domingo, 4 de junio de 2017

Pentecostés



04/06/2017
Pentecostés
Hch 2, 1-11
Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34
1 Cor 12, 3b-7. 12-13
Secuencia
Jn 20, 19-23
En ocasiones la vida te empuja a esconderte en esa habitación cerrada donde piensas que nada podrá hacerte daño. Existe, sin embargo, el ímpetu capaz de atravesar cualquier barrera y llegar hasta ti para transformar tu ser y ponerlo del revés. Cuando tu intimidad herida es puesta en contacto con ese aire renovador tu dolor se transforma en cercanía a los demás. Puedes hablar, entonces, cualquier idioma, descubrir en el hermano que está ante ti la misma necesidad de respuestas que tú tienes. Ya solo cabe entre ambos el abrazo.
Entre todos y cada uno de nosotros existe un espacio pleno de vida. Es el vacío, la nada, lo que no existe. Entre tú y yo existe el amor que nos une a ambos con Dios y con todos los hombres. La paz que Jesús nos da mostrándonos sus heridas no es sólo la ausencia de conflictos, es la seguridad total de que estamos ya inmersos en una realidad nueva en la que no existe separación que sea definitiva ni distancia que no pueda ser salvada. El perdón es la herramienta que Jesús nos deja. Es la manifestación del amor que no busca resarcimiento alguno ni se detiene en lamerse las heridas sino que se esfuerza en ser activo, en amar antes que en ser amado. 
Acepta pues el don de Dios y déjale entrar hasta el fondo del alma, reconoce el vacío de tu alma sin él y habítala de nuevo de su mano, dejándote conducir por él desde ese interior sanado hasta el hermano que aguarda tu abrazo. Sólo se encierra en exigir respuestas quien no tiene un amor que le abrace. El don que Dios derrama en mí y que yo dejo aflorar al exterior se abraza en ese espacio pleno de vida al mismo don derramado sobre los demás y al que también ellos dejan aflorar. Que el amor de Dios en ti sea fecundo y  te impulse a colaborar en la construcción de la unidad a la que todos estamos llamados, a la edificación del único carisma, del único cuerpo en el que todos estamos ya, en diferente manera, presentes y unidos por encima del tiempo y de la distancia. Esa es la perpetua Alegría del Espíritu, de Dios Vivo.

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