sábado, 15 de julio de 2023

SEMBRADORES. Domingo XV Ordinario

 16/07/2023

Sembradores

Domingo XV T.O.

Is 55, 10-11

Sal 64, 10-14

Rm 8, 18-23

Mt 13, 1-23

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Mi padre tiene un huerto. Yo le acompaño a veces; decir que le ayudo sería engalanarme demasiado. En ocasiones, le llevo o le traigo, pico (poco) aquí o siembro allí, según sus indicaciones y, al tiempo, recogemos fruto. La fecundidad de la tierra es apabullante. Todo parece indicar que en los tiempos y la geografía de Jesús, sería diferente. Ya no sembramos a voleo, sino que todo el espacio está preparado para que la tierra pueda acoger de la mejor manera posible el plantero. En aquel siglo I todo debía ser tan agreste como lo fuera ya en tiempo de Isaías. Los avances van despacio. Pero ya señalaba el profeta que, pese a lo áspero del terreno, la palabra consigue hacer feraz cualquier erial. También Jesús señala que, incluso en el peor lugar, la semilla brota; la del fruto es otra cuestión.

Jesús hablaba en parábolas para que la gente pudiese entender. Parece que los discípulos captaban mejor lo que quería decir. Por lo menos ponían empeño. Había quienes no terminaban de comprender porque oyendo no escuchan y mirando no ven, dice Jesús. Para hacerse cargo de lo que Jesús quiere decir debemos desatender nuestras propias ideas; liberarnos de interpretaciones y prejuicios y renunciar a saberlo ya todo. Esto les pasaba a aquellas buenas gentes, como nos pasa a nosotros hoy, que ya lo tenemos todo visto. A quien tiene se le quitará y a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Continuamos en la lógica de la semana pasada, según la cual Dios da o quita, o no da… Dios se da por entero a sí mismo. Quien tiene la valentía de prescindir de sí y ponerse a la escucha recibirá el mensaje, acogerá la Palabra y dará fruto. Quien no la tenga no podrá recibir nada y, para colmo, terminará descubriendo que eso en lo que tenía puesta su esperanza no le proporciona ningún sentido y quedará con nada, viviéndose despojado incluso de lo que no tenía.

Una vez germinada, el desarrollo natural de la planta le lleva a producir fruto allí donde esté. La parábola hace una enumeración de lugares, de situaciones en las que todos podemos encontrarnos. Lo importante no es producir mucho; habrá quien dé el 20 o el 60, o el 40. O vete a saber… La cuestión es que el proceso no se detenga. Pese a que no nos lo creamos no estamos llamados a salvar el mundo por nuestra cuenta. La creación gime con dolores de parto: en cada uno. Cada uno estamos llamados a dejar que la semilla arraigue en nosotros y a crecer dejándola crecer a ella. En la medida en que crezcamos con ella nos vamos haciendo más semejantes a Dios, a la fuente original, nos vamos dando como él mismo se nos da. Una comunidad de hermanas y hermanos dándose a sí misma en esa medida termina siendo transformadora de su propia realidad porque el amor no puede detenerse ni envasarse al vacío. Poseemos las primicias del Espíritu y se nos convoca para hacerlas crecer, para ser sembradores de esos que cuidan y miman, como los del salmo. Crecemos en la misma medida que sembramos y al crecer nos unimos a quienes van creciendo alimentados por el mismo manantial. Cada uno a su ritmo y en su medida, pero sin dejar a nadie atrás, sin que quede un lugar sin cubrir, por recóndito y lejano que sea; esa es la manifestación de los hijos de Dios. Así es como la Palabra no volverá a Dios vacía. Y es posible que por el camino tengamos que explicarnos las parábolas unos a otros para lograr desasirnos del refugio.


Sembradores. J. F. Millet, Sembradores de patatas (1861)


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