domingo, 3 de diciembre de 2017

ESPERANZA CREATIVA. Domingo I Adviento



03/12/2017
Espera creativa
Domingo I Adviento
Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
1 Cor 1, 3-9
Mc 13, 33-37
Según Isaías el pueblo se descubre abandonado en la desesperanza de su vida cotidiana y comprende que si practica la justicia Dios saldrá a su encuentro pero le es imposible hacerlo sin su ayuda. Sólo él puede rasgar el cielo y descender, desvelar su rostro y salvarles tal como lo hizo ya en el pasado. Para el salmista, el recuerdo de esta acción justifica su esperanza. Todo es don inmerecido para el escogido, para la viña que el Señor plantó. Para Pablo, el don de Dios tiene nombre y rostro concreto: Cristo Jesús. Por fin brilló con claridad el rostro del Señor. Somos convocados para participar en su vida; de ella recibimos sabiduría y plenitud, en ella nos afirmamos y en ella descubrimos la fidelidad de Dios. Finalmente, lo definitivo no era la urgencia que asalta desde el exterior sino el redescubrimiento de la propia naturaleza anclada a la promesa.
La promesa tiene su origen en el aliento que susurra desde el fondo de nuestro ser: “Volveré”. Israel esperaba el retorno majestuoso del señor que los liberase definitivamente de todos sus males. Para nuestros hermanos Corintios, el Señor se había manifestado ya y ellos esperaban, inmersos en el mundo, su retorno. Inmersos en el mundo seguimos esperando nosotros. Para ellos, la casa era su propio ser, su propia consciencia enlazada a la de los demás. Cada uno de ellos era una casa, una morada, que asociada a otras colaboraba en la construcción de la gran casa común, piedras vivas que edificaban el Reino definitivo.
El único Señor que cada uno había acogido partía, pero no les dejaba solos. Ninguno era ya sólo él, sino él y el Señor que lo habitaba, que lo plenificaba y llenaba su vida de sentido al redescubrirles su verdadera naturaleza. Su marcha es revelación del espacio que queda cuando el aliento incontenible busca nuevos aposentos. En esta ausencia, cada uno es confiado a su portero y a sus criados. Cada uno  tiene la plenitud de los dones, la posibilidad de encontrarse con otros, de hermanarse con ellos y construir algo nuevo aportando su propia espera. Todos ellos se sabían en manos de los otros.  El vacío que descubrían en ellos se plenificaba al compartirse con otros vacíos y crear así el espacio del encuentro. La insistencia en la unidad era insistencia en la espera del retorno. Sin embargo, nos hemos creído los dueños de ese espacio público y lo hemos llenado de normas olvidando nuestro destino fraternal y ya no nos percibimos como casas necesitadas de  ser vivificadas. Pensamos ahora ser estructuras sólidas que deben ser defendidas de cualquier posible enemigo.
Nuestra vela se centra en ser como pensamos haber sido desde siempre y buscamos en cualquier sitio menos en nuestro propio interior, en nuestro ser casa común arracimada en torno a esa ausencia, el espacio donde, si les abriéramos la puerta, podríamos ser con los demás, espera creativa y vivificante. El infinito anidó en nosotros y dejó en nuestra singularidad un hueco infinito en el que todos tienen su espacio. No nos queda ya si no ofrecer nuestra historia y nuestra herencia a todos, gastar a manos llenas la promesa haciéndola comprensible a todos. No somos simples piedras que esperan, ni guardianes de un templo olvidado, somos vacío preñado de vida y posibilidades que se abre a los demás ofreciéndoles espacio liberado, lleno de amor.

Silverjohn: Espera creativa

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