sábado, 25 de julio de 2020

SER REINO. Domingo XVII Ordinario.


26/07/2020
Ser Reino.
Domingo XVII T.O.                                            Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
1 R 3, 5. 7-12
Sal 118, 57. 72. 76-77. 127-130
Rm 8, 28-30
Mt 13, 44-52
Es imposible pasar por alto el detalle de que el joven rey pida un corazón dócil y obediente y Dios le conceda un corazón sabio e inteligente. En ocasiones ponemos la atención en cosas que pensamos imprescindibles pero que resultan no serlo. Salomón supo dejar de lado cualquier vanidad juvenil y centrarse en lo que convenía a todo su pueblo, no sólo a él. Pidió saber estar a la escucha; atento a la necesidad de sus conciudadanos por un lado y a la Palabra de Dios por otro. Él era el punto de confluencia y la renuncia a ver cumplirse sus deseos ganó el corazón de Dios que le concedió la sabiduría necesaria para discernir el bien del mal. Renunciar a su yo, le hizo conocer la clave para la construcción de un nosotros con  vocación de apertura hacia los demás. Aquello que fue prohibido a Adán y Eva fue regalado a Salomón por la sinceridad de su intención. Ellos no tenían necesidad de distinguir el mal del bien pues vivían ya con Dios; eran el bien pero introdujeron el mal en la creación al querer ser como él pues para ello se habían visto ya distintos a él. Salomón, en cambio, quería compartir el juicio de Dios, ser como él, guardar sus palabras, amar sus mandatos y cumplir sus preceptos pues se había hecho responsable de un pueblo entero.
Quienes aman a Dios sacan bien de todo cuanto ocurre; lo ven presente con ellos; eligiendo, llamando, justificando, glorificando. Es Dios quien hace el trabajo, quien salva: ellos están libres de la presunción de ganarse nada. Aceptan la vida como un regalo y la bendicen al repartirla. Quieren ser imagen del Hijo para que su mensaje abarque a todos. Se sienten escogidos pero no para encerrarse a gozar de sus privilegios sino para negarse a sí mismos, como Salomón y abrirse a todo, a todos y a Dios.
Todos ellos quieren ser reino de Dios que sorprenda a quien lo encuentra por azar lo mismo que a quien anda buscándolo. El Reino no es un sitio, ni un estado, el Reino somos nosotros que lo hacemos vida y que hacemos que la vida de muchos otros merezca la pena. Hacemos inútil la elección, pues nadie que nos encuentre se planteará si quedarse con nosotros o marchar a otro lado. Somos la oferta de Dios que nadie puede rechazar. Somos los peces que todo el mundo elige para quedarse. O, por lo menos, eso estamos llamados a ser… nos falta descubrir nuestra propia naturaleza, encontrar a Dios en nuestro interior ansioso por reencontrarse a sí mismo en nuestro encuentro con los otros. Eso es lo que Dios se propone encender en nuestro corazón: el hogar acogedor donde ardan las brasas que puedan calentar a todos y cocinar para cada uno.
Somos escribas transformados en padres de familia, que saben guardar aquello de las antiguas tradiciones que aún tiene sentido para hoy y lo conjugan con la nueva alianza que se va descubriendo poco a poco. De lo antiguo se abandonan el miedo y la exclusividad y se conservan el amor inicial y la preferencia por los sencillos. De lo nuevo se toma todo lo que revela a Dios encarnándose en el mundo de hoy, todo lo que defiende a los últimos y todo cuanto descubre al mundo como casa de todos, marco de donación y hogar del Espíritu que nos une a todos a Dios y entre nosotros.

Ser Reino.

sábado, 18 de julio de 2020

COBIJAR Y ALIMENTAR. Domingo XVI Ordinario


19/07/2020
Cobijar y alimentar.
Domingo XVI T.O.                                         Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Sb 12, 13. 16-19
Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16a
Rm 8, 26-27
Mt 13, 24-43
No hay nadie que pueda pedir cuentas a Dios. Él está por encima de todo y ese estar por encima se traduce para él en amor sin límite alguno. A veces nos gustaría que fuese un Dios terrible, igual que esos dioses creados por la recta conciencia de los cumplidores de la Ley que imaginan que sólo ellos merecen el premio. Sin embargo, resulta que este Dios es propenso, sobre todo, al perdón. Porque nadie que ame verdaderamente puede vivir pendiente del castigo que va a imponer a quienes no cumplan la norma. Esos dioses no existen y el que existe verdaderamente, el que es por encima de todo, resulta ser amor. Amor del bueno, del que no se cansa de buscar ni se contenta con aplicar la vara imparcialmente; es amor que se desvive por todas las criaturas. A todos nos gusta ser objeto de un amor así pero a veces parece que nos molesta que se aplique con quienes consideramos malos.
La cizaña crece junto a las espigas. Y es que no hay nadie que sea del todo bueno. Tampoco nosotros que lo admitimos con la boca pequeña mientras en nuestro interior encontramos justificación para todo, podemos presumir de serlo. Somos bastante grises. Y aunque nos cuesta mucho reconocerlo encontramos bastante alivio en esa benignidad que tanto nos beneficia. Mientras, vivimos sin darnos cuenta que el tiempo de la siega ha llegado ya porque es el mismo tiempo de la implantación del Reino. Nos gusta la idea de tener muchas oportunidades en un futuro casi infinito pero todo está ya en marcha. La diminuta mostaza se ha hecho ya un árbol inmenso que acoge a las aves del cielo y la harina no ha puesto obstáculo alguno en que la levadura haga de ella una inmensa hogaza capaz de sustentar a una multitud. Están aquí ya los tiempos definitivos en los que cada uno debemos dar fruto. Cobijar y alimentar. Cuanto de nosotros ponemos al servicio del Reino es el trigo. Cuanto nos excuse de esa donación personal es cizaña. Pero no resulta ser del todo mala. Nos indica qué y cuánto debemos todavía poner al alcance de esa levadura, qué ramas tenemos todavía por despejar  para que puedan ofrecer abrigo y ser reposo eficaz.
Los justos no son los que cumplen la justicia exterior sino aquellos que se ciñen a la justicia según Dios mismo es. Dios es amor. Y es amor para todos, dispuesto siempre a suscitar lo mejor en cada uno. No hay justicia en Dios que no esté ejercida amorosamente, busque lo mejor para cada uno y se alegre con cada pequeña conversión. Para transformar nuestras cizañas en espigas sólo hemos de dejarnos trabajar, como la harina, para ser hogaza nutritiva o permitir que nuestras ramas se pueblen de vida, para eso han crecido, no para exhibir una fortaleza estéril. Ésta es nuestra verdadera necesidad. Es ésta por cuya satisfacción deberíamos pedir. Nos gusta rezar por todo aquello que nos haga sentirnos bien, útiles, buenas personas, por todo aquello para lo que pensamos que conocemos la mejor solución. Y resulta que nuestra primera responsabilidad (capacidad de responder) es quitar los obstáculos que nos impidan ser y actuar como los hijos amados de Dios que somos. Por eso acude el Espíritu, Dios en acción, para recordarnos, con gemidos inefables, nuestra naturaleza y nuestra vocación: cobijar y alimentar.

Cobijar y alimentar

sábado, 11 de julio de 2020

ACOGER Y ALUMBRAR. Domingo XV Ordinario.


12/07/2020
Acoger y alumbrar
Domingo XV T.O.                                   Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Is 55, 10-11
Sal 64, 10-14
Rm 8, 18-23
Mt 13, 1-23
Como ocurre con esa parábola que pasó a ser llamada por muchos la del Padre Bueno, a esta de hoy podríamos cambiarle el nombre y empezar a llamarla, por ejemplo, parábola de la acogida. Jesús salió de casa y se puso a hablarles como también el sembrador salió, a sembrar. Se subraya así el paralelismo entre la palabra y la semilla; entre la predicación y la siembra. Contrariamente a lo que se dice muchas veces, la semilla no tiene que morir para empezar a germinar. Más bien podría decirse que, mientras no es sembrada, la semilla está aletargada como la princesa del cuento. Necesita del beso de la tierra para despertar y comenzar a dar de sí. Lo que necesita es un terreno y condiciones propicias para que su desarrollo comience a completarse. Lo definitivo es la acogida que se le dispensa. Nada florece en la aridez. De ahí la propuesta del cambio de título.
Todo depende pues del espacio que seamos capaces de preparar para esa palabra que viene a nosotros desde la Palabra misma. Los distintos escenarios que Jesús presenta en la parábola se corresponden, como él ya nos explica, con actitudes que pueden terminar por dar al traste con cualquier posibilidad de cambio. Ese cambio habrá de ser el operado por la manifestación de los hijos de Dios que liberen al mundo de la frustración en la que vive. El mundo, la creación entera, como lugar en el que el ser humano es plenamente él y se construye en relación con los demás y con Dios mismo, es colaborador en la obra de Dios. Esta obra es expresión de sí mismo. Dios crea una realidad distinta de sí a la que poder amar, porque es imposible amar si no hay alguien a quien dirigir el afecto. El hombre es el exponente de esa relación amorosa, pero el mundo es la base y ambos están íntimamente relacionados. El uno no tiene razón de ser sin el otro. La interacción entre ambos es constante en un proceso en continuo dinamismo. Aunque ya nos creamos los reyes del mambo, la creación no ha concluido y la evolución sigue su curso. El mundo sigue esperando que el hombre descubra lo que de verdad es: Hijo de Dios, y se comporte como tal. En ese momento la creación alumbrará una nueva realidad. Porque el mundo físico ni es ajeno al plan de Dios ni es un transitorio valle de lágrimas.
En esa realidad transfigurada quien ya tiene recibirá más todavía y a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Quien se abrió a la Palabra y a la novedad del Espíritu podrá reconocer la nueva luz, quien se ciñó a lo esperado despreciando lo nuevo no sabrá apreciar la actualizada declaración de amor de Dios. La Palabra acogida y trabajada permite avanzar en el proceso y transformar lo antiguo en lo nuevo; lo esperado en lo acontecido; pero quien ni la escuche ni la acoja quedará atrapado en sus propias circunstancias, obstruyendo también la evolución del mundo y boicoteando la fecundidad de la Palabra. Quien permanezca bloqueado por el miedo, acartonado en su costumbre, feliz en su negativa a conocerse y atento sólo a mantenerse a flote y salvar el pellejo renunciará a la posibilidad de ser palabra en la Palabra y de colaborar en el alumbramiento de una nueva conciencia que tiende a colectivizarse para dibujar un nuevo orden capaz de responder a las nuevas situaciones desde la profundidad real de ser hijo de Dios.

Acoger y alumbrar

sábado, 4 de julio de 2020

DÁNDOLE LA VUELTA AL MUNDO. Domingo Ordinario XIV


05/07/2020
Dándole la vuelta al mundo
Domingo XIV T.O.                               Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Zac 9, 9-10
Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14
Rm 8, 9. 11-13
Mt 11, 25-30
Efraím fue el hijo menor de José. El mayor fue Manasés. Estos dos nietos de Jacob pasaron a ser hijos suyos pues él mismo los bendijo como tales y terminaron sustituyendo a su tío Leví y a su propio padre en el listado de las doce tribus. Efraím era, pues, parte del pueblo de Israel; no era ningún enemigo peligroso. Y sin embargo este rey humilde que llega montado en un asno destruirá sus carros y eliminará también los caballos de Jerusalén. Y no contento con eso acabará con los arcos de los guerreros… Este rey que llega diciendo ser manso va a terminar con el producto de la alianza guerrera de las tribus: ni caballos, ni carros, ni arcos. El resultado será, en la mentalidad profética, un giro completo a la manera de comprender esa alianza y al modelo de sociedad, de reino y de país resultante. Así pretende instaurar la paz de un confín del mundo al otro. Esto no hay quien lo entienda.
El modo habitual de proceder con el que el rey dócil se ha propuesto terminar produce un modelo de desarrollo cuyo fruto residual es un gran número de gente que termina olvidada en las cunetas, abandonada por completo a su suerte. Entre todos esos abandonados existen los que, como el rey, son mansos y humildes. Ellos son los pequeños, los sencillos que encontrarán lógica en esta acción porque han comprendido que el método habitual de construcción no es bueno ni sostenible ya que por óptimos que sean sus resultados produce una gran cantidad de miseria. Y están decididos a no hacer lo mismo aunque pudieran.
Jesús dice que él acoge a todos aquellos que están cansados y agobiados; que a todos ellos les aliviará de su carga. No es que él esté planteando una vida fácil para nadie. Lo que sí ofrece es una vida respetuosa y acorde con la dignidad de cada uno. Humilde, como el rey llegado a lomos del asno, es quien se reconoce verdaderamente, sin añadir ni quitar nada a su dignidad de hijo de Dios, sin alimentar imágenes desproporcionadas ni restarse valor; quien no pretende pasar por encima de nadie ni alberga intenciones ocultas frente a los demás; quien respeta a todos por ser imagen viva de Dios y compartir con ellos el mismo centro que los hermana y transforma en un sólo pueblo. Esto ya es difícil en una vida normal, pero mantenerse humilde en el sufrimiento lo es mucho más. Es no negarse ni su dignidad ni el valor que le es propio ni negársela tampoco a los opresores sin por eso dejar de exigirles aquello que es justo y querido por Dios; es no conformarse con lo que hay y buscar siempre una salida digna para todos. Ellos, los que han sufrido el peso de yugos impuestos por otros comprenden que ni el poder ni el de la autoafirmación excluyente llevarán a nada bueno.
Por todos ellos da gracias Jesús al Padre, porque él les ha revelado el rostro verdadero de Dios y lo han conocido al aceptarle y creer en él; porque le están dando la vuelta al mundo renunciando al impulso de la carne que les llevaría a imponerse por encima de todos y seguir en la dinámica de los carros y los arcos y, por el contrario, viviendo según el Espíritu están dando al traste con ese orden antiguo. Así proclaman la gloria del reinado de Dios construyendo una realidad diferente según la aprenden del Hijo, el revelador del Padre que les introduce a todos en ese amor filial según van aceptando su yugo llevadero y su carga liviana. 

Dándole la vuelta al mundo