sábado, 25 de enero de 2025

DE TODOS Y PARA TODOS. Domingo III Ordinario

26/01/2025 -  Domingo III T.O.

De todos y para todos

Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10

Sal 18 , 8-10. 15

1 Cori 12, 12-30

Lc 1, 1-4; 4, 14-21

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Pese a lo que a veces pensamos las diferentes religiones no son bloques monolíticos que surgieron ya tal como las conocemos. También ellas experimentan cambios, se desarrollan y evolucionan. Así, tal cual, le ocurrió a la tradición que conocemos genéricamente como judaísmo. Propiamente hablando se puede decir que la famosa lectura de Nehemías que hoy contemplamos nos relata el momento fundacional de lo que hoy conocemos como judaísmo. Los desterrados han vuelto de Babilonia liberados por Ciro, se reconstruye el templo y se encuentra el libro de la Ley que es leído a todo el pueblo y aceptado por este. Se restituye la tierra a quien la perdió, se deshacen los matrimonios mixtos con extranjeros prohibiéndolos de ahora en adelante, las familias sacerdotales asumen el protagonismo, se termina la muralla de Jerusalén y Judea se otorga el título de único territorio fiel a Dios pues Galilea, y mucho más aún Samaría, están llenas de extranjeros que mantienen costumbres extrañas al pedigree jerosolimitano. Aún no habían surgido los fariseos y otros grupos bien conocidos de la época del Nuevo Testamento, pero lo fundamental estaba ya. La obsesión por la pureza fue la respuesta del pueblo que no quería volver a provocar la ira de Dios. Mientras seamos fieles e inmaculados el Señor será nuestra fortaleza. El salmista glosa las bondades de la Ley.

Hoy nos preguntamos cómo es posible que sea esto cierto si se exige a cambio el aislamiento total. En su intervención en la sinagoga de su pueblo Jesús da a entender que con él llega el definitivo año de gracia. Es el fin de cualquier daño y la liberación de toda esclavitud. Nuestra lectura no pasa de aquí, de modo que no muestra la airada reacción de los vecinos de Jesús cuando él siguió hablando y extendió este año a los extranjeros y paganos. Las bondades de la Ley que el salmista alababa habían quedado mermadas al restringirlas a un territorio y una población concreta. Serán cosas de la época, no digo que no. Pero ya pasaron esos tiempos. Habían pasado ya cuando Jesús lo dijo, pero no todos parecían dispuestos a escuchar. Tanto se había naturalizado la excepcionalidad que se convirtió en lo natural. No todos fueron capaces de ver que el proyecto de Jesús no era extraño a la voluntad de Dios.

También puede pasarnos a nosotros. No es extraño encontrar todavía planteamientos en los que hay quien se erige por encima de los demás como auténtico y fidelísimo. Tampoco es insólita la actitud combativa frente a lo diferente. Seguimos pensando en convertir infieles y en protegernos de los otros aunque esgrimimos la tolerancia como bandera. En realidad, no hay nada que tolerar. Lo que tendríamos que hacer es acoger todos los carismas y dones como elementos buenos para la construcción del único pueblo. El cuerpo definitivo tiene muchos miembros y todos contribuyen desde sí mismos. Nadie discute esto cuando se aplica a una iglesia o a una única tradición. Lo que Jesús viene a decirnos y lo que Pablo confirma es que el alcance de esta realidad es universal. Ya no hay pueblos, fronteras, clases ni géneros pues solo uno es el Espíritu. Toda la variedad está en función de la unidad total. Es evidente que tardará en llegar pero podemos empezar por ir creando las complicidades necesarias para caminar con la vista puesta en ese horizonte, de lo contrario seguiremos construyendo murallas y alabando a quienes las levantan culpando a los de fuera de todos los males que sufren dentro. Será mejor quitar tanto ladrillo y dejar que Ruah aletee libremente.

 

De todos y para todos

 
 




sábado, 18 de enero de 2025

PON LO QUE ERES. Domingo II Ordinario

19/01/2025 Domingo II T.O.

Pon lo que eres

Is 62, 1-5

Sal 95,1-3. 7-8a. 9-10a. c

1 Cor 12, 4-11

Jn 2, 1-11

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Isaías comienza hablando del amor que, en el ámbito del matrimonio, no nos resulta nada extraño, aunque parece que sí lo era en la época. Debían ser más habituales los enlaces acordados para consolidar acuerdos o reforzar alianzas. En el fondo, es de una alianza de lo que se habla hoy, pero en este caso los firmantes del pacto no entregan a nadie en prenda, sino que, de forma sorprendente, quien se compromete es quien se entrega. Según Isaías, Jerusalén, Sión, es la preferida por Dios y en este fragmento lo único que ella tiene que hacer es dejarse transformar hasta que la justicia de Dios resplandezca en ella como luz para toda la humanidad. Afirma el profeta que Dios se regocijará con ella como el marido con su esposa. Pese a que no nos guste usar estos términos, tendremos que entender que, en aquella sociedad, una mujer sola, sin marido, estaba abocada a lo peor. El hecho de que Dios tome el papel de pretendiente sin exigir dote a la novia, prometiéndole que, si se fía de él, terminará siendo la envidia de todas las demás y asegurándole que no buscará la felicidad en ningún otro lugar lejos de ella ni, por supuesto, con ninguna otra, era una verdadera revolución.

Jesús y sus amigos están de boda. Esa siempre es una buena fiesta. En esta ocasión no solo los novios se desposan; también Jesús, que ocupa el lugar de Dios. La otra parte no se ve por ningún lado. El simbolismo de Jerusalén ya ha pasado; no sabemos dónde se localizaría Caná de forma precisa pero, en cualquier caso, no era Sión. El círculo se ha abierto mucho. Esta nueva alianza va a tener alcance mucho más allá del territorio nacional y va a dejar atrás las normas de purificación que se habían llevado al extremo. La predilección de Dios había sido transformada en una separación que mantenía a raya todo lo impuro. Ahora, todo va a ser fiesta y celebración. El vino es símbolo de la sangre, de la vitalidad, de la alegría. Todos hemos de poner de nuestra parte para que la fiesta alcance a todos. Jesús pone el mejor vino, pero tenemos nuestra particular cosecha que ofrecer. Igual que Jerusalén debía fiarse de Dios, nosotros de Jesús; hacer lo que él diga.

Eso y dejar que los dones del Espíritu vayan aflorando desde nosotros mismos. Así lo afirma Pablo hablando a los corintios. Cada uno somos como somos y entre todos tenemos la facultad de hacerlo todo nuevo y diferente. La cuestión está en reconocer que nuestras propias habilidades no son una ventaja sobre otros, sino un don que se nos entrega en beneficio de todos. Respecto a ese don tenemos dos responsabilidades: la primera, ya lo hemos dicho, no quedárnoslo guardado en exclusiva como si fuera propiedad nuestra.  La segunda, hacerlo crecer. Por lo que sabemos, podríamos decir que Jesús tardó 30 años en aprender a convertir el agua en vino. No sabemos a dónde podrían llevarnos esos dones personales si los entrenáramos conscientemente. Ni siquiera imaginamos lo que podríamos aportar a la comunidad si trabajásemos en nosotros mismos y en nuestros dones. Algunos aún no hemos descubierto todos nuestros dones y los que vislumbramos nos cuesta reconocerlos y aceptarlos. El Espíritu es en nosotros el impulso que nos lleva a querer compartir la fiesta. Cuando el salmista propone que la tierra entera cante al Señor viene a decirnos que no existen ya fronteras, sino un único camino que podremos recorrer unidos gracias a lo bueno que cada uno es y pone a disposición de todos.

 

Pon lo que eres

 


 

sábado, 11 de enero de 2025

PARA EL CAMINO. Bautismo de Jesús

12/01/2025 – Bautismo de Jesús

Para el camino

Is 42, 1-4. 6-7

Sal 28, 1-4. 9b-10

Hech 10, 34-38

Lc 3, 15-16. 21-22

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El bautismo de Juan, como todos los movimientos bautistas de su época, tenía un marcado valor penitencial. Juan, además, acompañaba esta práctica con un mensaje ético que, desde la simplicidad, buscaba una importante renovación mientras anunciaba al que había de venir. Jesús baja al Jordán, como uno más, a bautizarse por Juan. También él estaba buscando esta renovación pero Dios le llevó más lejos de la comprensión de Juan. En el río Jesús recibió su propia unción y con ella, como había sido habitual a lo largo de la historia bíblica, su propia misión. Él es el Hijo, el amado. El buen hijo no desdeña aquello que su padre le enseñó, sino que lo actualiza y lo pone al servicio de la nueva situación. Cada tiempo tiene su sed y cada sed requiere formas y sabores nuevos en la misma agua. La complacencia que expresa la voz del cielo se debe al reconocimiento del Padre en la intención del Hijo. Ve claro su propósito y conoce su determinación. Sabe que lo dará todo. El bautismo de Jesús es empeño en darle la vuelta al mundo recalando en las cosas que no van bien; en las personas concretas a las que hay que sanar; en tanta sed que sigue gritando.

Así lo confirma Pedro en la voz de Lucas: Jesús pasó haciendo el bien. Ratifica así y pone al alcance de todos lo que algunos experimentaron en vida y Dios sabía ya, tal vez desde el principio, pero sin duda desde el momento de la unción; de ahí su alabanza. Digamos llanamente que hacer el bien es dar vida. No hay más. A esto se refería Isaías: a ese enviado a quien Dios mismo formó cogiéndole de la mano le enseñó a practicar su justicia para que él hiciera lo mismo y él, dejándose guiar por el Espíritu, curó cegueras y liberó cautivos como expresión de esa justicia y contenido esencial de la alianza con el pueblo. Así es como Dios prueba su fidelidad y muestra la conveniencia de suscribir con él el pacto que propone. Jesús mismo, el bien que es y obra, es el contenido del acuerdo. Jesús ni gritó, ni quebró, ni apagó, sino que a todos los puso en pie y a todo lo puso en marcha. Y como Dios, dice también Pedro, no hace acepción de personas, de todas espera lo mismo. De los de aquí y de los de allí. Por eso el salmista afirma que todos los hijos de Dios aclaman a Dios. No habrá liturgia completa, ni vida verdadera, mientras no sea unánime el grito de Gloria.

Así pues, retomando la fiesta y el símbolo del bautismo habrá que decir que va llegando el momento de darle al sacramento el valor que Jesús le dio e ir dejando atrás el concepto de Juan. Deberá ser más expresión consciente de adhesión y de compromiso real en la transfiguración de la realidad inmediata y cercana que acto pasivo por el que se nos limpian manchas de las que no somos conscientes. Debería pesar más la salvación que Jesús obró ya que el pecado que nos liga a un pasado desconocido pero transformado en lastre que, ese sí, quiebra y apaga. Sin negar la gracia, el amor, que se recibe, sino justamente por ella, el bautismo es punto de salida para un camino que iniciamos de la mano de Jesús y en el que todos nos acompañamos mutuamente; no es un recorrido para hacer en intimidad privativa. Es camino del pueblo, para el pueblo y con el pueblo. No hay que esperar a estar limpio. Hay que salir de casa para entrar en la de Dios de la mano de todos los compañeros.  Es personal porque cada uno elegimos, o deberíamos, ejercitando nuestra libertad, pero es comunitario, sinodal, porque todos estamos invitados a pasar haciendo el bien.

 

Andrea del Verrocchio y Leonardo da Vinci, Bautismo de Cristo (ca. 1470-1475)

 


 

lunes, 6 de enero de 2025

EL FIN DEL AISLAMIENTO. Epifanía

06/04/2025 – Epifanía – El fin del aislamiento

Is 60, 1-6

Sal 71, 1-2. 7-13

Ef 3, 2-3a. 5-6

Mt 2, 1-12

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Para todo judío piadoso Jerusalén era el centro de la nación. Era lo más alto, lo más cercano al cielo, porque en ella se encontraba el Templo y allí residía la gloria de Dios. Era también un centro magnético pues hacia ella iban a ser atraídos todos los pueblos. Que Jerusalén se pusiera en pie solo podía significar que la presencia de Dios se aproximaba de forma real y definitiva. Y ella traería consigo el retorno de todos sus hijos e hijas. A partir de ese momento será luz para todos los pueblos y se llenará de riquezas. Incluso los de la legendaria Saba llegarán con oro e incienso. El salmista concreta que esa presencia residirá en el rey de la ciudad, en quien el mismo Dios pondrá su confianza. En sus días florecerán la paz y la justicia y tanto prosperará con él Jerusalén, y con ella el reino, que todos los otros reyes de la tierra vendrán a postrarse y reconocerle como soberano.

Mateo, pese a la tradición que nos ha llegado, no habla de reyes, pero sí de magos. En esta categoría cabría hablar de sacerdotes, astrónomos o teólogos. En el fondo, personajes que estaban atentos al movimiento de los astros y lo interpretaban según reglas religiosas. Mateo quiere dar por cumplida la antigua profecía del rey que hace presente a Dios en el seno de su pueblo y presenta a estos personajes venidos del extremo del mundo, que ya no es Tarsis, ni Saba, ni Arabia, sino el enigmático Oriente, todavía libre del poder romano. Añade, sin embargo, dos detalles de vital importancia. Los reyes que nombra Isaías traían oro e incienso. El oro era un presente apropiado para un rey, y el incienso era adecuado para Dios. De eso nos habla Isaías, de Dios reinando entre su pueblo y sobre el mundo. Sin embargo, Mateo añade mirra, que era un perfume caro que, entre otros usos, se utilizaba para embalsamar a los difuntos. Luego el rey definitivo será Dios pero también humano. El segundo detalle es hacerle nacer en Belén, la ciudad de David. Este rey continuará la dinastía que Dios inició para darle a su pueblo identidad e independencia políticas. Dios va a reinar de nuevo en su tierra, pero en forma humana. A los efesios se les dice, además, que esta nueva realidad, esta gracia, es extensible también para los gentiles; para todos los extranjeros. Pablo, a quien se atribuye la carta, es judío de los pies a la cabeza. Conoce la tradición y las profecías, pero ha sido enviado más allá de las fronteras, porque estas ya no tienen ningún sentido.

Tenemos así a un Dios que se ha hecho hombre, no precisamente en un palacio, de modo que llega casi inadvertidamente y que viene a legitimar un reino que se revela ahora proyectado hacia el exterior. Por una parte, se completa el sentido de ser pueblo elegido, pues todos los demás contemplarán en él la gloria de Dios, y por otra parte se precisa el sentido de esa elección: acoger y cuidar a todos. En el fondo, cada ser humano es un pueblo escogido. En todos nace un Dios que suavemente va pidiendo permiso para ocupar su puesto. Es tan discreta su presencia que muchas veces han de venir de fuera para hacérnoslo ver y, sin embargo, nos va colocando, si nos dejamos, en disposición de derribar muros y dejar entrar a todos. Dios se manifiesta en este derruir y en el encuentro con quienes nos aportan sus propios dones. Esta realidad puede contemplarse en el terreno personal, pero, especialmente en estos tiempos, es también imposible no hacerlo en el social, estatal o continental. De fuera vendrán, cierto es, pero no para echarte, sino para descubrirte quién eres y alumbrar junto a ti algo nuevo. Ya no es posible construirse de forma aislada.

 

James Tissot, El viaje de los Magos (1886-1894)

 

 


 

sábado, 4 de enero de 2025

SIN DISTANCIAS. Domingo II Navidad

05/01/2025 - Domingo II Navidad

No hay distancias

Si 24. 1-2. 8-12

Salmo 147, 12-15. 19-20 (R.: Jn 1,14)

Ef 1, 3-6. 15-18

Jn 1, 1-18

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El libro de Jesús Ben Sirá, que abre hoy la liturgia de la palabra no pertenece a la ortodoxia judía, sino que se cuenta entre los llamados deuterocanónicos. No todos los judíos los tenían en consideración. Por eso, la imagen que proponen de la Sabiduría habitando en medio del pueblo como un personaje de la corte celestial directamente enviado por Dios no era bien recibida por todos. Los primeros cristianos, en cambio, enseguida vieron en este personaje una prefiguración de Jesús. El salmista recuerda el papel principal del pueblo escogido como sede de la palabra de Dios. Jerusalén es la gran beneficiada, pero es un lugar cerrado para los demás. Esa palabra les trae bendiciones pero no parece que salga de sus murallas. También esta palabra será importante en la posterior experiencia cristiana. 

Ambas realidades, sabiduría y palabra se unificaron en el término Logos, propio del evangelio de Juan. La Palabra de la que habla Juan es igual a Dios y es enviada para que habite en medio de su pueblo ocupando el lugar mismo de Dios. Puso su morada entre ellos; allí acampó, tal como Dios acampaba en la tienda del encuentro. Pero vino haciéndose carne; asumió la condición propia de la humanidad. Así, la fragilidad pasó a ser una nueva condición divina, pero con esta debilidad acogió también la capacidad de crecer. Dios vive en permanente salida de sí. Eso es el amor. Por amor crea lo distinto de sí mismo en un proceso del que el ser humano es su más alta realización hasta la fecha. El amor no tiene fin, es decir, no se conforma con lo ya hecho. Cualquier pareja de humanos que se mantienen verdaderamente unidos a pesar de las dificultades y trajines de los días sabe que su amor no es ni mucho menos como el del principio. Tampoco Dios se conforma con el inicial enamoramiento floral sino que se entrega más aún y se hace uno como su obra. Siendo humano, crece como humano mientras que, como Dios, adquiere perspectivas nuevas. La divinidad no es una condición estática e inalterable. Dios es gerundio. De alguna manera, también él está creciendo; ve el mundo con nuestros ojos para enseñarnos a verlo con los suyos.

El autor de la carta a los Efesios insiste en que todo debe redundar en alabanza de Dios. Él nos bendijo, eligió y destinó, pero nosotros hemos creído durante mucho tiempo que lo hizo en exclusiva. Cometimos con ello el mismo error que podemos leer en la comprensión del salmista  o percibir en el rechazo del Sirácida. Por eso se ora por los efesios, para que el Padre de la gloria les dé espíritu de sabiduría y revelación para reconocer la presencia de la Palabra incluso en los lugares  más insospechados. Como ellos, nosotros somos llamados a una esperanza que reconozca la luz verdadera. Posiblemente quienes no la recibieron habían quedado presos de su propio modelo de Dios. También nos pasa a nosotros, que si no es como nuestros libros, estampas, películas o ideas nos lo presentan nos cuesta reconocerlo. Quien ha borrado la distancia entre él y nosotros no va a dejarse apresar en una imagen, sino que esperará que le encontremos en el mismo gerundio que él es y que anula cualquier separación o dualidad. Solo podremos encontrarle en el amor sencillo de lo cotidiano hacia todos aquellos con los que nos encontramos porque solo en ellos nuestra propia y más íntima verdad podrá reconocerse. En nuestro encuentro con ellos Dios se encuentra a sí mismo y nos hace uno solo.   

 

Oswaldo Guayasimín, El abrazo (1988-1989)