sábado, 14 de diciembre de 2019

DE LA OLA Y LA ROCA. Domingo III Adviento


15/12/19
De la ola y la roca
Domingo III Adviento
Is 35, 1-6a. 10
Sal 145, 7-10
Sant 5, 7-10
Mt 11, 2-11
Isaías y Mateo concuerdan hoy como el anuncio y su cumplimiento. Lo que el profeta presentó como predicción lo narra el evangelista como realidad, como hecho que se cumple en la persona de Jesús. Él es el Mesías, el Cristo. Y su espera, vivida incluso con más ansiedad que la espera del amado, ha tocado a su fin.  Este Jesús el Cristo no llega con las manos vacías, sino que nos trae el regalo del Reino, una realidad tan diferente a la conocida que incluso Juan, el más grande entre los nacidos de mujer, es más pequeño que el más pequeño de los que allí se encuentran. Tan distinta que está aún por estrenar. De ahí la recomendación de Santiago: esperar con paciencia mientras la impaciencia del profeta nos devora. Apasionada espera de los amantes por reencontrarse que hacen por volver a unirse. Apasionada espera de quien hace por acelerar el crecimiento de ese Reino adelantando sus frutos, esforzándose en devolver la vista a los ciegos y el oído a los sordos, hacer andar a los lisiados,  limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos y anunciar a los pobres la buena noticia de que son amados antes que nadie. 
Nunca ha sido la esperanza una virtud pasiva. Nunca la resignación, pese a cierta tradición, fue predicada por Jesús. Nada hay más instantáneo, más cercano al momento, más fiel a la realidad en la que se encarna que la esperanza cristiana que se esfuerza en transformar el mundo en un lugar más amable, precisamente porque se le ama. Nada hay más cercano a la encarnación del Hijo que el empeño en ser esa misma encarnación, en eliminar cuanto nos ancla al sofá para salir y procurar que nuestra realidad externa sea símbolo vivo del  Reino que florece en nuestro interior.
Porque ni interior ni exterior tienen aquí preeminencia. Todo está sostenido por Dios y Dios está empeñado en serlo todo en todos. Las separaciones y las fronteras son cosa nuestra, no suya. Vivimos lo que somos y somos lo que buscamos y procuramos. Conforme nuestra espera activa va produciendo frutos concretos para el Reino, la realidad que va surgiendo de nuestra interacción con los demás alimenta también nuestro ser y le abre a las nuevas perspectivas que surgen. Es tiempo de sumar, no de quejarse los unos de los otros. Es tiempo de elaborar una síntesis que pueda incluir la experiencia de la humanidad en su peregrinar esperanzado.
Vamos viviendo el adviento con el convencimiento de que Jesús va a llegar. A Jesús hay que hacerle un hueco, pero esa es una acción que requiere esfuerzo porque tenemos el corazón lleno de muchas cosas y, ciertamente, él es capaz de colarse por cualquier rendija, tal como se coló en nuestro mundo apareciendo en un destartalado pesebre, si hemos de hacer caso a Lucas, pero a partir de ahí hay que ir dejándole sitio porque poco a poco se va expandiendo conforme le prestas atención. No quiere hacer de nosotros marionetas, sino que aceptemos ser expresión de sí mismo habitando en nosotros. Sin la ola el océano sería un bloque de agua en calma, imponente, pero incapaz de pulir las aristas de la roca. Seamos la ola que domestica el agreste salvajismo de una vida demasiado afilada.  

De la ola y la roca

1 comentario:

  1. En cada mirada y en cada acto
    En la sencillez de lo cotidiano
    Liberarle,
    darle Forma...

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