sábado, 30 de noviembre de 2019

LA HUMANIDAD ESPIRAL. Domingo I Adviento.


01/12/2019
La humanidad espiral
Domingo I Adviento
Is 2, 1-5
Sal 121, 1-9
Rm 13, 11-14
Mt 24, 37-44
Seguro que recordáis aquel antiguo modelo de los cuadernillos de caligrafía que enlazaba círculos por su parte superior construyendo una espiral que se deslizaba por la página conforme iba progresando el ejercicio. Esa me parece una buena imagen para explicar el discurrir del tiempo. Existen el modelo lineal y el circular. El lineal nos habla de una sucesión ininterrumpida de momentos que caminan hacia un destino final. El circular, de una realidad cíclica en la que todo vuelve a empezar eternamente de forma que el final se transforma en un nuevo comienzo que nos llevará a repetir lo mismo. Ambos modelos me han resultado siempre, perdonadme la pedantería, insuficientes. El uno porque te sitúa en unas coordenadas que nunca dependen de ti, no te queda otra que seguir corriendo, y el otro porque parece reducir todo lo experimentado a la nada, siempre repitiendo curso… Este modelo caligráfico, sin embargo, nos dice que cuando completas un círculo no vuelves a comenzar de la nada; la traslación que se da al iniciar la nueva curva recoge todo lo vivido impidiendo que el anterior se cierre sobre sí mismo y abriéndolo a un futuro inédito: en gran medida igual, pero trazado en otro espacio, en otras coordenadas y, por tanto, diferente.
Comenzamos hoy año litúrgico y volvemos al ciclo A. Hemos completado una vuelta e iniciamos nueva singladura. Desde el comienzo, emprendemos un camino de ascenso hacia la casa del Señor, que se adivina lejana pero accesible y se dibuja ya la promesa final: de las espadas se forjarán arados y de las lanzas podaderas. El gran sueño de la humanidad sigue siendo el mismo, pero tenemos ya mucha experiencia vivida, dejémosla resonar y hagamos el hueco suficiente en el alma para que se proyecte hacia el exterior. La paz contigo. Ese es el deseo inicial, el saludo de las tradiciones monoteístas y de aquellas otras que han descubierto la identidad única del mismo espíritu que nos anima a todos. Así nos lo recuerda también el salmista. Pablo, por su parte, nos dice que llega el momento de despertar. Está cerca el alba y se nos convoca a dejar atrás la confusión de la noche para reconocer plenamente el momento en el que vivimos, aquí y ahora. Y a nosotros en él, caminando en plena luz según el propio Jesús, con la dignidad de quien es sincero y no engaña ni esconde nada, con la seguridad que da vivir según aquello que crees y piensas, con la honradez de quien muestra su vida a todos según la luz de Dios, con la generosidad de quien se da a sí mismo según se recibe y reconoce  en el torrente de amor que es el Espíritu.
De forma similar, Mateo afirma que llega el momento de la llegada del Hijo del Hombre. El hombre perfecto y definitivo que está luchando por aflorar en cada uno de nosotros. Nuestros primeros hermanos vivieron esperando el regreso de Jesús, pero ese acontecimiento se va dilatando tanto como el cumplimiento de la promesa mesiánica a Israel. Sin negar ninguna de los dos, ambos pueden confluir ya en el surgimiento de una conciencia nueva en cada hombre y mujer de este siglo, de este nuevo año. En unos será así, en otros todavía no. Abrámonos a la acción de Dios, como Jesús mismo se abrió; dejemos atrás la noche para abrazar la luz… Estemos en vela, porque en cualquier momento puede eclosionar en nosotros esa nueva humanidad. 

La humanidad espiral 

sábado, 23 de noviembre de 2019

EL REY BIENAVENTURADO. Domingo XXXIV Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


24/11/2019
El rey bienaventurado.
Domingo XXXIV T. O. Jesucristo, Rey del Universo
2 Sam 5, 1-3
Sal 121, 1-2. 4-5
Col 1, 12-20
Lc 23, 35-43
Por si no fuera bastante contundente la diferencia entre la presentación que hacen Mateo y Lucas de las bienaventuranzas, el buen médico insiste hoy en recordarnos que la felicidad que Jesús promete no se sustenta sólo en comportamientos virtuosos. Los versículos finales de ambas versiones nos aclaran que no existe contradicción entre los evangelistas, pero Lucas subraya el carácter de don gratuito de la promesa y recoge a todos aquellos que carecen hasta de la posibilidad de optar entre diferentes posiciones en la vida. La misericordia de Dios alcanza incluso a los malhechores, nos dice, con tal que reconozcan sus malas acciones. Algo hay en este Dimas que le hace capaz de percibir la presencia de Dios junto a él. Ese algo que está ausente en su compañero de tormento le lleva a asumir su propia historia como equivocada, aunque sea en el penúltimo momento. No hay mayor canto a la misericordia. Lo que ya se anunciaba en la parábola de los jornaleros se evidencia aquí sin duda alguna.
Lo que Dimas ve meridianamente claro es lo mismo que Pilato no supo ver. El mutismo de Jesús a la pregunta por la verdad era un silencio que clamaba a gritos: “¡Esto que ves ante ti es la verdad! El desecho del mundo que es utilizado por unos y otros y luego arrojado fuera es aquello frente a lo que Dios se arrodilla para alzarlo por encima de todo lo demás”. El juicio de Dios es su propia perspectiva patentizada. Es la revelación de cómo Dios ve el mundo que hemos construido, la verdad tal como él puede conocerla en nuestro interior por mucho que intentemos escamotearla. Esto ya lo habíamos dicho antes, en algún momento. El caso es que tan sólo aquellos que se han desprendido de sus propios intereses o aquellos que se han visto despojados de ellos son capaces de conocer esa verdad. Los bienaventurados, según Mateo o según Lucas, son aquellos que no tienen ya ningún otro apoyo que la verdad última de Dios y por eso pueden descubrir junto a ellos lo que ni Pilato ni el compañero de Dimas supieron ver. Los unos lo percibirán como motor de su opción personal de vida y los otros como aquél que permanece siempre a su lado, viviendo su mismo destino.
Jesús el Cristo es reconocido rey del universo por aquellos que ya no cuentan para el mundo; por quienes lo perciben como el verdadero sentido de sus vidas, tal como los antiguos israelitas reconocieron a David tras la muerte de Saúl y ungieron como rey de Israel a quien había sido ya ungido como rey de Judá y como elegido de Dios por Samuel. En ambos reinos, el pueblo refrendó la unción inicial de igual manera que Dimas reconoció a Jesús como a Dios mismo, compartiendo suplicio con él. La primitiva comunidad cristiana percibió esta misma realidad y la expresó de forma poética en sus cantos litúrgicos. Así se recoge en la carta a los colosenses. Tras una elaborada reflexión teológica que presenta a Jesús como Hijo del amor del Padre se viene a concluir que él es primogénito de entre los muertos. La primacía de Jesús le viene de esta capacidad suya de despojarse, de bienaventurizarse según Mateo, para permanecer siempre cercano a los últimos, para ser el primer bienaventurado según Lucas. Jesús pasó voluntariamente por la muerte, la absoluta negación de la humanidad, acompañando allí a todos los que mueren en vida, por su voluntad o por la de los demás. Por eso Jesús es el rey bienaventurado y en su corona no hay dorado alguno.

El rey bienaventurado

sábado, 16 de noviembre de 2019

TENDRÁS QUE VOLVER: Domingo XXXIII Ordinario


17/11/2019
Tendrás que volver.
Domingo XXXIII T. O.
Ml 3, 19-20a
Sal 97, 5-9
2 Tes 3, 7-12
Lc 21, 5-19
Todo cuanto ves habrá de caer. Y no le des más vueltas. Hay quien opina que 2000 años son bastantes para constituir garantía de permanencia y no ven que nada quedará en pie. Lucas es en este punto menos polémico que Juan y presenta como profecía lo que en aquél era una muy dura controversia. Todo se quebrará y el mundo entero convulsionará sin que podamos hacer otra cosa que vivir en profundidad la circunstancia del momento y convertir en manantial el abismo. La confianza es la actitud que nos salvará. Confianza en Jesús el Cristo, el hombre que traspasó el mal señalando el camino y anunció que cuando el mundo echase a perder la sal todo se precipitaría en el caos… y sin embargo, ni un cabello de nuestra cabeza se perderá. Aquello que para nosotros es nada lo representa todo para él. Cuanto más aquello que hemos amado, aquellos por quienes cada día madrugamos, con quienes compartimos la vida, esos que nos quitan el sueño, todos aquellos con quienes vamos trazando surcos y trayectos. Nuestro amor es la única herramienta que puede levantar un mundo nuevo.
No cabe desesperanza alguna, no queda hueco para la pasividad ni hay resquicio por el que escabullirse. Que este orden colapsará es indudable pero hasta ese momento nadie tiene excusa para no trabajar, ni siquiera los servidores de la comunidad. Muy acostumbrados están algunos a excluirse de este mundo para dedicarse a  salvar almas cuando a nadie le está permitido ahorrar esfuerzos para que este mundo sea un lugar mejor, más humano, más justo y seguro para todos. Y es que incluso la noche antes de morir somos convocados a plantar un árbol que pueda ofrecer sombra y sustento. Es posible que en el pasado hubiera quien  se creyera con derecho a ser alimentado a cambio de conseguir beneficios espirituales para el pueblo, pero ya esos tiempos pasaron  y si alguno pretende desviar la mirada hacia otro sitio, que no coma, así nos lo dice Pablo sin reparo alguno. Trabajar por el Reinado de Dios es trabajar por el bien del hombre y de la mujer concretos: estos de aquí, justo los que tienes ahora en frente, o presentes en tu corazón, y de forma preferente por aquellos que no encuentran hueco ni transporte en corazón alguno.
El apocalipsis ha llegado ya para muchos y para todos ellos la única esperanza es que nosotros seamos capaces de acercarnos a ellos convencidos de la imperiosidad de trabajar tal  como Jesús el Cristo, primogénito del pueblo nuevo, trabajó por todos; aceptando su envío y su misma suerte. La gran ventaja que nuestro mundo no duda explotar es que la sal se adultere por sí sola; que nos perdamos en laberintos que no llevan a ninguna parte. Fue el buen obispo Agustín quien pidió unidad en lo fundamental y ¿qué puede haber más fundamental que la vida de quienes Jesús llamó los preferidos del Padre? Y libertad en lo secundario, prosigue Agustín, así, después de trabajar unidos en mejorar tantas vidas, que cada uno elija aquello que más le inspire en su camino espiritual. Y en todo, caridad, concluye Agustín, cuando la palabra no tenía aún la mala prensa de hoy; en todo amor, diríamos hoy. En todo amor, para no tener que dilatar la justicia hasta que vuelva el Señor.  Y tendrá que volver porque no entendemos nada. 

J. Kirk Richards. Christ Portrait VII (2019)

sábado, 9 de noviembre de 2019

NOMADEAR. Domingo XXXII Ordinario


10/11/2019
Nomadear.
Domingo XXXII T. O.
2 Mac 7, 1-2. 9-14
Sal 16, 1. 5-6. 8. 15
2 Tes 2, 16 – 3, 5
Lc 20, 27-38
La pregunta va con malicia. Con esa intención de llevar cualquier planteamiento hasta el absurdo para mostrar su falsedad. Es una estratagema de filósofos poco imaginativos, o de políticos mediocres, ahora que estamos en el día… Los saduceos quieren negar la posibilidad de la resurrección partiendo de un argumento que sostiene que todo en ese supuesto mundo nuevo habría de ser como era en el suyo. Pero en ese mundo que pretenden vetar lo primero que desaparece es la desigualdad entre los seres humanos. Allí no habrá ya que casarse porque ni las mujeres tendrán la necesidad de ser esposas de nadie para poder, simplemente, vivir ni los hombres la de engendrar hijos para proyectarse en ellos y ser recordados, tal como ocurría en el suyo y todavía en el nuestro, a veces. Allí todos seremos quienes somos, sin más. Y las relaciones que se den, sean las que sean, estarán guiadas por el amor que sabe despojarse de sí para vestir al otro. Dios es Dios de vivos, afirma Jesús, y ya no tendrá ningún sentido etiquetar a nadie por su rol o su procedencia. Nada habrá en ese mundo futuro que pueda recordar a éste si no es, precisamente, el amor que nos tuvimos. Nada funcionará allí como aquí pues el mundo que hemos construido aquí está diseñado a medida de unos pocos, de esos que dicen querer conocer pero se niegan a despojarse de lo que ya ven, tomándolo como cierto. Nada puede ser revelado a quien no se descalza tal como Moisés lo hizo al ver la zarza.
La segunda carta a los de Tesalónica nos aclara que la fe no es de todos. Creer es confiar. Así lo deja entrever también la serenidad del salmista que se presenta ante un Señor conocido, pudiendo afirmar con franqueza que siempre ha caminado por sus sendas y que le invoca habiendo saboreado su fidelidad. Le pide justicia tal como los hermanos Macabeos confiaron en Dios frente a su adversidad. La fe habla más de confianza y de fidelidad mutua que de creencia en lo invisible, pero este terreno no es practicable para quien pretende afianzar sus posiciones sobre las demás, y menos aún si lo hace violentamente. Puede que algunos malvados no usen la fuerza, pero todos ellos comparten la misma cerrazón ante los demás; todos persiguen perpetuar su situación ventajosa, ya sea la de dominador de un pueblo conquistado o  la de opresor de pobres viudas desde altares recién incensados.
Poder civil y poder religioso. No hay nada que liquide con tanta velocidad y eficacia la raíz personal. Es imposible reconocerse a uno mismo y a Dios en el acercamiento al otro si tan sólo ansías dominarlo. Si en el centro de su interés cualquiera de esos poderes no coloca a la persona concreta, con preferencia por las viudas, los huérfanos, los extranjeros, los trabajadores, los reclusos, los enfermos, los ancianos, los sin techo… los mindundis de este mundo, nunca jamás podrá resucitar ni, por supuesto, transfigurar su medio. Cualquiera de nosotros puede también caer en este juego y arruinar toda su potencialidad aferrándose a lo que considera irrenunciable o a esa herencia que cultiva como algo fundamental. La Vida de la que habla Jesús pasa por la sencillez de Abraham y de sus hijos, que dejaron su tierra conocida para nomadear por el corazón de Dios y desheredarse de un mundo que olvidaba sus propios márgenes, sus periferias, y aceptaron pactar por una tierra nueva. 

Nomadear

sábado, 2 de noviembre de 2019

DE TU PROPIO POZO. Domingo XXXI Ordinario


03/04/2019
De tu propio pozo.
Domingo XXXI T. O.
Sb 11, 22 – 12,2
Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14
2 Tes 1, 11 – 2, 2
Lc 19, 1-10
Comencemos con una palabra en defensa de Zaqueo: tenía un interés sincero por ver a Jesús. Y lo afirmamos insistiendo en toda la resonancia del término “ver”. Ante todo lo que se contaba de él, había surgido la curiosidad en su alma ¿Quién sería ese hombre del que todos hablan? De nuevo, como el domingo pasado, encontramos aquí a un publicano: a un recaudador de impuestos para los opresores. Aquél como personaje de una parábola y éste como personaje real. Y esta vez, nada menos que a uno de sus jefes que se había hecho rico a costa de engañar y estafar. La realidad siempre supera a la ficción. A este funcionario tenido por pecador y odiado por todos nadie le dejó un hueco por el que poder llegar hasta la primera fila; es la venganza popular y allí al final su baja estatura no le iba a permitir ver nada. Trepar al sicomoro es su último recurso. Pasar, de nuevo, por encima de los demás.
Jesús le pide que abandone esa posición de privilegio, pero no con una reprimenda sino expresando la necesidad de hospedarse en su casa. Que no se nos escape lo que esto significaría para Zaqueo. Aquel hombre con fama de santidad, que despertaba el interés de todos por sus palabras y sanaciones y que se había enfrentado ya con las autoridades que le declaraban a él pecador quería comer en su casa. La parábola se hace realidad. Ya lo había anunciado la antigua Sabiduría: Dios no aborrece nada de lo creado, es su aliento el que lo sostiene todo y nada ni nadie hay que no reciba en algún momento la corrección divina. La reacción de Zaqueo es la de quien se ve y siente salvado, sumergido en la corriente de amor que es Dios mismo. Por eso es capaz de comprender que su error debe enmendarse resarciendo a las víctimas y no ofreciendo sacrificios ni penitencias en el templo y así se lo dice a Jesús, en pie, como afirma Lucas, con su dignidad intacta. Siempre viene bien contar con ayuda después del primer impulso de conversión; por eso no está de más recordar las palabras de la epístola (como decía mi abuela): toda la comunidad ora por nosotros para que podamos llevar adelante nuestro compromiso, para que no seamos como el gas que se desinfla haciendo perder su gracia  al refresco.
Queda claro, pues, que es imposible acercarse a Dios trepando al árbol y dejando a la gente abajo. Queda claro, también que Jesús es la voz, la Palabra, que solicita alojarse en ti y transmitirte ese punto de vista suyo, el de Dios, según el cual todos estamos unidos en una única realidad. Así puede percibirse la mutua repercusión de las acciones propias y ajenas en la vida del único conjunto: la humanidad. Por eso el verdadero encuentro con Dios no es un acontecimiento intimista destinado a consignarse secretamente en un diario espiritual. Cuanto más te acercas a Dios más consciente te haces de las consecuencias que tu forma de vivir exporta. La verdadera conversión tan sólo puede sustentarse sobre la reparación de cualquier daño y la construcción de nuevas relaciones capaces de organizar una red en la que todas las conexiones se enlacen entre sí mediante la justicia y la solidaridad. Dar de beber a todos del pozo que Jesús excava en ti. Así, esa venida del Señor, tan esperada por algunos para que se restituyan antiguos regímenes, palidece ante la real acogida que él mismo, en nuestra desorientación, nos solicita para poder sanar nuestro extravío.

De tu propio pozo. Pozo iniciático de Quinta de Regaleira. Sintra (Portugal)