22/06/2025 – Corpus Christi
Trabajándonos
Gn 14, 18-20
Sal 109,1-4
1 Cor 11, 23-26
Lc 9, 11b-17
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El pan y el vino son presentados como productos naturales, pero trabajados por manos humanas. No son realidades que encontremos de forma directa. Para lo bueno y lo malo, el mundo es lo que es por la acción del ser humano. Se concreta así el encargo que Dios hizo a Adam, la humanidad surgida de la tierra, para que hiciese productiva la realidad que él le entregaba. Melquisedec, el rey sacerdote de Salem, la antigua Jerusalén, ciudad de la paz, que no había participado en las pugnas de los otros soberanos atestigua el valor de la naturaleza transformada convirtiéndolo en el eje central de sus ceremonias. El salmista muestra su convencimiento acerca del reconocimiento que Dios concede a ese cambio al instituirlo como el rito propio del príncipe al que engendró antes de la aurora.
Lucas presenta a Jesús utilizando pan para alimentar a una multitud. Pan y peces. Por un lado, la naturaleza trabajada y, por otro, la que intencionalmente ha sido capturada con esfuerzo. El mundo no es un lugar idílico en el que todo queda al alcance de la mano; cuesta esfuerzo conseguir el sustento. Los discípulos de Jesús piensan que cada uno debe buscarse la vida lo mejor que pueda; quien pueda ir a comprar comida que vaya a los pueblos y cortijos cercanos y negocie allí; quien no, tendrá que utilizar otros métodos. Jesús es de la opinión de que nosotros podemos y debemos dar de comer a muchos. ¿Cómo? Motivando un cambio que haga que la comida alcance para todos. Pero no será sencillo. El milagro de la multiplicación está en convencer a todos para que no se guarden sus reservas para ellos solos. Siempre alcanza para más compartiéndolas. Ese es el primer prodigio; el segundo, que la cosa se repita y llegue a ser costumbre. Situándose en su misma línea, Jesús ha dado un paso más que Melquisedec. Éste reconocía el valor sagrado del trabajo, pero Jesús afirma con su gesto que cualquier esfuerzo que no repercuta en beneficio de los demás está lejos de ser lo que Dios esperaba.
Jesús se trabajó a sí mismo como si fuese pan y vino. Se dejó recolectar, amasar y triturar y produjo un fruto que estaba ya en su interior, pero que podría no haber aflorado nunca. Lo más sencillo es afirmar la verdad de lo sagrado y conservarlo como un ritual útil en cuanto nos da seguridad y nos conforta. Para Jesús, sin embargo, todo lo sagrado tenía esa dimensión de ofrecimiento sin medida. Pablo nos trae el primer relato conocido de la última cena y la expresión de su donación total y, con él, su encargo de actualizarlo permanentemente. Dios se hizo hombre en Jesús y Jesús quiso quedarse en el pan y vino compartido, pero no encerrado. En el fondo, con esa generosidad suya tan radical, Dios se hace rehén del ser humano en cuanto que es posible que éste lo retenga para sí esperando conseguir el pasaje hacia una eternidad más amable que él se ha ganado con su ferviente dedicación. Dios es inasible, pero es posible que algunos se engañen pensando tenerlo bien amarrado porque creen dominar el poder de conjurarlo y hacerlo aparecer según su conveniencia. Ninguna realidad natural puede hacer presente lo divino si la intención no es ponerla a ella y a nosotros mismos a disposición de las muchedumbres hambrientas. Hacer presente a Jesús es hacernos sagrados no apartándonos y reservándonos sino trabajándonos como él se trabajó para obrar el mismo portento que él consiguió.
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José Luis Cortés, ¡¡Sacadme de Aquí!! |
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