06/04/2025 – Epifanía – El fin del aislamiento
Is 60, 1-6
Sal 71, 1-2. 7-13
Ef 3, 2-3a. 5-6
Mt 2, 1-12
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Para todo judío piadoso Jerusalén era el centro de la nación. Era lo más alto, lo más cercano al cielo, porque en ella se encontraba el Templo y allí residía la gloria de Dios. Era también un centro magnético pues hacia ella iban a ser atraídos todos los pueblos. Que Jerusalén se pusiera en pie solo podía significar que la presencia de Dios se aproximaba de forma real y definitiva. Y ella traería consigo el retorno de todos sus hijos e hijas. A partir de ese momento será luz para todos los pueblos y se llenará de riquezas. Incluso los de la legendaria Saba llegarán con oro e incienso. El salmista concreta que esa presencia residirá en el rey de la ciudad, en quien el mismo Dios pondrá su confianza. En sus días florecerán la paz y la justicia y tanto prosperará con él Jerusalén, y con ella el reino, que todos los otros reyes de la tierra vendrán a postrarse y reconocerle como soberano.
Mateo, pese a la tradición que nos ha llegado, no habla de reyes, pero sí de magos. En esta categoría cabría hablar de sacerdotes, astrónomos o teólogos. En el fondo, personajes que estaban atentos al movimiento de los astros y lo interpretaban según reglas religiosas. Mateo quiere dar por cumplida la antigua profecía del rey que hace presente a Dios en el seno de su pueblo y presenta a estos personajes venidos del extremo del mundo, que ya no es Tarsis, ni Saba, ni Arabia, sino el enigmático Oriente, todavía libre del poder romano. Añade, sin embargo, dos detalles de vital importancia. Los reyes que nombra Isaías traían oro e incienso. El oro era un presente apropiado para un rey, y el incienso era adecuado para Dios. De eso nos habla Isaías, de Dios reinando entre su pueblo y sobre el mundo. Sin embargo, Mateo añade mirra, que era un perfume caro que, entre otros usos, se utilizaba para embalsamar a los difuntos. Luego el rey definitivo será Dios pero también humano. El segundo detalle es hacerle nacer en Belén, la ciudad de David. Este rey continuará la dinastía que Dios inició para darle a su pueblo identidad e independencia políticas. Dios va a reinar de nuevo en su tierra, pero en forma humana. A los efesios se les dice, además, que esta nueva realidad, esta gracia, es extensible también para los gentiles; para todos los extranjeros. Pablo, a quien se atribuye la carta, es judío de los pies a la cabeza. Conoce la tradición y las profecías, pero ha sido enviado más allá de las fronteras, porque estas ya no tienen ningún sentido.
Tenemos así a un Dios que se ha hecho hombre, no precisamente en un palacio, de modo que llega casi inadvertidamente y que viene a legitimar un reino que se revela ahora proyectado hacia el exterior. Por una parte, se completa el sentido de ser pueblo elegido, pues todos los demás contemplarán en él la gloria de Dios, y por otra parte se precisa el sentido de esa elección: acoger y cuidar a todos. En el fondo, cada ser humano es un pueblo escogido. En todos nace un Dios que suavemente va pidiendo permiso para ocupar su puesto. Es tan discreta su presencia que muchas veces han de venir de fuera para hacérnoslo ver y, sin embargo, nos va colocando, si nos dejamos, en disposición de derribar muros y dejar entrar a todos. Dios se manifiesta en este derruir y en el encuentro con quienes nos aportan sus propios dones. Esta realidad puede contemplarse en el terreno personal, pero, especialmente en estos tiempos, es también imposible no hacerlo en el social, estatal o continental. De fuera vendrán, cierto es, pero no para echarte, sino para descubrirte quién eres y alumbrar junto a ti algo nuevo. Ya no es posible construirse de forma aislada.
James Tissot, El viaje de los Magos (1886-1894)