domingo, 14 de mayo de 2017

Domingo V de Pascua



14/05/2017
Domingo V Pascua
Hch 6, 1-7
Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19
1 Pe 2, 4-9
Jn 14, 1-12
A pesar del tiempo que lleva con nosotros seguimos sin reconocerle. Todavía esperamos que la espectacularidad irrumpa en nuestras vidas y nos muestre el camino. Mientras tanto, intentamos domesticar lo que de él sabemos, construir atajos y proyectar trazados que nos permitan alcanzar el núcleo capaz de mostrar una magnificencia que el mundo pueda entender y nos dé así, por fin, la razón.
Colocar en nuestra vida el fundamento adecuado es descansar en él y dejar que nuestra alma se acompase con su ritmo. “Quien me ve a mí ve al Padre…”, quien ve al crucificado consigue ver al Dios verdadero haciéndose solidario con los crucificados del mundo para acabar como uno de ellos. Y ya está. No queda ya nada que ver. Nuestra piedra angular ha vuelto a transformarse en piedra de escándalo: ¡Vaya un Dios inútil! Desciende hasta aquí para terminar muriendo como un cualquiera y tener que salir por la puerta de atrás.
Dios no desciende desde ningún sitio, porque siempre ha estado aquí. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas…” desde el interior de nuestra alma nos convoca aquél que marchó para prepararnos un sitio. En la casa del Padre hay tantas moradas como almas existen en el mundo; en cada alma hay tantas moradas como perspectivas necesitaría el hombre para comprender la plenitud de Dios. No importa cuál ocupes, lo importante es que lo hagas en plenitud; sabiendo acallar, como Jesús hizo en su vida, el ruido que impide oír la voz de Dios que cada mañana nos llama a la sencillez del ladrillo que colabora en la edificación de una vida nueva. Piedra viva que aporta disponibilidad y solidez.
A la luz de la Pascua descubrimos que Jesús se encamina hacia la muerte y esa es la vía que nos presenta; la de quien ha colocado como cimiento de su vida la simplicidad del Padre que pregunta por el hermano ausente. Hasta ese hermano, arrojado del convite, acude Jesús sabiendo que él es la Palabra y el obrar mismo de Dios que se pone en manos del hombre. Su camino nos revela no sólo la dirección en la que se mueve, sino la manera en que lo hace. Renunciando a sus privilegios encuentra al hermano por el que el Padre le pregunta y se une a su dolor y a su espera, sin pretender nada extraordinario.  

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