sábado, 8 de junio de 2024

APUNTA BIEN. Domingo X Ordinario

09/06/2024

Apunta bien.

Domingo X T.O.

Gn 39-15

Sal 129, 1b-8

2 Cor 4, 13 — 5, 1

Mc 3, 20-35

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Hacemos a veces como Adán y Eva; intentamos escurrir el bulto y echarle la culpa a otros. Es un síntoma claro de inmadurez. Ya la sabiduría de las madres inventó hace años aquello de: “Y si fulanito se tira por el puente ¿Tú también te tiras?” Y siguen repitiéndolo hoy en día. También yo lo repito muchas veces y cualquiera que trate con gente en crecimiento, en ese crecer estamos todos, la hace suya, ya sea que llegue a decirla o simplemente la piense, en más de una ocasión. A la serpiente no le queda nadie a quien culpar y es, en este fragmento de hoy, la castigada. La cuestión es que en no pocas ocasiones al ponernos al alcance de la perspectiva divina sabemos que la hemos liado. Lo sensato entonces, lo maduro, es aceptar la propia responsabilidad. Así lo hace el salmista que, en la Palabra, aguarda la misericordia del Señor.

Cuando esta Palabra llega trae efectivamente la misericordia. Tan solo el pecado contra el Espíritu queda fuera. Los judíos distinguían entre los pecados que podían perdonarse y los que no. Jesús afirma que solo esa oposición a la acción de Dios puede tenerse por imperdonable. Y llama también a la responsabilidad personal. Él ha dejado a su familia; a su madre y hermanos que vienen a buscarle pensando que está fuera de sí. Sabemos que, en el fondo, así era,  pues Jesús vivía fuera de sí; pendiente de los demás; permanentemente vuelto hacia quien necesitase cualquier sanación. En su mundo la enfermedad mental, era considerada una posesión demoníaca pero él se presenta como el ser humano capaz de atar e inmovilizar al “señor de la casa”. Si Satanás no se expulsa a sí mismo; su acción le revela como lo opuesto al maligno. Está del lado de Dios, sin duda. Quien lo niegue o intente impedirle actuar es quien blasfema contra el Espíritu. Los escribas, de forma clara. Y en medio su familia; la abandonada que reaparece preocupada por él y por el honor propio; no sabemos si a partes iguales o en alguna otra proporción. Para colocarse en el bando de Dios hay que dejar aquello que pretende retenernos y crear lazos nuevos; reconocer una nueva familia en los que también se colocan en las mismas coordenadas.

Así pues, tenemos por un lado al ser humano que apunta y falla por escuchar un mal consejo. En el Antiguo Testamento, pecar es “hatta”, errar en el blanco. Este yerro puede deberse a haberle hecho caso a ese “señor fuerte”, dueño de la casa, del mundo, que nos convence para tirarnos por el puente tras él. Es lo opuesto a lo que Dios querría. Pero, por otro lado, admitir nuestra responsabilidad nos pone en la tesitura adecuada para hacer crecer el hombre interior del que habla Pablo. Reconocer que hemos fallado, que estamos dominados por los intereses exteriores del mundo que coronan actitudes contrarias al amor de Dios, es el primer paso para la inmersión en nuestra propia profundidad; allí donde aún estamos en sintonía con Dios y nos avergonzamos de vernos desnudos ante él. Allí también vive, puede que dormida, la seguridad de esperar la misma resurrección que el Señor Jesús. No se trata de intentar disculparnos como los niños. La existencia del tentador no nos exime de nuestra responsabilidad. Se trata de aceptar nuestro error y comprender que solo nosotros podemos sacarnos del mundo, de la familia, del ambiente que no nos deja apuntar bien.

 

Apunta bien

 

 


 

 

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