sábado, 7 de junio de 2025

EL FIN DE LA PRIVACIDAD. Pentecostés

08/06/2025 - Pentecostés

El fin de la privacidad

Hch 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34

1 Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

El salmista se encarga de recordarnos que el aliento de Dios mantiene la vida de las criaturas; enviando su espíritu repuebla la faz de la tierra. Todo ser vivo alberga esa chispa vivaz. Juan afirma que Jesús sopló sobre sus discípulos para entregarles el Espíritu. Nos muestra así la recreación de todo. Pero antes, Jesús se ha preocupado de mostrarles que es realmente él presentándoles sus heridas y les ha deseado la paz. No una paz inocua, sino guerrera, que permite una entrega absoluta como la suya y asume los riesgos que llegarán. Una vez identificado y que les ha presentado su proyecto Jesús les envía al mundo con la potencia creadora del Espíritu. En virtud de la encarnación es Dios mismo quien envía y, por su naturaleza trinitaria, es él mismo el enviado. El gran beneficiado es siempre el receptor. En la creación original el ser humano recibió de Dios su hálito vital, pero tenía vedado el acceso al conocimiento del bien y del mal, pues su labor era cuidar y mantener. Ahora, con el reconocimiento de Jesús y la aceptación del Espíritu, Dios mismo mora en él y así recibe también la posibilidad de perdonar o retener. No solo conoce el mal, sino que puede sanarlo o no. No es la suya, pese a todo, la instancia definitiva.

Lucas presenta la llegada del Espíritu de parte de Dios sobre todos en el mismo ambiente de encierro medroso. A partir de ese momento son capaces de sortear su miedo  y hacerse entender por cualquiera, pues a cualquiera saben hablar en su propia lengua. Todas ellas son buenas para compartir, consolar, acompañar y enunciar el amor del Padre. Los más suspicaces les creen llenos de mosto, pero el mosto es el vino del año; es el jugo del momento; la experiencia definitiva que lanza hacia la acción; es el Espíritu que despliega todo su poder creador. Su desinhibición no se debe a la embriaguez, sino a la fuerza divina que se afinca en ellos para dirigirse a todos los demás. Ni para Juan ni para Lucas el Espíritu se agota en el consuelo o el perfeccionamiento personal. Es siempre traspaso y trascendencia común. También es así para Pablo quien insiste en que cada uno aporta la propia realidad a la construcción de un todo orgánico. Desde lo profundo de sí deja salir al Dios que se le ha entregado y que le lleva al encuentro con los demás. En esa confluencia Dios mismo se reencuentra y, de algún modo, se recompone. Cristo es la gran construcción común que surge cuando los individuos atienden al bien común y dejan que el Espíritu, Dios en acción, guíe sus vidas. Como ya dijera el profeta, tener el Espíritu sobre ti no es un asunto privado.

Así pues, la fiesta del quincuagésimo día desde la Pascua es la celebración que inaugura un modo nuevo de estar en el mundo. Ya no cuentan los intereses personales sino los comunitarios. Lo  colectivo está llamado a construirse como un ser vivo en el que todos sus miembros son importantes. Allá por el siglo xiii Stephen Langton, obispo de Canterbury, escribió la secuencia de Pentecostés en el exilio. Era, en su origen, una súplica personal. Convertirla en una fuente de enriquecimiento comunitario  es  síntoma de la verdadera Pascua a la que nos convoca Dios mismo. Aceptar la paz de Jesús el resucitado nos capacita para recibir a Dios-Espíritu, nos reconstruye en nuestra raíz más íntima y nos orienta hacia la incontenible constitución, todos juntos, de una nueva realidad viviente animada por Dios. 

 

Pentecostés. El fin de la privacidad.

 

 


 

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