jueves, 13 de septiembre de 2018

EL UNGIDO. Domingo XXIV Ordinario.


16/09/2018
El ungido.
Domingo XXIV T.O.
Is 50, 5-9a
Sal 114, 1-6.  8-9
Snt 2, 14-18
Mc 8, 27-35
Me sorprendía el comienzo de la lectura de Isaías: “El Señor me ha abierto el oído” al relacionarlo con todo lo que sigue. Por eso eché la vista unos versículos más atrás. A este personaje desconocido de la lectura, el Señor le ha abierto el oído y le ha dado lengua de discípulo para dirigir palabras alentadoras al cansado: le ha hecho discípulo. Si hacemos un arriesgado equilibrio interpretativo podemos entender que del anónimo sordomudo del domingo pasado, nos muestra hoy el profeta su destino final: quien fue hecho discípulo pondrá su confianza en Dios y se sabrá vencedor por amarga que sea su derrota a los ojos de los hombres, pues su triunfo es que la palabra que le ha sido confiada se extienda. Pese a todo, él caminará por siempre en presencia de Señor en el país de la vida.
Este fue el fundamento de la vida de Jesús. Comunicar a los preferidos de Abba que no están solos y que él es testigo de su celo por todos ellos. Sin dejarse vencer por las consecuencias que entreveía, él se mantuvo siempre fiel a su misión. No se identificaba con la imagen de mesías que todos esperaban y Pedro adelantó. Algo en esa idea había sucumbido al paso del tiempo y al sometimiento a tantos compromisos y servidumbres que muchos ungidos, profetas, sacerdotes y reyes, habían ido adquiriendo. El concepto  de mesías había quedado relegado a una figura futura, victoriosa que se esperaba para colmar las propias aspiraciones y restaurar un orden ideal que confirmase la jerarquía actual por encima de cualquier otra cosa.   Quedaban en la memoria grandes figuras del pasado, casi mitológicas ya, como Elías y otros antiguos profetas que en vida sucumbieron al poder pero ahora eran leídos con devoción y había también figuras recientes, como el Bautista, que había generado tantas esperanzas… Lo que es seguro es que Jesús se siente distinto a todos y, sin embargo, con todos ellos comparte muchas cosas. En especial, ese empeño en no reblar nunca en esa vocación esencial que él descubre como propia: revelar la cercanía de Dios. Sabe que esto le traerá complicaciones y que todo tendrá un final inesperado. Cuanto él realiza y dice lo ha oído antes del Padre y se opone al orden que la humanidad ha ido construyendo mientras se contemplaba a sí misma. Ese es el lugar desde el que Pedro rechaza el nuncio de Jesús.
Para Jesús, esa unción trae consigo la renuncia a sí mismo y el abrazo de un mundo nuevo que va surgiendo conforme se colman las necesidades de los más abandonados por el orden imperante. Lo terrible de este orden es que por su blasfemia condena a miles de personas al hambre y la desesperación que les empuja a cualquier cosa y les amontona contra cualquier frontera. La religiosidad y santidad que pregona sólo sirve para llenar panzas y tranquilizar ciertas conciencias. La negación de la que Jesús habla es en favor de los pequeños, de los excluidos. La cruz es la que tantos llevan por pura lotería y la que a él le caerá por opción. El ungido no lo es nunca para su propio beneficio. La fe verdadera es la que justifica y sostiene una vida, no la que sirve de escudo o parapeto. Por eso las obras pueden mostrar la fe. Tu vida habla, en primer término, de ti e ilustra aquello que, entre todo lo que has visto y oído, has convertido en fundamento. 



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