09/04/2020
El uno y el
otro
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Ex 12. 1-8.
11-14
Sal 115,
12-13. 15-16bc. 17-18
1 Cor 11,
23-26
Jn 13, 1-15
Tenemos una mente analítica y, aunque a unos más y
a otros menos, a todos nos gusta diseccionar y comprender. Y tenemos ya nuestro
mundo organizado en departamentos, ordenado de forma que todo resulte accesible
y fácilmente localizable. Pero en el momento más inesperado todo se trastoca.
Así nos pasó también aquella noche de confidencias que nosotros pensábamos de
planificación. Los chicos, más que nosotras, seguían con la idea de coronar a
Jesús y parecía que también parte del pueblo estaba por la labor. Y mira tú que
justo entonces se le ocurrió a Jesús ponerse a lavarnos los pies. Podría
parecer una excentricidad, pero nos lo tomamos como un gesto de afecto, como el
guiño del anfitrión que acoge a sus huéspedes lo mejor que puede. La verdad es
que a nosotras nos resultó especialmente chocante: que un maestro nos lavase
los pies era un hecho inaudito y reíamos nerviosas para ocultar nuestra perplejidad.
Recuerdo que recordé como yo misma se los había ungido a él con perfume aquella
vez, provocando la ira de Judas. Ay, Judas… Y recuerdo también que me pareció
discernir en él la misma gratitud hacia todos nosotros que me había impulsado a
mí aquel día. Todos estábamos sorprendidos pero aceptamos de buen grado su
iniciativa. Todos menos Pedro, con ese carácter suyo, y esa idea del orden y la
jerarquía que tenía siempre.
Recuerdo la respuesta de Jesús: “Vosotros estáis ya
limpios, aunque no seáis ni siquiera conscientes de ello. Nada de lo que hay en
el mundo puede mancharos. Pero vuestros pies están todo el día en el camino, a
diferencia de la cabeza y el corazón que
las tenéis casi siempre en otro sitio mientras las manos les siguen, ocupadas en
cualquier trajín. Los pies conservan el recuerdo de todo cuanto encontráis,
aunque paséis por delante sin daros cuenta. Tenéis que lavarlos para haceros
conscientes de todo lo que habéis dejado pasar. Pese a vuestros intentos de
racionalizarlo todo, estáis llamados a vivir en una continua desinstalación
porque seguís a un Dios que está permanentemente de paso; sin afincarse en
ningún sitio. Lavarse los pies no es tanto eliminar impurezas cuanto reconocer
y venerar lo humano que encontráis en el camino. Hacerlo los unos a los otros es
aceptar la interpretación de los demás, su punto de vista, es buscar juntos en
otro sitio aquello que no encontramos donde pensamos que debería estar; así
entráis en contacto con lo sagrado de cada uno, con la intimidad que sólo Dios
y él conocen”. Eso es lo que hizo Jesús con todos nosotros a lo largo del
tiempo que anduvimos juntos, también esa noche. Especialmente en aquella noche
nos vinculó a todos con un lazo especial. Y tanto nos quería que quiso seguir
queriéndonos por siempre.
No llegamos a entenderlo del todo. Con el tiempo
fuimos comprendiendo sus gestos y llegamos a captar el sentido de sus palabras.
Cuando el hermano Pablo escribió unos años más tarde a los hermanos de Corinto supo
transmitirles lo que le habíamos contado haciendo hincapié en lo esencial: que
todo lo que ocurrió fue testimonio del amor que él recibía del Padre y nos
entregaba, que a partir de ese momento nos ponía a los unos en manos de los
otros para seguir en el camino que él comenzó y que consagrar y lavar son los
gestos que la comunidad realiza movida por el Espíritu presente en cada uno de
nosotros, pero el uno no tiene sentido sin el otro y sólo cuando el uno se
transforma en el otro son ambos auténticos.
Que el uno sea el otro |
Muchas gracias, María, por dejarme usar tu dibujo y por todo lo demás.
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