domingo, 6 de agosto de 2017

La Transfiguración

06/08/2017
La Transfiguración
Dn 7, 9-10. 13-14
Sal 96, 1-2. 5-6. 9
2 Pe 1, 16-19
Mt 17, 1-9
      Daniel vislumbró que entre las nubes del cielo venía “como un hijo de hombre”. Entre las llamas y los tronos, dos figuras: el majestuoso anciano, al que millones sirven y este hijo de hombre, este ser humano anónimo al que le es entregado el poder del rey y el reconocimiento de todos los pueblos. Habrá que esperar hasta los tiempos evangélicos para que el mismo Dios revele en otra visión: “Este es mi Hijo amado”.
      En la vida se dan experiencias reveladoras que te hacen decir: “Estoy en casa”. Más allá de espacios concretos aparece fugazmente la convicción de que aquí, con estos hermanos, dedicado a esto y no a otra cosa, en este momento, es donde debes estar. Este es tu hogar porque en él tú puedes expresarte como realmente eres, percibes como se diluye la frontera entre lo exterior y tu intimidad y encuentras un nombre para esa comunión. Es como el estallido de una ola, como el relámpago que ilumina la noche; como viene se va, pero lo deja todo transformado, transfigurado. Sobre todo, tu corazón.
      Algo así les ocurrió a aquellos cuatro amigos en aquel monte. No sabemos qué, realmente. Nos queda el testimonio de su encontrarse en casa: “haré tres tiendas”, pero también del miedo que les hizo caer a tierra. Era lo habitual en la tradición de su pueblo. Sin embargo, algo ha cambiado ya para siempre pues este amigo nuestro, que ha resultado ser el hijo de Dios, nos dice: “levantaos, no temáis”. Dios no será ya más un ser terrible que se presente en medio de las tormentas con despliegue de efectividad meteorológica. Está ya entre nosotros en un ser plenamente humano; en lo común que todos los humanos compartimos habita Dios. Le hallamos en el encuentro familiar con otro ser humano en el que la intimidad se abre al mundo y a los demás. Mora en nuestra intimidad y se hace audible en el encuentro, en la comunión.
      Por eso, Jesús insta a sus amigos a salir del círculo familiar antes de que se convierta en un cepo y a entregarse al mundo, a la realidad que espera ser también transfigurada. En rigor, no podemos saber cómo es Dios, al que tantos, pese a todo, dicen conocer, por otro camino distinto que el de la experiencia humana. Él se transfiguró en un ser humano concreto, en uno de los nuestros y desde su ser hombre criticó el orden que habíamos construido pensando en él. Se hizo hombre y nos reveló que eso que llamábamos Dios no lo era. Lo decisivo no es, tan sólo, que Jesús sea Dios y pueda probarlo sino que, además, el Dios que se revela en Jesús no tiene nada que ver con el Dios que muchas veces imaginamos y ante el que seguimos postrándonos con miedo. El Dios que es amor se transfiguró en un artesano, en un obrero que de la mano del Espíritu defendió al huérfano, a la viuda y al extranjero, que hizo comunidad con los pecadores y terminó ejecutado por el poder político más allá de las murallas de la ciudad santa. Se hace patente que queda mucha realidad por transfigurar, muchos encuentros y muchas casas por experimentar.

Transfiguración en el pórtico de la catedral de Oviedo


1 comentario:

  1. " No me importan los textos, pero sí sus palabras.
    Tampoco si las tañe un chelo, fidle, hurdy-gurdy o una dulce balalika...
    Compartiendo y construyendo esperanza, sólo Tú impregnabas las moradas.

    Sí me importan los lenguajes, sobre todo el del Alma,
    si dirige mis manos, mis miradas,
    siempre abiertas,
    hacia lugares sin estrellas, sin albas..."

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