es donde la paz de Dios se va abriendo camino y donde su Reinado se va haciendo realidad, aunque no exactamente como ellos pensaban. Y es justo por eso por lo que se pueden presentar acciones de gracias y es esa realidad la que puede ser llevada a la oración para que el mismo Espíritu que la alentó la haga fructificar. Ni la bondad de Dios se expresa de un modo único e incompatible con otros ni depende el bien de la etiqueta sino del efecto que tenga sobre las almas sencillas e inocentes.

 

Aviso a navegantes (Ilustación del Átlas Catalán de Abaham y Jafuda Cresques, 1375)