sábado, 28 de diciembre de 2019

SAGRADAS FAMILIAS


29/12/2019
Sagradas Familias
Si  3, 2-6. 12-14
Sal 127, 1-5
Col 3, 12-21
Mt 2, 13-15. 19-23
Vivimos en un mundo en permanente proceso; todo está en construcción. El Reino va creciendo misteriosamente. Por eso, la fiesta de hoy no pretende decirnos lo que la familia es, sino aquello a lo que está llamada a ser. La familia de la que nos habla hoy el Sirácida más allá de su evidente sesgo patriarcal, típico de un tiempo que ya pasó, nos presenta un ecosistema en el que lo definitivo no se identifica por su valor social, sino por el que asigna a cada persona. Cada miembro tienen su papel y es la conjunción de todos ellos lo que origina el nacimiento de la familia como célula básica en la que se pueden aprender valores que el grupo social considera aceptables.
La familia, sea cual sea y se organice como se organice, tiene su valor intrínseco en la relación que se da entre sus miembros y en el papel educativo que desempeña. La carta a los colosenses nos pone sobre la pista de la motivación fundamental: es el amor lo que debe catalizar la vida familiar. Con amor, cualquier familia puede ser el centro de la vida personal de sus componentes; sin él, se convierte en un marco opresivo que arrastra a todos a una espiral destructiva. Una familia donde reina el amor será signo luminoso allí donde esté y se convertirá en metáfora apropiada para explicar el funcionamiento social; será modelo apetecible por todos hasta el punto de poder explicar las diversas relaciones sociales, profesionales, económicas, de amistad, religiosas… en términos familiares. Si no, no lo será, por muy tradicional que sea. El amor, ya lo hemos dicho otras veces, no tiene nada que ver con un sentimiento de apego ni, mucho menos, con intento alguno de dominación. El amor se cifra, únicamente, en buscar el bien del otro y está más relacionado con la voluntad que con el sentimentalismo. Es voluntad de que el otro sea feliz: querer querer; determinada determinación de que alcance lo mejor.  
Sólo desde esa determinación se puede comprender que José pusiera a su familia rumbo a Egipto, lo cual ahora parece sencillo e incluso romántico, pero no debió serlo. No lo fue, de hecho. La gran mayoría de los intérpretes consideran que éste, como tantos episodios de la infancia de Jesús, fue “construido” para poner al niño en sintonía con las profecías mesiánicas o como presentación de cuestiones que Mateo y Lucas tratarán después por extenso en sus respectivos escritos. Por eso, entre otras cosas, celebrábamos la semana pasada su nacimiento en Belén, por eso subrayamos hoy su procedencia egipcia, a imagen del pueblo llamado por Dios desde su más tierna “infancia” y recordamos que será llamado nazareno (“nazoraios”), aunque esta profecía no se encuentre en ningún texto conocido, ni canónico ni apócrifo, vinculado a la tradición veterotestamentaria. En esa familia primigenia se vivía ya una liturgia de lo cotidiano que lo ponía todo en referencia a Dios al descubrirlo en la normalidad del día a día. Por eso era Sagrada, porque en ningún momento se entendía separada de Dios y todo estaba siempre en función del bien de los demás. La comunicación en sueños, habitual en los patriarcas, nos habla de una comprensión del mundo según Dios mismo; la nula pereza ante semejante viaje nos da cuenta de su disposición para obrar siguiendo una revelación percibida como habitual. Sagradas son las familias en las que todo es en Dios con la familiar naturalidad de los que se aman. 

Sagradas Familias

martes, 24 de diciembre de 2019

NAVIDAD


25/12/19
Navidad
Is 52, 7-10
Sal 97, 1-6
Hb 1, 1-6
Jn 1, 1-18
Toda la tradición bíblica está orientada por la intuición fundamental de que es posible el encuentro entre Dios y el hombre. Celebramos hoy el nacimiento de aquél que habrá de llegar a reconocerse plenamente como encarnación de Dios. Si hemos de hacer caso al conjunto del relato evangélico este niño fue creciendo poco a poco, como todos los niños, experimentando y aprendiendo día a día, hasta que descubrió su esencia común con la Palabra eficaz que procedía del Padre. Celebramos la Navidad porque hubo Pascua; porque la vida de Jesús fue tan radicalmente significativa para sus amigos que buscaron ya en su nacimiento la promesa de lo que vieron cumplirse en su vida. En realidad, más allá de su dimensión simbólica, no queda mucho espacio para los fenómenos milagrosos que cantamos en estos días y con los que estamos tan familiarizados. El verdadero milagro se da en el encuentro a partir del cual la humanidad queda anclada en el ser de Dios y la divinidad se revela como una posibilidad abierta a toda la humanidad. Con la Natividad Dios y el hombre se han hecho uno.
“Tu Dios reina” nos dice Isaías. No es un Dios que se desentienda. Toma partido y desnuda su brazo ante los gentiles para mostrar su poderío ante todos. Y su fuerza es la de un niño que nace. Desde lo pequeño va surgiendo la única luz que puede alumbrar sin deslumbrarnos, sin estridencias, sin falsedad alguna. La suya es la luz de la autenticidad que no quema etapas ni se ahorra ningún paso. Es la luz que Jesús va encontrando en su interior y que va guiando su vida conforme él mismo crece y vive el acontecimiento; conforme se hace hombre se va descubriendo como Dios y en su plenitud humana será asumido por Dios. Desde ese momento, todo ser humano está presente en el corazón de Dios y a cada uno se le ofrece la misma anunciación: “Tú eres del mundo la luz”.
Aceptar la Palabra es hacerse uno con ella. Aceptarla es la puerta de entrada y hacerse uno con ella es la tarea encomendada para toda la vida. Jesús la consumó plenamente y Dios lo sentó a su derecha por encima de los ángeles, ese es el destino de toda la humanidad. Mientras nos vamos configurando con el niño que nace, limpio como una tela en blanco que acoge y da sentido al trazo del artista, vamos descubriendo que Dios realiza en nosotros su infinitud y que consentir su presencia en nuestro interior nos abre a un nuevo modo de relación con él y con los demás. Permitir el nacimiento del niño Dios en nosotros nos hace personas diferentes. Ser persona es adoptar un papel, un rol, es tomar opciones en la vida. Y la opción navideña por excelencia es transformarnos en pesebre en el que Dios nace para servir de alimento a los demás y es también acercarnos a los demás como a pesebres en los que Dios nos alimenta. Navidad es la ruptura de una relación exclusiva entre yo y mi dios para inaugurar una comunidad que nos incluya a Dios, a ti y a mí. Es celebración de ese encuentro personal entre todos y Dios del que nadie está excluido y donde todos somos necesarios. Nadie puede conocer a Dios si no lo encuentra en sí mismo y lo vislumbra en el hermano. Es imposible reconocerlo fuera de lo humano, so pena de confundirlo con algún ídolo. Que el Hijo nazca en ti, allí donde le tengas preparado acomodo y que desde allí pueda ser contigo luz para el mundo.  

Navidad 2019

sábado, 21 de diciembre de 2019

NACERÁ UN NIÑO. Domingo IV Adviento


22/12/19
Nacerá un niño
Domingo IV Adviento
Is 7, 10-14
Sal 23, 1-4ab. 5-6
Rm 1, 1-7
Mt 1, 18-24
Una vez más el evangelista toma a Isaías como guía y presenta su relato como cumplimiento de lo anunciado. Esta vez el paralelismo se da entre el rey Acaz y José pues ambos ven acercarse el desastre. Ante la ciudad sitiada el rey no puede pensar más que en lo peor mientras que José ante la inesperada gravidez de María no es capaz de encontrar sosiego alguno. Para ambos nacerá un niño como señal de Dios que habita con su pueblo como salvador. Para Acaz el desarrollo del niño será signo del fin del  sitio que los reinos vecinos han puesto a Jerusalén y para José, el niño será señal de salvación para todo el pueblo y eso borrará cualquier recuerdo malicioso sobre su origen. Así es Dios. Donde nosotros sólo podemos vislumbrar el desastre él coloca su señal de salvación y plenitud. Todo cobra un sentido nuevo cuando se observa con el alma virgen y sencilla de una doncella, liberada de los convencionalismos y de la costumbre que poco a poco va esclerotizando nuestra comprensión, para abrirse al amor y a la intervención de Dios en la propia vida. Y ese sentido rebasa cualquier esperanza anterior. Toda acción de Dios es un incontenible rebosar de amor capaz de transfigurarlo todo.
A fin de cuentas, de él es la tierra y cuanto contiene, afirma el salmista. Sólo él es capaz de revelarnos su sentido último. Sólo él puede transformar nuestra angustia en esperanza, pero tenemos que confiar: afirmarnos en él para poder mantenernos firmes en la adversidad, había dicho ya Isaías en los versículos inmediatamente anteriores a los de nuestra lectura de hoy. Y todo eso se ha materializado en Jesús el Cristo, en palabras de Pablo, hijo de David según la carne y del mismo Dios según el Espíritu. Este Jesús que ha sido constituido Hijo de Dios por su resurrección nos convoca para responder a la propuesta del Padre. Mantenernos firmes y abiertos a lo nuevo, rastreando siempre el sentido querido por Dios sin dejarnos vencer por las inclemencias de la vida. Es posible que no lo percibamos todo en un solo soplo, pero el Espíritu se irá manifestando conforme seamos capaces de escucharlo acallando nuestras dudas.
José y María se abrieron a la acción del Espíritu sin encerrarse en lo que la lógica les decía y desalojaron fuera de sí cualquier obstáculo que impidiese la instalación de la nueva vida en ellos, de la nueva lógica que habrá de alumbrar un horizonte desconocido. Esto es tanto como resucitar;  despertar del sueño en el que se nos revela la verdad para salir al mundo y percibirlo todo por estrenar; ir siempre en la vanguardia como punta de lanza que desbroza cualquier espesura; vencer a la muerte que acecha en la costumbre y desajustarse del marco conocido, de lo esperado. Eso es trascender. Y requiere de nuestra virginidad. Ser virgen es abrirse a la acción del Espíritu y dejar que obre en nosotros aceptando el resultado conjunto de su acción y de nuestro conducirnos según ella. María lleva en su seno al salvador, y José ha descubierto en lo profundo que la acción de Dios nada tiene que ver con el obrar de nuestro propio dios, mediatizado siempre por el rito y la pía intención. Esa semilla que habita su corazón es también Palabra de Dios que se encarna en él como en cada uno de nosotros y que pide ser pronunciada desde nuestra garganta y desde nuestro vivir cotidiano. 

Simon Dewey (n. 1962) En brazos de José.

sábado, 14 de diciembre de 2019

DE LA OLA Y LA ROCA. Domingo III Adviento


15/12/19
De la ola y la roca
Domingo III Adviento
Is 35, 1-6a. 10
Sal 145, 7-10
Sant 5, 7-10
Mt 11, 2-11
Isaías y Mateo concuerdan hoy como el anuncio y su cumplimiento. Lo que el profeta presentó como predicción lo narra el evangelista como realidad, como hecho que se cumple en la persona de Jesús. Él es el Mesías, el Cristo. Y su espera, vivida incluso con más ansiedad que la espera del amado, ha tocado a su fin.  Este Jesús el Cristo no llega con las manos vacías, sino que nos trae el regalo del Reino, una realidad tan diferente a la conocida que incluso Juan, el más grande entre los nacidos de mujer, es más pequeño que el más pequeño de los que allí se encuentran. Tan distinta que está aún por estrenar. De ahí la recomendación de Santiago: esperar con paciencia mientras la impaciencia del profeta nos devora. Apasionada espera de los amantes por reencontrarse que hacen por volver a unirse. Apasionada espera de quien hace por acelerar el crecimiento de ese Reino adelantando sus frutos, esforzándose en devolver la vista a los ciegos y el oído a los sordos, hacer andar a los lisiados,  limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos y anunciar a los pobres la buena noticia de que son amados antes que nadie. 
Nunca ha sido la esperanza una virtud pasiva. Nunca la resignación, pese a cierta tradición, fue predicada por Jesús. Nada hay más instantáneo, más cercano al momento, más fiel a la realidad en la que se encarna que la esperanza cristiana que se esfuerza en transformar el mundo en un lugar más amable, precisamente porque se le ama. Nada hay más cercano a la encarnación del Hijo que el empeño en ser esa misma encarnación, en eliminar cuanto nos ancla al sofá para salir y procurar que nuestra realidad externa sea símbolo vivo del  Reino que florece en nuestro interior.
Porque ni interior ni exterior tienen aquí preeminencia. Todo está sostenido por Dios y Dios está empeñado en serlo todo en todos. Las separaciones y las fronteras son cosa nuestra, no suya. Vivimos lo que somos y somos lo que buscamos y procuramos. Conforme nuestra espera activa va produciendo frutos concretos para el Reino, la realidad que va surgiendo de nuestra interacción con los demás alimenta también nuestro ser y le abre a las nuevas perspectivas que surgen. Es tiempo de sumar, no de quejarse los unos de los otros. Es tiempo de elaborar una síntesis que pueda incluir la experiencia de la humanidad en su peregrinar esperanzado.
Vamos viviendo el adviento con el convencimiento de que Jesús va a llegar. A Jesús hay que hacerle un hueco, pero esa es una acción que requiere esfuerzo porque tenemos el corazón lleno de muchas cosas y, ciertamente, él es capaz de colarse por cualquier rendija, tal como se coló en nuestro mundo apareciendo en un destartalado pesebre, si hemos de hacer caso a Lucas, pero a partir de ahí hay que ir dejándole sitio porque poco a poco se va expandiendo conforme le prestas atención. No quiere hacer de nosotros marionetas, sino que aceptemos ser expresión de sí mismo habitando en nosotros. Sin la ola el océano sería un bloque de agua en calma, imponente, pero incapaz de pulir las aristas de la roca. Seamos la ola que domestica el agreste salvajismo de una vida demasiado afilada.  

De la ola y la roca

sábado, 7 de diciembre de 2019

DESDE LO PROFUNDO. Inmaculada Concepción.


08/12/2019
Desde lo profundo
Inmaculada Concepción
Gn 3, 9-15. 20
Sal 97, 1-4
Ef 1, 3-6. 11-12
Lc 1, 26-38
La reflexión teológica ha subrayado la diferencia entre la actitud de María y la de Eva. Sin embargo lo que se compara aquí son dos características que pudieran confundirse, pero que se separan claramente. Por un lado, la ingenuidad de Eva le lleva a caer en el engaño de la serpiente. Por otro lado, la inocencia de María le hace aceptar la propuesta del mensajero.  La una actuó movida por la angustia existencial de evitar la muerte, afirmando su deseo de inmortalidad y transmitiéndoselo a Adán, mientras que María lo hizo acogiendo la promesa de  un futuro nuevo del que el embarazo de su prima era prueba palpable: Dios puede lo imposible. Para nosotros, lo más imposible de todo es renunciar a uno mismo para asumir una realidad nueva. Y quiso Dios hacerlo al modo tradicional, naciendo de mujer, pasando así por el  primer trauma de todo ser viviente al abandonar el útero y enfrentarse al mundo exterior.
Desde ese trauma primero, vivimos empeñados en aferrarnos a las cosas; en no dejar escapar nada, en conservar y amontonar para que la angustia del vacío no nos consuma. Somos en esto igual que Eva. Pero Dios, en cambio, nos llama a ser inmaculados como María; a vivir abiertos a una fecundidad nueva que haga nacer en nosotros un nuevo ser, que nos haga santos e irreprochables ante él por el amor, tal como afirma el himno de la carta a los efesios. Somos herederos de Cristo, llamados a ser hijos que impregnan cada instante del amor de Dios haciéndolo eterno. Nuestra única vocación es reproducir en nuestra vida la misma santidad de Jesús el Cristo. Desde su divinidad nos convoca personalmente y desde su humanidad nos dice que es posible; que olvidemos las excusas que lo colocan en un escalón más alto para disculparnos de intentar subirlo; que igual que él, también nosotros estamos llamados a ser camino, verdad y vida, porque no son tres atributos particulares, sino tres formas de relacionarte con Dios y con los demás.
Ser camino, verdad y vida es ser, como lo fue Jesús, ese lugar en el que Dios y los demás puedan encontrarse. Es atravesar la vida deslindando todo lo bueno y amable del egoísmo que genera la angustia estableciendo una vía de comunicación para que ese encuentro se pueda dar; es ser puentes y mensajeros. A ese acto valiente y esforzado de atravesar la vida sin que el mal te afecte le llamamos inocencia, que no tiene nada que ver con la ingenuidad. Sólo la inocencia puede vencer al mal; la ingenuidad, en cambio, sucumbe ante él. Inocente fue María que vivió creando un nuevo modelo de mujer, de ser humano, capaz de aceptar el encargo divino convirtiéndose en pecadora y colocándose en manos de José, como Jesús, el otro inocente, se colocó en manos de sus contemporáneos. Ambos, María y Jesús, renunciaron a sus marcos de referencia, sociales y religiosos, para vivir “en pecado”, según el Espíritu les iba mostrando. Se podrá discutir sobre la historicidad del relato de María, pero no sobre su dimensión simbólica y es esa dimensión la que Jesús actualiza en su vida, haciéndola propia. María vivió inmaculadamente, con la inocencia de quien se deja preñar por Dios y deja atrás tradiciones esclerotizantes y Jesús nos mostró cómo dar a luz un nuevo ser humano en lo más profundo del alma para que desde allí se volcase hacia el exterior. También a nosotros, desde lo profundo habitado se nos convoca a humanizar inmaculadamente el entorno.

Henry Ossawa Tanner. The anunciation (1898)