20/12/2025 – Domingo IV Adviento
Está al llegar
Is 7, 10-14
Sal 23, 1-4ab. 5-6
Rom 1, 1-7
Mt 1, 18-24
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Está ya a la vuelta de la esquina. No pasa desapercibido, sino que lo transforma todo. Puso del revés la vida de María, como ya sabemos, pero también le dio un buen giro a la de José. Tenemos a veces esa imagen de José como hombre que asume lo que le viene encima, porque es verdad que a él no se le da opción. A María se le preguntó; él, en cambio, se lo encontró todo decidido, o eso parece. Vayamos por partes. Le sorprendió el embarazo de su prometida, pero él no quería denunciarla porque “era justo”. Siempre me ha interrogado profundamente esta apreciación. ¿Sería que, de alguna forma, era ya consciente de la tremenda barbaridad que suponía la aplicación de la Ley? ¿Sería que él tenía algo que ver en el asunto? Su decisión de repudiar a María manifiesta su intención de no querer cargar con lo que no es suyo y, por lo tanto, deja sin fundamento la segunda pregunta. Manifiesta también que María le importa, pero en su fuero interno está decidido a renunciar a ella porque aunque a efectos prácticos todavía no, lo cierto es que, legalmente, y también para él, María es ya su mujer. Sin embargo, le importa tanto que no se detiene ante la más que probable interpretación del repudio privado como una asunción de responsabilidades en el enojoso asunto. Así, él aparecería como el culpable que se da a la fuga.
De este modo hubiese concluido todo si Dios no hubiese dicho su propia palabra. Curiosamente, José en hebreo significa “Él añade”. Después de que José ha tomado esta decisión, Dios añade, pone de su parte, un mensaje conciliador para el artesano. Mateo lo cuenta en forma de sueño con aparición de ángel incluida; un método muy apropiado para los mensajes divinos. Probablemente, José, fuese en realidad descendiente de David o no, conocería la historia de Israel, al menos en sus grandes hitos, y uno de ellos es el que nos narra hoy Isaías cuando, ante la amenaza de la alianza siro-efraimita, Dios mismo promete al rey el nacimiento de un niño del seno de una doncella (una chica joven o recién casada, según el texto hebreo). No parece descabellado que el recuerdo de ese episodio, en el que lo decisivo es la promesa de Dios de habitar con su pueblo, guiase de alguna manera a José en su opción definitiva. La señal que el rey no se atrevió a pedir era recogida ahora por José, que dejaba que Dios pusiese huella en su vida. Así es José; es el hombre de manos inocentes y puro corazón del que habla el salmista. De algún modo, adelantó el reconocimiento del mesías que Pablo hizo luego de forma expresa. También él recibió las antiguas promesas y las extendió más allá de sí mismo y de su propio pueblo. Lo que José aceptó al reconocer su llegada, él lo universalizó para acercarlo a todos los hombres y mujeres.
Con sus palabras y su vida Jesús transformó realidades concretas. Cambió, no sin dificultades, la existencia de sus padres en primer lugar pero también la de muchas otras personas después. A fin de cuentas, había crecido con quienes por amor renunciaron a sus propios planes. ¿Cómo no iba a disculpar y defender a quien erró por mucho amar frente a quienes querían aplicar una ley tan brutal como inamovible? ¿Cómo no habría de hacer sitio a Dios en su vida si no conoció otra cosa en su propio hogar? Quienes le conocieron descubrieron que no podían vivir ya sin él porque con él podían dar menos valor a ciertas leyes y más al Amor. Y, prepárate, porque en pocos días pretende volver a nacer en nosotros.
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| Modesto Faustini (1839-1891), Sogno di san Giuseppe |
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