sábado, 27 de marzo de 2021

AMÉN. Domingo de Ramos.

28/03/2021

Amén.

Domingo de Ramos.

Is 50, 4-7

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Flp 2, 6-11

Mc 15, 1-39

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Nos asomamos a una perspectiva general de la Pascua, del mismo modo que al ascender a la loma vemos todo el camino que queda hasta la siguiente. Hasta la siguiente porque aquí no se ve todavía el final. Salvo por la afirmación de Pablo de que Dios concedió a Cristo el Nombre-sobre-todo-nombre. Ya sabemos que, en el contexto bíblico, nombre es sinónimo de ser. Lo que tú eres viene ya definido en tu nombre. Así, Dios colocó al ser que conocemos como Cristo por encima de cualquier otro ser y ese reconocimiento le fue concedido por la confianza con la que Jesús, el hombre que llegó a ser Cristo, vivió durante toda su vida.

Esta confianza es también la actitud que el salmista expresa. No es una queja; es un reconocimiento de su situación, de toda la negatividad y toda la carga de maldad que contiene. Pero el lamento está seguido de una expresión esperanzada que termina por reconocer la confianza en la justicia y el amor de Dios que no abandonará a sus amigos. Esa esperanza está enraizada en la historia. El protagonista del salmo recuerda la intervención de Dios en su vida y el papel que ha jugado en la vida del pueblo. Lo que empezó con un quejido termina con una alabanza avalada por una documentación histórica: Dios ha sido bueno conmigo y lo seguirá siendo en la adversidad. También Jesús, según Mateo y Marcos, expresa el mismo dolor en la cruz y la tradición cristiana ha interpretado que exteriorizaba así la misma confianza. También él puede presentar una relación personal que acredite la misma confianza.

La esperanza no es una cuestión pasiva y resignada. Muy al contrario, es el ejercicio y la puesta en valor de una confianza que se fundamenta en la experiencia histórica. En la que se ha oído relatar mil veces y en la que se ha experimentado personalmente. Jesús no acude a Jerusalén engañado ni con una expectativa ilusoria sino conducido por la confianza y durante todos los hechos de la Pascua vive con esa confianza que sólo parece quebrarse al final. Pero aunque la lectura del evangelio nos ofrezca ya hoy esa panorámica, para Jesús es una amenaza que afronta con la determinación que obtiene de esa experiencia propia y de la lectura de los salmos y de profetas como Isaías.  Entra en Jerusalén con esa mezcla de temor y alivio que no ignora cómo las cosas se van enmarañando. Pasó de ser objeto de aclamación a verse proscrito por arremeter contra el sistema mercantilista del Templo y por compararse a sí mismo con ese edificio donde la piedad colocaba la residencia de Dios. Era otro Dios el suyo, y otro Templo. Aun siendo Dios, nos dice Pablo, no quiso que se le identificara con ese Dios extraño a él y actuó como un siervo. No se impuso con majestad, sino que actuó como un hombre cualquiera. Un hombre cualquiera movido por la confianza.

En hebreo los términos fe y confianza y su familia semántica se derivan de la raíz MN (NM) que nosotros conocemos como Amén. Implica solidez, firmeza y confianza. Decir Amén no es una aceptación pasiva y resignada; es tomar una opción concreta y frecuentemente arriesgada de forma decidida, apoyándote firmemente en aquello o aquél que reconoces como merecedor de tu confianza. Es arriesgar la vida fiándose, creyendo, esperando, entregándose, abandonándose…

 

Amén

 

 

sábado, 20 de marzo de 2021

ACOGER E INTEGRAR. Domingo V Cuaresma

21/03/2021

Acoger e integrar.

Domingo V Cuaresma.

Jer 31, 31-34

Sal 50, 3-4. 12-15

Hb 5, 7-9

Jn 12, 20-33

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Llegan algunos griegos para conocer a Jesús y todo parece difuminarse porque los apóstoles se lo dicen al maestro, pero él no les da una respuesta concreta para ellos, da la impresión de estar inmerso en sus cosas. Sin embargo, Jesús les responde respondiendo a todos los demás. Les acoge y les integra. Estos viajeros vienen siguiendo el impulso de su corazón: quieren conocer a Jesús. El Espíritu ha depositado en ellos la ley del Señor. Esta ley es un criterio orientador, una norma que guía sin necesidad de que nadie esté siempre diciendo qué hacer. Es esa perspectiva que te permite reconocer al Señor en cualquier sitio. Así lo dice Jeremías. Tras unos cuantos años de trato con su pueblo Dios comprende que no hay ley exterior que sirva realmente el ser humano. Es su corazón el lugar donde va a inscribir la nueva ley, la norma, la orientación. Es la conciencia el lugar donde reside ese criterio guía: el amor. Y Dios es amor. Dios es la ley interna que te mueve. En tu conciencia, que también incluye el resultado de tus experiencias y tu propia voz, habita Dios y desde ella te habla.

Cuando los griegos buscan a Dios es el momento de la siembra. Los hombres buscan a Dios aunque le llamen de otra manera. Él no tiene copyright, no tiene apego a la marca ni le importa ser conocido con otros nombres. Él es el único nombre y todos a la vez (la espiritualidad musulmana conoce hasta 99 nombres y habla de uno más que permanece oculto). Quien busque libertad, justicia, misericordia, paciencia, paz, honradez, equidad, compasión, altruismo, sinceridad… está buscando a Dios aunque no lo sepa. Todos estos buscadores son terreno fértil en el que es posible plantar la semilla definitiva.

Jesús dice que la semilla debe morir para dar fruto; son cosas de su época. La biología de hoy nos dice que no es así; la semilla se desarrolla, pero no muere. Es justamente al contrario. Cada semilla da de sí todo el potencial que encierra, pero no muere: cambia de estado. Éste es el método habitual en la naturaleza: semillas, larvas, embriones… Todo evoluciona hasta alcanzar su mejor versión. Pero esta metamorfosis no se limita a lo físico sino que se mantiene activa durante toda la vida. El ser humano está llamado a dar de sí continuamente. En ocasiones con sufrimiento, como dice la carta a los Hebreos, rompiéndose para poder reconstruirse después de un modo mejor. Así se puede experimentar la alegría de la salvación, nos dice el salmista. Es una “pena sabrosa”. La salvación no es algo que se reciba pasivamente sino que se acoge como la semilla se deja abrazar por el sustrato y a los nutrientes que la ayudan a germinar hacia el exterior. Acoge e integra. La salvación no está delante sino que se encuentra aquí, en el sentido que encontramos a la vida al sentirnos perdonados y renovados por un espíritu firme. Al vivir esta nueva fundamentación es posible entregar la vida, ya sea en un momento o durante largos y bellos años. Apoyados en este amor, carnalmente enlazado a nuestro corazón, podremos abrir nuestra puerta a todos los griegos (o de donde sean) y compartir sus búsquedas; podremos reconocer que sus anhelos y los nuestros son los mismos; podremos compartir con ellos la voz de Dios que glorifica a Jesús y prepararnos juntos para el juicio que se cifra en la acogida al amor de Dios hecho carne, debilidad humana, sin reserva ninguna y, por lo tanto, universal.  

 

Acoger e integrar

sábado, 13 de marzo de 2021

HABITABLE, QUE NO DESEABLE. Domingo IV Cuaresma.

14/03/2021

Habitable, que no deseable.

Domingo IV Cuaresma

2 Crónicas 36, 14-16. 19-23

Sal 136, 1-6

Ef 2, 4-10

Juan 3, 14-21

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Moisés elevó a la serpiente para que al mirarla los mordidos por ella no sucumbiesen a su veneno. Ahora es el Hijo del hombre el que va a ser elevado para que todos los que tengan fe en él tengan vida eterna. Las serpientes fueron enviadas como castigo por la desconfianza del pueblo, hastiado ya del providente maná. Mirar la serpiente era reconocerse pecador y merecedor del castigo. También fue así en los tiempos de la deportación. Aquel otro pueblo caldeo les había apresado siendo herramienta de Dios. Tenían su condena merecida y en tierra extraña comprendieron el absurdo de cantar a Dios lejos de su casa y de la tierra que él les dio y que les fueron arrebatadas por su impiedad. Por eso Ciro el persa aparece como el salvador esperado que porta el mensaje de liberación y perdón de parte de Dios.

Ahora, sin embargo, es el inocente quien es elevado para que todos tengamos claro que sólo la fe en él es redentora. Antes fue la ira de Dios la que ascendió hasta alcanzar al pueblo indolente que desoía a los profetas. Hoy es su misericordia el estandarte bajo el que nos congrega. Y ¿Por qué este cambio? Porque él quiere, dirán algunos. Como si antes no quisiera, observaremos otros. ¿Cuál es entonces la diferencia? La cuestión está en que ahora el amor ha sido acogido. La luz ha encontrado morada. Jesús le dice a Nicodemo que en esto consiste todo juicio. La fe es un don, se nos dice en la carta a los efesios y acercarse a la luz es la metáfora que utiliza Jesús. Tanto Jesús como el autor de la carta son ajenos a las polémicas sobre la preeminencia de las obras o de la fe pero los dos coinciden en que lo decisivo es el amor que se entrega sin reserva.

Para el evangelio de Juan la elevación del Hijo del hombre es el momento de su máxima glorificación porque ha vivido su condición humana hasta el final, sin escamotearle nada a la realidad. El hombre glorificado es el que asume y vive el mundo en su integridad, no quien quiere fugarse de él. Vivir cada momento en su detalle, como Jesús vivió la profundidad del encuentro con los otros y la del paradójico encuentro con Dios en su abandono, nos revela esa hondura en la que Dios se toma tan en serio a la humanidad que se hace carne para ofrecernos su salvación en un idioma que todos conozcamos. No hay salvación que hurte patetismo al dolor del mundo. No hay dolor que sea querido por Dios, pero Dios no pasa por encima de la crudeza de ninguno de ellos. Los humaniza a todos al habitarlos todos y transformarlos en lugar donde sea posible reconocerle y sentirse amado por él. La fe de Jesús es la de quien afronta la muerte de cada día en la esperanza de no verse defraudado y esa misma es nuestra fe. No la de quien espera librarse del mal, sino la de quien lo atraviesa confiando en transformarlo en un lugar habitable. Habitable, que no deseable, insistimos. Ciro quiso congraciarse con los pueblos conquistados reparando sus templos. Jesús hace del mundo un templo en el que encontrar a Dios pese a la rudeza que los hombres creamos al olvidar el amor que nos une. El fruto de ese olvido es la herida infligida a los hermanos, no a Dios. La serpiente manifestaba el castigo de Dios; Jesús proclama el amor de Dios que en la humanidad acoge incluso el olvido absoluto del amor y lo transforma en una nueva oportunidad. 

 

Habitable, que no deseable

 

 

sábado, 6 de marzo de 2021

EN TRES DÍAS. Domingo III Cuaresma.

07/03/2021

En tres días.

Domingo III Cuaresma.

Ex 20, 1-17

Sal 18, 8-11

1 Cor 1, 22-25

Jn 2, 13-25

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Dios pone en valor su intervención histórica presentándose como el liberador del pueblo, diciéndole: "Recuerda lo que hice por ti… Ahora te propongo un nuevo marco de referencia, una forma nueva de comprender el mundo en el que vives" y le presenta un decálogo; una legislación que no se distingue mucho de la de otros pueblos cercanos, pero en la que todo arranca desde el reconocimiento de Dios como salvador y todo se sitúa en el contexto de la relación entre él y cada uno. El salmista alaba este sello normativo pues reconoce en él la justicia, la veracidad y la dulzura que proporcionan a la vida personal y comunitaria. Este Dios, además, es un Dios celoso que no admite contrincantes. Sabe que eso producirá interferencias que podrían terminar por apartar al ser humano de su camino común. Es un Dios celoso, pero no por verse desplazado. Le devora el celo por su pueblo que podría errar el tiro si pusiera su confianza en los ídolos. Lo que él no quiere es que nos perdamos en un bosque de fidelidades ajenas que reclaman exclusividad presentándose como caminos nuevos y originales arrancándonos esa impresión de veracidad que antes atribuíamos sólo a Dios.

Los discípulos de Jesús encuentran que también a él le devora el celo; el celo de la casa del Padre, que no puede ser desvirtuada. Con los años, Israel había caído en los mismos fallos que los otros pueblos y su Templo era más parecido a un mercado que a ninguna otra cosa. Los animales no molestaban pues eran necesarios para el culto pero el  modo de comerciar con ellos era ocasión de corrupción y de abuso sobre los fieles. Todo se había transformado en un despiadado trapicheo. El gesto de Jesús fue un acto profético, una denuncia de la situación, un atentado contra el statu quo. Pero no fue entendido así por la autoridad, que pedía un signo que justificase tal acción. El gesto de Jesús había sido ya bastante locuaz. Un signo que unido a la palabra recordada, al parecer, sólo por los apóstoles, se convertía en símbolo eficaz, en sacramento de una nueva realidad.

Y esta comprensión no viene dada por la raza, por la cultura ni por ninguna otra condición más allá de la llamada. Así nos lo dice Pablo. Sólo los llamados comprenden el signo definitivo que es Jesús crucificado y la sabiduría que en él se esconde. Cualquier llamado lo es para algo. En este caso, para reformar una percepción errónea del mundo, de nuestra situación y de la propia Iglesia. Apliquemos a nuestra realidad el celo de Jesús ¡Cuántas cosas habría que destruir! Aunque suene brutal. Siempre es preferible demoler algo a dejar que, simplemente, caiga. Entre otras cosas porque demoler implica  tener el control de la situación. Esperando a que caiga es posible que nos pille debajo, o que pille a otros. Demoler es propiciar el cambio, abrir la ventana para que pueda entrar el aire fresco y la puerta para que ni nadie se quede fuera ni nadie se quede agazapado dentro, excusándose en no poder salir para encontrarse con los otros. Demoler el Templo y reconstruirlo en tres días, período simbólico, claro. Primer día: desmantelar lo que nos protege y aísla; segundo: respirar a la intemperie y tercero: que nuestra vida, en consonancia con esa respiración, sea acción profética a nivel personal y comunitario; gesto realista que se torna simbólico al unirse al de Jesús. 

 

En tres días (Monasterio do Carmo - Lisboa, Portugal)