26/01/2025 - Domingo III T.O.
De todos y para todos
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Sal 18 , 8-10. 15
1 Cori 12, 12-30
Lc 1, 1-4; 4, 14-21
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Pese a lo que a veces pensamos las diferentes religiones no son bloques monolíticos que surgieron ya tal como las conocemos. También ellas experimentan cambios, se desarrollan y evolucionan. Así, tal cual, le ocurrió a la tradición que conocemos genéricamente como judaísmo. Propiamente hablando se puede decir que la famosa lectura de Nehemías que hoy contemplamos nos relata el momento fundacional de lo que hoy conocemos como judaísmo. Los desterrados han vuelto de Babilonia liberados por Ciro, se reconstruye el templo y se encuentra el libro de la Ley que es leído a todo el pueblo y aceptado por este. Se restituye la tierra a quien la perdió, se deshacen los matrimonios mixtos con extranjeros prohibiéndolos de ahora en adelante, las familias sacerdotales asumen el protagonismo, se termina la muralla de Jerusalén y Judea se otorga el título de único territorio fiel a Dios pues Galilea, y mucho más aún Samaría, están llenas de extranjeros que mantienen costumbres extrañas al pedigree jerosolimitano. Aún no habían surgido los fariseos y otros grupos bien conocidos de la época del Nuevo Testamento, pero lo fundamental estaba ya. La obsesión por la pureza fue la respuesta del pueblo que no quería volver a provocar la ira de Dios. Mientras seamos fieles e inmaculados el Señor será nuestra fortaleza. El salmista glosa las bondades de la Ley.
Hoy nos preguntamos cómo es posible que sea esto cierto si se exige a cambio el aislamiento total. En su intervención en la sinagoga de su pueblo Jesús da a entender que con él llega el definitivo año de gracia. Es el fin de cualquier daño y la liberación de toda esclavitud. Nuestra lectura no pasa de aquí, de modo que no muestra la airada reacción de los vecinos de Jesús cuando él siguió hablando y extendió este año a los extranjeros y paganos. Las bondades de la Ley que el salmista alababa habían quedado mermadas al restringirlas a un territorio y una población concreta. Serán cosas de la época, no digo que no. Pero ya pasaron esos tiempos. Habían pasado ya cuando Jesús lo dijo, pero no todos parecían dispuestos a escuchar. Tanto se había naturalizado la excepcionalidad que se convirtió en lo natural. No todos fueron capaces de ver que el proyecto de Jesús no era extraño a la voluntad de Dios.
También puede pasarnos a nosotros. No es extraño encontrar todavía planteamientos en los que hay quien se erige por encima de los demás como auténtico y fidelísimo. Tampoco es insólita la actitud combativa frente a lo diferente. Seguimos pensando en convertir infieles y en protegernos de los otros aunque esgrimimos la tolerancia como bandera. En realidad, no hay nada que tolerar. Lo que tendríamos que hacer es acoger todos los carismas y dones como elementos buenos para la construcción del único pueblo. El cuerpo definitivo tiene muchos miembros y todos contribuyen desde sí mismos. Nadie discute esto cuando se aplica a una iglesia o a una única tradición. Lo que Jesús viene a decirnos y lo que Pablo confirma es que el alcance de esta realidad es universal. Ya no hay pueblos, fronteras, clases ni géneros pues solo uno es el Espíritu. Toda la variedad está en función de la unidad total. Es evidente que tardará en llegar pero podemos empezar por ir creando las complicidades necesarias para caminar con la vista puesta en ese horizonte, de lo contrario seguiremos construyendo murallas y alabando a quienes las levantan culpando a los de fuera de todos los males que sufren dentro. Será mejor quitar tanto ladrillo y dejar que Ruah aletee libremente.
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