jueves, 20 de septiembre de 2018

NIÑOS CAMINANTES. Domingo XXV Ordinario.


23/09/2018
Niños caminantes
Domingo XXV T.O.
Sb 2, 12. 17-20
Sal 53, 3-6. 8
Snt 3, 16–4,3
Mc 9, 30-37
Por segunda vez, Jesús habla a sus amigos de su muerte y resurrección. Pero estos parecen entenderlo tan poco como la vez anterior. No entienden o no quieren, porque “temían preguntarle”, no fuera a ser cierto lo que creían entender. Jesús, sin embargo, va atento a sus discusiones y, una vez en casa, no tiene reparo en preguntarles. La casa es el lugar de la intimidad, del descanso y de las confidencias. Allí Jesús, sin traba alguna, se sienta frente a los Doce y, ya que no han podido aprovechar el camino para aprender nada, se propone despejar todas sus dudas y dejar bien claro que para Dios los primeros son siempre nuestros últimos, aquellos que nos sirven olvidando sus propias prioridades. Porque para Dios la escala es el amor y éstos, que sirven por amor y se hacen conscientes de todas las necesidades, comparten el corazón mismo de Dios. Pero pronto Jesús prescinde de su pose catedrática y se levanta para abrazar a un niño. Los niños no eran  muy tenidos en cuenta hasta llegar a cierta edad de madurez. Por eso, podían ser imagen de los últimos y acoger a éstos últimos, como a aquel niño, es ir hacia ellos y abrazarlos. No hay que esperar a que lleguen, la acogida se realiza en el camino, allí donde ellos no pudieron aprender gran cosa, se les da la gran enseñanza. Quienes vagan por los caminos necesitan el abrazo de alguien que quiera ponerse a su servicio. Acogerles a ellos es como acoger al mismo Jesús, que vagaba también entre las interpretaciones erróneas de unos y el rechazo de otros sin encontrar donde fijar su morada entre su pueblo. Él es el caminante enviado para hacernos despertar. Acogerle a él es acoger a quien le envía. Así lo es también acoger a quien camina como él. Tanto los niños, mediante sus preguntas, como los caminantes que vagan buscando un hogar, con su presencia y su historia, pueden confrontarnos constantemente con nuestro actuar y quien se pone a su servicio y los acoge, abre las puertas del mundo al amor originario en el que todo tiene su origen y destino.
Santiago nos recuerda la diferencia que surge cuando potencias unas cosas u otras. Colocar las propias pasiones en primer término no conduce más que a la guerra y la desunión. Nada hay que pueda saturar la avidez de un vacío que pretende saciarse devorando todo cuanto encuentre. Quien, por el contrario, renuncia a esa pasión y trabaja por la paz crea un espacio para acoger la sabiduría que viene de arriba y no se coloca nunca en primer lugar, sino que siembra la paz y cosecha la justicia. Existe la sabiduría opuesta que pretende inclinar a Dios hacia nuestro lado, que se cree autora de la línea entre el bien y el mal. Esta sabiduría asocia la verdad con el triunfo y se siente incómoda ante los niños, los caminantes y los justos que se ponen de su lado. Aquellos son sólo efectos colaterales del orden que a ellos les privilegia y que estos justos critican. Por eso, éstos deben ser  eliminados. Además, mientras ellos triunfan y prosperan, ese dios del que estos incordiantes hablan y se dicen enviados, nunca les socorre. Es señal clara de que no existe. En esto habrá quedarles la razón. Ante un dios así también yo me declaro ateo. Yo creo en ese otro Dios que se hace niño preguntón, inmigrante que incomoda, víctima de cualquier violencia o náufrago en un cajero. Quien a todos estos acoge tan sólo puede recurrir al mismo auxilio que sostiene al salmista: ofrecer un sacrificio voluntario, lleno de sentido. 

Niños caminantes

1 comentario: