domingo, 13 de octubre de 2024

EL SENTIDO Y EL DESTINO. Domingo XXVIII Ordinario

13/10/2024

El sentido y el destino.

Domingo XXVIII Ordinario

Sb7, 7-11

Sal 89, 12-17

Hb 4, 12-13

Mc 10, 17-30

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La tradición judía afirma que es posible recibir la sabiduría si la pides con sinceridad. También los cristianos lo aseguramos y la tenemos por uno de los siete dones del Espíritu Santo, de la Ruah. El Antiguo Testamento nos trae noticia del legendario rey Salomón que en su oración la solicitó con sinceridad y le fue pródigamente concedida. Todo un libro tiene dedicado en la Biblia griega, del que hoy recordamos este breve fragmento. En él se presenta como el mayor tesoro; preferible a cualquier riqueza y, paradójicamente, capaz de alcanzarnos los mejores bienes. Será, pues, que existen riquezas y riquezas; que no es lo mismo la una que la otra.

El criterio para distinguirlas se ha ido afinando poco a poco. El salmista relaciona la sabiduría con la misericordia de Dios cuando su pueblo vuelve sus ojos hacia él y con la efectividad que tiene su trabajo cuando se deja guiar por Dios. El autor de la carta a los Hebreos afirma que la Palabra es capaz de desvelar los misterios más profundos con la gráfica expresión de “espada de dos filos”. Entones, la verdadera riqueza, la que procede de la sabiduría, tendrá que ver con escuchar la Palabra y con reconocer y vivir la misericordia de forma consciente en lo cotidiano.

De la mano de Marcos nos llega hoy la evidencia de que Jesús sabía distinguir entre ambas riquezas. Por un lado, a ese uno desconocido que se le acerca le pide deshacerse de su comodidad excedente de forma que pueda ser provechosa para los pobres. Viene a decir, en  síntesis, que los bienes deben repartirse entre todos y que cualquier acumulación en pocas manos perjudica a los demás. Deja claro también que ser bueno es ser como Dios, que lo da todo sin reservarse nada. Nada tiene que ver la verdadera bondad con las razones por las que el anónimo y bienintencionado cumplidor de la ley le llamaba bueno. Por otro lado, Jesús promete a sus seguidores el famoso ciento por uno que tradicionalmente ha venido siendo reservado para quienes aceptasen vocaciones específicamente religiosas pero que, sin duda, creemos que disfrutará cualquiera que se dedique a la construcción del Reino desde la generosidad.

Rico es quien no quiere desprenderse de la fortuna acopiada. El Reino de Dios se basa en la entrega de los unos a los otros. Quien es capaz de poner en obra esa intención renunciando a los propios bienes, incluso al dinero, incluso a realidades no materiales y de por sí buenas como la familia o la planificación según las normas establecidas, encontrará cien veces más ya en esta vida. En su camino no hallará más que agradecimiento y reciprocidad. Y compañeros con los que compartir la intensidad de cada día. Un mundo así construido es la maravilla que Dios pensó para todos pero cuyos beneficios permanecen aún secuestrados en manos de unos pocos. El Reino, como sabemos, comenzó con la vida de Jesús y se va extendiendo conforme hacemos memoria real y actualizadora de su vida (“Haced esto en memoria mía”). Lo sabemos, pero no nos lo creemos, porque seguimos poniendo nuestra esperanza en salvaciones extraterrenas que llegarán, pero podríamos empezar a vivir ya aquí. El destino final es la perfección del sentido y solo la misericordia de Dios sanará el sinsentido.

 

El sentido y el destino

 


 

sábado, 5 de octubre de 2024

RECIBIR LA BUENA NOTICIA. Domingo XXVII Ordinario

06/10/2024

Recibir la Buena Noticia.

Domingo XXVII T.O.

Gn 2, 18-24

Sal 127, 1-6

Heb 2, 9-11

Mc 10, 2-16

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Tenemos, en primer lugar, al ser humano que procede del Padre igual que el Hijo. No cabría decir que son los ángeles más que este Hijo; por lo tanto la inferioridad respecto a ellos de la que nos habla el autor de la carta a los hebreos ha de venirle por ser humano. Así pues, toda persona humana resulta ser tan solo un poco menos que los ángeles, seres espirituales. Dios confió a Adán el cuidado de su creación entendiendo que su corporalidad le capacitaba para esa labor. Pero tanto en esta labor como en su propio ser se encontró solo. El ser humano, como todos los seres físicos, está llamado a buscar la unidad superando esa diversidad que pone de manifiesto su intrínseca riqueza. Fue creado como cima de la creación, cercano a la divinidad y esa vecindad no cabe en una única materialización. La evolución se organiza en complejidad creciente de forma que va acercándose cada vez más al origen y no parece lógico que si Dios es dándose su manifestación natural fuese en soledad. Así, podemos decir que la comunión del ser humano le constituye como un único ser en plenitud. Frente a cualquier intento de privilegiar a uno sobre otro el Génesis presenta esta realidad fontanal que dinamiza y da sentido a la sociabilidad más íntima del ser humano en una igualdad radical.

El salmista, sin embargo, parece haber olvidado estas cosas pues retoma la imagen del varón como dueño de todo. La prosperidad es signo de bendición divina y las otras personas son equiparadas a bienes de su posesión. Algo tendrá que ver la dureza del corazón de la que habla Jesús con esta acaparación varonil que, a todas luces, se revela improcedente. Es esa dureza de corazón la que habría justificado la transigencia de Moisés. Tal vez no era el momento oportuno y la gente no estaba preparada para captar toda la profundidad que la Ley albergaba. Pero ya es hora, viene a decir Jesús, de que se asuma la realidad en sus justos términos. Quien por su interés repudia a su compañero o compañera se traiciona a sí mismo y al otro u otra y, además, renuncia a alcanzar y ser verdaderamente aquello que por su origen es y está llamado a ser en plenitud y, además, se lo impide también a la otra persona. Esta unidad procede de Dios mismo; no puede ser alterada por los intereses de unos sobre otros. La Buena Nueva: “nunca estarás solo” se vuelve para algunos una losa insoportable agigantada por el propio interés egoísta. La realidad de la unión matrimonial, con toda su corporalidad, cuya dignidad defiende Jesús ante fariseos y discípulos, le sirve también para hablar del Reino; de la intervención de Dios amando a su pueblo. Toda la creación se transforma en nupcias.

En el extremo opuesto los niños son, de nuevo, reconocidos como quienes acogen la novedad con el corazón abierto. Ellos son, como ya se dijo, imagen de los despreciados; no poseían valor alguno hasta que no fuesen de acoger responsablemente la Torah. Sin embargo, son capaces de escuchar a sus mayores a la vez que ponen toda su ilusión, energía y decisión en conseguir aquello que se proponen. Convenza usted a un infante de lo que debe hacer y se dedicará a ello por encima de todo o intente convencerlo de que no puede hacer lo que él piensa que debe hacerse. Apertura, decisión, rebeldía… son rasgos infantiles que Jesús propone y son también características de quienes no tienen nada más que esta promesa esponsal que reciben como buena noticia que anuncia la transformación definitiva.

 

Carl Bloch, Dejad que los niños vengan (ca. 1870)