domingo, 3 de septiembre de 2017

Domingo XXII Ordinario



03/09/2017
Domingo XXII Ordinario
Jer 20, 7-9
Sal 62, 2-6. 8-9
Rm 12, 1-2
Mt 16, 21-27
El amor nos descubre lo más desconocido del otro. Dejarse seducir es abatir los bastiones y permitir que la luz del otro ponga un nuevo orden en tu mundo. Una vez saboreado el amor, tu alma se vuelve inflamable y no queda un rincón en ella que pueda dejar de arder. Es una realidad incontenible. Percibir la vida con los ojos del amado y empeñarse en reconstruirla según ese modelo puede llevarte a cargar con la incomprensión de quienes siguen aferrados a su propio mundo, a su realidad ya conocida y domesticada. Pero no queda otra opción: hablar o consumirse.
Seguir a Jesús el Cristo no puede reducirse a cargar cruces. En la base de todo está el vuelco que el amor te da y tras el que no puedes ya seguir afrontando la realidad como ajena a ti. No cabe ya la concepción acomodaticia de quien pretende mantener el ritmo que el mundo le va marcando. Jeremías experimentó el choque entre ambas posturas y la imposibilidad de contener el amor que lo había seducido. Pablo comprendió que nuestro cuerpo, nuestra cotidianidad, está llamada a la transfiguración según un criterio definitivo basado en la solidez del discernimiento racional y en el culto espiritual testado por la ofrenda de la propia vida.
Negarse a sí mismo, dejarse seducir, poner la vida en manos de quien se confía, es el movimiento propio de quien ama y se siente amado. La razón nos permitirá prever muchas de las cruces que van viniendo. Rechazarlas es vivir todavía, como Pedro, según los criterios del propio dios interior. Tomarlas, cargarlas, es acoger a unas como consecuencia del miedo y la incomprensión de aquellos que no saben lo que hacen y, a otras, como consecuencia de una naturaleza agraviada y, en gran medida, aún desconocida. Es comprender las carencias e imperfecciones de la realidad que estamos llamados a transformar. Pero es precisamente ésta y no otra, ésta que vive aún sin descubrir el amor en el que nosotros nos gozamos. Seguir a Jesús el Cristo tiene más que ver con ese amor que con sólo cargar cruces, con el amor que, pese al oprobio del profeta e insistiendo en el discernimiento que el apóstol predica, responde al amor primero con el olvido de sí y la apertura a la globalidad, al tapiz en el que todos estamos entretejidos. Es el mismo amor que Jesús experimentó y transmitió con la sinceridad del amante que no niega su realidad antes de dar el beso: “Sígueme y vive como yo, vivirás así y terminaremos juntos”. Aceptar el amor es aceptar lo que con él viene e interpretar, según él, lo que llegue. 

1 comentario:

  1. Vamos leyendo las señales del único amor que nos ve acabados, nuestra infinitud, cada día, en cada instante su beso en nuestra libertad cotidiana...

    ¿Es difícil? En ocasiones mucho, ciegos, sordos o sin aliento...
    A veces solo intuímos...y en otras regaladas, nos desborda ese amor que todo alcanza...

    La confianza nos sostiene.

    Su deseo, nuestro deseo: alcanzarnos unos a otros desde su mirar, com-partirnos y dejarnos hacer en sus manos de alfarero.


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