domingo, 17 de septiembre de 2017

Domingo XXIV Ordinario

17/09/2017
Domingo XXIV Ordinario
Si 27, 33 - 28, 9
Sal 102, 1-4. 9-12
Rm 14, 7-9
Mt 18, 21-35
Recordar lo inmerecido de la misericordia de Dios con nosotros es la llave que abre nuestro corazón para dejar derramarse en el mundo el amor que nos habita. Decir misericordia es decir amor de Dios; su mismo ser y obrar. Quedamos presos de la imagen del Amor entregándosenos porque no podemos imaginar cómo corresponder a ese movimiento infinito que descubrimos en él al acercársenos.
Ignoramos la medida real de su acción del mismo modo que ignoramos el alcance real y último de las nuestras. Los diez mil talentos y los cien denarios tan sólo expresan la desproporción entre la una y las otras. Entre lo mucho recibido y lo poco entregado. Estamos insertos en la cadena de hechos y relaciones que va configurando el mundo y quedamos atrapados en su mecanismo. Sin embargo, podemos imitar su proceder. Abandonar el terreno propio y salir al encuentro del otro para entablar con él un vínculo amoroso que pueda sanar cualquier otro, que trascienda y enmiende ese mecanismo en el que anónimamente nos enronamos unos a otros.
Descubrir la realidad del Amor que nos alcanza es intuir su hondura y percibir que frente a nuestra desafección es mucho más rica su clemencia y que su ira tan sólo nos alcanza cuando le traicionamos volviéndonos contra el hermano y olvidando el gesto que, por pura gracia, nos había dedicado esperando suscitar en nosotros un acercamiento a los otros que nos introduzca en la universal red de solidaridad que su Espíritu va tejiendo. Esta es la Vida que Dios quiere para nosotros, la vida entregada y compartida. En ella pertenecemos al Señor, a Jesús, que superó cualquier egoísmo, derramando en igual media sobre los pequeños cuanto recibía de lo alto. Vencerse a sí mismo, a su egoísmo humano en vida, le dio la victoria sobre la muerte y también eso nos lo cedió: el secreto de cómo escapar al vacío absoluto. Vaciarse para huir del Vacío. En la vida y en la muerte podemos ser suyos.  
Perdonar 7 veces es conformarse con lo extraordinario. En nuestro ADN, sin embargo, anidan los genes de lo imposible. Reconocer ese señorío de Jesús y mantener abierta la puerta, la de entrada y la de salida; es mantener el cauce libre y limpio para la corriente que desde la fuente plenifica la tierra que somos y en la que todos nos hermanamos.

1 comentario:

  1. Agrietar nuestras propias barreras para agrietar el terreno universal y llenarlo así, de surcos que vivifican el Natural Encuentro Cordial...
    Hacer de nuestra porción fruto.

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