sábado, 27 de julio de 2024

MADURANDO. Domingo XVII Ordinario

28/07/2024

Madurando.

Domingo XVII T.O.

2 R 4, 42-44

Sal 144, 10-11. 15-18

Ef 4, 1-6

Jn 6, 1-15

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En algún momento, a casi todos nos llega la madurez. A cada uno a su tiempo, eso sí. Lo que nos presentan las lecturas de hoy es el proceso para conseguirla. Al principio todos esperamos que nos alimenten. Acogemos lo que llega sin preocuparnos de mucho más y lo devoramos. Con este público tuvo que vérselas Eliseo. En un segundo paso va creciendo nuestra consciencia y podemos agradecer lo recibido, así como fomentar la esperanza. Es el contexto que presenta el salmista; el despuntar de la aurora. El tercer momento nos llega de la mano de Jesús. Ahora lo decisivo no está ya en alimentarse, sino en alimentar; en hacerse cargo de la realidad que nos sale al paso y de los que en ella se encuentran. Esta asunción es una responsabilidad que se concreta en cuestiones cotidianas y simples como la humildad, la amabilidad, la comprensión y el esfuerzo por alcanzar la unidad centrándose en que todo aquello que creíamos propio: fe, bautismo, Dios pueda ser acogido por todos. Cristianamente hablando, la madurez es pasar del recibir al entregar. De receptores a transmisores de lo recibido; creadores de comunión.

Hasta aquí, el esquema esencial en Jesús podemos ver otros síntomas de estar aproximándonos a la madurez. En primer lugar, ser capaz de salir en busca de los otros. Él fue a buscar a extraños que no participaban de las fiestas en el templo. Es una invitación a no quedarse en lo conocido, sino a salir y cruzar el lago; a ir siempre más allá. No importa que no todos los consideren dignos. Quien está en búsqueda revela una necesidad que no ha podido ser sanada aún. Para eso estamos aquí. Otro síntoma: Dejar protagonismo a los demás; plantear desafíos en vez de dar soluciones infantilizantes, cuidando de que nadie se vea abrumado. Hay que respetar la iniciativa de los demás y dejarles crecer. La realidad se cambia en comunidad. Tercer síntoma: Aceptar lo que la vida te ofrece, dar gracias y ser creativo con ello. No lamentarse sino poner los recursos a trabajar; ofrecer lo que se tiene y compartirlo con sencillez sin tirar la toalla ni resignarse frente a lo de siempre. Cuarto síntoma: que nada se desperdicie. Parece que los comensales de Eliseo comieron sin mucha preocupación, como si mañana fuese a haber de nuevo maná a espuertas; los de Jesús sabían lo que costaba conseguir recursos; Dios provee lo necesario y más aún, pero no para dilapidarlo sin contemplaciones. Todo es don pero la realidad no es un saco sin fondo. Finalmente: no dejarse embolicar aceptando elogios y dignidades que nos aparten de la llamada inicial y nos coloquen en lugares desde los que ya no nos sea posible caminar hacia y con los demás. Dorar la píldora e integrar en el sistema son ya estrategias bien conocidas.

Esta madurez requiere esfuerzo porque no se consigue antes de empezar a caminar, sino que solo se alcanza en el sendero. No hay otro método. Es en la travesía donde se puede mantener de forma efectiva la unidad en la Ruah vinculándonos mutuamente con la paz que surge del ánimo y determinación de ser un solo cuerpo y encontrar a Dios. No al nuestro ni al de los otros, sino a Dios, con mayúscula; el que lo trasciende todo y se nos escapa siempre, porque es indomesticable, pero al que encontramos siempre allá donde vayamos y con quien estemos, porque lo penetra todo y nada ni nadie le es ajeno. 

 

Francesco Fatatis - Panes y Peces (2008)








 

jueves, 18 de julio de 2024

HACIA LA UNIDAD.Domingo XVI Ordinatio

21/07/2024

Hacia la unidad.

Domingo XVI T.O.

Jer 23, 1-6

Sal 22, 1-6

Ef 2, 13-18

Mc 6, 30-34

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La justicia tiene dos aspectos fundamentales: por un lado recrimina la mala acción y procura que el sujeto no se vaya de rositas; por otro, socorre a la víctima y la coloca en una nueva situación. Jeremías nos dice hoy que todos los damnificados podrán llamar a Dios “nuestra justicia”. Sin embargo, en sus palabras tienen un lugar especial los más vulnerables que han sufrido por culpa de quienes debían velar por ellos. El profeta denuncia las idolatrías de Judá y las consecuencias que la impiedad de esos malos pastores tiene para los más débiles. Ellos son las ovejas que se han dispersado por la corrupción de los pastores. Dios mismo las diseminó por los reinos vecinos antes de que los rabadanes pusieran causarles más daño. Pero llegará el momento en que un vástago de David le dé la vuelta a todo y haga justicia. El salmista expresa la confianza de quien se deja pastorear por el Señor. Le siguió para ponerse a salvo y vuelve a escucharle ahora cuando le convoca a su propia casa; es hora de regresar.

Marcos también nos habla de ovejas. En esta ocasión Dios las guía en forma de necesidad hacia Jesús y los suyos. Los apóstoles acaban de volver de esa misión hacia la que les vimos partir la semana pasada y todos esperan descansar para poder conocer los detalles y logros de cada pareja. Mas la gente se lo pone difícil; ni comer les dejan. Deciden poner mar por medio, pero o eran muy lentos o no fueron lejos porque los buscadores se les adelantaron. Así es el hambre. Hay muchas hambres que saciar y muchas formas de alimentarse. Por eso diría Jesús que la suya era hacer la voluntad del Padre y así se lo enseña a los suyos.

Años después, el autor de la cata a los efesios  deja claro que Jesús rompió todas las divisiones y extendió esa justicia que Jeremías esperaba para los habitantes de Judea. La justicia de Dios tiene ya alcance universal. Dios está con todas las víctimas y a todos los victimarios les pide cuentas. Jesús reunió a todas las ovejas derribando el muro que las separaba. Todas son ya un único pueblo. La semana pasada leíamos un pasaje anterior de esta misma carta en la que el autor hablaba de nosotros y vosotros, pero en la nueva situación que se estrena gracias a la justicia de Dios que Jesús pone en práctica, ya no hay vosotros ni nosotros; ya no tiene sentido ser de lejos o de cerca. Todos somos, en Jesús, una única y nueva humanidad. El don de Jesús es la paz y la paz no puede darse sin la justicia ni puede equipararse al mero reposo, por cansado que estés. Al contrario, no hay reposo posible mientras esa paz no sea real. No es que no se pueda descansar, sino que no podemos buscar espacios de aislamiento para recrearnos en lo bien que lo hemos hecho. Todo se vive con todos porque vivimos con todos; nos hemos hecho uno con ellos y ya no somos nosotros ni vosotros. Esta es la dinámica e la encarnación que Dios llevó a cabo en Jesús para mostrarnos que está también haciéndose uno con todos. Nos corresponde a cada uno descubrir que en esa unidad que vivimos con Dios estamos llamados a encontrarnos con los demás porque es el mismo Dios el que habita en todos ellos. Esa fue la oración de Jesús: “Que sean uno”. No existe dualidad a la que tengamos que seguir alimentando; ni entre pueblos, ni entre nosotros y Dios, ni entre cada uno y su vecino. Todos somos uno y estamos llamados a actualizar esa unidad. 

 

Hacia la unidad.

 

 


Con un fuerte abrazo para Chito y familia.

sábado, 13 de julio de 2024

DESDE MI SITIO. Domingo XV Ordinario

14/07/2024

Desde mi sitio.

Domingo XV T.O.

Am 7, 12-15

Sal 84, 9ab-14

Ef 1, 3-14

Mc 6, 7-13

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Lo propio del profeta, ya lo hemos dicho alguna vez, es hablar en nombre de quien le envía. Así lo hizo Amós, que dejó su tierra, su rebaño y sus sicomoros para partir hacia el norte y llevar al reino de Israel el mensaje que dios le había confiado. Como suele ser habitual, este mensaje no gustó allí y el sacerdote Amasías le invitó a dejar Casa-de-Dios (Betel) y volverse a Judá. Nunca es fácil aceptar que nos digan las verdades y menos aún que lo haga un extranjero pobretón. Hoy el salmista nos habla del ánimo de Amós, pero no de la respuesta de su auditorio.

También Jesús envió a los Doce. Eso significa apóstol: enviado. Y ellos, que compartían con Amós su origen humilde y su poca formación, partieron con las mismas reservas que estas condiciones prescribieron al profeta. Jesús les había dado indicaciones para que no se pareciesen a nadie, porque muchos habían intentado ya salvar al mundo pero todos terminaron perdiéndose mientras acumulaban seguros y precauciones y acabaron extraviando a los demás. “Si te fías de mí no te preocupes de nada más; yo te daré una guía que no podrá fallarte. Ruah estará siempre contigo y te irá encaminando”. Tres cosas son necesarias en esta aventura: la disposición del apóstol, o apóstola, para marchar, sanar y anunciar; aceptar la gratitud de quienes se han beneficiado de tu intervención o bien, finalmente, saber recibir su negativa y tomar otro rumbo. Si la invitación es importante también lo es la libertad de quien la acepta o no. Lo fundamental de esta misión es testimoniar la cercanía del reino de Dios. Y también son tres las razones por las que los envía de dos en dos: porque donde dos estén allí está él; porque según la Ley dos es el número indispensable de testigos necesarios para que un testimonio sea creíble y porque la comunidad es capaz de expresar el empuje de la Ruah y de sazonar cualquier amargura. Como Amós, tengamos el ánimo del salmista y no caigamos en el abatimiento de quien solo sabe ver su naufragio.

El autor de la carta a los efesios llama la atención sobre el destino final de todo y sobre el nuevo parentesco que nos enlaza a todos; a nosotros y a vosotros. El Jesús que envió a predicar a los suyos es el Cristo en el que todo terminará recapitulándose. A unos, los nosotros de la carta, los mandó a recorrer el mundo; a otros, los vosotros, los llamó a aceptar el mensaje que les llegaba con los primeros. A estos primeros, los nosotros, les invita a compartir su experiencia: nos eligió, nos destinó, nos redimió… mientras que a los vosotros les anima a participar de esa misma experiencia: escuchar, creer y dejarse marcar con la Ruah y salir. Los unos se hacen cargo de la situación de los otros y estos acogen a quienes transforman su vida al traerles el Reino hasta la puerta misma de casa. En ambos casos, sin embargo, la vocación es para salir fuera; para convertir esa Casa-de-Dios en hogar itinerante abierto a todos. De este modo se elimina cualquier barrera y va extendiéndose el Reino en el caminar juntos que llamamos sinodalidad. Es crecimiento acompasado al ritmo de todos en el que cada uno y una pueden aportar. Es conjugar, como el salmista, justicia, dignidad, misericordia, paz y fidelidad. La salvación es el resultado de esta aritmética y comienza ya aquí. En Román paladín: salir al mundo, cada uno desde su lugar, y ver lo que hay y cómo el reino puede injertarse allí.

 

Desde mi sitio


 


 

sábado, 6 de julio de 2024

PROFETAS. Domingo XIV Ordinario

07/07/2024

Profetas

Domingo XIV T.O.

Ez 2, 2-5

Sal 122, 1b-4

2 Cor 12, 7b-10

Mc 6, 1-6

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    En los tiempos antiguos era sencillo saber quién era un profeta porque, fiel a su vocación, el hijo de Adán hablaba con claridad: “Esto dice el Señor…”. Tú podías hacer caso o no, porque siempre hemos sido un pueblo rebelde y testarudo, pero no cabía duda de que era un profeta. A alguno tuvimos que hacerlo callar. Ante esos anuncios el pueblo podía levantar sus ojos a lo alto y pedir, como el salmista, misericordia. Sin embargo, ahora todo es confuso. Hoy mismo ha vuelto al pueblo Jesús y pretendía presentarnos un Dios diferente, ha hablado un buen rato y algunos dicen que ha hecho milagros; poca cosa… después de irse como se fue, viene ahora pretendiendo ser alguien importante, como si no lo conociéramos ya.

    En los tiempos antiguos todo estaba organizado según la voluntad de Dios. Tenían un Dios como Dios manda, que sabía estar en su sitio, en su templo, y allí recibía los sacrificios y veía a la gente llegar para las fiestas. Traducido a nuestra cosmovisión cristiana un Dios como Dios manda es un Dios de orden, que pone a cada uno en su sitio, que espera siempre que vayas a visitarlo y que está pendiente de todo; no te vayas a desmandar. Frente a este encasillamiento de Dios Jesús propuso, y propone, un Dios distinto. Es prácticamente irreconocible: no tiene en cuenta las parcelaciones que nosotros vemos normales; acepta a todo el mundo, aunque no sean compañías recomendables para todos los públicos; es minucioso en llevar cuenta de los actos de amor desinteresado, pero no tanto en consignar los errores que no hagan daño a los demás o a uno mismo; se deja ver y encontrar en cualquier sitio y siempre sale al encuentro de todos; quisiera reunirnos a todos por encima de localismos que aíslan y siempre anima a trabajar con los demás; está pendiente de los últimos y prefiere a los que nadie más prefiere… este fue, a grandes rasgos el Dios que Jesús presentó y presenta. Allí en Nazaret todos le conocían y no comprendían que lo hubiese dejado todo para seguir esa vocación tan poco tradicional. Incluso su familia, como todos sabían, estaba escamada. “¿Y esos milagros de sus manos?” démosle a la frase un sentido irónico y entenderemos, en consonancia con la afirmación final del propio Jesús, que prodigios hubo pocos y dudosos. Ellos esperaban maravillas que probasen sus palabras: del milagro a la fe. Pero Jesús lo plantea justo al revés: sin fe, sin confianza, no hay milagro que pueda obrarse.

    Pablo, finalmente, advierte contra la soberbia. Ninguno somos perfecto por seguir a Dios. Incluso él reconoce la presencia de esa misteriosa “espina en la carne”. Aceptarla es reconocer el valor de la gracia y poner tus energías al servicio de todos con la misma gratuidad que Dios tiene contigo. La debilidad es el origen de la fortaleza. Solo los que reconocen esta relación entre fragilidad y solidez ven posible hacerse uno con esos preferidos de Dios y aceptar lo que venga como consecuencia de esa solidaridad. Así eran los profetas: reconocían que Dios, como dice Ezequiel, les había puesto en pie y se entregaban a esa labor de decir: “Esto dice el Señor…”. Lo mismo hizo Jesús y ni a él ni a Ezequiel ni a muchos otros les frenó lo que se les vino encima. El mundo de hoy pregunta por sus profetas; por hombres y mujeres a los que Dios ha puesto en pie e invita a venir y recordarnos lo que ya palpita en nuestros corazones: que ni Dios es como algunos dicen ni este mundo es el que él quería para nosotros.

Profetas




sábado, 29 de junio de 2024

MÁS VIDA. Domingo XIII Ordinario

30/06/2024

Más vida.

Domingo XIII T.O.

Sb 1,13-15; 2, 23-24

Sal 29, 2. 4-6. 11. 12a. 13b

2 Cor 8, 7. 9. 13-15

Mc 5, 21-43

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Existen afirmaciones que deberíamos tatuarnos en algún sitio bien visible para que no pudiéramos olvidarlas jamás. La que hoy nos transmite el libro de la Sabiduría es una de ellas: “Dios lo creó todo para que subsistiera”. La muerte es ajena a esta voluntad y el ser humano fue creado para la incorruptibilidad. Está hecho a imagen de Dios y su justicia le da la inmortalidad. Esta justicia no es solo un valor moral; es la forma de vivir propia de Dios que preserva a sus criaturas del mal; de la muerte, entendida en un sentido amplio. Esta misma convicción es expresada por el salmista.

Jesús actualiza esta voluntad y actitud divinas. Actualizar es poner en acto; llevar a la práctica; hacer real. Jesús aparece hoy liberando de la muerte en dos sentidos diferentes. Los exégetas discuten acerca de si son episodios reales o no, pero nos parece más interesante subrayar que estos hechos prodigiosos están dirigidos a obtener una vida sana para la mujer y la niña. La mujer con hemorragias no sólo estaba castigada por la enfermedad, sino que además estaba marcada por la impureza. Su vida debía ser muy complicada y solitaria, además de enferma había sido señalada y rechazada como maldita durante doce años. En esta curación Jesús ha hecho más bien poco, pero la justicia de Dios actúa por sí sola cuando se le deja vía libre. En el caso de la niña, Jesús actúa movido por la fe de Jairo. La justicia de Dios es misericordiosa y se conmueve ante el dolor de los seres humanos. Es este dolor el que impulsa a Jairo a poner su confianza en Jesús. Poco le importa que con doce años su niña apenas cuente en ese mundo tan duro. Confiar es tener fe; es apoyarse en alguien y no ceder a la desesperación. Es no rendirse. La mujer quería vivir en paz y Jairo quería que su hija viviese. Dios quiere lo mismo que ellos querían y ni la muerte social ni la física son realidades insalvables para él. Quiere que sus criaturas vivan en plenitud ya aquí; en esta vida.

La injusticia es darle la vuelta a esta perspectiva divina; a su voluntad. Pablo pide generosidad para actuar con valores contrarios a los de este mundo de forma que al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba. Esto solo es posible cuando se pone en práctica la bondad y se renuncia al propio enriquecimiento. No obstante, de forma contraria a ciertos excesos y salidas de tono, Pablo advierte sobre una prodigalidad que ponga en peligro esa misma voluntad divina para nosotros mismos. Es sencillo caricaturizar, incluso ridiculizar. La pobreza de Jesús no atenta contra su persona, sino que le pone en disposición de conocer y amar más. La renuncia que no me lleve al otro es masoquista. Es esa actitud divina que Jesús cultiva para acercarse a todos la que puede hacer, según la vamos haciendo vida en nosotros, que nuestra justicia, nuestra perspectiva, sea igual a la divina. Si todo nuestro esfuerzo no termina produciendo un cambio que proporcione más vida caeremos en la farsa. Que nadie se vea señalado por convicciones contrarias a su dignidad personal y que todos puedan ser valorados de forma que no se escatime en recursos para que puedan ponerse en pie y cubrir sus necesidades. Dios es el garante último de todo esto y cuando todos hayamos ya desistido él se mantendrá aún fiel, pero ansía que no pongamos impedimento alguno para que esta situación se cumpla ya aquí. 



























sábado, 22 de junio de 2024

TODO VA A IR BIEN. Domingo XII Ordinario

 23/06/2024

Título

Domingo XII T.O.

Job 38, 1. 8-11

Sal 106, 23-26. 28-31

2 Cor 5, 14-17

Mc 4, 35-40

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Para los judíos el mar era símbolo de peligro. No tenían buena experiencia con él. Prácticamente, no tenían experiencia alguna. Moisés había abierto un paso seco entre las aguas del Mar Rojo al seguir las indicaciones de Dios. Siglos después, el mismo Dios le explicaría a Job que, como creador del mundo, él dominaba su creación. Para el mundo judío, como para todos los pueblos antiguos, Dios podía intervenir en cualquier momento en la naturaleza. El mar era un lugar de muerte en el que era arriesgado internarse, pero Dios lo tenía controlado. Esta cuestión indiscutida formaba parte del misterio profundo de la vida; ese que Dios intenta revelarle a Job. Por su parte, el salmo reconoce el cuidado de Dios hacia quienes se adentran en el mar.

Cuando Marcos nos relata cómo Jesús domina el mar quiere manifestar su naturaleza divina pues solo Dios puede mandar sobre la naturaleza. Y coloca aquí una interpelación directa de Jesús a sus discípulos: aún no confían lo bastante en él para saber que nada malo puede ocurrirles. Pablo habla del apremio que el amor de Cristo infunde en su ánimo.  Ese amor le llevó a enfrentarse al mal y exigirle que cesase. Esta osadía supuso un alto precio para Jesús pero a partir de él somos criaturas nuevas a las que el miedo no puede dominar. Lo nuevo ha comenzado ya con esta superación del temor.

El miedo nos fue evolutivamente útil pero ya no puede ser el motor que nos empuje en una dirección u otra. La precaución es una actitud positiva pero es propia de quien actúa; de quien sigue adelante. Asumir riesgos es inevitable para todos los que se dejan guiar por ideales o para quien decide no vivir más para sí, sino para quien murió y resucitó por todos. Este vivir para él exige vivir como él: en sintonía con el corazón de Dios y en cercanía a los demás. Requiere también asumir su mismo destino sin escamotearle a la resurrección el paso por la muerte. Lo antiguo ha pasado y lo nuevo nos lleva hacia la otra orilla. Cae la tarde y el nuevo día nos pide amaneceres nuevos. En este dinamismo la fe de la que habla Jesús es la confianza en que él nos acompaña en la travesía. Ha pasado ya el tiempo del miedo y la desconfianza porque el mismo Dios navega con nosotros; hemos aceptado llevarle hasta la otra ribera y acercarle a los distintos a nosotros. Se nos va abriendo el radio de acción y no podemos ya dar marcha atrás. Hemos abierto el paquete que pensamos que era regalo exclusivo y ha resultado un empuje incontenible. En esta singladura Jesús nos dice que todo va a ir bien, no porque nos vaya a ser cómodo sino porque nos vamos acercando al Amor y en esa aproximación descubriremos la belleza de derramarnos nosotros también. Jesús, de hecho, anuncia contrariedades y peligros en otros lugares, pero nunca dice que vayamos a estar solos. De todas las tempestades no es la menor aquella que se desata en nuestro propio interior. Es ahí donde, contrariamente a lo ocurrido en la evolución, el miedo nos paraliza. Ya no es un buen recurso. Soltar amarras es dejar atrás las seguridades y las certezas para fiarse del viento y poner rumbo a lo opuesto. Dejar atrás el puerto es desprenderse de lo que nos inmoviliza y emprender camino hacia la humanidad entera porque toda ella es destino del cariño maternal de Dios.


Todo va a ir bien





sábado, 15 de junio de 2024

LOS FRUTOS DEL CEDRO. Domingo XI Ordinario.






     



16/06/2024

Los frutos el cedro.

Domingo XI T.O.

Ez 17, 22-24

Sal 91, 2-3. 13-16

2 Cor 5, 6-10

Mc 4, 26-34

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Ezequiel retoma la imagen de Dios como agricultor. Nos lo presenta tomando una de las altas ramas de un cedro para plantarla y que origine así un nuevo árbol. Nada surge de la nada. Ni Dios es amigo de sacarse cosas de la chistera. También Jesús utiliza imágenes anteriores. Sus parábolas son muchas veces nuevas versiones de otras más antiguas, Hoy podemos ver con claridad su inspiración en Ezequiel. También Jesús es un nuevo florecimiento que procede del tronco antiguo. Y nosotros compartimos esta realidad con él. Esta permanente referencia a lo que fue es lo que nos proporciona nuestra realidad como proceso. Somos lo que permanentemente está siendo en nosotros. Algunos le llamamos Dios y, más concretamente, Amor que se da de forma incesante.

El reino de Dios es la concreción de esa forma de ser cuando la dejamos florecer; cuando tomamos la rama del árbol que somos y la hincamos en el terreno que habitamos. Su desarrollo dará morada, sombra y fruto a todas las aves. Ezequiel es grandilocuente y habla de inmensos cedros; Jesús quiere que reparemos en nosotros mismos y habla de semillas de mostaza. No hay pequeñez que nos sirva de excusa. Si aceptamos lo que somos y le permitimos desarrollarse llegaremos a ser cobijo, descanso y alimento para todos. En eso consiste la encarnación del Amor. Pablo aporta el concepto de confianza como actitud imprescindible y habla del destierro lejos del Señor, nuestra única patria. Caminamos guiados por fe, dice, y preferimos salir de este cuerpo… pero en otro lugar dirá que pese a esa preferencia suya es mejor que permanezca aún en este mundo con sus amigos y discípulos. También él está en proceso. Ha descubierto que eso de ser bueno no consiste en hacer buenas obras de forma rápida sino en desgastarse poco a poco por los demás. Así lo resume el salmista: El justo (el bueno, el que ve el mundo según Dios y lo va transformando según sus planes) crecerá como el cedro del Líbano y aún en su vejez dará fruto, será lozano y frondoso.

Vivimos en un proceso de crecimiento constante. Dios se derrama amorosamente sobre el mundo y nosotros recogemos ese amor para verterlo sobre los demás. Él da de sí mismo; nosotros damos lo que de él recibimos. En este desarrollo aceptamos lo que fue y lo que está siendo mientras vamos plasmando pinceladas de lo que será y así hacemos nuestra esa esencia íntima que recibimos haciéndola nuestra. Damos también desde nosotros mismos. No somos mero instrumento, sino co-creadores. Así se alumbran realidades nuevas opuestas a la injusticia que ponen de manifiesto el amor universal que es Dios. Esto lo aprendemos de quienes nos precedieron y poco a poco nos van dejando para unirse definitivamente con el Señor, como Pablo anhelaba. Pero en su partida no nos deja huérfanos, sino acompañados por todo lo que nos transmitieron. Con ellos experimentamos la humanidad en todas sus dimensiones y en toda su concreción. Fuimos sus hijos; nos hicimos hermanos suyos y con el tiempo llegamos a ser sus padres. Es el amor que nos dieron, que ellos también recibieron y actualizaron y que se encarna en formas y realidades concretas. Este es el proceso que edifica el Reino y que nos hace justos. Parece que surge sin darnos cuenta porque es la vida misma; no está desligado de ella. Sus efectos se hacen palpables como los frutos del cedro.







Los frutos del cedro




Para Antonio, Adela y demás familia. Un abrazo y muchas gracias.