sábado, 25 de abril de 2020

EN EL CAMINO. Domingo III Pascua.


26/04/2020
En el camino.
Domingo III Pascua.                                                          Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
Hech 2, 14. 22-33
Sal 15, 1-2. 5. 7-11
1 Pe 1, 17-21
Lc 24, 13-35
Por el camino a Emaús vamos todos intentando comprender. Lo recorremos acompañados confiando en que con el compartir todo se haga más llevadero. Sin embargo a aquellos discípulos todo se les hacía cuesta arriba. No podían comprender como el desastre había terminado alcanzando proporciones tan grandes. Todo había quedado en suspenso; por ningún lugar asomaba clavo alguno al que aferrarse. Recorrían la distancia ponderando una y otra vez lo ocurrido; sin dejar espacio alguno a nada más allá de la tragedia.  El maestro de quien esperaban la liberación de Israel había sido aplastado por la maquinaria política y religiosa que velaba por la paz. Y esta es hoy nuestra primera consideración: es imposible percibir nada nuevo mientras no dejas marchar lo viejo. Cuando nos empeñamos en comprender a Jesús encorsetándolo en nuestros esquemas se nos escapa por miel resquicios. Es imposible. Esto les pasó a aquellos vecinos de Jerusalén. Juzgaron a Jesús según sus propios cánones y terminaron por clavarlo a un madero, convencidos de estar haciendo lo correcto. Pero le pasa también a Pedro, que sigue viendo la muerte de Jesús como un designio divino.
Realmente somos todos tardos y lentos de comprender e incluso el viajero que sale al paso de los discípulos comienza por esta afirmación para ilustrarles sobre lo que habían oído ya a Jesús mientras estuvo con ellos. Las palabras les suenan familiares y su corazón se alegra. Han encontrado el consuelo de lo conocido. Entre las ruinas surge un pequeño asidero que no quieren perder. Por eso le invitan a pasar la noche allí: “Ya habrá tiempo mañana de continuar camino. Mientras tanto, reconfórtanos un poco más”. Llegado el momento de partir el pan, algo se enciende en sus corazones y reconocen en el viajero al maestro con el que tanto habían compartido. Hay gestos y actitudes que quedan grabados. Sólo Jesús vivió su vida en un continuo partirse y repartirse que se hizo sacramento en la cena de Pascua. Esta es la segunda consideración: sólo en una vida entregada como la de Jesús es posible percibir la resurrección. Y se comprende a imagen de la de Jesús que no fue abandonado en el Hades, el lugar de los muertos, sino elevado a la diestra del Padre. Esto lo cambia todo; les da un nuevo sentido a las antiguas Escrituras, a las proféticas y a las esperanzas del rey David; todas son ahora iluminadas por la experiencia de Jesús que se nos promete también a nosotros. 
Y sin embargo, al reconocerlo vuelve a desaparecer. Todo parece un juego pero ellos vuelven al camino, incluso de noche, para apoyar el testimonio de las mujeres que les habían sobresaltado por la mañana. Sea un juego o no, ya no pueden contener el impulso de comunicar su descubrimiento. La tercera consideración: una vez que te han puesto en el camino los verdaderos maestros se retiran para que puedas descubrir tu personal maestro interior; una vez que Jesús nos ha liberado nos devuelve a nuestra propia peregrinación para que crezcamos, descubramos y vivamos nuestra propia entrega. Pero no en solitario, sino en el camino; confrontando con los hermanos y volviendo a la raíz para aportarle la nueva luz de la resurrección. Así, Jesús aparece como el único mediador, por él creemos en Dios como él mismo creyó y somos capaces de encontrar refugio en el sendero. Él mismo es el refugio, pero no mi él o tu él, sino Nuestro Él. No le vemos ya enfrente pero lo percibimos entre nosotros.

En el camino




sábado, 18 de abril de 2020

CANTARÁN EN SUS TIENDAS. Domingo II Pascua.


19/04/2020
Cantarán en sus tiendas.
Domingo II Pascua                                                                     Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Hch 2, 42-47
Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24
1 Pe 1, 3-9
Jn 20, 19-31
Jesús se plantó allí en medio sin que las puertas atrancadas pudieran detenerle. Él puede penetrar hasta lo más hondo de nosotros. Desde allí brinda la paz a todos y a cada uno. Porque no hay nada en ninguna comunidad que no anide ya en el corazón de sus miembros, o de algunos pocos. Cuando desde el interior personal florece al exterior puede ser allí acogido, o no. ¿Y quién puede reprocharle a Tomás que necesite ver para creer? Él sólo ansiaba ver transfigurado el dolor del pobre, la llaga sanada ¿Y quién no ha deseado esto alguna vez? ¿Acaso no es ese dolor, el infringido y lacerante, el dolor violento que niega la fraternidad, motivo de increencia y desapego? Porque se puede comprender el mal natural y aceptar que un desastre pasó  y nadie es culpable de ello. Pero un dolor provocado, descargado sobre los demás por cualquier motivo, comprensible o no, ¿no es causa suficiente para exigir la reparación antes de creer en la bondad de un Dios que no es capaz de detener la mano homicida? ¿Merece la libertad de nadie tanto respeto? ¿No merece más el inocente que el padre detenga la mano del hermano agresor? Tomás necesitaba ver el dolor sanado igual que mucha gente necesita todavía hoy encontrar respuesta para estas preguntas.
El anhelo de Tomás fue satisfecho en aquella comunidad donde Jesús resucitado estaba presente. Nosotros, sin embargo, seguimos sin explicación para la maldad. Necesitamos ver y buscamos quien pueda transfigurarnos el dolor. Nos cuesta percibir la paz del aliento del resucitado pero aún así esa resurrección nos ha regenerado para una nueva esperanza que es resguardada por la fe. Resguardada por la fe: la fe, nuestra confianza en el amado es nuestro seguro; no es un tesoro que debamos defender del error, es nuestra determinación de esperar en aquél que nos conforta. A la luz de la fe y la esperanza, podremos ser capaces de perseverar en la comunión, de orar unidos y compartir, según las necesidades y posibilidades, todo aquello que conservemos después de desprendernos de lo caduco. Así, levantaremos un templo que acoja todas las fes y con todos celebraremos la intimidad e identidad con el alimento que nos abre a esa esperanza nueva, alegre y sencilla. Comunidad universal que acoge a todos y que obra el prodigio de hacer realmente presente al resucitado en su seno. Porque allí donde toda herida es sanada se percibe la resurrección y se hace palpable la naturaleza amorosa que hizo resurgir a Jesús desde el abismo.
Allí se puede ver a Dios. Felices los que creyeron sin ver; los que confiaron en Dios y en sí mismos para unirse y crear esa nueva porción terapéutica en medio del mundo; los que no se dejaron dominar por la ira y amaron más al Dios que descubrieron en el encuentro con los otros que a sus propias exigencias de comprender. Felices los que han aprendido a perdonarse como signo de paz y de sanación. Felices los que han entendido que la salvación del alma consiste en dejarla donde Dios la ha colocado ya: en el centro de su propio corazón, sin sucumbir a desconfianza alguna, intuyendo que amar a Dios es amar al hombre y transfigurando para todos cualquier dolor. Por eso para ellos cualquier tribulación es un aquilatamiento; un acrecentamiento de esa confianza y son capaces de entonar cantos de victoria en sus tiendas reconociendo la misericordia y la audacia del Señor. 

Cantarán en sus tiendas

domingo, 12 de abril de 2020

DESDE EL INTERIOR. Domingo de Pascua.


12/04/2020
Desde el interior.
Domingo de Pascua                                            Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Hch 10, 34a. 37-43
Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23
Col 3, 1-4
Secuencia
Jn 20, 1-9
La tumba vacía es el símbolo del espacio que dejamos en nuestro interior para acoger la buena noticia de la vida permanente. Es un hueco matricial, vaciado al fin una vez que ha dado ya su fruto. Pero no es esta una experiencia instantánea, que se aprecie de una vez. Todo parto es doloroso. Esa fue la experiencia de María Magdalena una mañana como esta. Para ella, como para los demás, todo había terminado ya del peor modo posible. Sin embargo, por una vez, la segunda parte iba a ser mejor que la primera. En un primer momento, la dominó el miedo y no vio más allá de un nuevo peligro. Avisados por ella, llegaron después Pedro y Juan que querían ver por sí mismos y al entrar vieron y creyeron. Hace falta entrar para ver, cambiar el punto de vista, ver desde otro lado, desde el interior mismo de la tumba, es decir: desde la experiencia de Jesús. Podemos decir también que no es ya en la tumba de Jesús donde hay que entrar, sino en la propia de cada uno. Es imposible resucitar sin haber muerto antes. Y se resucita por la acción de Dios, que no deja a nadie caer en el vacío. Así lo afirma el testimonio de los apóstoles en las lecturas de hoy. El salmo y la secuencia se hacen una sola voz con ellos. Dios resucitó a Jesús, que había pasado haciendo el bien, convirtiéndole en la piedra fundamental que une nuestra vida a la suya. Nosotros, que hemos entrado ya en nuestro propio sepulcro, hemos resucitado ya con Cristo; hemos muerto al interés egoísta de este mundo y hemos dejado de lado todo aquello que no sirva para encontrar los bienes del Reino.
Este Reino es más bien un reinado. Es un dinamismo que surge del amor de Dios. Es Dios mismo ejerciendo su modo de ser. Y ese dinamismo es para el hombre fruto y motivo de resurrección. Quien se atreve a morir como Jesús fue muriendo poco a poco en su vida, se incorpora a ese dinamismo al resucitar, al despertar y abandonar la crisálida, y la participación en ese señorío divino le convierte en señor de sí mismo, le libera y le hace liberación para los otros. Es un movimiento espiral que profundiza en la progresiva transformación-resurrección. Tuvo un comienzo pero no tendrá un final mientras la unión con Dios no sea absoluta, mientras no importe más el bien de los demás que el propio. Jesús, buscándose, como todos, a sí mismo descubrió un Dios completamente nuevo que le llevó al olvido de sí en favor de los demás hasta el extremo de hacerse uno con Dios, de descubrir su identidad más profunda, a la que le era imposible morir.
La resurrección es un camino, un proceso de vivificación. No es un despertar en otro mundo u otra dimensión, sino la plena comprensión de éste y ese es el primer paso, la puerta hacia un modo diferente de ser y afrontar la realidad conocida. Atravesaremos así muchos modos o estancias, moradas en las que habitar en Dios y desde las que relacionarnos con los demás. La definitiva resurrección se dará cuando ese cambio afecte a la totalidad de la persona, cuando toda ella, movida por el Espíritu, se afane, imitando al Hijo, en trasvasar a todos el amor que recibe del Padre sin pretender retenerlo para sí. 

Desde el interior

sábado, 11 de abril de 2020

DESPIERTA Y SAL. Sábado Santo.


11/04/2020
Despierta y sal.
Sábado Santo.
Hb 4,1-13
“Despierta tú que duermes”
No existen celebraciones litúrgicas para el día de hoy. Pero la Iglesia sigue orando y en su Oficio de lecturas propone estos dos textos como marco. El primero de ellos es un capítulo de la carta a los Hebreos que comenta y explica lo escrito en el capítulo anterior con una metodología exegética típicamente judía. Habla del descanso de Dios en la creación como el destino final de todos los creyentes. Muchos en Israel no pudieron acceder pues, desengañados de la promesa de Dios, se perdieron en querellas y provocaciones. Sin embargo, afirma también, la Palabra de Dios es viva y eficaz, cortante como espada de dos filos. Jesús es identificado con esta Palabra. Por eso, en esta nueva alianza, nuestra respuesta ante su invitación a seguirle es lo que nos define ante ese Dios que nos convoca a su descanso.
Sin embargo, Jesús yace ahora muerto sobre una losa.
El segundo texto que hemos titulado “Despierta tú que duermes” es una antigua homilía anónima de los primeros siglos del cristianismo. Puedes leerla aquí. En esta homilía Dios, dormido en la carne de Jesús, se presenta en el inframundo para buscar a Adán y a Eva, a la humanidad entera que fue creada a su imagen y semejanza para decirle: despierta, tú que duermes… pues vengo a liberar a los encadenados, a iluminar a los que viven en tinieblas y a levantar a los dormidos. Juntos, la humanidad y Dios forman “una sola e indivisible persona”. En cada Adán y en cada Eva habita Dios en unidad inseparable con él y en ese interior habita en forma humana; compartiendo todo lo común que la humanidad comparte entre sí y con Dios. ¿Qué nos une a Dios? La humanidad ¿Qué nos une al resto de hombres y mujeres? Dios ¿Cuál es nuestro destino final? El trono de los querubines. Saboreemos todos los detalles reconociendo en ellos el gusto de las imágenes antiguas; no hagamos de ellos un dogma de fe, sino quedémonos con lo esencial. Primero, a unidad de Dios y la humanidad es también la unidad de cada persona con Dios y con todas las demás y, segundo, fuimos creados para la eternidad, para compartir el descanso de Dios, no para la muerte, que no pasa de ser un sueño; una estación de tránsito. Aquí reside la dignidad de toda persona.
En esta Semana Santa que vamos viviendo en la intimidad de nuestras casas, recogidos por la amenaza del virus podremos reconocer que nuestros hogares se parecen a una tumba por fuera: cerrada y limitante. Pero también, en la gran mayoría, podremos ver parecido también por dentro, pues en ellos existe la vida y se comparte la intimidad entre nuestra familia y Dios pues la unidad, recordemos, se da en la humanidad. Aunque sea una humanidad no confesante. Creer en la humanidad y vivir en consecuencia es ya una creencia y una forma de vida religiosa pues reconoce en ella aquello que es motivo de unidad y que la eleva por encima del simple hecho de existir. Hay una orientación hacia la trascendencia.  
El sentido de nuestras celebraciones caseras es explicitar esa intimidad e identificar esa trascendencia. Es necesario para nosotros pero puede no serlo para otros ¿Para qué rezar y celebrar aun estando distanciados unos de otros? Para vivir activamente la espera de una resurrección que podrá no coincidir con nuestra salida al exterior, del mismo modo que la resurrección de todos los difuntos se ha producido ya, aunque los veamos aún presos tras las losas, pero podrá producir en nosotros una transformación real. Estar aquí confinados, como ya nos lo han dicho miles de mensajes de Whatsapp, es una metáfora del verdadero volverse hacia el interior de cada uno y de nuestras familias y comunidades. Este año se nos hace más consciente este profundizar en nuestra propia realidad y descubrir en ella esa humanidad que nos une a todo. Detectar en ella lo que todavía queda por sanar, por avivar, y ponerlo en funcionamiento. Eso es despertar. Y podemos ir viviendo ya esa transformación, en nosotros o en quien está junto a nosotros, aunque aún no podamos corretear libremente como hacen ya quienes nos precedieron en el sueño.

"Despierta y sal"
Detalle de un díptico anónimo de la Pasión (ca. 1325) Louvre OA 7274


viernes, 10 de abril de 2020

EN TUS MANOS ABIERTAS. Viernes Santo


10/04/2020
En tus manos abiertas
Viernes Santo                                            Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Is 52, 13–53, 12
Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
Heb 4, 14-16; 5,7-9
Jn 18, 1–19, 42
Era un riesgo, sí, pero seguro que aquel pequeño grupo no creyó que su pequeña pero vital aventura terminara así. Pequeña porque en el fondo no eran más que un insignificante grupo de hombres y mujeres procedentes de Galilea; campesinos, pescadores y artesanos que iniciaron un camino fascinados por aquel hombre que terminó suspendido de un madero como un malhechor cualquiera. Vital porque esa fascinación nacía de un encuentro que había movilizado todo su ser. Fue para todos un auténtico choque encontrarse con él. Un enamoramiento absoluto. Se jugaban en esto el sentido de sus vidas; junto a él todo cobraba una dimensión nueva y diferente. Ahora, en cambio, ya nada tenía sentido alguno.
Tan diferente y tan nuevo era que el mundo lo ha expulsado, incapaz de digerirlo. Les llegan ahora los ecos de los profetas, de los que tanto les había hablado él, sobre todo en los últimos meses. Pero todo eso tan antiguo no parece tener ya ningún valor. Nada podrá volver a ser como antes porque eso de antes es donde se amparan sus verdugos. Más aún, eso de antes es lo que él decía haber venido a completar y ha muerto afirmando haberlo cumplido todo. Él ha muerto hoy. Ha llevado la peor parte, sin duda, pero algo muy hondo ha muerto también en ellos. La llama que prendió en sus corazones es a esta hora un rescoldo apenas humeante. Lo antiguo ha quedado desenmascarado y lo que había surgido se ha extinguido como un pábilo vacilante ahogado por un matacandelas. No queda ya nada más que el hueco que acoge su cuerpo…
Sin embargo, aquellos hombres y mujeres aprendieron con el tiempo a leer con ojos nuevos los mismos textos que se les habían quedado vaciados de sentido y así encontraron que a ese siervo sufriente se le está augurando un fututo dichoso: “Tendrá éxito, subirá y crecerá mucho…”. Recuerdan que, por encima de todo, confió siempre en el Señor, de quien sabía que haría brillar su rostro sobre él y por eso no dijo nunca nada a escondidas, ni al pueblo ni a las autoridades y, aunque deseaba vivir no rehuyó beber el cáliz que el Padre le acercaba.
Andando los años nosotros hemos comprendido que existen dos formas de llegar a la cruz. Que te la impongan desde el poder establecido sobre su poltrona o que tú la aceptes como consecuencia de elegir compartir la suerte de los abandonados. Esta segunda fue la manera en que le llegó a Jesús. No fue una imposición de un dios sediento de reparación. Al contrario, el Dios de la vida, es el que nos llama para compartir la nuestra con aquellos a quienes es arrebatada por cualquier causa y en cualquier parte. Cualquier otra dificultad, circunstancia o adversidad no es una cruz, pero puede ser aceptada y vivida como si lo fuera. La cruz es siempre lugar de encuentro; con Dios y con los demás. En la cruz se revela la verdad de cada uno: del que sufre y del que le acompaña, del que hace sufrir y del que se evade y la verdad de Dios que acompaña y sostiene. Pero aceptarla no significa callar ni resignarse ¿Qué denuncia más fuerte que la del propio Jesús muriendo como cualquier esclavo o reo político? ¿Qué revelación más clara de la naturaleza y verdad de Dios? Ante la realidad feroz sólo nos queda ponernos en las manos abiertas de quien se hace indefensión absoluta.

En tus manos abiertas