sábado, 29 de julio de 2023

BUSCADORES DEL TESORO. Domingo XVII Ordinario.

 30/07/2023

Buscadores del tesoro.

Domingo XVII T.O.

1 R 3, 5. 7-12

Sal 118, 57. 72. 76-77. 127-130

Rm 8, 28-30

Mt 13, 44-52

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El ser humano es un permanente buscador que quiere encontrarle el sentido a las cosas, a su vida, a la de los demás. No hablamos de una vida ultraterrena, sino que, sin excepción, el ser humano quiere ser feliz y, más allá de la comodidad, esa felicidad se identifica con el sentido de esta vida cotidiana. Ante la oferta de Dios, el joven rey Salomón le pide sabiduría para gobernar a su pueblo según la voluntad de Dios, porque entiende que esa voluntad les llevará a buen puerto. A Dios le agrada su petición por su altura de miras, porque no ha pensado en él mismo, sino en el pueblo que Dios mismo le ha encargado. Por el bien de este pueblo pide Salomón saber distinguir el mal del bien. Es una petición valiente pues la tradición bíblica nos habla del castigo que sufrió la humanidad primera al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal; de su castigo y de su consecuencia para los demás. Sin embargo, la petición del joven Salomón dista mucho de ser, como la de ellos, un acto egoísta.

Aquellos primeros padres estaban predestinados a reproducir la imagen del Hijo, precisamente, para que pudiera ser primogénito de muchos hermanos. Es “el ser humano”, en hebreo Ha’Adam, quien fue predestinado a este fin. Pero aquel fracaso inicial no le condenó al olvido, sino que, pese a él, fue, por amor, llamado, justificado y glorificado. Es un proceso. La predestinación habla de la capacitación intrínseca para ese alumbramiento; la llamada, de la continua apelación de Dios pese a todos los errores; la justificación, del perdón de Dios que hace justo, es decir, olvida el pecado, de todo aquel que se decide a seguir su camino y la glorificación, del reconocimiento de haber alcanzado una condición nueva, un nuevo nacimiento, a imagen del Hijo, de Jesús el Cristo.

En este proceso encontrar el tesoro es importante, pero no es lo definitivo. El tesoro es semejante al reino de los cielos que está en permanente construcción y no es, por tanto, posible que sea hallado de una vez para siempre. El tesoro es la capacidad de discernir, de juzgar según el criterio mismo de Dios, que no quiere decir declarar buenos a unos y malos a otros, de eso, en todo caso, ya se ocuparán los ángeles de Dios si llega el momento. Mientras tanto, lo que podemos hallar es la perspectiva de Dios. Ese punto de vista merece vender todo lo demás porque gracias a él comprendemos el sentido del mundo según Dios lo planeó. Gracias a él comprendemos la vida, las actitudes y acciones de Jesús, y se transforma para nosotros en camino, verdad y vida. Si ponemos las palabras del salmista en relación directa a Jesús y a su único mandamiento tendremos el compromiso de quien se empeña en encontrar este tesoro. Igual que Salomón podemos pedir esa sabiduría a Dios y confiar en que nos guie en nuestras decisiones y nos permita ser profetas misericordiosos pero eficientes; eficaces para denunciar el mal y la opresión a imagen del propio Jesús. Los escribas eran entendidos en la ley; nosotros podemos, con esta iluminación, ser escribas de la nueva ley e ir sacando de lo antiguo todo aquello que es aún aprovechable y estrenar todo lo nuevo que vamos encontrando según el parecer de Dios que él nos va mostrando. Así nos colocamos al servicio de los demás y no por encima de nadie. Así podremos juzgar sin condenar y obrar como hombres y mujeres nuevos.


Buscadores del tesoro




sábado, 22 de julio de 2023

TRIGO Y CIZAÑA. Domingo XVI Ordinario

 23/07/2023

El trigo y la cizaña.

Domingo XVI T.O.

Sb 12, 13. 16-19

Sal 85, 9-10. 15-16a

Rm 8,26-27

Mt 13, 24-30

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Les pasaba a aquellos criados de los que nos habla Mateo como puede pasarnos también a nosotros: que tenían ya claro quiénes eran los buenos y quienes, los malos. Por eso ven sencillo acabar con éstos. Lo que el sembrador de aquel campo, sin embargo, tenía claro es que nada es tan sencillo. Él quiere evitar que  la verde cizaña se confunda con el trigo aún no madurado. Es necesario esperar a la siega para distinguirlos. Arrancar la una es arriesgarse a arruinar al otro. Jesús quiere decir que no podemos pensar de unos que son justos y de otros que son malvados. A veces, creyéndonos en posesión de la verdad, juzgamos de forma apresurada, como si ya estuviese claro quién está en lo cierto y quien se equivoca. Sin embargo, nunca tenemos todos los datos. Solo Dios está en posesión de ese conocimiento y él, según nos dice hoy el libro de la Sabiduría, es indulgente con todos.

Para afianzar su identidad y presentarse en el contexto internacional como una nación, Israel confiaba en la ayuda de su propio dios. Sólo con el tiempo comprendió que este dios privado era el único Dios y que no tenía interés en competir con ningún otro, sino en enseñar a sus fieles la centralidad de la justicia. Este Dios podría castigar si quisiera, pero su prioridad estaba en mostrarse misericordioso, como el salmo subraya también, porque así enseñaba al pueblo que el justo debe ser humano y comunicaba a sus hijos la esperanza de que sus errores no eran insalvables.

También nosotros, como las plantas, requerimos tiempo para alcanzar la plenitud. Tiempo y que nos dejen desarrollarnos, ir sacando a la luz aquello que tenemos escondido. En el fondo, cada uno de nosotros somos trigo y cizaña. Todos tenemos actitudes que deberíamos mejorar y encontramos oscuridades que nos desagradan. La actitud de los criados es racionalista: arranquemos lo que está mal. Surge así el rigorismo religioso, o moralista, que ya conocemos: lo blanco es blanco y lo negro, negro. Las tradiciones contemplativas, en cambio, proponen que esa oscuridad debe ser atravesada para poder llegar a la plenitud. Atravesarla no es recrearse en ella ni enroscarse en uno mismo esperando que Dios baje a salvarte. Es reconocerse imperfecto pero, pese a ello, perdonarse y seguir adelante. Como sabemos, nuestra fe cristiana afirma que esta misericordia con uno mismo debería aplicarse igualmente a los demás. Así, excluimos la piedad paralizante tanto como las alabanzas exclusivistas, reservadas a mí mismo y a los míos. La experiencia de nuestra limitación nos acerca a los demás de forma amorosa y nos hace comulgar en la debilidad.

Dios no nos deja solos esta nueva relación sino que nos otorga el don del Espíritu. Él intercede por nosotros y “el que escruta los corazones” sabe que su intercesión es para el bien de todos los santos. Santos no son los perfectos, sino los que se levantan y continúan caminando tendiendo la mano a todos. Los gemidos del Espíritu son inefables pero se asemejan a los gritos que la tierra lanzaba por los dolores del parto. Algo nuevo está naciendo y tenemos que dejarlo nacer. No hay que eliminar la oscuridad sino integrarla y superarla en la medida que nos sea posible. Lo que no, ya será definitivamente vencido por ese indulgente escrutador de corazones cuando llegue el momento.


Trigo y cizaña


sábado, 15 de julio de 2023

SEMBRADORES. Domingo XV Ordinario

 16/07/2023

Sembradores

Domingo XV T.O.

Is 55, 10-11

Sal 64, 10-14

Rm 8, 18-23

Mt 13, 1-23

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Mi padre tiene un huerto. Yo le acompaño a veces; decir que le ayudo sería engalanarme demasiado. En ocasiones, le llevo o le traigo, pico (poco) aquí o siembro allí, según sus indicaciones y, al tiempo, recogemos fruto. La fecundidad de la tierra es apabullante. Todo parece indicar que en los tiempos y la geografía de Jesús, sería diferente. Ya no sembramos a voleo, sino que todo el espacio está preparado para que la tierra pueda acoger de la mejor manera posible el plantero. En aquel siglo I todo debía ser tan agreste como lo fuera ya en tiempo de Isaías. Los avances van despacio. Pero ya señalaba el profeta que, pese a lo áspero del terreno, la palabra consigue hacer feraz cualquier erial. También Jesús señala que, incluso en el peor lugar, la semilla brota; la del fruto es otra cuestión.

Jesús hablaba en parábolas para que la gente pudiese entender. Parece que los discípulos captaban mejor lo que quería decir. Por lo menos ponían empeño. Había quienes no terminaban de comprender porque oyendo no escuchan y mirando no ven, dice Jesús. Para hacerse cargo de lo que Jesús quiere decir debemos desatender nuestras propias ideas; liberarnos de interpretaciones y prejuicios y renunciar a saberlo ya todo. Esto les pasaba a aquellas buenas gentes, como nos pasa a nosotros hoy, que ya lo tenemos todo visto. A quien tiene se le quitará y a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Continuamos en la lógica de la semana pasada, según la cual Dios da o quita, o no da… Dios se da por entero a sí mismo. Quien tiene la valentía de prescindir de sí y ponerse a la escucha recibirá el mensaje, acogerá la Palabra y dará fruto. Quien no la tenga no podrá recibir nada y, para colmo, terminará descubriendo que eso en lo que tenía puesta su esperanza no le proporciona ningún sentido y quedará con nada, viviéndose despojado incluso de lo que no tenía.

Una vez germinada, el desarrollo natural de la planta le lleva a producir fruto allí donde esté. La parábola hace una enumeración de lugares, de situaciones en las que todos podemos encontrarnos. Lo importante no es producir mucho; habrá quien dé el 20 o el 60, o el 40. O vete a saber… La cuestión es que el proceso no se detenga. Pese a que no nos lo creamos no estamos llamados a salvar el mundo por nuestra cuenta. La creación gime con dolores de parto: en cada uno. Cada uno estamos llamados a dejar que la semilla arraigue en nosotros y a crecer dejándola crecer a ella. En la medida en que crezcamos con ella nos vamos haciendo más semejantes a Dios, a la fuente original, nos vamos dando como él mismo se nos da. Una comunidad de hermanas y hermanos dándose a sí misma en esa medida termina siendo transformadora de su propia realidad porque el amor no puede detenerse ni envasarse al vacío. Poseemos las primicias del Espíritu y se nos convoca para hacerlas crecer, para ser sembradores de esos que cuidan y miman, como los del salmo. Crecemos en la misma medida que sembramos y al crecer nos unimos a quienes van creciendo alimentados por el mismo manantial. Cada uno a su ritmo y en su medida, pero sin dejar a nadie atrás, sin que quede un lugar sin cubrir, por recóndito y lejano que sea; esa es la manifestación de los hijos de Dios. Así es como la Palabra no volverá a Dios vacía. Y es posible que por el camino tengamos que explicarnos las parábolas unos a otros para lograr desasirnos del refugio.


Sembradores. J. F. Millet, Sembradores de patatas (1861)


sábado, 8 de julio de 2023

AL ESTILO DE JESÚS. Domingo XIV Ordinario

 09/07/2023

Al estilo de Jesús

Domingo XIV T.O.

Zac 9, 9-10

Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14

Rm 8, 9. 11-13

Mt 11, 25-30

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Del mismo modo que en los relatos del Éxodo Dios endurecía el corazón de Faraón, Mateo, fiel a la tradición judía, afirma que Jesús da gracias al Padre por revelar unas cosas a unos y escondérselas a los otros porque Dios es dueño de hacer lo que le plazca. Pese a que hoy no compartamos esta perspectiva, era ya un mensaje provocador que Dios diera a conocer lo importante a los sencillos mientras que se desentendía de los sabios con estudios que utilizaban su conocimiento para imponerse a los demás. Prefería a los ignorantes, a los que nadie más aceptaba ni respetaba. Actualmente, en cambio, afirmamos que es cada uno quien acepta a Dios o no. Así, afirmamos que son los ignorantes quienes reconocen a Dios, mientras que otros más preparados no lo advierten. Versículos antes de nuestro pasaje de hoy, Jesús había declarado que la verdadera sabiduría se muestra en las obras. No vale, pues, escudarse en los libros para arrancarles interpretaciones que justifiquen mantenerse bien arriba. Claro que no toda acción vale. Esas obras deben estar acompasadas con el latido íntimo de Dios. ¿Cómo conocerlo si dejamos de lado lo escrito; si no atendemos a la oficialidad?

Pablo nos dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros y que estamos “sujetos a él”. Esta sujeción nos habla de coherencia y de sentido. Si queremos vivir lo que somos debemos vivir según ese Espíritu. Es el mismo Espíritu que habitó en Jesús y que sigue habitando en el Cristo tras su resurrección. Así, como afirmaba Mateo y concreta Pablo, lo que el Padre ofrece Jesús lo revela, lo hace evidente, siendo según el Espíritu de Dios. Nosotros podemos, según el mismo Espíritu, acogerlo. Padre e Hijo se conocen y el Hijo revela al Padre a quien él quiere: de nuevo, la misma mentalidad elitista que, de forma novedosa, habla de los sencillos. Jesús llama a quienes están cansados y agobiados, pero la palabra que usa Mateo no habla de “cansados”, sino de “afanados”, de aquellos que han trabajado activamente y han sido “cargados”.  La Ley ha sido lanzada sobre quienes buscaban la verdad, la sabiduría, la justicia. Ahora Jesús propone un yugo llevadero y una carga ligera, porque remite a Dios.

Jesús nos redescubre el verdadero rostro de Dios que, superando cualquier privilegio, se dirige a todos. Es cierto que no todos lo acogen ni pueden entonar el canto del salmista porque a muchos sus intereses les hace buscarlo en otra parte y se apoyan en una sabiduría que custodia un Dios distinto; otro dios. Ya Zacarías habló del rey que llegaba justo y victorioso, cabalgando modestamente sobre un asno. Lo decisivo de este rey es que destruirá las armas de guerra (arcos y carros), terminará con la arrogancia (caballos) y “dictará la paz a las naciones”. Es así como dominará de mar a mar. La obra de Jesús, como la del rey anunciado por el profeta, es poner la paz sin sucumbir al espíritu beligerante y abolir los privilegios. Las obras concretas de Jesús fueron sus palabras y sus sanaciones. Estas actuaciones concretas y cercanas surgieron del fondo de su ser, del Espíritu de Dios que comparte con nosotros y al que apela al hablarnos y sanarnos. Los que, siguiendo el mismo Espíritu, humildemente, siendo lo que somos, vivamos al estilo de Jesús y trabajemos con ahínco por extender su paz, no careceremos de conflictos ni fatigas, pero podremos, por el Espíritu compartido, descansar en él que vive ya plenamente en Dios y aspirar a esa misma plenitud.


Al estilo de Jesús








sábado, 1 de julio de 2023

LO QUE EL MUNDO NO PUEDE DARNOS. Domingo XIII Ordinario

 02/07/2023

Lo que el mundo no puede darnos.

Domingo XIII T.O.

2 Re 4, 8-11. 14-16a

Sal 88, 2-3. 16-19

Rm 6, 3-4. 8-11

Mt 10, 37-42

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Dicen los exégetas que las palabras del evangelio de hoy hay que entenderlas en el contexto de una comunidad que vivía en conflicto con los que le rodeaban. El amor a la familia representa aquí el apego a las tradiciones que no dejaban acoger la buena nueva de Jesús; que le veían como un farsante ajusticiado cuyas palabras, aun después de muerto, tenían capacidad para confundir y llevar al error y por el error de unos pocos traer, por un lado, el castigo sobre todo el pueblo y por otro, mucho más pragmático, la ruina de los lucrativos negocios de los poderosos de entonces. No han cambiado tanto las cosas.

Hagamos un ejercicio hermenéutico e intentemos actualizar el texto. Jesús habla de sí mismo como un enviado que es en todo fiel al Padre que lo envía hasta el punto de que amarle a él es amar al Padre. Del mismo modo, Jesús nos envía a nosotros encomendándonos ser profetas y justos para que podamos ser recibidos como tales. Y nos recuerda también, no sea que se nos suban mucho los ánimos, que, siendo así, no dejamos de ser pobrecillos discípulos, afirmando que cualquiera que nos acoja recibirá también su recompensa.  Vivimos de cara a los demás, por el bien de los demás. A ellos “solo” se les exige acogernos.

Ser profeta es denunciar la injusticia del mundo, contraria al amor de Dios. Ser justo es vivir según ese amor, sin dejar a nadie fuera. Ser así muestra un modo nuevo de vivir. Tanto los profetas como los justos producen fruto en aquellos que les rodean y también en aquellos a los que visitan y les acogen. Así le pasó a aquella mujer rica de Sunam que acogió a Elías. Dios, por medio del profeta, le pagó con lo único que el mundo no había podido darle. Quien se vive recompensado en tanto por tan poco conoce, según el salmista, la misericordia del Señor y entra a formar parte del pueblo favorecido por Dios que goza de su fidelidad por todas las edades y camina a la luz de su rostro. Es el pueblo capaz de reconocer la acción de Dios en su vida; el pueblo que se deja alcanzar por él, que escucha a los profetas y a los justos. Es el pueblo que ha muerto al pecado y vive para Dios en Cristo Jesús. Ese pueblo que reconoce a Dios en su vida y se reconoce a sí mismo como profeta y justo para con los demás es el pueblo bautizado; sumergido en el amor de Dios, haya agua de por medio o no.

Ser el pueblo que “solo” acoge implica escuchar lo que el profeta dice, abrazarle, compartir con él lo que se tiene y lo que se es y hacerlo uno más. Así pasa a ser justo y siéndolo se es también profeta para el vecino que presencia esa acogida. Hasta nosotros hoy llegan cada vez más profetas que en su huida de la guerra, del hambre, de la miseria, del prejuicio y de la marginalidad nos hablan de parte de Dios denunciando la situación inhumana que se da en tantas partes del mundo. Acogerlos es dar crédito a la palabra de Dios y dejar que ésta cree en nosotros la semilla de un nuevo orden; es ser no solo  justos, sino también profetas para los demás; es morir  al pecado que cerca al acogido y aceptar compartir su suerte. Estrenamos una vida nueva en Cristo Jesús en la que aparece la cruz como consecuencia de esa acción constructora y no como designio de algún diosecillo domesticado: pasamos de la idolatría de las costumbres y la tradición a la política del mundo nuevo. También nosotros, por medio de esos profetas, recibimos lo que el mundo no puede darnos.


Lo que el mundo no puede darnos

Con un abrazo especial para Vily y familia.