sábado, 12 de julio de 2025

A VECES AQUÍ Y OTRAS ALLÍ. Domingo XV Ordinatio

13/07/2025 – Domingo XV T.O.

A veces aquí y otras allí

Dt 30, 10-14

Sal 68, 14. 17. 30-31. 33-34. 36ab.37

Sal 18, 8-11

Col 1, 15-20

Lc 10, 25-37

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Con frecuencia Jesús hablaba de la sencillez y, a todas luces, este hecho contrastaba con la reciedumbre de la legislación judía. Sin embargo, las últimas palabras de Moisés antes de sus bendiciones finales y de su propia muerte vienen a hablarnos también de sencillez. Es conocida la complejidad y extensión de la normativa judía sobre innumerables aspectos, y al hilo de esta dificultad era habitual el lamento de los fieles y, también, la excusa. Para Moisés nada de esto tiene fundamento ni justificación; por eso motiva al pueblo para que escuche al Señor y se vuelva a él pues el mandamiento no es inalcanzable ni extraño; es conocido y se encuentra muy cerca del ser humano. Solo la boca y el corazón parecen estar implicados. La boca para confesar y el corazón para moverle en la dirección correcta.

Tal como hoy en día, en el siglo I existían ya gentes empeñadas en recordar a todos que la vida eterna había que ganársela a pulso. Es el caso del maestro de la Ley que hoy plantea su duda a Jesús queriéndolo poner a prueba. El detalle es importante porque le sitúa entre quienes se sienten con autoridad para mandar a los demás. Este maestro es capaz de contestar con éxito la contrapregunta de Jesús. La teoría es sencilla. Pero vuelve a insistir porque la práctica se le resiste y quiere saber si aún puede pillar a Jesús ahí y, de paso, como dice Lucas, justificarse. Para Jesús, prójimo es quien se acerca a los demás y les tiende la mano en la dificultad. Esto debió ser una novedad para aquel maestro. No para nosotros, que ya sabemos que Jesús es Dios y hombre y que Dios no es de los que se quedan esperando; es puro dinamismo. Y aquel prójimo, para postre, no era un prójimo cualquiera, sino que, de entre todos, fue precisamente el vecino molesto, el indeseable y dejado de lado por la buena gente, el que atinó. Y, sin embargo, no hizo más que, como Moisés decía, lo más sencillo, lo evidente, lo que hacía falta en ese momento: dejarse llevar por el corazón, atender a aquel pobre desconocido y procurarle los cuidados que necesitaba echando mano a 2 denarios de su propia bolsa, el salario de 2 días de trabajo, comprometiéndose a aportar lo que faltase a su vuelta. La cuestión no está pues en identificar al prójimo, porque todos tendremos siempre “favoritos”, sino en aprojimarse a quien lo necesite.

Esta persona necesitada no podrá no hacer suyo el salmo 68, mientras que quien se le aprojima notará en su alma la resonancia del 18. Quien pide ayuda a Dios sabe, o debería saber, que la ayuda le llegará a través de otras manos que entienden la Ley como inspiración para no quedarse inmóviles. A fin de cuentas la vida es, como Dios, movimiento. Posiblemente, digo yo, la liturgia nos proponga hoy dos salmos porque en esta vida nos toca a veces aprojimarnos y otras, depender de que alguien lo haga por nosotros. Menesterosos a la par que dispensadores, así es nuestra naturaleza. Jesús el Cristo comparte nuestra condición humana de donde se deduce que también él experimentaría esta polaridad, pero nos dice el autor de la carta a los colosenses que en él reside toda la plenitud. Creo yo que no solo por su condición de co-creador y primogénito de todo, sino porque supo hacerse prójimo de los más sencillos y desentrañar lo más íntimo de la Ley dejando atrás lo que le alejaba del prójimo y, por tanto, de Dios. 

 

A veces aquí y otras allí

   

 


 



 

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