20/01/2019
Ser el mejor vino
Domingo II Ordinario
Is 62, 1-5
Sal 95, 1-3. 7-8a. 9-10a. c
1 Cor 12, 4-11
Jn 2, 1-11
En nuestra cultura occidental una boda es siempre
una fiesta. También lo era para la pareja que aparece en el evangelio de hoy.
Es un relato simbólico que festeja la alianza de Dios con su pueblo y de cada
ser humano con lo divino que lo habita. Para el pueblo de Israel no bastó la
purificación prescrita por la Ley y representada por las inmóviles tinajas de
piedra. Tampoco para nosotros bastará aquello que sea nuestra propia Ley. El mapa
por el que nos orientamos en la vida, esas convicciones que son ya inamovibles,
esas creencias que son la base de todo nuestro sistema de valores y de nuestra
vivencia religiosa… Todo eso nos ha traído hasta aquí y debemos estarle agradecidos
pues nos hizo un servicio no precisamente pequeño. Pero una vez aquí ¿de qué
nos sirve? Nos sirve para llenarlo con el Espíritu vital que se expresa de
forma tan diversa en cada uno de nosotros.
Aquellas tinajas tenían como rasgo positivo su
permanente apertura a lo real, a todo aquello que llegara hasta ellas para
llenarlas. El agua es símbolo y raíz de la vida. Jesús es capaz de
transformarse en agua viva porque abraza en su ser a toda la realidad, sin
excluir nada, sin despreciar a nadie, sin apartar ni siquiera el dolor o el
sufrimiento. Todo es acogido por él y todo nos es ofrecido por él. El agua con
el que Jesús hace rellenar hasta el borde las viejas tinajas es la realidad de
la vida tal como se nos presenta y el vino que se extrae es esa misma vida pero
aromatizada y enriquecida con un sabor nuevo y rotundo, transformada según el
Espíritu. Todos podemos ser vino si dejamos que nuestra vida vaya fermentándose
al paso del Espíritu por ella y le permitimos obrar con y en nuestras
capacidades, con y en nuestros propios dones.
El maestresala reconoce la calidad del vino y se lo
anuncia al novio. En ocasiones, es necesario que alguien desde fuera nos
reconozca la calidad de nuestro propio vino. Pero no hablamos aquí únicamente
de alabanzas. Queremos hablar de la constatación de quien mira nuestra vida
desde fuera. De quien, cercano o lejano, sabe valorar nuestra vida por sus
frutos y reconocer en ella un principio de calidad ausente en otras. Y no sólo
por una sincera admiración, sino por verdadera curiosidad: ¿de dónde sale este
vino? ¿De dónde sacas tú la inspiración para actuar y vivir así? Esta es la
huella más clara de que se ha tocado el fondo del alma. Hoy en día, cuando
gastamos tanto tiempo y energías pensando en qué hacer para llegar a la gente y
diseñando estrategias para convertir a tantos indiferentes, olvidamos que tan
sólo la vida de cada uno puede ser significativa para los próximos. Estamos
llamados a ser el mejor vino que podamos ser; la mejor versión del ser humano
completo y total que fue Jesús que podamos conseguir.
Aquellos sirvientes
saben de donde salió el vino: de las antiguas tinajas colmadas por la vida real
y cotidiana que fermenta y origina en nosotros este vino que somos. La
comunidad de los servidores canta a todas las naciones la alegría de las almas
que han dejado de ser devastadas para ser desposadas, aquellas abandonadas que hoy
son predilectas. La comunidad creyente vive la vida sin dejar nada fuera, acogiéndolo
todo; transfigurándolo todo.Ser el mejor vino |
Gracias Siempre...
ResponderEliminarA ti, también siempre.
EliminarGracias querido Padre !! Un abrazo desde Argentina , tierra de muy buenos vinos
ResponderEliminarGracias a ti, Juan. Muy buenos y celebrados, pero mejores personas, estoy seguro. Un abrazo de este padre de familia (en honor a la verdad).
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