sábado, 31 de mayo de 2025

CELEBRAR ES LIBERAR. Ascensión del Señor

01/06/2025 – Ascensión

Celebrar es liberar

Hch 1, 1-11

Sal 46, 2-3. 6-9

Ef 1, 17-23

Lc 24, 46-53

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El episodio de la ascensión de Jesús se nos cuenta dos veces en el Nuevo Testamento; ambas por la pluma de Lucas. Otros autores, como Marcos y Pablo, la citan como dato ya aceptado. Lucas la utiliza como punto de conexión entre el final de su evangelio y el comienzo del libro de los Hechos. Pablo y Lucas son hoy nuestras referencias. En ellas es posible distinguir entre la acción de Dios y la de Jesús. Para Pablo, de alma farisea, resurrección y ascensión son obra de Dios; Jesús es el sujeto pasivo. Para Lucas, que según la opinión mayoritaria, procedía de la gentilidad, es Jesús quien lo hace todo. Lo que sin duda podemos afirmar de Jesús es que vivió toda su vida atento a la presencia del Padre. En su propio proceso personal se esmeró en ir dejando atrás ciertas perspectivas con las que creció y que no se ajustaban a lo que descubría. La originalidad que sus vecinos vieron en él se debía a esta permanente apertura. Su forma de vida y sus palabras le llevaron hasta la muerte. Fue su Pascua; su paso hacia la realidad definitiva. La resurrección fue la evidencia de ese tránsito y la ascensión que hoy celebramos, su constatación definitiva. Los especialistas discuten si estos tres momentos pueden distinguirse o si se dieron en un único instante. Ahora mismo eso nos da igual.

Para Lucas, la ascensión marca el final del periplo terrenal de Jesús. El que bajó desde el Padre, retornó a él, pero con la novedad de que volvió hecho todo un hombre. La humanidad no es un valor abstracto. Tiene un componente físico que es también restaurado y acogido por el Padre. Una resurrección del alma no suponía ninguna novedad ni hubiese representado ningún escándalo para la cultura del momento; Pablo no hubiese sido ridiculizado en el areópago. Sin embargo, la innovación cristiana es que lo físico también merece ser celebrado. Estamos hoy en la fiesta del cuerpo. Esto, a simple vista, pero lo verdaderamente radical se encuentra en la indivisible unidad entre ambas dimensiones. La una sin la otra es insostenible. El ser humano es una única realidad. Su muerte es total; su resurrección es total y su ascensión también lo es. Si queremos defender la separación de los tres momentos aprovecharemos el valor simbólico de los días de cada intervalo; si nos decantamos por su unidad subrayamos esa trabazón que repugnaba al mundo antiguo y que el moderno ni se plantea.

En un comentario anterior a esta fiesta ya dijimos que ascender es sumergirse en la profundidad. Desde ahí es posible percibir la totalidad horizontal que Dios ve desde lo alto. Ascender hasta lo profundo es ver lo que Dios ve como él lo ve, pero desde aquí; desde la inmanencia de esta vida humana. Estamos constitutivamente ligados a lo terreno y no podemos emanciparnos de él. Jesús volverá, dice Lucas, porque tampoco él puede prescindir del humus. Esperamos el Espíritu porque es el ánimo vital que nos lleva a transfigurar este mundo dominado aún por estructuras dañinas. Jesús es cabeza porque va delante y la Iglesia es cuerpo que le sigue y está a la espera de recibir la plenitud mientras canta y bate palmas. Pero este entusiasmo no la vuelve sorda, sino que permanece atenta a la realidad del mundo y sus necesidades. Celebrar es liberar. La sanación y reconciliación de lo inmanente es el sueño de Dios y nuestro camino hacia él.    

 

Edward Knippers, The ascension of Christ (2014)

 

 


 

viernes, 23 de mayo de 2025

CONCILIARSE EN EL CAMINO. Domingo VI Pascua

25/05/2025 – Domingo VI Pascua

Conciliarse en el camino

Hch 15, 1-2. 22-29

Sal 66, 2-3. 5-6. 8

Ap 21, 10-14. 21-23

Jn 14, 23-29

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Estamos ya perfectamente familiarizados con la imagen de los concilios. Lucas nos trae hoy noticia de lo que se ha llamado el primer concilio de la Iglesia, celebrado en Jerusalén. Nuestro primer impulso es intentar entenderlo a la luz de éstos, pero se discute que sea una buena idea. Aquella primera comunidad constituida en asamblea tuvo que comenzar a delimitar opciones y así personas concretas asumieron diferentes roles. Sin embargo, tuvieron la voluntad de no construir desde la nada y dejarse aconsejar y lo expresaron formalmente: “el Espíritu Santo y nosotros…” De acuerdo con esa guía, el primer documento magisterial conocido designaba enviados autorizados, tranquilizaba a creyentes recién llegados y prescribía una normativa que pudiese ser aceptada por todos. Es conocida la preocupación por la pureza en el Antiguo Testamento, pero ni a los nuevos se les quiso amedrentar ni a los veteranos ningunear. Por eso a lo que ya todos conocían y, justo por eso, no se nombró, como no robar, no matar o no seguir ídolos, se añadió lo estrictamente necesario que acentuase el respeto a Dios en la alimentación y a los hermanos en las relaciones personales.

Lo que se produce aquí es un paso de lo privado a lo universal; a lo humano, sin más etiquetas. Esto no convencerá a todos. El Espíritu trabaja, pero cada uno tiene que dejar atrás su propia perspectiva. Lo normal es precisamente lo contrario: lo que nos ha resultado útil durante generaciones es lo verdadero y todos deben amoldarse a ello. A ser capaz de cuestionar este planteamiento y abrirse a lo que se intuye y se percibe como sugerido se le llama humildad, que, no en balde, comparte raíz con humanidad. Es también prueba de auténtica vinculación con el Espíritu que siempre es nuevo y no se deja atrapar por la preservación de lo particular. Es reconocimiento del rostro de Dios que ilumina a todos los seres humanos y hace cantar a todas las naciones. Así lo dice el salmista y lo confirma Juan en su Apocalipsis, donde la nueva ciudad con sus 12 puertas y sus 12 columnas se abre a la universalidad, pero carece de Santuario que privatice a Dios.

El Espíritu había sido prometido por Jesús como abogado y defensor. Él asegurará que no nos perdamos; nos enseñará y nos recordará todo lo que Jesús dijo e hizo. Jesús nos deja su paz, no la del mundo que puede asustar bastante porque se edifica sobre un equilibrio bien delicado y nunca es del todo real. Véase el telediario y se hará patente la diferencia. Esa paz de Jesús anida en el alma humana. Dejarse conducir por el Espíritu, cuestionarlo todo, abrirse a lo nuevo, es, para nosotros, guardar por amor la palabra de Jesús y actualizarla en nuestra vida diaria. No se nos dio para custodiarla, sino para lanzarla a los cuatro vientos y hacerla carne. La palabra es del Padre y el Padre es mayor que Jesús. Pese a su naturaleza divina, Jesús no deja de ser humano y no agota la realidad de Dios. Todo cuanto él dijo e hizo no es todo lo que podremos encontrar en Dios cuando, por fin, seamos plenamente en él. La humanidad de Jesús nos muestra lo común que podemos humildemente compartir con todos. Para conseguir asentar la nueva ciudad hay que trabajar la cimentación universal en la que nada ni nadie sea extraño; hay que dejar de lado lo particular en beneficio de lo total. Hay que plantearse, mejor, si los concilios que en la historia han sido se han asemejado o no a ese primero en el que el Espíritu se impuso sobre lo privativo. Todo indica que hay que conciliarse en el camino común. 

 

Conciliarse en el camino

 

 

 


 

 

sábado, 17 de mayo de 2025

GLORIA. Domingo V Pascua

18/05/2025 – Domingo V Pascua

Gloria

Hch 14, 21b-27

Sal 144, 8-13ab

Ap 21, 1-5a

Jn 13, 31-33a. 34-35

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Encontramos hoy a Bernabé y Pablo inmersos en su actividad misionera. Van de un lado a otro anunciando a quien ellos mismos han descubierto y proponiendo un modo nuevo de vida. Están empeñados en ello a pesar de las dificultades que no aparecen en este texto, pero que pueden verse en el conjunto del libro. Esas ciudades por las que pasan animando y exhortando a los discípulos no les dispensaron una buena acogida y les hicieron sufrir incluso físicamente. Sin embargo ellos vuelven, supongo que con precauciones que no se citan. Cuando hablan de todo lo que hay que pasar y proponen la perseverancia como actitud imprescindible no lo hacen a partir de la teoría o la sospecha. Podemos decir que son misioneros porque su comunidad les envió y para esa comunidad ahora son, además, testigos de que Dios abre la puerta a los paganos. Se acaban las fronteras. Quien se abre y acepta la oferta de Dios descubre un mundo nuevo que se inicia con su propia transformación. Ya no es el mismo, y eso se experimenta de forma indudable por la persona. El salmista nos cuenta cómo ha experimentado la bondad de Dios: con él ha sido clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.

Por eso él, como Pablo y Bernabé y tantos otros, quieren que todos puedan entonar el mismo canto; que todos se hagan receptivos a esta bondad. Quien lo vive quiere contagiarlo a todos. Quiere que todos descubran cómo Dios los hace nuevos y cómo todo es nuevo con él. Cielos nuevos, tierra nueva, ciudad nueva que nunca podrá ser del todo construida por el ser humano; es don de Dios que baja del cielo. En ella no habrá llanto, ni muerte, ni luto, ni dolor. Cesará cualquier persecución o marginación pues los corazones se habrán transformado ya según el amor recibido.

Es el amor el encargo definitivo que Jesús nos deja. Es la señal por la que seremos conocidos como seguidores suyos. Por amor, Dios se hizo como uno de tantos y su vida humana fue una construcción en el amor. Jesús amó a todos sin concesiones. Puso siempre por delante de sí mismo al ser humano concreto más necesitado. Y en su fidelidad se granjeó unas cuantas enemistades porque el amor a los últimos pone siempre en cuestión a los primeros y sus privilegios. Pablo y Bernabé lo experimentaron en sí mismos y muchos otros después de ellos también. Es ahora cuando Jesús va a ser glorificado y esa afirmación contradice ampliamente la lógica del mundo. Y no sólo él, sino que Dios mismo va a recibir también gloria en él. Esto está lejos del absurdo que puede parecer a primera vista. Entendamos esa glorificación como reconocimiento de Dios en medio del sinsentido del mundo. Allí donde se impone el mal y el inocente sufre resplandece la honradez radical y extrema de quien no se pliega a la perversión que flota en el ambiente. Esa es la glorificación real que deja muy atrás el incienso y los capisayos y se erige como identificación, memoria y actualización de la propuesta sencilla pero absolutamente rompedora que Jesús nos entrega de parte del Padre. También Dios glorifica a Jesús por haber  puesto carne a su propia fidelidad sin reserva alguna. En Jesús Dios puede ser fiel al ser humano hasta la última consecuencia. Ahora toda la humanidad es puesta en canción: la música es el amor y la letra canta “Gloria” en todos los idiomas. Es el fin de las concesiones y los privilegios; es el comienzo de lo nuevo. 

 

La Nueva Jerusalén. Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana. Ilustración de Facundo para el Códice de Fernando I y doña Sancha (1047). Fº 253v

 

 

 


 

sábado, 10 de mayo de 2025

SEGÚN LA NECESIDAD. Domingo IV Pascua

11/05/2025 – Domingo IV Pascua

Según la necesidad

Hch 13, 14. 43-52

Sal 99, 2-3.5

Ap 7, 9. 14b-17

Jn 10, 27-30

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Abre la ventana y verás el exterior con más claridad. Hay todo un mundo ahí fuera. Asómate. Es mucho más de lo que parecía. Ahora, la otra ventana. La brisa circulará, refrescará y oxigenará tu hogar. Atrévete con la puerta. Así cualquiera podrá entrar y apreciar lo que la brisa ha hecho en casa. Es lo que era, pero es distinta y también tú has cambiado. Tu paisaje ya no se agota en los muros. A quien se acerque podrás ofrecerle sinceramente esa novedad. También tú puedes visitar otras casas y ver que en todas ellas la misma brisa ha obrado de forma diferente. Esta brisa es tan incontenible como inabarcable; es inagotable. Los judíos que Pablo y Bernabé encontraron en Antioquía pensaban que era suya y pretendían controlarla. Habían construido sus propias barreras y pensaban que la tenían dominada y se tenían por ello fieles a la gracia de Dios. Sin embargo, la gracia no es de dejarse encasillar, así que encontró el resquicio que le permitió salir y localizar a los gentiles que no se escondían tras ninguna tapia. Lo que ella quiere es ser productiva; fecundar. Pero no siempre es bien comprendida y muchas veces no puede más que dejar ir.

Muchos de aquellos judíos se colocaron en una posición extradiegética, en un plano ajeno a lo que se estaba viviendo en ese momento, porque lo que percibieron no casaba con lo que conocían. Otros, sin embargo, percibieron con claridad que eso nuevo provenía de quien, acampando entre ellos, saciaba el hambre y la sed y paliaba el bochorno. Era común en la época creer en una predestinación que no impedía el ejercicio del libre albedrío. Por eso los discípulos se sacudían el polvo de las sandalias. En realidad, tomar una opción u otra obedecía más a la posibilidad de descubrir la verdad de lo nuevo en la propia necesidad que a un caprichoso designio divino. Cuando alguien o algo remedia nuestra indigencia lo reconocemos como bueno y encontramos sentido en él, en ella o en ello. Quien está ya harto y satisfecho y vive en la seguridad autocomplaciente no podrá encontrar ese sentido en lo cotidiano, sino que tendrá que buscarlo fuera de plano. Vete a saber dónde y cómo, pero seguramente de forma extraña para quien se esfuerza en sobrevivir en un mundo que continuamente segrega a los perdedores. Lo que es cierto es que para entonar el salmo de hoy hace falta tener la confianza puesta en ese Señor al que se le reconoce como creador, cuidador, protector, pastor fiel que no dejará al pueblo desvalido. Y nos dice Juan que el número de quienes finalmente lo cantarán será incontable; una verdadera muchedumbre que ha superado la tribulación.

De entre todos los pastores que llegan y prometen acompañarnos en el camino solo podemos creer a aquel que realmente afronta el riesgo y comparte nuestro sufrimiento. Es su sangre la que blanquea nuestra túnica. Su angustia es transformadora porque tiene su origen en Dios padre, que le entregó el rebaño compuesto por todo aquel que no rechaza esa verdad sencilla y desnuda de lo cotidiano transfigurado. Dios no espera fuera de este mundo despiadado. Se hizo presente en medio de su pueblo y atrajo hacia sí a todos los que tenían razones para encontrarlo; por amor vivió con ellos en sus propias condiciones haciendo real la alternativa que proponía. Todavía hoy en día permanece aquí y aún ese cambio se acepta o no dependiendo de todo eso que en nuestra vida necesite ser sanado, y eso no quiere decir que vaya a ser fácil. 

 

Según la necesidad.