sábado, 19 de octubre de 2019

DE NUEVO, LA FE. Domingo XXIX Ordinario.


20/10/2019
De nuevo, la fe.
Domingo XXIX T.O.
Ex 17, 8-13
Sal 120, 1-8
2 Tim 3, 14 – 4, 2
Lc 18, 1-8
De nuevo, la fe. Esta vez se nos compara la fe con la inocencia, casi con la candidez. La viuda que apela al juez confiando en su justicia sin percibir su profunda corrupción es la imagen de los pobres que se alzan para reclamar justicia y exigir el respeto de sus derechos. Sin ceder al desaliento la perseverancia en la protesta pacífica y la convicción de que aquello que es justo terminará por obtenerse da como fruto la incomodidad del juez inicuo y el movimiento de los hilos necesarios. No importa tanto el motivo por el que el alma impía accede a conceder aquello que en justicia debería otorgarse automáticamente como la capacidad del débil de aferrarse a su única esperanza: que lo justo se nos conceda; creer que no existe barrera alguna para la verdad. Esa es la dimensión de la fe que nos presenta hoy Jesús. Frente al mal no debe decaer nunca la firme convicción de los pequeños en que la verdad saldrá triunfante; frente al abuso del poder, la inocencia de quien se alza con sencillez para reclamar lo que le corresponde por derecho; lo que por su dignidad de hijo de Dios es suyo en comunión con todos los demás.
La inocencia de Moisés le lleva a disponer contra Amalec una repuesta orquestada por tan solo “algunos” hombres mientras él permanecerá en lo alto con los brazos en alto, como un niño que pide a su madre ser izado del suelo ¿fue la intervención divina o la convicción de los israelitas en conseguir lo que era justo lo que obró el milagro? Pasemos por alto, si realmente existió, la respuesta armada de aquellos hombres y quedémonos con la fe que trasluce su actitud. El plante de unos pocos vagabundos fugitivos negándose a dejarse avasallar en defensa de los suyos habla más de su coraje y de sus convicciones que de su ánimo belicoso. Así lo subraya el salmista, indicando el origen de su valor. Quienes ya lo han dejado todo atrás no tienen más que su dignidad y la necesidad de hacerse un sitio donde poder vivir como seres humanos; lo mismo le ocurre a la viuda de la parábola.
A Timoteo se le revela el secreto de la perseverancia: permanecer en el coraje que aprendió de sus mayores y en las convicciones heredadas; dejarse guiar por la Escritura, pues toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia. La salvación que puede obtenerse de la fe atraviesa esa Palabra que debe proclamarse a tiempo y a destiempo: la que recuerda su nobleza a todos los hundidos y abandonados; la que es reconocida como adelanto de la manifestación y el juicio de Jesús el Cristo que avalaba a la viuda y su recurso frente al juez, del mismo juicio de Dios que liberó al pueblo que clamaba y les condujo a una tierra que hubieron de ganarse con el esfuerzo propio de la época. Uno y otro tan solo pidieron a cambio fe. Confianza en que lo imposible puede lograrse si no se renuncia nunca a la exigencia del propio derecho ni se cede a la tentación de que todo te lo den hecho. Es la fe que no sirve de refugio, sino que impulsa al esfuerzo y a la perseverancia, a la insistencia pacífica pero firme, inocente, a ponerse en pie negándose a que otros libren tus batallas. La fe de quien acepta labrarse un mundo nuevo para sí y para todos los que vengan detrás. De esa fe ¿encontrará todavía el Hijo del Hombre?

De nuevo, la fe


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