10/08/2017
Domingo
XXIII T.O.
Ez
33, 7-9
Sal
94, 1-2. 6-9
Rm
13, 8-10
Mt
18, 15-20
Reunidos en su nombre,
asumiendo como propias sus opciones y el conjunto de su acción, nos disponemos
a llevar su misma vida, a pasar haciendo el bien. A todos ofrecemos la
herramienta que él nos brindó y con la que nosotros mismos rompimos nuestras
ligaduras a un mundo demasiado empeñado en que todo era justo y meritorio.
Ofrecemos el amor que nos liberó de seguir lastrados por la imparcialidad de la
estricta norma. Tan solo quien ama puede injertarse en los planes humanizadores
de Dios.
Dios nos soñó libres y
felices y nos desveló el camino: no me olvides, no robes, no mates, no mientas,
no te traiciones… alejarse de aquí es volvernos contra el hermano en el que
Dios habita, faltar al amor que somos, cediendo ante otros guías. Nuestra
historia y experiencia nos hace reaccionar de modo diverso a cada uno. Nuestra
palabra, como hijos de Adán, no debería atenerse a exigir el respeto a la
norma, sino a establecer lazos de comprensión con el hermano, cuya naturaleza
compartimos. Corregir es prestar más
atención a la persona que a la ley; devolver al hermano la esperanza para que
pueda orientar su fe apoyándose en el amor de la comunidad.
La comunidad, asamblea
de personas libres, ofrece a todos el amor y cada uno decide romper con él sus
ligaduras o no. La comunidad puede tomar opciones concretas que el propio Dios
asumirá como propias porque en su seno mora el Espíritu, el amor de Dios en
acción que anima su vida y que la hace resurgir una y otra vez de entre sus
propias ruinas. El único nombre válido en su seno es el de Jesús que nos
convoca a todos. Escucharlo y confesar su nombre nos evita tentar
constantemente a Dios, exigiéndole pruebas y rebelarnos contra él cuando, en el
desierto, creemos morir de sed. De su mano vivimos la parcialidad de Dios: la persona antes que la ley y la víctima antes que el victimario...
Tenemos así la
herramienta, el camino y el lugar donde todo se hace concreto y real. Y el
lugar se vuelve método: apela a la intimidad de tu hermano, no cargues las
tintas en la infracción, busca en tu corazón de hijo de Adán la comprensión de
sus motivos; apela a la comunidad si tu primer esfuerzo no produce fruto porque
el lugar es también remedio contra lo subjetivo; es punto de vista que
materializa la voluntad de Dios: que todos sean felices y el amor sea la única
deuda entre hermanos. El amor, Dios mismo en cada persona y en la común unión
de todos; Dios mismo animando la vida de cada uno y la vida en común de todos y
de todos con el mundo; Dios que sopla donde quiere…
Ladislav Zaborsky: El Espíritu de Dios |
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