sábado, 30 de abril de 2022

DECIR SÍ. Domingo III Pascua

 01/05/2022

Decir sí.

Domingo III Pascua.

Hch 5, 27b-32. 40b-41

Sal 29, 2. 4-6. 11. 12a. 13b

Ap 5, 11-14

Jn 21, 1-19

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Al leer estas líneas se hace inevitable recordar otros relatos de vocación. David fue sacado de detrás del rebaño; también el profeta Amós era un simple pastor al que Dios condujo por otros caminos; Pablo nos insiste en que de niños vivíamos como niños y ahora, de adultos lo, hacemos ya de otro modo bien distinto. También Pedro, de joven, iba donde quería pero, llegado a la madurez, otro le ceñirá y le conducirá donde él no hubiera querido ir. Por otro lado, la triple pregunta de Jesús no es una simple enmienda de las famosas negaciones de aquella noche de pasión. Cualquier cosa que se presente por triplicado nos trae noticia de totalidad, de perfección. Dios es tres veces santo; Jesús fue tentado tres veces, es decir, por completo y en todo lo posible; Pedro negó tres veces, o sea, absolutamente, sin marcha atrás… sin embargo, ahora confiesa otra tres no solo por satisfacer un talión demasiado humano sino para afirmar que ama absolutamente, sin fisura alguna. También esta es, nos dice Juan, la tercera aparición de Jesús a sus amigos. Es la definitiva.

Dios transforma la vida de quien se deja transformar. Pero no hay nada en esa vida que se deje atrás; Dios la acepta en su plenitud. Toda la historia y la experiencia de cada uno son acogidas sin reservas porque son las que le nos han hecho ser lo que somos. Todo lo malo y lo bueno forman una única realidad que nos va construyendo y en la que somos capaces de decir sí o no. Diciendo sí aceptamos cambiar el lado de la barca por el que echar la red, pero ya conocíamos de antes la técnica para echarla. Diciendo sí veremos cómo finalmente cambia nuestro luto en danzas. Dios solicita nuestra colaboración. Si aceptamos su invitación nuestra propia experiencia encontrará el modo de hacer las cosas de una forma nueva y productiva. Pero a veces Dios también actúa de forma inesperada y resucita aquello que nosotros habíamos matado; desechado. Insiste en llevarnos por caminos que nosotros no transitaríamos.

No nos queda entonces más que reconocer la centralidad del cordero degollado. Jesús, el cordero, se ha puesto en el lugar de todos los descartados. En él ya no hemos conocido sólo a un hombre capaz de satisfacer la deuda de la humanidad con Dios sino que hemos presenciado como Dios vive la misma suerte de los últimos y desde ellos nos muestra la vida verdadera. Como a los discípulos de Jesús también a nosotros nos cuesta reconocer a Dios cuando no está revestido de sus galas majestuosas. Habrá que mirar al otro lado de la barca y vestir a los degollados con esas galas para caer en la cuenta de que sin ellos Dios mismo se nos ocultará tras la inmensidad de un mar cada vez más estéril. Habrá que dejarse ceñir  y conducir por otros por esos caminos nuevos o abandonados. “Sígueme” dijo Jesús a Pedro y en él a todos nosotros, que no es la nuestra una familia de favoritismos y privilegios personales, y seguirle es caminar junto a otros, dejándose llevar por el Espíritu que Dios da a quienes le dicen sí. En el nuevo pueblo de la Pascua no seguimos ya los criterios de antes y confiamos en la palabra del Señor, pese a que otros nos manden callar porque no entiendan que prestemos más atención a los corderos degollados que a los grandes triunfadores.


Decir Sí.


sábado, 23 de abril de 2022

APOLOGIA DE TOMÁS. Domingo II Pascua.

 24/04/2022

Apología de Tomás.

Domingo II Pascua.

Hch 5, 12-16

Sal 117, 2-4. 22-27ª

Ap 1, 9-11a. 1-13. 17-19

Jn 20, 19-31

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El buen Tomás ha cargado durante siglos con la fama de ser un incrédulo. Releyendo hoy este pasaje entiendo que era un hombre, por un lado, razonable y, por otro, decepcionado. Decepcionado porque todo el camino iniciado por Jesús había venido a terminar en nada. Y ese camino que a él, como a tantos amigos había cautivado, hablaba, sobre todo, de devolver la dignidad a todos los desposeídos y de un Dios que, rescatado de la rigidez del templo y del rigorismo de la tradición, volvía a ser la realidad amorosa atenta a todos, que había liberado a los esclavos del poder del faraón. Pero ahora Jesús había muerto como un maldito mientras Dios volvía a guardar silencio. ¿Cómo mantener todavía tantos sueños y esperanzas? De hecho, ni siquiera estaba reunido con sus compañeros de aventura. Ni buscaba ya el consuelo de su compañía ni veía razones para ofrecerles el suyo a ellos. Todo seguía igual y los olvidados seguían lejos del corazón de los afortunados y él que en este día tan sólo podía ver un mundo herido y traspasado no podía sostener ya la esperanza de que todo el mal y el sufrimiento fuesen a ser definitivamente superados.

Si repasamos las apariciones de Tomás veremos que fue el único que, tras la resurrección de Lázaro y frente a los miedos de los demás, se ofreció a morir con Jesús en Jerusalén y fue también el único que, en la cena definitiva, admitió, contrariamente al irreflexivo Pedro y al mutismo de los demás, no saber a dónde iba Jesús y cómo poder seguirle. Era práctico, era realista, era sincero… Tomás, que había visto a Jesús vencer a la muerte en numerosos prodigios esperaba que su triunfo restaurase la vida de los pobres y sencillos, aquellos de los que Jesús había estado siempre cerca. Se había perdido con el nuevo rumbo que tomaban las cosas y, finalmente, había desesperado frente a la muerte infame de Jesús, el inocente. Sin embargo, esos antiguos compañeros dicen ahora que Jesús está vivo. Pero vivo ¿Cómo? ¿Cómo un espíritu? ¿Dejando a todo el mundo sumido en el caos tal como fue en el principio? ¿No se había credo nada nuevo, después de todo?

Tomás cree porque ve las heridas transfiguradas y comprende que las de Jesús son sólo las primeras y el “modelo”, la promesa, para todas las demás. Tomás ve a Dios actuando en favor de Jesús y, por ende, en el de todos los demás. A nosotros nos toca creer sin poder ver el mundo sanado más allá de pequeñas porciones aquí o allá, siempre que estemos atentos y no nos extraviemos buscando espectacularidades. Dios es sencillo. Jesús es el Viviente; el ser humano que fue ha alcanzado una plenitud en la que es por los cuatro costados. Fue, es y será y esto no significa que vaya a ser siempre lo que fue o lo que ahora es. Tampoco sabemos lo que será, pero mientras llega esa omega vivimos en el destierro de Patmos, aceptando que el mundo no nos deje pasar del pórtico de Salomón, donde se busca a Dios con simplicidad de corazón, donde esperamos y procuramos que se produzca en nosotros la misma transformación que se produjo en Jesús, en Tomás y en el mismo Pedro, cuya sombra sanaba cualquier herida.  Es ahí y así donde se puede ver al Señor a ciencia cierta y reconocerlo como Dios y es ahí y así donde podremos cantar, como el salmista, la bondad y la misericordia que cuenta con nosotros para no dejar atrás ninguna herida y transformar todo mal en vida.


Apología de Tomás. La incredulidad de Sto. Tomás. Caravaggio (1602).


domingo, 17 de abril de 2022

LA PIEDRA ANGULAR. Domingo de Pascua

17/04/2022

La piedra angular.

Domingo de Pascua.

Hch 10, 34a. 37-43

Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23

Col 3, 1-4

Secuencia

Jn 20, 1-9

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Todo lo conocido se ha puesto del revés porque aquello que creíamos inamovible ya no se sostiene. María Magdalena es la primera en percibir que algo no marcha como se esperaba y, finalmente, se aclara todo: el cuerpo de Jesús no está. Sólo puede pensar en que alguien se lo ha llevado. Los apóstoles a los que recurre tampoco lo tienen nada claro. Sin embargo, poco a poco se va asentando la convicción de que verdaderamente el Padre le ha resucitado. Esta nueva lógica se impone porque parte de aquello que vivieron junto a él en vida y que ahora se ve reforzado por la certeza absoluta de que Jesús vive. Decimos vive, en presente, porque sigue y seguirá vivo por siempre. Así lo había dicho en vida, aunque nadie lo entendió. A la luz de lo ocurrido todo adquiere un nuevo sentido.

Los exégetas afirman que la tumba vacía no es, por sí misma prueba de nada, pero pone de manifiesto que todo ha cambiado. El consenso que existía sobre Jesús entre sus amigos es que pasó haciendo el bien. En vida abrió un resquicio para la esperanza que consiguió llenar la vida de muchos. Lo sembrado no se quiebra tras la desaparición del sembrador porque el fruto es real. Esa esperanza no fue una efervescencia, sino una realidad que creció a partir de una experiencia concreta. Quienes, pese a la perplejidad del primer momento, comprendieron que la resurrección era cierta fueron quienes habían resucitado ya en vida. Jesús sanaba, pero no sólo físicamente; Jesús proporcionaba también un sentido a la vida de la gente que dejaba de verse con los ojos de sus jueces y victimarios para verse con los ojos de Dios. Jesús les transmitió que eran hijos amados y aupados hasta los brazos de la madre y padre que es Dios. Semejante perspectiva les revelaba que no podían ya morir. Mucho menos Jesús.

Hay que estar a este lado de la tumba para poder percibirla vacía. Quien permanece aún en ella la ve todavía llena; llena de sí mismo, de quien no consigue desprenderse de aquello que lo sujeta y lo mantiene aún dormido. Buscamos lo nuevo pero la novedad no puede alcanzarse si no se le deja sitio y se le da oportunidad. No existe nada que se improvise. Percibir la resurrección es comprender que no hay posibilidad alguna de morir y ese descubrimiento tan solo es posible a partir de la detección de la intervención cotidiana de Dios en cada uno. La pregunta definitiva podría ser ¿De qué me ha salvado ya Jesús? ¿De esta realidad mía, ya salvada, cuánta pongo a disposición de los demás? Es preciso cambiar la piedra angular que sostiene nuestro propio edificio, no sea que todo él se nos derrumbe en cuanto el sentido se nos agriete y no podamos afianzarlo de nuevo. Se nos pide que aspiremos a los bienes de arriba; que abandonemos una existencia centrada en lo transitorio para asentarnos sobre el cimiento que realmente nos proporcione ese sentido que, primero, nos sostenga en los peores momentos y, segundo, nos afirme en nuestra dedicación al anuncio de la buena nueva y a la lucha por la justicia. La fraternidad cristiana no es una simple unión de bienintencionados, sino que encuentra su verdadero sentido cuando se vive como compromiso en que no haya lienzos, sudarios ni mortajas que puedan separar a unas personas de otras.


La piedra angular




sábado, 16 de abril de 2022

SILENCIO. Sábado Santo.

 16/04/2022

Silencio.

Sábado Santo.

Hb 4, 1-13 - Si quieres leer el texto pincha aquí.

“Descenso del Señor a los infiernos” - Si quieres leer el texto pincha aquí.

En este día el silencio se impone sobre todo lo demás. No existe más celebración que el rezo de las horas y en él el Oficio de Lecturas nos presenta estos dos textos. En el primero, el autor de la Carta a los Hebreos contrapone el rechazo de los antiguos judíos a Jesús a la acogida que le dispensaron quienes después se llamaron cristianos. Muchos de ellos también judíos; otros, extranjeros completamente ajenos al mundo hebreo. Es un conflicto ya muy antiguo: “Vosotros no creísteis en él; nosotros, sí”. Y es, también, un conflicto que se mantiene aún hoy en día. Esa falta de fe justifica que no pudiesen entrar en el descanso de Dios. Prestar atención a la Palabra de Dios es dejarla obrar con su precisión de cirujano que deslinda el alma del espíritu y escruta lo más profundo del corazón; no hay nada invisible para ella.

El segundo texto es una antigua homilía anónima de los primeros siglos del cristianismo que pretende explicar el significado de este día. Fue titulada “Descenso del Señor a los infiernos”, aunque también se la conoce, más poéticamente, como “Despierta tú que duermes”. En ella es Jesús mismo quien va al encuentro de quienes no consiguieron entrar en el descanso de Dios Padre y recorre para ello los infiernos. Infierno es el “lugar” o el estado en el que Dios no está presente, es decir, el lugar en el que se niega el amor. Jesús, Palabra viva del Padre, que ya atravesó el infierno físico en vida acude ahora a recoger a todos aquellos que "no escucharon la voz de Dios". Sale al paso del desencuentro entre los seguidores del camino, como se llamaban a sí mismos los cristianos antes de ser llamados, precisamente, cristianos, y cualquier otro creyente o no creyente que siga cualquier otro camino.

En aquel lejano siglo en el que fue escrito, todo esto se expresaba en términos de pecado y de rescate… tendríamos que ver como lo explicamos hoy. Lo importante es que Jesús, el hombre que acogió a Dios sin reservas, permitiendo que su Palabra lo asumiese sin limitación alguna, vivió su vida para los demás como resultado de su entrega al ministerio al que esa Palabra le llamaba. Mereció la muerte según la valoración de quienes niegan la vida pero Dios no se detuvo ante la muerte sino que la venció en Jesús transformándola en un simple sueño; equiparable al descanso después de la fatiga.  Esta fatiga es la vida de cada uno. Mejor o peor; da igual. Creyente o no creyente; es lo mismo. Dios perdona a Adán por su desobediencia, que es lo mismo que decir que perdona al ser humano. Adán es aquél que está hecho de barro, es la humanidad que yerra, ciertamente, de manera personal, pero por ser humano. Podría no haberse equivocado de haber usado correctamente su libertad, pero junto al don va el riesgo. Y el riesgo era ya conocido por el Creador. En este día de silencio, el conocimiento de nuestra propia naturaleza no debe atarnos al temor que nos anestesia. Estamos llamados a despertar y vivir en un mundo despierto. El silencio de hoy, lo sabemos bien, precede a la explosión definitiva que, sin embargo, se va implantando al mismo ritmo que nuestros corazones se dan cuenta de que ni los otros son tan malos ni nosotros somos tan buenos. Estamos llamados a vivir en lo nuevo que está siempre llegando pero nunca termina de instalarse. Cuantitativamente, diremos; porque cualiitativamente está ya entre nosotros. Eso definitivo que se gesta en el silencio como en un vientre maternal y nutricio, será plenamente verdad en la más mínima porción de mundo en la que sea realidad.


Silencio. Descenso de Cristo a los infiernos. Duccio di Buoninsegna (ca. 1308-1311)


viernes, 15 de abril de 2022

CONOCER A DIOS. Viernes Santo.

 15/04/2022

Conocer a Dios.

Viernes Santo.

Is 52, 13 – 53, 12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Hb 4, 14-16; 5, 7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

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Hay que haber muerto uno mismo antes de poder morir por otros. Insistimos en el morir, que no en la muerte. Precisamente este morir es todo lo contrario a la muerte. Es un proceso consciente que cada uno va viviendo; un camino que se recorre. Jesús es capaz de afrontar lúcidamente la muerte porque toda su vida ha ido muriendo poco a poco mientras, progresivamente, ha ido viviendo para los demás y saciándose de conocimiento. El conocimiento bíblico no es una realidad intelectual, sino experiencial; tiene mucho más que ver con el sabor que con el saber. El siervo sufriente del que nos habla Isaías se sació finalmente de conocimiento. También Jesús murió conociendo al Padre, en cuyas manos puso su espíritu, tanto como la experiencia humana que había vivido se lo mostró. Llegar a ver la luz, como dice Isaías, es el final de ese camino que se emprende al percibir tan sólo un resquicio y que, día a día, va despejando un poco de la neblina en la que vivimos inmersos. Conocer a Dios, nos sigue diciendo el profeta, implica ser tenido por leproso, por el maldito sobre el que se colocan los pecados de todos para no tener por qué reconocerlos y poder expiarlos en cabeza ajena conservando la propia dignidad. Pero ni ese Dios que maldice y tritura es el verdadero ni esa dignidad es la real.

En su morir Jesús fue probado en todo como nosotros y por eso, afirma el autor de la carta a los hebreos, nos conoce. En la vida de Jesús Dios experimentó la experiencia humana y comprendió a su creatura. En Jesús Dios y hombre se conocen y unen ya sin separación posible. En su vida, mientras conocía a Dios, a sí mismo y a los demás Jesús presintió la tragedia y fue escuchado en su sufrimiento. Escuchado, sostenido y alentado como el mismo salmista que no deja de confiar pese a que no quede ya esperanza alguna. Este Jesús que muere desnudo en la cruz es imagen de la humanidad que se acoge a Dios pese a que ya nadie más la acoge a ella. Es la humanidad que en los peores momentos y en los contextos más deshumanizadores ni cierra el corazón ni desespera

Jesús condensa esa experiencia fundamental de confianza y expresa plenamente el sentido redentor que tiene. Somos la Jerusalén que le acogió el domingo pasado y la que lo juzga hoy. En él acogemos y juzgamos a todos los desnudos y desnudas ya procedan de más lejos o de más cerca. Y para este juicio tenemos muchos modelos en el evangelio de hoy. Podemos ser cualquier personaje, conocido o anónimo. Ante el morir de Jesús todos los presentes se sitúan de una forma u otra ante el sufrimiento humano. Ante las situaciones de inhumanidad que siguen existiendo hoy podemos culpar a Dios o maldecir a los malos o buscar los rasgos de humanidad que en todas afloran sin renunciar a la esperanza y ponemos manos a la obra. También en nuestra propia vida podemos afrontar un esperanzado morir cotidiano en favor de los demás, en primer lugar, pero también, en segundo, como camino de crecimiento personal y de progreso en el conocimiento de Dios, de la realidad, de los demás y de nosotros mismos. La vida nos va colocando frente a este camino que nosotros aceptamos o rechazamos. Y en nuestra opción va implícito ir construyendo eso nuevo que esperamos o dejarlo todo como está, consintiendo en que la amenaza de ruina se haga real.   


Conocer a Dios. Cristo crucificado. Diego de Velázquez (ca. 1632)


miércoles, 13 de abril de 2022

EL VACÍO SE VA LLENANDO. Jueves Santo

 14/04/2022

El vacío se va llenando.

Jueves Santo

Ex 12, 14-8. 11-14

Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18

1 Cor 11, 23-26

Jn 13, 1-15

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Sin tiempo para echar raíces porque hay que pasar rápido y, sin embargo, fieles a la tradición recibida. Esta es nuestra paradoja. Nos situamos al límite de lo conocido y, desde ahí, lo reorientamos todo de un modo distinto. Nos vamos desprendiendo de todo aquello que nos ata para abrazarnos al vacío que nos libera. Jesús se mantuvo fiel a la tradición de su pueblo pero la interpretó de un modo distinto al que sus paisanos conocían; la vació de todo lo que significase orgullo, seguridad, posesión o privilegios y a partir de esa interpretación se colocó donde los demás no podían ver nada más que vacío. Un vacío inaceptable para las jerarquías y las autoridades y sólo tolerable por sus amigos, como Pedro, en cuanto venía de él y no querían perderle. Pero era, para todos, incomprensible. Jesús sigue inserto en sus coordenadas religiosas y culturales pero al verlas desde Dios las encuentra limitadas y mejorables. Su fidelidad le libera de todo aquello que en su tradición es contrario al ser de Dios y su vida es, por sí misma, el anuncio de esa realidad.

Jesús nos descubre que todo en la vida es don y el mayor don son los hermanos y hermanas que van viviendo la vida contigo. Vivir la fraternidad es  vivir de forma agradecida, reconociendo, en primer lugar, la intervención de Dios que nos proporciona compañeros de camino y, en segundo lugar, el papel de los demás en tu vida. A partir de aquí tan sólo es posible corresponder poniéndolo todo a disposición de los demás y eliminando cuanto sea un obstáculo para ello. Para Jesús vivir la fraternidad es un compromiso personal que asume eucarísticamente con actitud sacerdotal. Para Jesús la vida entera es ponerse a disposición de los demás como respuesta al amor recibido del Padre que él identifica también en todos los demás, especialmente en aquellos a los que todos dejan de lado. Especialmente con ellos ejerce una labor sacerdotal; una intermediación que conecte su existencia con el amor de Dios que les tiene siempre presentes. Son ellos los únicos, aunque en rigor y que sepamos, habría que decir las únicas, que lavan también los pies de Jesús y le muestran el valor de la gratitud y la fuerza sanadora que Dios ha podido desplegar a través suyo. Por su fidelidad a este descubrimiento y a quienes se lo enseñan y por su confianza radical en el Padre llegará hasta la entrega total convirtiéndola en testimonio de que también el mismísimo Dios sufre con ellos y como ellos; que ni el dolor más pequeño le es ajeno ni existe alegría que no esté bendecida por él.

Participar de la eucaristía es descubrir al Dios que se abaja para lavarnos los pies presente en aquél o aquella que lo lleva a cabo. Es disponerse a hacer lo mismo con los demás. En la medida que hagamos ambas cosas podremos ejercer un sacerdocio que sea verdaderamente servicio, transmisión de nuestro propio descubrimiento y comunicación de su realidad a todos. El valor de la comunidad es el de ser marco para esta experiencia, pero también el de ser capaz de extenderla más allá de cualquier frontera. La eucaristía, como acción de gracias comprometida que revela a Dios en nuestra propia entrega a los demás y el sacerdocio, como su ejercicio real y cotidiano tienen sentido en ese marco fraternal sin que esa demarcación excluya a los de fuera porque en el vacío caben todos. 


El vacío se va llenando.


sábado, 9 de abril de 2022

DOMINGO DE RAMOS

10/04/2022

Domingo de Ramos

Lc 19, 28-40

Is 50, 4-17

Sal 21, 2a. 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Flp 2, 6-11

Lc 22, 14 – 23, 56

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En nuestra estructura litúrgica recordamos hoy la entrada de Jesús en Jerusalén acogido por la multitud que lo recibe cantando Hosannas y Aleluyas. Hosanna deriva del arameo y es una petición de ayuda: “socorro” o “sálvanos” que en el Nuevo Testamento adquiere la forma de grito de júbilo al ir acompañado del reconocimiento de Jesús como salvador. Grito de júbilo es también Aleluya que procede del hebreo y viene a significar “alabad a Dios”. El pueblo clama pidiendo socorro y reconoce a Jesús como enviado de Dios. Ya hemos hablado aquí otras veces sobre el clamor de la sangre de Abel y el clamor de los israelitas en Egipto. Dios siempre responde al clamor; ya sea del pueblo o del inocente. El inocente no es sólo aquél que no hace daño, sino que es, sobretodo, quien sufre sin culpa transformándose en víctima necesaria (colateral la llaman ahora) para mantener el orden. El enviado de Dios surge del pueblo y se hace acreedor de tal reconocimiento sin dañar a nadie y practicando el bien para todos. Va a demostrar ser también víctima inocente y en ese momento el pueblo le retirará su favor. Es fácil reconocer a Dios cuando se acerca según lo esperamos pero se nos hace más difícil identificarlo cuando su actuación nos desconcierta. Jesús entra en Jerusalén y entra también en cada uno de nosotros. Es fácil franquearle el acceso cuando se acomoda a nuestras expectativas pero todo se complica cuando nos propone la desposesión como camino.   

Estamos en el pórtico de la Semana Santa y la vemos toda como quien mira en un plano el trazado de la ruta a recorrer. Para no quedarnos en ese nivel superficial de quien ya lo sabe todo será necesaria la aventura interior: confiar en el Padre y zambullirse en la búsqueda de aquello nuevo que no llegará sin abrir el oído y aceptar que la palabras que nuestra lengua de iniciados dirijan al abatido puedan acarrearnos golpes y salivazos. Humillar nuestras pretensiones y aceptar que Dios nos dirija por otro camino es introducirnos en nosotros mismos y en el misterio del mal del mundo, que no son, por supuesto, la misma cosa, pero se nos van revelando a la par. Mientras vayamos renunciando a nuestras ideas preconcebidas y nos pongamos en manos de Dios podremos plantarle cara al mal sin sucumbir ante él, de forma creativa y fecunda; en cuanto nos acomodemos y busquemos razones para justificarnos, el mal se nos ocultará y dejaremos de ser profetas para ser cómplices. Aceptarnos y aceptar el mal no es admitir sin más ambas realidades sino hacerse consciente de ellas y afrontarlas tal como Dios mismo lo hace, saliendo de sí para originar toda la realidad y, al hacerse humano en Jesús, no reteniendo su ser Dios, sino cediéndolo plenamente para que Jesús, verdadero hombre, pueda actuar como verdadero Dios desapegándose, humillándose, y exponiéndose sin reservarse nada. La resurrección que se nos dibuja como promesa final pasa por que consintamos en la cesión de todo aquello que consideramos nuestro e irrenunciable en vistas a construir la nueva Jerusalén, la Ciudad de la Paz, en la que pueda darse la unión verdadera entre el ser humano y Dios y entre todos los seres humanos entre sí. La antigua ciudad es aquella que no acoge la verdad desnuda del inocente condenado, la nueva es la que se construye a partir de esa verdad reconocida como tal.  


Domingo de Ramos.

sábado, 2 de abril de 2022

LA CARRERA. Domingo V Cuaresma

 03/04/2022

La carrera.

Domingo V Cuaresma.

Is 43, 16-21

Sal 125, 1-6

Flp 3, 8-14

Jn 8, 1-11

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Isaías presenta a Dios como artífice de lo nuevo. Sigue realizando grandes obras porque ni al pueblo ni al mundo los abandona a su suerte. Todo lo anterior ha devenido en  pasado y no tiene ya poder alguno. Sólo queda el presente en el que él continua abriendo caminos que domestican el desierto y colocando corrientes en el yermo para que el futuro vaya abriéndose conforme recorremos las nuevas sendas. Pablo corre hacia la meta; se sabe en proceso y reconoce su avance desde que inició el camino, pero no se acomoda en sus logros pues cuanto más descubre más consciente es de lo que aun no ha alcanzado. Ha vislumbrado el destino pero lo sabe todavía muy lejano. Abandona todo lo anterior dándolo por perdido reconociendo que su transitoriedad lo ha transformado en una pérdida.

Para Juan el pasado y el futuro se han encontrado ya en un presente en el que Dios se manifiesta siendo plenamente hombre. Una interpretación apresurada de la Ley antigua decía que la mujer debía morir. Los portavoces del legalismo tradicional quieren poner a Jesús en evidencia y pretenden hacerle jugar en su campo. Con el pretexto de conocer su opinión buscan que entre en la discusión y atraparle en su red. Pero Jesús no se deja enredar. La mujer ha sido llevada ante él como pretexto; es el cebo para que caiga en la trampa. Él, sin embargo, consigue hacer de ella lo único importante prestándole, en apariencia, poca atención. Desvía la mirada de los acusadores hacia sí mismos enfrentándolos con su propia verdad y poco a poco van abandonando la escena. La mujer queda sola con Jesús, Dios hecho hombre. Es el presente eterno en el que le es posible verse a sí misma con los ojos de Dios y sustentarse en él. Beber de sus aguas y caminar por él; habitarle y dejarse habitar.  Ya no hay acusadores que fiscalicen su actitud y ella misma es el juez que valora sus actos y los comprende a la luz de de la presencia de Dios en Jesús y, a través de él, en ella misma. Con esta luz ella ve lo que de bueno y malo hay en su vida, en su carrera. Juan no lo dice porque eso queda para la intimidad de la mujer.

Ni hay acusadores ni ella misma se culpa ya. Por eso Jesús puede despedirla en paz con la insistente recomendación de no volver a pecar; “no olvides cómo te has conocido hoy”. También ella, como Pablo, se ha hecho consciente de su situación y mira sólo al futuro prolongando este presente sin dejar que se resquebraje. Ambos se hacen eco de las palabras del salmista que reconoce y celebra la intervención de Dios y la pone en el candelero para que todos vean lo nuevo que va brotando. En cambio, los escribas y fariseos, pese a verse en la misma situación no han sido capaces de dar ese paso. Más que nada les pesa la vergüenza por su actuar. Y es que se juzgan todavía según su interpretación de la Ley, rechazan la mirada de Dios de la que Jesús les hace conscientes y se retiran del camino. Correr hacia la meta no es huir hacia delante, sino mantener siempre la tensión de la carrera; no abandonar ni el esfuerzo ni la excitación, mantener la vista fija en el objetivo y la confianza en poder llegar a ella. Es permanecer siempre en la presencia que nos hace conscientes de nuestro fondo íntimo de verdad y del cuidado personalizado y diligente que no sustituye ni suaviza nuestro ahínco pero se revela como impulso y como sendero.


La carrera