jueves, 30 de agosto de 2018

SER TIERRA. Domingo XXII Ordinario


02/09/2018
Ser Tierra.
Domingo XXII T.O.
Dt 4, 1-2. 6-8
Sal 14, 2-4ab. 5
Snt 1, 17-18. 21b-22. 27
Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23
Dios entregó la ley a Israel, encomendándole que la guardase fielmente. Poco antes de entrar en la tierra prometida, Moisés les recordó su larga caminata e insistió en que guardasen esa ley. Aquella comunidad fue capaz de organizarse pese a sus diferencias y, con sus dificultades, logró transmitir su mensaje al mundo: Dios se ha hecho presente entre nosotros. Cumplir la ley era para ellos asegurarse la cercanía de Dios porque el pueblo reconocía a Dios amándole desde su propio interior, desde aquella tienda del encuentro.
Identificarse con la voluntad de Dios es ver la vida como él la ve. Es relacionarse de un modo nuevo con él y con el mundo. Santiago nos habla en su carta de religión. No es algo extraño al hombre. Es relectura de la realidad (Re-legere) y religarse de nuevo con el origen que se ha acercado a tu propio interior (Re-ligare). Es el reconocimiento de la preocupación de Dios por el ser humano y la implicación del creyente en ella. Es habitar en la tienda de Dios y abrir el corazón a la Palabra, que no ha sido dada para simplemente escucharla, sino para enterrarla en el corazón dejando que transforme las propias limitaciones en el abono que necesita para crecer y dar fruto. Reconocer la propia carencia y ponerla en manos de Dios para que él pueda superarla y transformarla en una acción que sea, como él mismo, fuente de vida para otros, comenzando por aquellos que más lo necesitan: las viudas y los huérfanos, según Santiago. Nosotros podríamos añadir aquí a aquellos necesitados de nuestro tiempo, pero sin olvidar la recomendación de visitarlos. Los prójimos son aquellos que viven cerca, o aquellos a quienes nos acercamos, aunque estén lejos. La cercanía es el criterio.
Ocurre a veces que sucumbimos ante la ley de los hombres y pensamos que a Dios le va más lo que nos va a nosotros mismos: el halago de las purificaciones externas y la prevención frente a un mundo impuro que amenaza con mancharnos. Dios siempre ha pretendido lo contrario. En la brisa nos susurra: “Si me dejas habitar en tu interior y sanar tus heridas nada malo podrá salir de ti y haré brotar de tu interior manantiales de vida”. Él ofreció su ley como tienda, marcando un lugar y un modo de encontrarle, pero tal como la tienda fue sustituida por el Templo, la ley está llamada a ser sustituida por la verdadera religión. Tan solo necesita tierra donde cimentarse. Pero esa tierra no puede ya localizarse en ningún sitio ajeno al ser humano. Ya no habrá nada exterior que pueda contaminar nuestra intención y nos reste pureza, antes bien hay que desconfiar del aislamiento y de la autosuficiencia. Este es otro criterio. Dios quiere habitar en el corazón liberado de toda persona. Sólo nos pide estar dispuestos a dar ese salto de la ley a la verdadera religión que no repara en rituales aromatizados o palabras huecas, sino que es Templo abierto a todos. La Palabra de Dios no dice que nos protejamos del mundo sino que le hagamos de puente para llegar a él. Somos nosotros la tierra nueva destinada a albergar su presencia para los demás. Somos el Templo que acoge a cuantos entran queriendo cumplir la voluntad de Dios y les indicamos este único requisito: “Que él habite en ti y no le impidas salir a encontrarse con los demás”. Que tus manos se aferren a las demás creando nudos en esa red que contiene a quienes son pescados, rescatados, para la vida. 

Ser Tierra (Foto de Erik-Jan Leusink)

jueves, 23 de agosto de 2018

AMOR HUMANO, AMOR DIVINO. Domingo XXI Ordinario.


26/08/2018
Amor humano, amor divino
Domingo XXI T.O.
Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b
Sal 33, 2-3. 16-23
Ef 5, 21-32
Jn 6, 60-69
Si nos quedamos al nivel de la carne nos mantenemos en la dimensión de la debilidad, de lo perecedero, en el contexto de aquello que alimenta nuestra fragilidad. Y sin embargo, la carne, lo hemos dicho aquí ya, es lo que nos salva. La carne nos hace conscientes de nuestra limitación y superarla es posible tan solo en su misma dimensión. ¿Cómo? Potenciando una nueva vivencia, estrenando coordenadas que nos orienten en un nuevo rumbo, haciendo lo posible por no obstaculizar su transfiguración. Esa es la vida que nos ofrece el Espíritu. Él nos pone a todos y a todo en nuestro sitio, nos revela el nombre y la identidad de todo; él nos comunica el punto de vista de Dios. Ver el mundo desde esta perspectiva es la invitación de Dios, es la vocación a la que estamos llamados, porque entonces lo estaremos viendo desde él mismo. 
Estar con Dios es aceptar la orientación del Espíritu y reconocer a Jesús como aquel que tiene palabras de vida eterna, como el Santo de Dios. No obstante, también a nosotros se nos hace a veces difícil comprender el lenguaje de Jesús y le preguntamos  ¿Cómo es que el Padre concede a unos ir hacia ti y a otros no? El Padre ama a todos por igual, contesta. Sin embargo, tiene preferidos. Acompañó por el desierto a aquel pueblo de esclavos fugitivos y le dio una tierra en propiedad. Ellos pudieron experimentarlo cercano y descubrirse amados sin merecerlo. Por eso, tuvieron relativamente fácil elegir al Señor frente a otros dioses. Entonces, deberíamos preguntarnos, más bien ¿Por qué hay quien no puede sentir el amor apasionado de Dios? El amor humano es imagen del amor divino. El amor entre hombre y mujer es imagen del amor de Dios por su pueblo y de Cristo por su Iglesia. Y el amor divino es modelo para el amor humano.
Imaginemos un mundo en el que todos se amen como se aman los esposos de la carta de Pablo, donde todos se busquen y deseen como los amantes del Cantar. Un mundo donde todo otro, él o ella, sea tenido por carne de mi carne y, en esa medida, en su carne, alimentado y confortado; donde todos sean sumisos a todos y no quieran imponerse a nadie, sino potenciar a todo otro, él o ella, purificarlo, sanar sus heridas y colocarlo en un espacio sagrado donde su dignidad de hijo de Dios esté por encima de cualquier otra cosa; donde cada uno se sepa preferido, atendido y escuchado. En un mundo así ¿Quién no atribuiría al empuje de Dios el comportamiento de sus semejantes? ¿Quién no descubriría en ellos el beso del mismo Dios, le llame como le llame? Algunos discípulos no pudieron reconocer a su dios en las palabras de Jesús. No les faltó el amor, pero carecieron de la audacia necesaria para construir un mundo a partir de la Palabra de Dios como alimento. Dios es siempre el desconocido, el amante fugaz del Cantar que no puedes atrapar. El Espíritu es siempre ráfaga de aire o corriente de agua; sopla donde quiere y lo inunda todo. Es incontenible pero se reconoce en nuestro interior. Más allá de credos y prácticas, él plenifica el amor entre los seres humanos y hace nuevas todas las relaciones; da sentido a las revoluciones y a las construcciones políticas; presta oídos a la petición de los justos y guarda hasta el más pequeño de sus huesos porque la debilidad compartida es semilla de inmortalidad, signo de la divinidad que nos habita. 

Amor humano, amor divino.

jueves, 16 de agosto de 2018

¡SALTA! Domingo XX Ordinario


19/08/2018
¡Salta!
Domingo XX T.O.
Pr 9, 1-6
Sal 33, 2-3. 10-15
Ef 5, 15-20
Jn 6, 51-58
La Sabiduría ha preparado un banquete para celebrar la edificación de su casa perfecta, asentada sobre siete pilares, y convida a la fiesta a los inexpertos y a los faltos de juicio: a quienes más pueden necesitarlo pues en su mesa se dará a sí misma, no ofrece nada ajeno ni ningún bien material. Ella es, a la vez, lo mejor y el cimiento de su casa perfecta, y en la perfección de su acción es ella la que ha preparado el vino y sacrificado los animales. No se guarda ningún secreto, ofrece cuanto es. 
También Jesús ofrece en su mesa cuanto tiene y es. Su propia vida. Su manera de ser y de vivir. Jesús nos ofrece su cuerpo y su sangre. Comer su carne y beber su sangre es hacer propio su estilo de vida y participar en su compromiso, en sus inquietudes y luchas. Jesús nos ofrece una nueva sabiduría a todos nosotros, inexpertos y faltos de juicio. Paralelamente, el mundo, esa sociedad centrada en los primeros pronombres: yo, mi, me, conmigo, y obsesionada por el enriquecimiento del sujeto que esgrime esos pronombres, a costa de los segundos y terceros, nos ofrece también su propio banquete. El misterio de la vida puede centrarse en elegir una de estas dos mesas.
Podemos ser faltos de juicio según el criterio de los hombres, podemos tener valores diferentes y extraños para esa sociedad egoísta. En tal caso, no seremos nunca comprendidos y dirán, de forma inmediata, que estamos idos, y se extenderá la convicción de que somos peligrosos. Candidatos, por tanto, a la vigilancia y merecedores, en caso extremo, del extermino. No será, en la mayoría de los casos, un exterminio espectacular o sangriento, pues todos somos ya civilizados. Sólo tienen que encontrar el precio adecuado, el vino que te embriague y te lleve al libertinaje. O tal vez nos consideren ingenuos, bienintencionados pero inexpertos en la vida. En ese caso, sólo es cuestión de tiempo pues acabaremos descubriendo ese vino por nosotros mismos. Cuando esto ocurra podremos entrar en su banquete. Mientras esperamos a las puertas, Jesús se nos ofrece como sustento para continuar adelante. Nadar contracorriente siempre es difícil y él nos ofrece no sólo una estela que seguir, sino también un cardumen en el que integrarnos. No estamos solos. Podemos, por el contrario, ser faltos de juicio según el criterio de la Sabiduría, según el criterio de Jesús que ofrece una nueva forma de entender el mundo, un nueva manera de relacionarse entre todos, un nuevo camino que nos conduzca a metas distintas, un sentido diferente a nuestros días, un nuevo y completamente original Espíritu que nos lleve hasta la Vida. Y todo esto nos lo ofrece gratuitamente, sin esperar a que lo entendamos todo, aceptándonos en nuestras dudas y pobreza, pero sanándolas. Percibir la cualidad de esta alternativa nos llevará a cuestionar todo lo demás, a descubrir el significado profundo de valores que vivíamos a medias, domesticando su significado último y aceptando que nada nuevo hay bajo el sol. Reconocer nuestra falta de juicio en este sentido y aceptar la invitación a este banquete es ingresar en el bando de los simples, de los inexpertos, de quienes comienzan su andadura desprovistos de coraza, de quienes van conociendo una nueva inteligencia, de quienes saltan hacia el mar tal como son, sin protegerse ni esconder nada: aceptándose en la aceptación de quien les llama. 

¡Salta!

domingo, 12 de agosto de 2018

EL NUEVO PARADIGMA. Domingo XIX Ordinario


12/08/2018
El nuevo paradigma
Domingo XIX T.O.
1 R 19, 4-8
Sal 33, 2-9
Ef 4, 30 – 5,2
Jn 6, 41-51
“No soy mejor que mis padres”. El lamento de Elías surge con la desesperación del fracaso. Viene huyendo de la reina Jezabel que ha jurado matarle en represalia por sus acciones. Defender el honor de Dios le ha llevado a buscar un escondite. Aunque a nuestros ojos, educados en la sensibilidad de este siglo, la acción de Elías resulte desconcertante, Dios reconoce su intención y acepta su obrar como prueba de su fe y de su celo. Por eso lo acoge y le da el alimento que pueda reparar sus fuerzas.
Jesús, en cambio, obra de forma incomprensible para sus vecinos que no logran comprenderlo. Estos buenos galileos están lejos de tener su mente y su corazón abiertos a la novedad de Dios. Si estuviesen atentos a las palabras del Padre reconocerían en Jesús a su enviado, lo valorarían como profeta a pesar de su origen, de todos conocido y, según la mentalidad común de la época, tan poco prometedor. Les faltó confianza y les sobró celo, pero no por el Dios vivo, como a Elías, sino por su propio dios; por ese que les asegura su fe y la hace firme y robusta contra cualquier cosa que la amenace. Elías obró de forma comprensible para sus contemporáneos y confió en que Dios le protegería por defender su Templo y denunciar a los ídolos. El propio Dios colaboró con él y se manifestó ante los falsos profetas. En la acción de Jesús, Dios se hace presente moviendo a Jesús a ofrecerse a sí mismo como alimento y moviendo también lo corazones de quienes creen en él a pesar de la oposición de quienes se resisten a aceptarlo.
Jesús encarna la comprensión última de Dios. Él es la novedad definitiva: ya no hace falta dañar a nadie para defender el honor de Dios o el del propio credo. Nada puede ya ser como hasta ahora. Estrenamos un nuevo paradigma y la prueba definitiva de su veracidad es que siguiendo su ejemplo el hombre se introduce en una nueva comprensión de la realidad. Desterrar la amargura, la ira y la competencia; esforzarse en desarrollar la comprensión y el perdón; extender el amor, la preocupación efectiva por el otro; cultivar gestos de cercanía… todas estas actitudes sacian en el hombre el hambre más profunda y le abren a una vida que no tiene final. El Hijo ha visto al Padre pues procede de él y transmite lo que conoce entregando el Espíritu, amando a todos como el Padre y él se aman. Los padres, los de Elías y nuestros, comieron el maná pero volvieron a sentir hambre. Este maná fue un alimento temporal, pues temporal fue la estancia del pueblo en el desierto. Todo en este mundo es transitorio, pero está llamado a la transfiguración. El maná, que no podía ser almacenado, proporcionó alimento físico, pero también seguridad. Esta seguridad fue más tarde ofrecida por el Templo y el Templo fue profanado por invasores y prostituido por creyentes colaboradores. Elías hizo bien en defenderlo, aunque no aprobáramos hoy sus métodos. Jesús hizo mejor en ofrecerse sí mismo; por encima del Templo y del maná está la humanidad, el valor concreto de cada ser humano, comenzando por su realidad más física. Es la carne la que necesita alimentarse en primer lugar. Es la carne alimentada, la fragilidad salvaguardada, la que nos encamina hacia la liberación definitiva. Es la carne la que nos salva y nos abre las puertas de la vida eterna.

"De aquí en adelante: Un nuevo paradigma"

domingo, 5 de agosto de 2018

NUESTRA SEÑAL. Domingo XVIII Ordinario.


05/08/2018
Nuestra señal.
Domingo XVIII T. O.
Ex 16, 2-4. 12-15
Sal 77, 3. 4b-c. 23-25. 54
Ef 4, 17. 20-24
Jn 6, 24-35
Tan solo una cosa es necesaria para que el Señor pueda saciar tu hambre: Tenerla. Es necesario que nos pongamos en situación de necesitar su ayuda. Y eso tan solo puede vivirse en el desierto, lejos de las ollas de carne. Estamos demasiado acostumbrados a decirnos necesitados de alimento espiritual pero, al menos yo, pocas veces me he colocado tan a la intemperie que me vea obligado a confesar: “Me iba mejor siendo uno más del rebaño”. Es allí, en el descampado, donde Dios promete aderezar la libertad con lo necesario para cada día. A cambio, tan solo se pide no atesorar y mantenerse expectante ante la providencia que se manifiesta en lo inmediato, en el aquí y el ahora de cada inspiración. Bien sabe el Padre lo que necesitáis, dirá Jesús en otra ocasión. Es una de sus convicciones más profundas pues sabe que quien se encuentra en necesidad puede escuchar su voz, o no. Será más plausible que viva pendiente de saciar su hambre. Es de justicia (divina) acabar con el hambre y cualquier necesidad porque todo el mundo merece la oportunidad de poder escuchar la llamada que resuena en su interior sin interferencia alguna y tiene, además, derecho a elegir en libertad, sin coacciones, si seguirla o no.  
Ocurre, sin embargo, que seguir esa llamada le llevará a ese desierto en el que puede arrepentirse de ser libre. Es duro decirlo así pero resulta evidente que Israel en Egipto era esclavo, pero no pasaba hambre. Tampoco nosotros pasamos hambre hoy, pero libres, lo que se dice libres… en el camino estamos, o creemos estar. ¿Qué requerimos, en primer lugar, para cambiar, para seguir a ese Jesús que vamos descubriendo tan veladamente? Seguir comiendo, seguir manteniendo nuestro ritmo, nuestro nivel, nuestras opciones previas… Pero eso resulta imposible cuando verdaderamente te adentras en el desierto. Allí no queda más remedio que alimentarse con el pan de Vida. Con aquel que más allá de cualquier seguridad puede dar sentido a tu realidad, por mucho desierto que te rodee o por mucha situación conflictiva en la que te veas envuelto por seguir la llamada que Jesús siembra en tu conciencia.
Una vez conocido a Jesús: sin condicionamientos externos que condicionen tu libertad interior; sin hambre física que te obligue a vender tu dignidad; sin hambre espiritual que te haga comulgar con ruedas de molino y con plena conciencia de tus capacidades y tus posibilidades puedes tomar opciones concretas y renunciar a vivir como quienes, aun hartos de lo material y de todo aquello que pueda arroparles, no han conocido la verdad. Nosotros hemos podido reconocerla en las palabras y la vida de Jesús el Cristo. Conocerle a él implica una transformación personal porque el conocimiento nunca es meramente intelectual. Es una compenetración de ambos en la que mi vieja naturaleza queda alterada y convocada a su definitiva realización en la acogida de la semilla divina que habita en mí como promesa de futuro y garantía de eternidad. Dios ofrece al mundo la liberación que pasa por el desierto como el lugar donde podemos descubrir y comunicar nuestra verdadera naturaleza y tan solo nos solicita la acogida de su Palabra, creer en su enviado. Creer es confiar, desposeerse y hacer sitio para quien nos ha sido dado como compañía. Esa es nuestra identidad y nuestra señal.

Nuestra señal.