domingo, 7 de enero de 2018

MIRADAS. El bautismo del Señor



07/01/2018
Miradas
El Bautismo del Señor
Is 42, 1-4. 6-7
Sal 28, 1a. 2. 3ac-4. 3b. 9b-10
Hch 10, 34-38
Mc 1, 7-11
Resonaban en el aire las palabras de la profecía de Isaías, pero Dios guardaba silencio y no se percibía señal alguna del prometido mesías. Y mientras tanto, profetas y visionarios no le faltaban a aquel pueblo, pero no surgía la chispa que prendiese la llama. Juan había desechado ya el camino de las armas y el del rigorismo cultual y se había marchado al desierto, desde allí predicaba la conversión, el compromiso y la implicación personales en un orden nuevo, pero se sabía capaz de bautizar tan solo con agua. Era necesaria la llegada de quien bautizase con Espíritu Santo. Y apareció un galileo anónimo que al salir del agua fue reconocido por Dios mismo como su Hijo predilecto. Más tarde, sus obras confirmaron esta identidad.
Jesús va conociendo íntimamente su identidad, Dios mismo la reconoce y el pueblo llega también a esa misma percepción. Estos tres pasos, que Marcos presenta entrelazados se dan en todo proceso de fe. Descubro en mi interior que no estoy solo, que Dios creador habita en mí como fuerza vital, como un padre o madre siempre atento, atenta, como amante siempre entregado. Él es quien me confirma en la unidad y me propone la comunión. Si la acepto y me sumerjo en sus aguas, en su ser, emerjo transformado, lleno del Espíritu, de esa chispa que faltaba. Es este Espíritu divino el que acompaña mis obras y llena los huecos que yo no alcanzo a cubrir. En ellas, todos los beneficiados pueden reconocer que algo en común compartimos y ese algo es el fondo divino que nos hermana a todos. Aún más, en virtud de ese único fondo divino es Dios mismo quien nos reconoce desde ellos. Es él quien vuelve a reconocerme desde el interior de cada hermano, ya no solo en mi intención sino también en mi actuar. Entonces nos dice también: “Tú eres mi hijo amado”, y se complace en nosotros.
Jesús el Cristo, el ungido, que pasó haciendo el bien y dio comienzo al cumplimiento de las escrituras que en nosotros están llamadas también a alcanzar la misma conclusión.  Dios mira desde el interior de todo ser humano. Desde allí busca nuestro reconocimiento y pide libertad para cada uno. Pide liberación de aquellos obstáculos que impiden al hombre disfrutar de los bienes que por ser persona le pertenecen en justicia o de aquellos otros que aprisionan al hombre en una cárcel de oro en la que su ser permanece esclavo de miles de necesidades creadas y asumidas como reales. La mirada del otro nos devuelve nuestro reflejo y nos presenta nuestro actuar y nuestra posición respeto a él. La mirada del otro nos interpela porque desde ella Dios nos recuerda nuestra propia condición de ungidos, de seres depositarios de la bendición capaz de liberar a cada persona, incluidos nosotros mismos, de aquello que le permita gozar de su propia dignidad y descubrir su ser íntimo y verdadero. La mirada del otro nos confirma en nuestra inicial intuición de unidad y en la comunión buscada en el ofrecimiento de la vida propia a la suya. Ser ungido es ser colocado en disposición de descubrir el propio ser, reflejo del ser de Dios y orientado hacia los demás.



Miradas



1 comentario:

  1. "Sumergida en tu corriente fluyo como agua,
    acogiendo luz de piedras que presentan tu mirada.

    Las observo,
    veo sus caras,
    si me interno suavemente,
    me evaporo al amarlas...

    Como aire muevo bloques,
    aligero sus cargas,
    cosquilleo sus tristezas,
    alentando sus cargas.

    Cuando prenden las estrellas
    y cierran sus ventanas,
    me deshago
    convocada,
    deseando,
    guiada..."

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