sábado, 16 de septiembre de 2023

DESPROPORCIONES. Domingo XXIV Ordinario

17/09/2023

Desproporciones.

Domingo XXIV T.O.

Si 27, 33 – 28, 9

Sal 102, 1-4. 9-12

Rm 14, 7-9

Mt 18, 21-35

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Perdonar es sencillo si tú mismo has experimentado antes el perdón de otros. Si no ha sido así, seguiremos enredados en debates acerca del amor y de la justicia. ¿Dónde empiezan? ¿Dónde acaban? ¿Por qué a mí sí, o no, y a ellos no, o sí? Todo se torna confuso cuando no podemos sentir la liberación del perdón. Aparece entonces la justicia, como guía en la penumbra. Pero eso no es lo definitivo. Entre los ascendientes de Jesús, encontramos a Lamec que, en los tiempos del Génesis, juró vengar cualquier ofensa 70 veces siete. Jesús lo toma como ejemplo pero invierte su valor. Setenta veces siete será a partir de ahora el número de veces que se debe perdonar; es decir, siempre. Adiós al equilibrio justiciero. El perdón es fruto del amor y el verdadero amor es siempre desproporcionado. Desproporcionadas eran también las deudas de los personajes de la parábola. En el Nuevo Testamento, un talento equivalía a 21,6 kg de plata, es decir, 6.000 denarios. El denario era el salario de un día completo de trabajo. El primer empleado debía 10.000 talentos, es decir, 60 millones de denarios ¡Una barbaridad! El segundo "sólo" debía 100 denarios, que tampoco está mal; 100 días de trabajo. Al primero se le perdonó mucho, pero él no lo vivió así, sino como una negociación. Al no sentirse perdonado, sino tan solo justificado, no se sintió movido a hacer lo mismo. Todavía hoy existen personas e instituciones que negocian enormes deudas y se sienten justificadas para seguir reclamando a sus deudores sin piedad alguna.

Ben Sirá nos habla hoy de la incompatibilidad entre esta exigencia de justicia y el perdón que surge del amor divino. Al no perdonar, conservamos la ira que nos impide reconocer en nuestras vidas la obra de Dios a la que canta el salmista. Así, nuestra vida pasa a ser un laberinto. Imploramos y pedimos pero el resentimiento nos impide percibir el bien que Dios nos dispensa y aprender de él. Quedamos presas del mal. La venganza divina de la que hablan Mateo y Ben Sirá es en realidad fruto de nuestra obsesión en nuestro propio concepto de justicia. Sin embargo, nos dice Pablo, tanto en la vida como en la muerte somos del Señor. En lo bueno y en lo malo, le pertenecemos; él está con nosotros y nosotros en él.

De entre todo lo malo, la muerte es el último enemigo, pero Jesús lo ha vencido ya. Y nosotros en él. Pese a todo, nos sigue dominando el dolor por la separación. En Jesús, sin embargo, es más sencillo recordar todo lo que recibimos de los que ya no están y valorarlo como el amor real que nos tuvieron. Les debemos mucho y tan desproporcionadamente como deben los personajes de la parábola, pero no es una deuda que tengamos que saldar como estos pretenden. Al contrario, el amor recibido nos capacita para reconocerlo en cualquier otra parte y nos coloca en disposición de entregarnos tal como aprendimos de quien lo volcó sobre nosotros. El amor es incontenible. Lo inexplicable del perdón es muestra de ello. Quien ha conocido la grandeza del amor que sus difuntos le transmitieron se descubre agraciado y no puede no amar; el perdón es su sello. A quien en apariencia parte, en realidad, le acogemos como la presencia, el testimonio, del amor en nosotros. Ingresar en esa vida desconocida es revelar a quienes quedan aquí un trozo de cielo: es hacer patente el amor entregado y espolearles a todos para que ese amor no se embalse en nosotros. Que fluya.


Desproporciones


Para Miguel, Natalia, Raquel , Edu y familia. 


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