sábado, 27 de agosto de 2022

LA HUMILDAD. Domingo XXII Ordinario

 28/08/2022

La humildad.

Domingo XXII T.O.

Si 3, 17-18. 20. 28-29

Sal 67, 4-5a. c. 6-7ab. 10-11

Hb 12, 18-19. 22-24a

Lc 14, 1. 7-14

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La vida es una fiesta; es como una boda a la que somos invitados. La gran novedad es que nosotros también podemos invitar a otros al festejo. En una fiesta normal hay quien enseguida quiere ocupar los primeros puestos. En realidad, todos lo queremos. La cuestión  es que para llegar hasta esos lugares de prevalencia hay que pasar por encima de otros que quedan en desventaja. No hay otro camino. Y suelen ser siempre aquellos que menos posibilidades tienen quienes se ven relegados a los últimos rincones: allí donde se hace realmente difícil romper las condiciones que les convierten en esos que no importan. Así, cada uno es menos tenido en cuenta cuanto más alejado de la cabecera termina. Mientras tanto, quienes llegaron primero a los asientos preferentes, van negociando y enriqueciéndose y, unos a otros, se convencen de que esa posición es mérito suyo.

Ocurre, sin embargo, que no estamos convocados por un anfitrión cualquiera. El autor de la carta a los Hebreos nos recuerda que es Jesús quien nos llama y a quien nos acercamos. Y Jesús no nos reúne en torno a sí para que sigamos esa mecánica tan oportunista, sino para que adoptemos su mismo modo de vida, optando por aquellos a los que nadie reconocería merecedores de su atención y a quienes nadie nunca invitaría a su casa porque nunca tendrán la posibilidad material de devolver el gesto. Otras posibilidades o agradecimientos no parecen interesar, pero son bien reales. Jesús siempre le da la vuelta a todo. Afirma, además, que llegará un momento en que el dueño de la casa, sin mucha explicación, invierta el orden en el que sus invitados se han ido colocando. Según afirmaba ya el salmista, la categoría que ese dueño valora tiene poco que ver con ese pragmatismo tan utilitarista que reduce a las personas a herramientas; útiles para nuestros propósitos o no.

La humildad es fundamental para comprender este mensaje, pero tiene poco que ver con esa versión simplista e interesada (y muy pía) en la que nos hacemos de menos esperando que alguien más poderoso pueda beneficiarnos haciéndonos de más.  Humildad es conocerse y valorar nuestra realidad en su justa medida; es poner nuestras capacidades a disposición del Señor en los demás dejando que entre él y ellos vayan extendiendo el espacio de nuestra tienda. Sólo quien se reconoce necesitado puede descubrir el bien que los otros le hacen y el bien que él mismo puede hacer. Mejor que la generosidad es la humildad, nos dice hoy el Sirácida pues sólo a los humildes revela el Señor sus secretos. Humilde es quien se acerca al humus que es y lo acepta sin desdoro; quien olvida el orden habitual e instituido para dejar a Dios morar en él y abre su puerta a todos para crecer juntos. En la misma medida en la que nos despojamos de esa falsa sabiduría que cree conocerlo ya todo, de ese cinismo que no ve mal despreciar a los sencillos, de esa arrogancia de pensar que poseemos ya la verdad y creer que nadie puede enseñarnos nada, vamos encontrando el rostro de Dios entre nosotros. Lo contrario, situarnos ya en una certeza que siempre nos justifica y sucumbir al impulso de trepar a cualquier coste, es negar la verdad. La verdad que somos nosotros mismos y la verdad que Dios nos presenta como propuesta edificante. En nuestra mano está no impedir que la vida sea, para todos, la fiesta que Dios soñó.


Manuel Bayeu (1740 - 1809), Alegoría de la humildad. Cartuja de Ntra. Sra de las Fuentes. Sariñena (Huesca)





sábado, 20 de agosto de 2022

DE LA PUERTA HACIA EL SENTIDO. Domingo XXI Ordinario

21/08/2022

De la puerta hacia el sentido.

Domingo XXI T.O.

Is 66, 18-21

Sal 116, 1-2

Hb 12, 5-7. 11-13

Lc 13, 22-30

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Existen, al menos, dos modos de hacer las cosas: atentos al número y a la espectacularidad que son el lenguaje propio del éxito o, en segundo lugar, dándole importancia al cómo y al discernimiento entre las opciones, que son la clave de la veracidad. Aquella primera es la que más se baraja en nuestra sociedad contemporánea, incluso dentro de nuestra Iglesia, donde hay quien valora la cantidad, la forma y el relumbrón por encima de todo. Esta otra segunda es la que Jesús propone. Cuando la gente le pregunta por el número de aquellos que han de salvarse, él cambia la perspectiva y les hace caer en la cuenta de la manera en que esa  salvación será real: entrando por la puerta estrecha, sin que importe mucho que se haya comido y bebido con él y se haya escuchado su enseñanza. En el ambiente cristiano en el que se escribieron estas páginas, así como hoy mismo, estas referencias son una evidente alusión a la dimensión celebrativa de la comunidad. Dicho en román paladino, no tiene nada que ver eso de “ir a Misa” con la salvación que Jesús propone.  De hecho, afirma también que muchos quedarán fuera viendo cómo van llegando gentes de oriente y occidente a ocupar el sitio que ellos creían estar ganándose a pulso. De esta reunión universal hablaba ya Isaías. Esto de la salvación y no es, como a veces se piensa, una realidad acotada por normas estrictas e inapelables. Basta con reconocer a Dios y ponerse en movimiento hacia él.

Basta con eso… para empezar. Porque Jesús habla también de una puerta estrecha por la que no todos podrán pasar. De ese angosto paso el autor de la carta a los Hebreos habla en clave de corrección pedagógica por parte de Dios, identificándolo con un padre que vela por el bien de sus hijos. En la tradición judía Dios lo obraba todo e intervenía directamente cuando el pueblo o cualquier individuo necesitaba ser reprendido. En este caso, la lección es que muchas veces nuestras ideas de Dios tiene poco que ver con el Dios real que abre las puertas a todos. Lo que importa es la sinceridad en la búsqueda, la decisión de tomar el camino llano que sana el pie renqueante, la determinación de atravesar la puerta estrecha por la que no entran imágenes y concepciones de Dios hechas a imagen del usuario que se traducen en iniquidad para con los extraños, los que no son como nosotros, los buenos, los elegidos.

Dios es Dios y tenemos que dejarle ser Dios; no imponerle nuestras propias ideas y demandas. La salvación tiene mucho que ver con el sentido. Y el sentido se descubre viviendo la realidad de Dios en cualquier circunstancia, por negativa o dolorosa que sea. No existe sentido alguno para el dolor, si es que tiene alguno, que no sea la posibilidad de encontrar en él a Dios sosteniéndonos, acompañándonos. Lo que tiene sentido es, primero, vivir la vida con esa convicción, por muy dura que esa vida sea y, segundo, vivir dedicados a que la vida no sea dolorosa para nadie. Porque un sentido solipsista tampoco es sentido. Esta es la clave para interpretar la vida de cientos de mujeres y hombres que en nuestra tradición llamamos santos; seguro que todos ellos, si realmente lo fueron, vivieron una vida con sentido. Y seguro que en todas las tradiciones y culturas han existido personas que han descubierto ese sentido; que se han salvado comunitariamente; que han pasado por la puerta estrecha para depurar sus propias imágenes de Dios y descubrir al único Amor verdadero que nos convoca a todos.


De la puerta hacia el sentido


sábado, 13 de agosto de 2022

ARDER Y ARDER. Domingo XX Ordinario.

 14/08/2022

Arder y arder.

Domingo XX T. O.

Jer 38, 4-6. 8-10

Sal 39, 2-4. 18

Hb 12, 1-4

Lc 12, 49-53

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Jeremías es castigado por transmitir el mensaje de Dios para la ciudad. El rey se apiada de él cuando un funcionario de la corte, un eunuco etíope (aunque este detalle lo omite nuestra lectura), le hace ver que el castigo es excesivo. Son los riesgos de la carrera profética que, sin embargo, se asumen con la entereza y esperanza que el salmista nos expresa. Y se asumen también con determinación. Con la misma determinación que presenta Jesús. Él tenía claro en su corazón cómo quería Dios que fuese el mundo y veía también lo lejos que esa intención estaba de realizarse. El celo de los profetas no se refería tan sólo al Templo sino que abarcaba toda la creación y, de forma especial, al modo en que el ser humano custodia esa creación.

Jesús quiere hacer arder al mundo; quiere purificarlo para que surjan nuevos contextos que permitan una vida que verdaderamente esté en sintonía con el querer de Dios. Lejos de ser una receta pía y “religiosa”, el mensaje de Jesús, como el de los profetas, es una norma clara para la vida concreta de forma que ésta se convierta en lugar de encuentro y crecimiento para todos; en fuente de prosperidad que no deje a nadie fuera y respete la común casa universal. Jesús espera su bautismo y hasta que no se produzca vive en la angustia. Este bautismo, distinto del que ya recibió ritualmente de Juan, hace referencia a la conversión que tiene que ir viviendo para que su entrega personal en el día a día vaya haciéndose real. Pese a su naturaleza divina, Jesús no lo tuvo más fácil que los demás. También él necesitó depurar actitudes propias del judaísmo de su tiempo y reencontrarse con el rostro amoroso de Dios en las tradiciones que sus paisanos y él mismo cultivaban. Sólo así pudo llegar a vivirse como el Hijo. Muchas veces, sin embargo, escamoteamos esta condición de Jesús imaginándolo como un dios en miniatura que ya lo tenía todo previsto: un diosecillo.

Jesús conoce lo que le falta al mundo y lo que a él mismo le falta. Para el mundo, esa deficiencia se traduce en guerra y enfrentamiento; para Jesús, es una angustia vital. Esta es una experiencia universal que expresa también el autor de la carta a los hebreos. En este caso, el apóstol sustituye la visión interior que Jesús tenía por el ejemplo que todos podemos ver en él. Así, si nos cuesta reconocer cuál es la voluntad de Dios, tenemos la vida de Jesús como guía, precisamente, por no ser un diosecillo, sino un ser humano real. En todo caso, es una aventura interior que florece reventando el orden de las cosas para transformar el mundo llevándolo más allá de falsas armonías hasta un estado de paz definitiva acorde al corazón de Dios. Esta paz se construye a partir de la claridad, del reconocimiento de lo incompleto que necesita ser transfigurado, del anuncio de esas circunstancias y de la denuncia de las causas. Este ejercicio produce crispación y propicia el enfrentamiento, acarrea la ignominia y pone en dirección a la cruz. Jesús no se paró ante esta realidad y la asumió conscientemente. Existe una guerra interior contra la propia comodidad, contra el asentamiento en posturas que perjudican o desatienden al ser humano, y una  guerra exterior que deriva de la honestidad que no cede frente a esas condiciones y las expone a la vista de todos. Existen un incendio exterior y otro interior.


Arder y arder


sábado, 6 de agosto de 2022

NO HAY TRES SIN DOS. Domingo XIX Ordinario.

 07/08/2022

No hay tres sin dos

Domingo XIX T.O.

Sb 18, 6-9

Sal 32, 1. 12. 18-20. 22

Hb 11, 1-2. 8-19

Lc 12, 32-48

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Según el libro de la Sabiduría la esperanza aporta unidad e identidad. Los fieles comparten los mismos bienes y peligros y cantan las alabanzas de los antepasados. Por ella nos reconocemos y en ella nos agrupamos en una misma tradición. Ni nos ancla en un pasado tan idealizado como tramposo ni nos proyecta hacia un futuro tan irrealizable que se reserve para tiempos y geografías ultramundanas, sino que nos hace vivir ya aquí de forma diferente a todos los demás. Es precisamente aquí donde nos son útiles modelos como los de Sara y Abraham que confiaron plenamente en Dios y enseñaron a sus hijos a tener esa misma confianza y por ella no desesperaron de una promesa cuyo cumplimiento siempre se aplazaba hasta un horizonte que parecía cada vez más lejano.

Esa tradición que nos hace diferentes ha cristalizado en la realidad que llamamos Reino y que Dios ha puesto ya en nuestras manos, por pequeños que seamos. Somos el pueblo heredad del Señor no por sangre ni por rituales, sino por la esperanza que depositamos en él y por el confiado actuar que esa esperanza nos inspira. A la confianza la llamamos fe, que fundamenta la esperanza, tal como ésta la cimenta a ella.

Jesús nos habla hoy de estar atentos para no dejar que la costumbre se nos apodere y olvidemos la novedad que el Reino viene a sembrar en nuestras vidas. En esa novedad es el amo el que sirve a los sirvientes y la espera definitiva tiene por objeto al hijo del hombre; a un personaje concreto, pero también a la verdad interior que habita en todos nosotros. No somos meros espectadores. Se nos invita a ir dando vida al Reino, a encarnarlo de forma audaz, sin esperar a recibir indicaciones. Bienaventurado el siervo a quien su Señor encuentre alimentando ya a los demás sin que él tenga que señalárselo. De sobra sabemos lo que el Señor quiere de nosotros. No hace falta que esté siempre recordándonoslo, ni que nos dé instrucciones para cada vez. Realicemos lo que le agrada con la confianza de Sara y Abraham. No nos atemos a nuestras obras como si fuesen riquezas que nos consiguiesen méritos sino pongámoslas en las manos de Dios. No nos dejemos engañar por el ambiente que se acomoda a lo que hay como si todo estuviese bien así, como si nada tuviera alternativa, como si el Señor que habita en nuestro corazón no hubiese de volver nunca a emerger entre el mar de nuestra cotidianidad en cuanto tenga ocasión o encuentre resquicio. En estos tiempos se aquilatan trabajos y medallas y los vamos amontonando como resguardo canjeable por futuras recompensas y consideración. No parecemos muy conscientes de que todo eso va ocupando espacio precisamente en nuestro corazón, que poco a poco se nos llena y va pasando así de tálamo a trastero. Se nos ha dado mucho; parece normal que se nos pida en la misma proporción. No somos como aquellos que no han percibido aún el amor de Dios en sus vidas. Nosotros sí lo hemos conocido; podríamos hacer un inventario con todos esos dones ¿Cómo esperar que sean todos de uso privado, que sean riqueza exclusiva que nos coloque por encima de los demás? Es justo al contrario. Toda la fe y la esperanza que hemos recibido nos han sido dadas para ser entregadas y compartidas con todos. Eso es el amor que nos mantiene siempre alertas. Si este no se da, las otras dos no eran ciertas.


James C. Christensen (1942-2017) Fe, Esperanza y Caridad


sábado, 30 de julio de 2022

DE AQUELLOS POLVOS, ESTOS LODOS

 31/07/2022

De aquellos polvos, estos lodos

Domingo XVIII T.O.

Qo 1, 2; 2, 21-23

Sal 89, 2-6. 12-13

Col 3, 1-5. 9-11

Lc 12, 13-21

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Existe una mística el trabajo que nos incapacita para percibir la mano de Dios que acompaña siempre nuestra labor. Nos parece que todo depende de nosotros y es fruto de nuestro esfuerzo. Nos da para trabajar, incluso, por quienes no trabajan. Nos mecemos en el espejismo de ser salvadores de un mundo decadente. Todo es sufrir y penar y parece que nada puede aprovecharnos. Todo es como una cortina, una tormenta de polvo que vamos alimentando. La vida es un sinsentido porque nos preocupamos más de hacerla a nuestra imagen y semejanza que de vivirla, porque al detenernos a mirarla nos pesa más lo que aún no tenemos que aquello que vamos viviendo. Nos preocupa más que se perciba que vivimos según nuestros ideales que vivir realmente a partir de ellos. Pero esa falsa mística pasa factura y nos traiciona porque nos sitúa en la posición de quien reclama su herencia como quien espera obtener lo que en justicia se le debe. Nos hundimos así en los lodos que se derivan de aquellos polvos

Jesús habla contra la codicia y la acumulación y deja claro que él no quiere involucrarse en eso. El único trabajo real es el trabajo por el Reino y la única riqueza que él admite es la que Dios mismo reconoce. Pero incluso esa labor no puede llevarse a cabo de cualquier modo. Para Jesús tiene más importancia la confianza que espera en el Señor y hace prósperas las obras de las manos que nuestras planificaciones milimétricas. Se sitúa en la línea del salmista, que echa la vista atrás y comprende que mil años de esfuerzo son en vano si no nos sirven para adquirir un corazón sensato. Sobre esta sensatez nos habla el autor de la carta a los colosenses, que nos recuerda que al participar en la resurrección de Cristo hemos entrado en un mundo nuevo en el que no hay motivo alguno de discriminación. En ese mundo todo es Cristo, y lo es en todos. Y todo lo demás es pura vanidad.

Nuestra mentalidad occidental nos lleva a personalizar y a dividir. Buscamos a Cristo para que nos llene la vida de sentido como un bien más, como si existiese una receta mágica que nos proporcionase la felicidad. Lo importante es el conjunto. Cristo es en nosotros. En cada uno lo es todo, pero lo es en todos. No puede quedarse nadie fuera. La realidad está cristificada, ungida. Pese a estos lodos, toda ella está convocada a permanecer en ese ámbito que es el corazón de Dios. Y toda ella permanece allí según su naturaleza. A nosotros se nos llama a resucitar; a actualizar, hacer real, la potencia escondida en el bautismo, a hacernos otro Cristo para todos y para todo, viviendo tal como él propone y a los colosenses se les recuerda. Cristo es todo en nosotros porque procuramos que no haya nada más, porque no dejamos espacio a falsos misticismos ni codicias que nos distraigan de nuestro ser fundamental; porque no dejamos que el polvo se convierta en argumento y material. Nuestro ladrillo no es pequeño porque forma parte del todo, pero podría ser parte de una muralla en vez de cimiento del mundo nuevo si me empeño en que sea frontera y no lugar de encuentro.  Encontrarse con los demás es encontrarse con Dios, es ser Cristo que realiza la intermediación con tantos y tantas. Es ser realidad renovada y renovadora que deja atrás el esfuerzo que aísla para acoger la cooperación y la confianza.


De aquellos polvos, estos lodos


sábado, 23 de julio de 2022

CONFIANZA Y DETERMINACIÓN. Domingo XVII Ordinario

 24/07/2022

Confianza y determinación.

Domingo XVII T.O.

Gn 18, 20-32

Al 137, 1-3. 6-8

Col 2, 12-14

Lc 11, 1-13

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Abraham no pidió nada para sí mismo, sino que intercedió por la salvación de los habitantes de las famosas ciudades, aunque no lo merecieran. El patriarca recuerda a Dios que es conocido por su justicia y así se sitúa en una línea de modernización de la imagen de Dios que llegará hasta el Nuevo Testamento. Ya no estamos ante una deidad sádica que aniquila sin compasión, sino que respeta a los inocentes y los protege del mal preservando también a los malvados, cuya expurgación dañaría a los primeros. Jesús insistirá en la misma idea cuando hable de las malas hierbas que no serán arrancadas para no dañar a las espigas que dan fruto. Estaba ya en el corazón de aquel Dios, tenido por terrible, que no habían de pagar los justos por los pecadores.

Abraham trata con él con confianza. También Jesús nos muestra que la confianza es importante en la relación con Dios. Por eso nos habla siempre de él como de un buen padre atento y solícito que procura lo mejor para sus hijos. “Enséñanos a orar”, le piden. Y Jesús les revela toda una actitud vital sustentada en tres pilares básicos: pedir, buscar y llamar. La oración, según él, es pedir, lo cual implica identificar aquello que es necesario y diferenciarlo de todo lo demás; es también buscar, porque es necesaria nuestra iniciativa y nuestra aportación y es, finalmente, llamar, porque se acude a quien puede ayudarnos y el Señor se encargará de mover su corazón. Esta actitud transforma nuestro ser porque nos coloca en disposición de no orar por nosotros mismos, sino de reconocer la necesidad ajena, de buscar soluciones para ella y de llamar reclamando atención en favor suyo. El Dios de Jesús, como el de Abraham, no deja a los justos a la intemperie, sino que acude en su ayuda sin por ello arrancar de sí a quienes se resguardan siempre bajo su techo y parecen permanecer insensibles a la necesidad ajena. Que esos niños yacentes sean malvados o no dependerá de cómo reaccionen ante quien llama a la puerta.

Los malvados del tiempo de Abraham parecían serlo por acción; estos durmientes lo son más bien por omisión. Sin embargo, la actitud propuesta por Jesús está clara. No sólo hay que ser capaces de orar, sino también de confiar y de ponerse manos a la obra como si todos los hombres o mujeres fuesen hijos nuestros, familiares nuestros, amigos nuestros. Hay quien se empeñará en pedir salud o riquezas, o triunfos deportivos o académicos, o prosperidad… terminamos poniendo velas para todo y todo nos parece bien. Necesitamos confianza, pero también determinación. La cuestión está en pedir para ser capaces de no dejar a nadie fuera. Hay que solicitar el Espíritu, que es el gran don de Dios. Es el amor que desciende sobre todos y lo transforma todo; que nos hace capaces de ver el mundo con los ojos de Dios y nos vivifica haciéndonos resucitar con él cada vez que morimos a nuestro egoísmo. Cada una de esas veces podemos rezar el salmo de hoy contemplando todo lo bueno que hemos podido realizar por los demás con el impulso de ese Espíritu y agradeciendo que nos haya salvado de caer en el egoísmo que nos adormece y convierte nuestra vida en un sinsentido. En nuestras manos está entregar, de parte de Dios para todos, peces y huevos en lugar de escorpiones y serpientes.


Confianza y determinación


sábado, 16 de julio de 2022

TAL COMO ERA. Domingo XVI Ordinario

 17/07/2022

Tal como era.

Domingo XVI Ordinario.

Gn 18, 1-10a

Sal 14, 2-4ab.5

Col 1, 24-28

Lc 10, 38-42

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Tal como nos recuerda el pasaje del Génesis, para la tradición beduina de la época patriarcal era sumamente importante la acogida a los viajeros y a los peregrinos. Abraham mantiene la costumbre y el visitante le promete un descendiente para el próximo año. Mantener la usanza le asegura la bendición divina. En un cambio de perspectiva, el salmista nos presenta como peregrinos que aspiramos a hospedarnos en la tienda del Señor. En este caso, nuestra acogida está condicionada por haber practicado la justicia y se la define con claridad. Lucas vuelve a hablarnos de la acogida del visitante, pero ahora lo importante no parece tanto agasajarle con atenciones sino estar atento a sus palabras. Jesús no necesita que se cumplan con él los formalismos propios de otras épocas. Al contrario, busca llegar a hospedarse en lo más profundo de cada uno. Sin embargo, sabe que cada uno somos como somos y que hay quien necesita centrarse en lo concreto para poder recibirlo. Hay quien se pasaría el día escuchando y hay quien necesita volcarse en la actividad.

El mismo Jesús nos dejó ya dicho que a él se le reconocía en los demás. Por eso, no tiene mucho sentido aquella interpretación que ve en este evangelio el fundamento para la  distinción entre contemplativos y activos. Pongamos que al aplicar esta página a nuestra realidad cotidiana, lo que podemos ver en esta página son las dos maneras posibles de encontrarse con Jesús atendiendo a los demás. Hay en nuestros días quienes necesitan ser escuchados y quienes necesitan ser alimentados. En esta sociedad hiperconectada crece cada día el número de personas que no tienen quien las escuche, crece la necesidad de encajar y crear lazos; por otro lado, esta misma sociedad crea márgenes donde acaban los que son desechados o los que llegan desde fuera convencidos, por esa misma hiperconexión, de que esto es un paraíso. Lo importante es no hacer las cosas queriendo estar pendiente de todo porque eso crea agitación e inquietud. Hay que centrarse en quien tienes enfrente y darle aquello que necesite. Ya sea escuchar o alimentar, o ambas cosas. De lo que se trata es de asumir un papel activo y apropiarse de la responsabilidad que el autor de la carta a los Colosenses pone en labios de Pablo: Se siente llamado a llevar a plenitud la palabra de Dios.

Jesús inició la salvación, pero no la completó, tal como podemos ver asomándonos a la ventana, o al pasillo. Sufrir no es un método, es la consecuencia de una preocupación sincera que se traduce en obras. Jesús no fue omnipotente. Dios tampoco lo es, por lo menos, tal como nosotros lo pensamos. Su única omnipotencia está en el amor. Es ese amor suyo el que lo puede todo. Dios es amor; es kénosis constante que no deja de salir de sí para ir hacia los demás, renunciando a una forma de ser dios que no es la suya, por mucho que a veces así lo hayamos pensado. Una vez encarnado sigue siendo kénosis y a todos nos llama a ser, tal como él es, kenóticos. Santos son, según la carta, quienes conocen la gloria de Cristo. Pero conocer tiene un valor experiencial. Santos son quienes son perfectos en Cristo; quienes, con su ayuda y confiando en él, actúan como actuaba él. Quienes acogen como él mismo acogía, es decir, escuchando y/o alimentando. De lo que se trata es de ser como Jesús era, no de intentar reconocerlo de una forma u otra mientras discutimos cuál es la mejor.


Tal como era


Un abrazo para David y familia y para Begoña, Iñaki y familia...

sábado, 9 de julio de 2022

EL PRÓXIMO. Domingo XV Ordinario

 10/07/2022

El próximo.

Domingo XV T. O.

Dt 30, 10-14

Sal 68, 14. 17. 30-31. 33-34. 36ab. 37

Col 1, 15-20

Lc 10, 25-37

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En su testamento, Moisés insiste a Israel sobre la conveniencia de observar la ley de Dios. Pero lo decisivo no parece ser tanto la observancia en sí como el retorno al Señor. La Ley es, en realidad, sencilla. Está cerca del corazón y la boca del pueblo. Dios no quiere ponérselo difícil. Quiere que escuchen con atención y que vayan siendo eso que ya son. La Ley, por extraño o complicado que esto nos parezca hoy, tiene una finalidad humanizadora. Ofrece a aquellos que cruzan el desierto la seguridad de que Dios les va a escuchar y va a estar de su parte. Una vez asentado en Canaán, el pueblo de Israel siguió relacionándose con Dios mediante esa Ley y otras instituciones. Ya no anhelaba tanto seguridad como concreciones sobre la ética que debían seguir. Poseían la tierra y cierta identidad política y social. En su proceso humanizador necesitaban ahora entenderse unos y otros. Por eso resumían toda aquella compleja Ley en amar a Dios y al prójimo y vivían con la actitud confiada del salmista. Jesús pone su granito de arena en este proceso aclarando quién es el prójimo.

Y resulta que el prójimo es, simplemente, el que está cerca, próximo a nosotros. Nada hay en este mundo más importante que echar una mano a quien a nuestro lado lo necesite. En esta actitud resulta ser un maestro el buen samaritano de la parábola. Ya sabemos que los samaritanos eran odiados por los judíos, los habitantes de Judea,  por considerarlos de sangre impura, producto de mezclas y cruces con todos los que pasaban por allí, como los galileos. Pero estos samaritanos eran también muy independientes en cuestiones religiosas: tenían su propio templo en Garizim y no respetaban la autoridad de los sacerdotes de Jerusalén. Dos formas de entender a Dios, al mismo Dios, dos formas enfrentadas de vivir, pese a la historia y la cultura que los unía. Y lo central, dice Jesús, no es cómo alabar a Dios, que en eso cada uno puede hacer lo que mejor vea, por lo menos hasta que Juan describa el encuentro de Jesús con la samaritana. Lo decisivo, decimos, es cómo tratar al prójimo y ser capaz de detectar las realidades que nos alejan de ese trato que debemos darle y que sacralizamos, convirtiéndolas  así en la coartada perfecta para excusar nuestra implicación.

Para nosotros, esta aportación de Jesús es fundamental, pues creemos que él es el Ungido por el Señor para reconciliar toda la creación. Él, que está por encima de todo lo demás, inaugura un tiempo nuevo precisamente implicándose en ayudar a quienes les fueron prójimos. La cuestión es que estos prójimos fueron, mayoritariamente, elegidos por él. Porque fue él quien eligió dirigirse a las ovejas perdidas. Como en el caso de Jesús, nuestros próximos definen nuestra opción vital. Si, por lo que fuere, alguna vez dudásemos, y dudar es muy sano, nos bastará con mirar a nuestro alrededor para saber, precisamente, dónde estamos; desde dónde estamos viviendo. Jesús vivió desde esa posición incómoda que le puso siempre en el punto de mira, pero desde la que pudo estar a disposición de todos, de quienes vivían allí, en los márgenes, y de quienes se atreviesen a llegarse hasta allí. Esta es, también, nuestra oferta al mundo: podemos pensar lo que queramos y creer en lo que nos hayan transmitido, pero, si queremos devolver la paz al mundo, hemos de amar con la concreción de quien amorosamente sirve al vecino o a quien llama a la puerta.


El próximo


sábado, 2 de julio de 2022

DE ESE CIELO VERDADERO. Domingo XIV Ordinario

 03/07/202

De ese cielo verdadero

Domingo XIV T.O.

Is 66, 10-14c

Sal 65, 1-3a. 7-4a. 16-20

Gál 6, 14-18

Lc 10, 1-12. 17-20

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Jesús nos envía a todos para anunciar que el Reino ha llegado ya. Es el fin de cualquier necesidad y la inauguración de la abundancia para todos. Esta va a ser la nueva tónica. Somos testigos de todo cuanto hemos visto realizar a Jesús y nosotros mismos podemos hacer ya muchas cosas. Llevamos su marca en nuestro cuerpo y eso no significa sólo compartir destino con él sino que también somos capaces de ver el mundo como él lo ve: con los ojos de Dios. Nosotros mismos nos sorprendemos de nuestras propias obras porque nunca nos hubiéramos imaginado realizándolas pero lo decisivo no son esas obras ni los beneficios que con ellas conseguimos, sino que el mal retrocede y pierde eficacia.

Jesús nos da orientaciones prácticas. No podemos aspirar a marcar la diferencia si lo hacemos todo como los demás. Nosotros lo hacemos todo, o deberíamos hacerlo, como lo hizo el mismo Jesús. Por eso, vivimos con la gente sencilla, descubrimos sus necesidades y ayudamos en lo que podemos; aceptamos lo que nos ofrecen y descubrimos que tan sólo podemos ofrecerles esa nueva perspectiva; esa visión que les coloca a ellos en el centro del amor preferencial de Dios. No hay nada material que podamos ofrecerles sin caer en la trampa de la caridad que apenas transforma nada. Todo cuanto se lleva encima y no se comparte se convierte en lastre; en impedimenta. Deberíamos tener claro que, si no es desde este planteamiento, somos bastante inútiles. El mayor servicio que podemos prestarle al mudo es ser espolón. Podemos ser denuncia que no se pierde en palabras sino que se prodiga en gestos y atenciones para los que nadie más mira. Crucificar al mundo que se construyó para satisfacer las exigencias de unos pocos es elevarlo y ponerlo en evidencia; mostrar cuál es su verdad. Ese mismo mundo nos crucifica a nosotros porque pone al descubierto nuestra propia verdad; deja claro cuál es nuestro verdadero interés, y no le hace falta hacerlo cruentamente: es un seductor.

No estamos solos. Vivimos siempre en referencia a Jesús y en sintonía con los demás. Jesús nos manda de dos en dos. Este pasaje (vv. 1-12) fue el que Pili y yo elegimos como lectura el día de nuestra boda. Amados y enviados en común para amar tal como él nos ama. Es una referencia concreta; no se diluye en un contexto demasiado extenso e inmanejable. Las personas cercanas que nos rodean y comparten vida con nosotros son esos “alter christus” que pueden servirnos de espejo, que nos recuerdan esperanzas y utopías y son, también, instancia crítica para nosotros. Si todas nuestras comunidades, grupos y parroquias fuesen tan cercanas, sencillas y directas como una buena pareja… si todas las parejas fuesen tan abiertas, disponibles y fraternas como una buena comunidad, grupo o parroquia… Si todos estuviésemos más atentos a despertar en los demás la nueva criatura a imagen de Jesús, tal como se despertó también en nosotros, el Reino que ya llegó se haría mucho más visible, efectivo y presente para todos. Que nuestra alegría no se cifre en nuestros propios prodigios sino en permitir a Dios obrar a través nuestro. Así, él va trayendo la paz a la ciudad, al mundo, por el que antes llorábamos y va escribiendo nuestros nombres en el cielo verdadero en el que todos caben y del que Satanás cae fulminado, porque ya no le queda espacio alguno.


De ese cielo verdadero


sábado, 25 de junio de 2022

PELÍCANOS CRUZANDO EL MAR. Domingo XIII Ordinario.

 26/06/2022

Pelícanos cruzando el mar.

Domingo XIII T.O.

1 R 19, 16b. 19-21

Sal 15, 1-2a. 5-11

Gál 5, 1. 13-18

Lc 9, 51-62

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Una leyenda medieval atribuye al pelícano la costumbre de auto lesionarse para hacer brotar sangre de su pecho con la que alimenta a sus polluelos en tiempos de escasez. El pelícano es también, como todas las aves marinas, capaz de adentrarse en el mar. El mar, para el pueblo judío, era una amenaza; un símbolo de muerte. El pelícano atraviesa la muerte y alimenta a los demás con su misma vida. Por eso, en muchos sagrarios aparece la imagen de un pelícano. Jesús aparece hoy como quien cuida de todos: de los samaritanos a los que sus discípulos quieren arrasar y a los ciudadanos de Jerusalén a los que manda mensajeros. Jesús actúa así a imagen del Padre que cuida de todas las criaturas sin que ellas se aperciban. Y nos invita a todos a hacer lo mismo; a ingresar en la vida. Quienes entramos en la vida, aunque nademos aún en sus orillas, descubrimos que el mar no es imagen de muerte. La vida que Jesús propone se descubre tras un cambio absoluto de perspectiva.

El mar nos parece muerte cuando lo miramos desde aquí, pero al sobrevolarlo se aprende que todo surge de él y que nos conecta con otra realidad, con otra orilla que desde aquí no percibimos. La vida es ser porque todo se conjuga en infinitivo y ese ser no termina al entrar en el mar. Cada uno es allí como fue aquí, pero con una conciencia diferente de las cosas y de sí mismo. Allí conoce de un modo nuevo y allí se une con los que llegaron antes, sin por ello dejar de estar unido a los de aquí. Cuando se llega a la Vida plena que llamamos Dios uno se encuentra con todos los seres queridos que partieron antes; con los suyos y con los nuestros. El amor que nos une a todos no tiene fronteras y no depende de que nos conozcamos o no. El amor que ponemos en la vida de cada uno permanece siempre y una vez llegados allí se reconocen, gracias a él, como seres amados por nosotros. Vosotros, que habéis llegado ya hasta esa otra orilla, no estáis en Dios; sois ya Dios, porque formáis parte de la corriente de amor que mueve el universo. A partir de este momento pensar en Dios es pensar en vosotros y pensar en vosotros es tenerle presente a él. Quienes vais hacia él no vais, sino que venís porque Dios habita en el corazón de cada ser humano. Reunirse con él es habitar en todos nosotros que seguiremos siendo, así, depositarios del amor que comenzasteis a darnos aquí.

Ya sólo los muertos entierran a los muertos. Los vivos, aunque todavía lo estemos poco, ni os entregamos ni os dejamos partir sino que os recibimos de un modo nuevo. Por eso, puede que nos sintamos huérfanos, pero somos felices porque sabemos que todo está bien; no es que todo vaya a ir bien, algún día; es que todo está ya bien. Y esta seguridad nos da fuerza para no dejarnos esclavizar por nada más, pero, sin embargo, nos esclavizamos los unos a los otros, tal como a vosotros, Carmen y Josema, os vimos hacer. Con la confianza puesta en el Señor que no deja conocer la corrupción a sus amigos vivimos esperanzados mientras vamos transitando el sendero sin importar cuantas yuntas tengamos que sacrificar. La llamada de Jesús es personal para cada uno y desde el momento que se formula es llamada para la eternidad y la vocación de amar al prójimo no se disuelve al cruzar el mar; al contrario, se profundiza.


Pelícanos cruzando el mar.

Para Flor, Marta, Marcel, Jordi, Javi y demás familia.

Para todos nosotros, huérfanos felices...

sábado, 18 de junio de 2022

PARTIRSE Y REPARTIRSE. Corpus

 19/06/2022

Partirse y repartirse. Corpus

Gn 14, 18-20

Sal 109, 1-4

1 Cor 11, 23-26

Lc 9, 11b-17

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Nos amenaza desde siempre la tentación de pensar y afirmar que el gesto de Jesús de sustituir los sacrificios rituales por la entrega de la propia vida constituye una gran novedad en la historia de las tradiciones religiosas. Lo cierto es que si observamos esa historia prescindiendo de apasionamientos podremos ver que ese gesto supremo de dar la vida a favor de los demás, premiado posteriormente por la resurrección a instancias del Dios supremo era ya conocido en las culturas mediterráneas. También los elementos materiales que sacramentalizan esa entrega, el pan y el vino, estaban ya dados desde los tiempos patriarcales, desde el origen.  Decir que Jesús, en realidad, inventa pocas cosas, o casi nada, puede parecer contradictorio y podría ser que alguno lo considerase una barbaridad pero, en el fondo, es una garantía de autenticidad. Dios se hace hombre auténtico y lo hace de forma auténtica. No impone remedios ni soluciones divinas sino que acepta las referencias que encuentra en las coordenadas culturales que le son accesibles. En ellas Jesús encuentra todo lo que va descubriendo y según ellas lo traduce todo.

Así, resulta que el hecho de que el alimento circule entre todos es una buena imagen para expresar la realidad que Dios espera ver surgir entre nosotros. Y no es sólo una imagen, es misma realidad puesta en acto; hecha real; encarnada en un acto y coordenadas concretos. Antes de darles de comer, nos dice Lucas, Jesús había curado a los que lo necesitaban. En esta nueva realidad cada uno recibe lo que necesita; no conformándose con menos pero sin pretender hacer acopio de nada.  Al mismo tiempo, todos se sienten concernidos para aportar aquello que tienen y ponerlo a disposición de los demás; renuncian al acaparamiento de cualquier cosa.

Jesús llegó a entregar no sólo lo superfluo necesario para otros; entregó la vida entera, tal como sólo los dioses podían hacerlo, pero él se partió y repartió siendo humano. El pan y el vino son imagen del cuerpo y la sangre, de la totalidad que se entrega y de la nada que se retiene. Lo único que Jesús atesoraba era el vacío que en su interior creaba permanentemente para poder acogerlo Todo y a todos. Jesús es el cuenco siempre vacío que puede acoger la máxima cantidad de Espíritu, de amor divino entregado, que después vierte completamente sobre el mundo. Y ese cuenco tiene la forma del ser humano que fue Jesús; es su cuerpo, la realidad despreciada por otras de esas antiguas tradiciones y que él revaloriza hasta convertirla en vehículo del amor de Dios; en signo de comunión; en ideal de unidad que traspasa cualquier frontera sin someterse a limitación alguna. ¿Qué es la eternidad? Una permanente acción de gracias mutua por todo aquello entregado ya en vida que nos permitió seguir viviendo con dignidad y una permanente comunicación entre quienes nos amamos aunque algunos estemos separados por esa grieta que desde aquí parece insalvable. La verdadera eucaristía reúne  lo desgarrado en una sola realidad. Reconocer a quién tenemos que agradecer todo lo recibido y qué tenemos que seguir entregando a cada uno es tarea para cada una de nuestras eucaristías actuales si queremos que realmente sean memorial, recuerdo que se hace vida, y no mero recuerdo, posiblemente enjoyado y muy bien custodiado, pero estéril.


Partirse y repartirse. Corpus


sábado, 11 de junio de 2022

PARA JUGAR CON TODOS. Trinidad

 12/06/2022

Trinidad

Pr 8, 22-31

Sal 8, 4-9

Rm 5, 1-5

Jn 16, 12-15

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Nos empeñamos en conocerlo todo, en medirlo y pesarlo, en desentrañar hasta el último detalle de cualquier cosa con la que nos crucemos. Tenemos que encontrarle respuesta a todo. Pero no todo tiene respuesta, básicamente, porque esperamos comprenderlo con nuestros planteamientos actuales, con nuestros sistemas lógicos. Y tanta lógica nos aparta de la Verdad. No es que ésta no sea razonable; es que lo es en otro sistema, según otros parámetros que nos resultan extraños. Precisamente, si algo tiene la herejía es que es razonable, que se amolda bien a nuestra comprensión y a nuestras expectativas; todos los ídolos demuestran de forma veraz su utilidad. Si algo hay seguro es que el Dios que comprendemos, el Tao que conocemos o el Buda que encontramos no son verdaderos. Si Dios nos fuese, de inmediato, accesible, sería tan sólo otro elemento más del mundo.

En el día de hoy celebramos la Trinidad y la explicamos como mejor podemos. El Padre ama y de ese amor surge el Hijo. Para amar tiene que haber dos, sino todo sería un continuo amarse a sí mismo. Dios deja espacio a lo que no es él. El Hijo es lo no-Padre que ama al Padre, que dialoga con él. Entre ambos se crea un circuito amoroso que es el Espíritu, la corriente de vitalidad que lo anima todo. Dios es el amor que se da y el amor que se recibe aceptando la diferencia. Lo que surge así es un continuo diálogo y un continuo cambio y transformación. El Padre, según su naturaleza, ama dándose por entero y negándose a sí mismo; el Hijo, lo no-Padre, al compartir divinidad con él, hace lo mismo: ama según su naturaleza pero esa naturaleza es tan extensa como todo lo real; todo lo pronunciado por el Padre. En toda la realidad el Hijo contesta al mor del Padre y éste acoge todo eso real y lo incorpora a su ser amándolo y haciéndolo fructificar. El Espíritu hace propio del Padre aquello que siendo del Hijo éste va recapitulando frente a él y el Padre, tomándolo del Hijo, lo comunica a todo lo demás.

Entre ese todo lo demás estamos nosotros. Para nosotros la Trinidad no es un misterio impenetrable; es una vocación. Estamos llamados a reconocer la intervención amorosa de Dios en nuestras vidas y hacernos uno con él entablando un diálogo en el mismo idioma que él habla: el amor y la negación de nuestras prioridades en favor suyo. Pero como Dios no es un ser abstracto sino que es nuestro mismo fondo y origen, tan sólo lo podemos encontrar en nosotros mismos y en los demás. La Trinidad es vocación a la unidad. Todas y todos habremos sentido más de una vez el éxtasis del salmista. Somos, tan solo, un poco inferiores a ángeles, si es que existen. Nos distinguimos del resto de la realidad, de esta sí que sabemos que existe, porque, de alguna manera, nos sentimos enlazados a otra realidad distinta. Jesús nos lo dejó claro, conectándonos a todos con la paz de Dios; justificándonos, dice Pablo; haciéndonos caer en la cuenta de que podemos ser, vivir, fraternalmente como respuesta a nuestra propia naturaleza. Somos realidad creada que aspira a unificarse con su fuente. Y esa reunión sólo es posible en la medida en que aceptamos jugar con la bola de la tierra; no negociar con ella, no sacarle jugo ni provecho; jugar, perdiendo el tiempo en gozarnos con todos los hijos e hijas de la especie humana, de esa misma naturaleza humana en la que el propio Dios tuvo a bien venir a jugar y embarrarse con todos y con todo. Así, vivimos nuestra naturaleza profunda en la medida en que somos saliendo de nosotros para hacernos otro.


Para jugar con todos. Trinidad


sábado, 4 de junio de 2022

BUENO, BUENO, BUENO. Pentecostés.

 05/06/2022

Bueno, bueno, bueno. Pentecostés

Hch 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34

1Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

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Cuando los judíos querían decir que algo era, por ejemplo, buenísimo lo decían tres veces. Nosotros seguimos diciendo que Dios es santo, santo, santo. Los problemas de aquella buena gente con el superlativo nos han venido bien para expresar nuestra fe. Jesús da hoy la paz por dos veces a sus amigos y a la tercera les da el Espíritu. Será, tal vez, que el Espíritu es la plenitud de la paz. La paz, decía la antigua consigna, es más que la ausencia de conflictos. Es un estado en el que se busca el bien de todos. Es Dios mismo habitando entre los seres humanos y fundamentando sus relaciones. El Espíritu es el amor que circula permanentemente entre el Padre y el Hijo. El Hijo encarnado en Jesús no deja de amar al Padre, ni de recibir el amor que éste le da. El Espíritu está presente en Jesús y él nos lo da, nos revela el amor de Dios, su cuidado por todos: la paz. Y con ese amor nos da también la capacidad de perdonarnos unos a otros, de disculpar las faltas. Nos faculta para colocar el pecado allí donde no pueda dañarnos. Nos habilita para construir ese estado nuevo que llamamos Reino, que se caracteriza por ser bueno, bueno, bueno para todos.

Si la semana pasada se nos decía que no hay que quedarse mirando al cielo, hoy se nos recuerda que esa Paz por construir es tarea nuestra. No hay excusa para esperar que Dios haga las cosas; lo que no hagamos nosotros se quedará sin hacer, sin perdonar, sin construir. Dios nos quiere autónomos. Es madre que quiere que sus hijos e hijas caminen por sí solos. Pero nos quiere unidos. No puede haber unidad mayor que ser uno solo. El Padre y Jesús eran uno y los amantes forman una sola carne. Ser uno; un solo cuerpo en el que cada uno tiene su función y su carisma y donde todos hemos recibido la manifestación del Espíritu para construir el bien común. Esa es la labor que nos encomienda Jesús. Tal como el Padre envió al Hijo, el Hijo en Jesús y Jesús con él nos envían a nosotros: no para conquistar ni para imponer, sino para amar; para hacer que cualquier vacío rebose con el amor que llevamos dentro.

Todos estamos llamados a hablar una única lengua que sea comprensible para todos. En la que todos se sientan tan cómodos que no la vean como extraña, que sea como la suya propia, como su propio hogar. Estamos hoy recibiendo la invitación para desmontar Babel por nosotros mismos. Ya no tiene sentido construirse torres ni estrados con los que acercarse a Dios porque tenemos en nosotros mismos el amor que es su dinamismo interno. Se nos muestra hoy el valor de la horizontalidad y de la autonomía y no son palabras a las que tengamos que temer porque se basan en aquel que nos une a todos. El don de lenguas es bueno cuando me sirve para entenderme con los demás. Cualquier otro don es bueno cuando nos acerca a los demás. Si no, se queda enquistado en nuestra profundidad y no hace nada. Cualquier regalo tiene que ser abierto. Sólo los niños pequeños se quedan prendados del envoltorio. Algunos pocos consiguen jugar con la caja, esos son los aventajados… los que ya han crecido y madurado se atreven a mirar dentro y no sólo contemplan, sino que sacan el regalo, lo giran, lo desmontan, lo ponen a funcionar. No esperan que por arte de aquello comience a moverse solo. Hay que estrenar los dones del Espíritu, que es don de Dios, y ponerlo al servicio de la construcción de la Paz.


Bueno, bueno, bueno. Pentecostés.