sábado, 28 de octubre de 2023

SI ASÍ SE AMAN... Domingo XXX Ordinario

29/10/2023

Si así se aman…

Domingo XXX T.O.

Ex 22, 20-26

Sal 17, 2-4. 47. 51ab

1 Tes 1, 5c-10

Mt 22, 34-40

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Comencemos hoy por el salmo: el ser humano reconoce que no lo puede todo por sí mismo. Identifica la intervención de Dios en su vida y se muestra agradecido. Esto calma su necesidad de trascendencia. Esta vida no le sacia, por eso se expande y traspasa los límites; identifica esa ayuda y a quien se la ofrece. El problema es, por un lado, que no somos capaces de aceptar la gratuidad y, por otro, que nos empeñamos en dividirlo todo en planos diferentes.  Nos parece necesario captar la atención de ese Dios auxiliador y consideramos que la vía adecuada es la que nosotros pensamos directa; hay que sintonizar un canal especial dejando de lado cualquier otro. A la larga, es decir, después de unos pocos milenios de historia, esto se ha traducido, primero, en nuestra obsesión por agasajarle con el cumplimiento de normas que, esperamos, puedan agradarle y predisponerle en nuestro favor y, segundo, en la separación de la realidad en dos esferas opuestas: la divina y la mundana.

La lectura del Éxodo es ya una desautorización de este modo humano de creer. Antes que las alabanzas, Dios escucha el clamor de quien le grita implorando auxilio. Su intervención no nos será siempre beneficiosa sino que se muestra como defensor de aquellos a los que nuestra vida perjudica. No es cierta esa dicotomía de contextos que hemos instaurado. No es posible pretender agradar al Señor sin cuidar la relación con quienes nos son cercanos. Como ya dijimos hace unos días, Dios no es imparcial y se alinea siempre con quienes sufren por sostener nuestro modo de vida. Extranjeros, viudas y huérfanos son los ejemplos que la profecía pondrá constantemente para representar a esas personas. La lectura de hoy añade también a los deudores, pero a los del propio pueblo: limitaciones de la mentalidad evolutiva que, pese al respeto al extranjero, aún distingue entre propios y ajenos del mismo modo que imagina todavía un Dios vengativo.

Jesús afirmará que ese escrúpulo nacionalista no tiene ya sentido. Prójimo es el próximo. Sin más. A él, o ella, debes amar como a ti mismo y el amor real se caracteriza por su carácter activo, no por ser un mero deseo bienintencionado. El amor es amar. El mismo amor que se dice tener a Dios se debe mostrar hacia los demás. Y no queda nada más. La esfera divina y la humana se identifican, por mucho que nos cueste entenderlo. Con esto queda cumplida cualquier ley. No existe argumento ni legislación que pueda separar en dos la única realidad existente. Descubrir este principio y ponerlo en práctica es vencer la idolatría de la dualidad y del particularismo. Por este motivo, los tesalonicenses merecen el reconocimiento de sus vecinos y el elogio de Pablo. Posiblemente, los cristianos de Tesalónica rezasen también nuestro salmo de hoy pero superando esa percepción ritualista y escindida. Su gratitud a Dios tendría más que ver con este descubrimiento que con la confianza en cumplir normas que les alejasen entre sí o que, colateralmente, perjudicasen a sus vecinos. Macedonia y Acaya se maravillaban de la nueva realidad que se vivía en la comunidad. Estas nuevas relaciones entre seres humanos eran las que daban sentido a algo tan absurdo, a priori, como el regreso desde los cielos de quien se decía que había resucitado. Es el amor, el amar, el que vence y convence: ¿Cómo no va a ser cierto, tal como se aman?


Si así se aman...


sábado, 21 de octubre de 2023

LA PROPIEDAD DE DIOS. Domingo XXIX Ordinario

22/10/2023

La propiedad de Dios.

Domingo XXIX T.O.

Is 45, 1. 4-6

Sal 95, 1. 3-5. 7-10a. 10e

1 Tes 1, 1-5b

Mt 22, 15-21

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Dios no es neutral. Desea el bien de todos pero toma partido por los que sufren y no duda en recriminar su acción a quien provoca ese sufrimiento. Es muy propio de él escoger a personajes concretos para que lleven a cabo misiones concretas. En el Antiguo Testamento esos elegidos recibían la fuerza y temple necesarios para desempeñar ese papel gracias a la unción con un aceite bendecido. A estas figuras se les llamaba, sencillamente, ungidos que en griego se dice mesías. Así pues, era común la presencia de mesías en las páginas hebreas. Estos fueron, principalmente, sacerdotes, profetas y reyes. Pero no solo ellos. Nada menos que Ciro, el emperador de los persas que liberó a los judíos de la esclavitud en Babilonia, es llamado “mi ungido”. Hacia este mesías libertador la Biblia se deshace en elogios, tal como vemos hoy en el pasaje de Isaías. Da igual que Ciro no conociese a Dios; su papel en la liberación de Israel, el gran elegido por Dios, le valió fama y victorias. Todo ello habla bien del propio Dios que es, en realidad, lo sepan ellos o no, gobernante de todos los pueblos. El salmista nos lo confirma.

Los que Dios se elige pasan a ser de su propiedad; él los cuida y vela por ellos. En realidad, cuida de aquellos que nadie más cuida. Es conocida su afición a escoger a los pequeños y débiles. Con ello muestra su poder, pues les concede descendencia abundante, les da tierras y termina haciendo de ellos un pueblo numeroso. Pero no todo es autobombo; escoge a quien no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir frente a la fuerza de los demás y en su elección se mantiene firme y fiel, aunque ese pueblo no lo merezca. Dios se elige un pueblo; su pueblo. Y cuidando de él dice a toda la humanidad que cuidará de todo aquel que no tenga nadie más que lo cuide. Dios se pone del lado de los últimos; de los pisoteados y ninguneados. Ellos son su pueblo y la vocación de este pueblo no es gozar en solitario de esa condición de favorito, sino velar por todos los demás olvidados como Dios vela por ellos. De este pueblo esforzado y entregado, presente según Pablo entre los tesalonicenses, dice él que recuerda su fe, el esfuerzo de su amor y el aguante de su esperanza en Jesucristo.

Todos aquellos que aceptan esta vocación se hacen propiedad de Dios y, según Jesús, no puede confundirse con ninguna otra. No existe moneda ni medida humana capaz de contenerla. Todo el pueblo de Dios es mesiánico. Está llamado a ofrecer su vida en favor de los demás. Esta intención introduce al pueblo en una órbita tan ajena a los intereses de este mundo como a sus expectativas. Es la imagen de Dios la que llevan impresa, no la del César. Esta nueva ciudadanía no se obtiene por genética, sino por asunción personal de esa vocación y se materializa abriéndose a la universalidad y empeñándose en lograr la salvación de todos empezando por la cola. Sin embargo, ocurre que se absolutiza y sacraliza el don de Dios convirtiéndose en amenaza para los demás; en muerte. En la jungla que ha venido a ser nuestro mundo no se trata tanto de identificar bandos o culpables, pues ya su maldad habla por ellos, sino de detener la maquinaria que produce tanto dolor a los inocentes. La llamada a la reconstrucción clama desde la ruina del mundo, pero nos interpela también a cada uno porque todos necesitamos rehacernos en un sentido u otro. Ciro actuó sin saber pero Jesús fue plenamente consciente y nos dejó clara la distinción. 

 

La propiedad de Dios

 

 

sábado, 14 de octubre de 2023

EL REINO ESTÁ EN EL CAMINO. Domingo XXVIII Ordinario

15/10/2023

El Reino está en el camino.

Domingo XXVIII Ordinario.

Is 25, 6-10a

Sal 22, 1-6

Flp 4, 12-14. 19-20

Mt 22, 1-14

Si quieres leer las lecturas pincha aquí.

Es difícil percibir el Reino como un banquete si no estás hambriento. Todos los saciados encontrarán que esto es una ordinariez y encontrarán más provechoso emplear el tiempo en sus negocios o en el cuidado de sus tierras. Es difícil aceptar que lo que ya se posee tiene algo que ver con aquello que se desea. Infravaloramos lo que tenemos porque su uso (o abuso) no nos da la satisfacción que le suponemos a aquello que esperamos. El valor de las palabras de Isaías está precisamente en que son dirigidas a un pueblo hambriento. Precisamente cuando el pueblo necesita amparo recibe la invitación de Dios. Está preparando un festín para todos y el velo que cubre los pueblos será eliminado; ya no habrá separación alguna, la muerte será vencida y no quedará lágrima alguna. Separación, muerte, dolor… son realidades destinadas a desaparecer por la intervención de Dios en la historia. Pero Dios no interviene más que por medio de enviados. Son estos a quienes se les encarga terminar con el mal y anunciar el banquete definitivo. Somos nosotros los enviados a los cruces de los caminos.

Al ser más concurridos que los propios caminos, estos cruces no tenían nada de aburrido; se reunían en ellos pobladores de lo más variado: viajeros en tránsito, pequeños comerciantes, prostitutas, salteadores eligiendo clientes y buhoneros esperando tratos beneficiosos. Todos ellos, en realidad, estaban allí en un proceso de búsqueda, cada uno lo suyo, pero todos esperaban encontrar algo, completarse de alguna manera, saciar cualquier necesidad. Tenemos que aprender a distinguir estas búsquedas, estas hambres, de la instalación en la que viven quienes dijeron que no a la primera invitación. El rey de la parábola invita a todos, pero el mensaje solo llega a quien tiene un hueco que llenar. Es ese hueco el que permite que la llamada resuene y les haga vibrar. No son aquellos cuya saciedad les impide advertir su propia sed, sino estos otros cuya necesidad no les permite detenerse quienes se ponen en marcha. Por este motivo pueden apreciar la invitación a la boda. El salmista nos trae hoy la actitud del caminante que confía en el Señor. Esta confianza es el vestido de fiesta que el rey de la parábola echa en falta en aquel invitado que termina siendo desalojado ¿Quién va a un festín con su propia comida? ¿Quién acude para no mezclarse con los demás convidados? Es el alimento que allí se da el que debe compartirse entre todos.

Es este ajustarse a lo recibido lo que Pablo identifica como la capacidad de vivir en pobreza o abundancia. Es una actitud que se fortalece personalmente, pero los demás pueden apoyarnos cuando sea necesario; esa fue siempre el gesto de los filipenses para con Pablo. Ellos fueron, para Pablo, prueba de que la confianza que él ponía en Dios no era infundada. Somos llamados a anunciar, a convocar y a sostener. El Reino del que habla la parábola no es un destino final, sino una realidad que crece en la historia conforme nos cuidamos unos a otros. El consuelo definitivo es hacerse presente; compartir la tribulación. Isaías nos anunciaba que Dios enjugaría toda lágrima, pero su intervención se da a través nuestro. Es en ese compartir donde el otro encuentra consuelo, y allí mismo nosotros encontramos sentido, porque todos somos buscadores y en el mismo abrazo cada uno encuentra lo que busca. 


El Reino está en el camino. Cruce Shibuya (Tokio - Japón)


sábado, 7 de octubre de 2023

EL REINO Y LA RUINA. Domingo XXVII Ordinario

07/10/2023

El Reino y la ruina.

Domingo XXVII Ordinario.

Is 5, 1-7

Sal 79, 9. 12-16. 19-20

Flp 4, 6-9

Mt 21, 33-43

Si quieres ver las lecturas pincha aquí.  

En ocasiones la gente nos defrauda. Y la decepción puede ser grande. Así nos lo transmiten hoy las parábolas que cuentan Isaías y Jesús; ambas con una viña como marco. Isaías de forma más naturalista, pues la viña, aunque bien cuidada, parece producir agrazones por sí misma. En Jesús que, a diferencia e Isaías, ya tenía claro que el ser humano era guardián de la creación, se hace patente el conflicto entre el propietario y sus jornaleros. En Isaías, el señor planta la viña y espera que de fruto. En Jesús, el señor la planta igualmente pero la arrienda a unos labradores. En Isaías la viña será arrasada; en Jesús, se dará a otros trabajadores. Por si quedaba alguna duda, Isaías quiere dejar claro que esa viña se refiere a Israel, el elegido, el pueblo de Dios. El salmista lo confirma y presenta un movimiento de conversión del pueblo. Es ese pueblo el que, para Isaías, no produce fruto pese a todo lo que el Señor hizo por él, mientras que para Jesús, su improductividad se debe a quienes lo cuidan, o más bien, lo explotan, en beneficio propio. En ambos casos es el Señor quien sufre la decepción, pero en el primero todo el pueblo es culpable, mientras que en el segundo, la asamblea es víctima de la corrupción de los malos administradores.

Según Jesús esos administradores serán sustituidos por otros que no engañen ni busquen su provecho. Curiosamente, serán precisamente quienes fueron desechados por ellos. Tal como afirma el salmista en otro lugar, la piedra desechada ha pasado a ser angular; fundamental. Sobre ella se edificará el verdadero Reino de Dios; el que produce sus frutos. Precisamente serán todos esos que habían sido apartados por indignos y pecadores: publicanos, prostitutas, extranjeros… quienes lo pongan a nuestro alcance. El Reino, que no es un lugar, sino una situación, una experiencia vital en la que, como nos dice Pablo, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, es valorado venga de quien venga, crece por la acción de todos. Poco importa el contexto de la persona, sino lo que ella puede aportar para mantener la llama de una humanidad que busca imponerse sobre las circunstancias concretas de cada uno.

Sufre decepciones quien ve traicionada su confianza; quien ama y no es correspondido; quien no encuentra acogida ni eco. Es posible que ame, confíe o espere acogida de quien no está atento más que a sus propios intereses. En cualquier caso, no debe ser el juicio lo que arrebate su corazón, sino, como dice Pablo, la paz de Dios en Cristo Jesús, que se mantuvo firme, coherente y sereno frente a los sacerdotes y ancianos. En nuestras decepciones pongamos en práctica este mismo método: no juzgar y valorar cuánto cuidé a mi viña, cuánto amé, cuánto acogí, cuanto confié. Es posible que algo faltase o puede ser también que ciertamente, sea otro el lugar, los corazones, donde resida todo eso bueno y laudable que pueda poner en práctica el derecho y la justicia que Isaías reclama; donde se acoja a los buenos servidores sin animosidad. Mateo y Pablo hablan del Reino, pero ofrecen guías para construir la comunidad. El Reino no es tarea personal, sino fraternal. Se erige edificando comunidad, pero siendo consciente de que la trasciende y debe acoger a quienes una comunidad-bien no aceptaría, porque sin ellos, por bella que sea, todo es una ruina. 

 

El Reino y la ruina

 

sábado, 30 de septiembre de 2023

COMUNIDAD. Domingo XXVI Ordinario

 01/10/2023

Comunidad.

Domingo XXVI T.O.

Ez 18, 25-28

Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9

Flp 2, 1-11

Mt 21, 28-32

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Encontramos hoy una importante novedad. Mateo afirma que es el hermano mayor quien comienza desobedeciendo pero termina haciendo caso al padre, mientras que el menor defrauda totalmente las expectativas puestas en él. En la tradición bíblica era una constante que el hijo menor fuese preferido sobre el mayor y terminase heredando del padre la vocación y el favor de Dios. Así ocurrió, por ejemplo, en las historias patriarcales. El propio Jesús habla siempre a favor de los pequeños. Excepto aquí. Aquí, el hermano pequeño hace presentes a quienes se creen preferidos. La imagen bíblica nos sirve para poner cara a quienes piensan estar más cerca de Dios por cualquier causa; se identifican con los hijos pequeños porque son cumplidores y guardan las formas. Sin embargo, ese afán cumplidor les aleja del verdadero mandato: “Ve a la viña, sal de casa, deja la comodidad de lo conocido; hay mucho que hacer allí afuera”. El hijo mayor no guarda las formas y es posible que su práctica cotidiana se encuentre muy alejada de lo que el padre quisiera para él, pero a la hora de la verdad le cuesta menos ponerse en camino. Su desapego de lo correcto le facilita alejarse de lo ya trillado para llegar a la viña. Son imagen de quienes públicamente incumplen la Ley y se colocan al margen de la corrección política. Pero estando allí abren el oído a las palabras del padre y se vuelven hacia los demás. Publicanos y prostitutas eran notorios pecadores y su destino estaba claro para todos. Jesús, en cambio, los coloca por delante de los demás.

Pablo recuerda que estamos unidos en un mismo Espíritu y que nuestra vida debería ser, como fue la de Cristo Jesús, compasiva para con todos. Él renunció a presentarse exigiendo derechos que esos hijos que se creen pequeños y favoritos le hubiesen reconocido con gusto. Se acercó a todos y a todos les dijo lo mismo. Ese Espíritu que nos une nos movilizará, si le dejamos, para inaugurar una nueva forma de relación entre todos: la compasión; la unión en un mismo amor y sentir. Si de alguno pensamos que es malvado confiemos en que puede siempre, como dice Ezequiel, volverse hacia el Señor, practicar el derecho y la justicia y vivir. Ya no existe el mérito sino la acogida. La comunidad es el lugar donde el milagro es posible porque en su seno se viven las relaciones capaces de confrontar a cada uno consigo mismo y hacerle ver su realidad. La comunidad nos hace humildes, realistas, pero no nos juzga ni condena; nos ayuda a ser en plenitud lo que somos y aún no conocemos. El padre de la parábola envía a sus hijos de uno en uno, porque las opciones son siempre personales, pero Jesús enviaba siempre en grupo, en pareja como mínimo, en comunidad. Comunidad de personas humildes, realistas y amorosas que saben rezar juntas el salmo de hoy pensando en cada una de ellas a la vez que pidiendo por todos con quienes se encuentren en el camino. En esa comunidad la primera faena no es alabar al Señor sino posibilitar que cada miembro pueda sanar de sus dolores y descubrir sus errores y superarlos para ir acercándose cada vez más al verdadero hijo menor que lleva dentro. La alabanza que surja de esa transformación es la auténtica alabanza. El trasvase de ese clima al exterior y la acogida de quienes van llegando es la labor que se le encarga a la comunidad y en esa labor se transforma a sí misma y a todo lo demás para hacer cada vez más presente al Reino de Dios.


Comunidad (Centro de acogida de menores "EL Verdader" - Valencia)


sábado, 23 de septiembre de 2023

DISTINTOS PLANES. Domingo XXV Ordinario

24/09/2024

Distintos planes.

Domingo XXV T.O.

Is 55, 6-9

Sal 144

Flp 1, 20c-24. 27a

Mt 20, 1-16

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Cuando de chicorrones hacíamos equipos en el patio del colegio para jugar a lo que fuese, lo normal era empezar eligiendo a tus amigos o a los que eran muy buenos en el juego y dejar para el final a quienes no destacaban en nada. El ranking resultante era un verdadero sociograma de la clase. De modo similar, en épocas en las que las peonadas se elegían diariamente en la plaza del pueblo (tal es el escenario de la parábola de hoy) los capataces empezaban seleccionando a los mejores trabajadores, o a quienes menos problemas daban, o a quienes no tenían tacha moral alguna… quedarse para el final no solo suponía la pérdida del jornal de ese día, sino que implicaba también quedar marcado, encasillado en un grupo u otro. Ya vimos el domingo pasado que el denario era el salario de un día de trabajo. Pero el problema aquí no es solo que se pague lo mismo a quienes han trabajado menos que nosotros, sino que se les abone la misma cantidad a quienes son no solo distintos sino, según nuestro criterio, peores.

Como nos recuerda Isaías, los caminos del Señor no son los nuestros. Su modo de hacer las cosas es distinto. Incluso sus planes son completamente diferentes. Los nuestros tienen que ver con nuestros amigos, con quienes nos son semejantes y etiquetamos como buenos. Los suyos, sin embargo, incluyen a todos; también a los manifiestamente malvados. De esos que nosotros nunca salvaríamos, siempre y cuando abandonen su camino, es decir, siempre que se arrepientan y regresen, tendrá Dios piedad. El salmista ahonda en el mismo mensaje. Pablo afina un poco más: conociendo como conocemos el secreto último de la vida sabemos que dejar este plano de realidad supondría una enorme ganancia y, sin embargo, permanecemos aquí no para nuestro bien, sino para el de los demás. Para él, el sentido de la vida es ayudar a que todos lleven una vida digna del Evangelio.

Así pues, cada vez que el mismo Jesús, el señor de la parábola, llega a la plaza encuentra, según la convención del momento, a trabajadores de peor calificación pero en todos ellos sabe ver su potencial oculto. Y a todos ellos les da un sentido para vivir enviándolos a la viña. Todos ellos, mejores o peores, han encontrado al Señor. Pero la meta real no es encontrarle, sino acercarlo a los demás; vivirlo con ellos. Existe quien creyó en Jesús desde el primer momento, pero otros tardaron más y fueron por ello postergados por los buenos. Tal vez no eran todo lo ortodoxos que cabía esperar o, simplemente, no eran de aquí; es posible que no aceptasen lo que no comprendían o que les pareciese un error no plantear dudas u objeciones; incluso es posible que no hayan renunciado a todo lo que los primeros sí abandonaron. Por todo esto y por mucho más, quedaron relegados por esos primeros, pero no por Jesús quien, finalmente, los alcanzó y les envió a la misma labor que los demás. De nuevo la objeción del hermano mayor: ¿Es posible que a este que lo ha gastado todo; que no acató, como yo, sin rechistar; que no pospuso nada sino que lo exprimió todo y disfrutó de todo le pagues lo mismo que a mí? Reclamamos la bondad de Dios para nosotros y los nuestros pero exigimos justicia para quienes no son como nosotros. El Reino no es así. Los planes de Dios son distintos. Todo va a dar un vuelco.


Distintos planes (Plaza elíptica. Madrid, 2021)


sábado, 16 de septiembre de 2023

DESPROPORCIONES. Domingo XXIV Ordinario

17/09/2023

Desproporciones.

Domingo XXIV T.O.

Si 27, 33 – 28, 9

Sal 102, 1-4. 9-12

Rm 14, 7-9

Mt 18, 21-35

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Perdonar es sencillo si tú mismo has experimentado antes el perdón de otros. Si no ha sido así, seguiremos enredados en debates acerca del amor y de la justicia. ¿Dónde empiezan? ¿Dónde acaban? ¿Por qué a mí sí, o no, y a ellos no, o sí? Todo se torna confuso cuando no podemos sentir la liberación del perdón. Aparece entonces la justicia, como guía en la penumbra. Pero eso no es lo definitivo. Entre los ascendientes de Jesús, encontramos a Lamec que, en los tiempos del Génesis, juró vengar cualquier ofensa 70 veces siete. Jesús lo toma como ejemplo pero invierte su valor. Setenta veces siete será a partir de ahora el número de veces que se debe perdonar; es decir, siempre. Adiós al equilibrio justiciero. El perdón es fruto del amor y el verdadero amor es siempre desproporcionado. Desproporcionadas eran también las deudas de los personajes de la parábola. En el Nuevo Testamento, un talento equivalía a 21,6 kg de plata, es decir, 6.000 denarios. El denario era el salario de un día completo de trabajo. El primer empleado debía 10.000 talentos, es decir, 60 millones de denarios ¡Una barbaridad! El segundo "sólo" debía 100 denarios, que tampoco está mal; 100 días de trabajo. Al primero se le perdonó mucho, pero él no lo vivió así, sino como una negociación. Al no sentirse perdonado, sino tan solo justificado, no se sintió movido a hacer lo mismo. Todavía hoy existen personas e instituciones que negocian enormes deudas y se sienten justificadas para seguir reclamando a sus deudores sin piedad alguna.

Ben Sirá nos habla hoy de la incompatibilidad entre esta exigencia de justicia y el perdón que surge del amor divino. Al no perdonar, conservamos la ira que nos impide reconocer en nuestras vidas la obra de Dios a la que canta el salmista. Así, nuestra vida pasa a ser un laberinto. Imploramos y pedimos pero el resentimiento nos impide percibir el bien que Dios nos dispensa y aprender de él. Quedamos presas del mal. La venganza divina de la que hablan Mateo y Ben Sirá es en realidad fruto de nuestra obsesión en nuestro propio concepto de justicia. Sin embargo, nos dice Pablo, tanto en la vida como en la muerte somos del Señor. En lo bueno y en lo malo, le pertenecemos; él está con nosotros y nosotros en él.

De entre todo lo malo, la muerte es el último enemigo, pero Jesús lo ha vencido ya. Y nosotros en él. Pese a todo, nos sigue dominando el dolor por la separación. En Jesús, sin embargo, es más sencillo recordar todo lo que recibimos de los que ya no están y valorarlo como el amor real que nos tuvieron. Les debemos mucho y tan desproporcionadamente como deben los personajes de la parábola, pero no es una deuda que tengamos que saldar como estos pretenden. Al contrario, el amor recibido nos capacita para reconocerlo en cualquier otra parte y nos coloca en disposición de entregarnos tal como aprendimos de quien lo volcó sobre nosotros. El amor es incontenible. Lo inexplicable del perdón es muestra de ello. Quien ha conocido la grandeza del amor que sus difuntos le transmitieron se descubre agraciado y no puede no amar; el perdón es su sello. A quien en apariencia parte, en realidad, le acogemos como la presencia, el testimonio, del amor en nosotros. Ingresar en esa vida desconocida es revelar a quienes quedan aquí un trozo de cielo: es hacer patente el amor entregado y espolearles a todos para que ese amor no se embalse en nosotros. Que fluya.


Desproporciones


Para Miguel, Natalia, Raquel , Edu y familia. 


sábado, 9 de septiembre de 2023

LAZOS. Domingo XXIII Ordinario

 10/09/2023

Lazos.

Domingo XXIII T.O.

Ez 33, 7-9

Sal 94, 1-2. 6-9

Rm 13, 8-10

Mt 18, 15-20

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Un profeta, por definición, no es quien adivina el futuro sino quien transmite la palabra de Dios que él recibe en primicia. Esto es lo que hace hoy Ezequiel. De parte de Dios, se hace saber, que quien no corrija la conducta del malvado será responsable de la conducta de aquel. Es posible que él no cambie de actitud, pero antes de cometer su fechoría habrá escuchado con claridad cuál debería ser su comportamiento. Viendo como está el mundo no es un mensaje para dejar caer en el olvido. Salvar al inocente pasa por la salvación del malvado. La coacción es un dique muy débil que difícilmente contendrá la oleada. El salmista alecciona para que todos escuchemos la voz del Señor, pues él ha dado pruebas de querer nuestro bien. No tiene sentido rebelarse y  endurecer el corazón. Su palabra es una apelación a nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más justo. No hacer el mal, no dejar que otros lo hagan, escuchar lo que los demás nos digan…

También Jesús habla sobre esto a sus discípulos, puede ser que recordando este pasaje o recogiendo otras prácticas que ya existían en su época. Pone de relieve como solucionar conflictos; como discernir entre partes. Tanto decirle a alguien que se está equivocando como escuchar la corrección que los demás puedan hacernos son cosas difíciles. Jesús está hablando de un ambiente en el que son posibles la intimidad y la confianza. Aplica esa norma al interior de la comunidad, donde es posible tratarse como hermanos. Es una intimidad que puede ser ampliada recurriendo, si es necesario, a testigos que apoyen la iniciativa; si esto no surte efecto se da publicidad al asunto. Este paso sí que está tomado de las costumbres judías, pero Jesús no habla de tribunales, como era la práctica habitual, sino de la comunidad. Sólo la asamblea es soberana para tomar decisiones graves y el hermano que no quiere escuchar será tenido por “pagano o publicano”. Es decir, vuelven a la casilla de salida. No es que sean expulsados sin posibilidad de retorno, es que vuelven a ser aquellos preferidos a los que Jesús y sus primeros seguidores, después de él y tras un proceso de discernimiento, se dirigieron.

Es en el seno de la comunidad donde Jesús está presente. Con que haya dos, surge ya esta presencia porque, como nos dice Pablo, lo decisivo es el amor y sabemos ya que el amor necesita, al menos, de dos. Por el Espíritu, Dios habita en cada uno de nosotros, pero allí donde dos seres humanos se amen de verdad está también Jesús. El amor verdadero, que habla sin miedo y escucha sin egoísmo, crea una realidad en la que se vive como Jesús mismo vivió. Cualquier persona solitaria, que ni ama ni se deja amar es imagen de Dios gritando en el vacío. Somos libres, no marionetas. Dios no nos habita como un titiritero; sugiere e inspira, pero no obliga. El amor es lo que nos pone en manos de los otros y lo que nos lleva a buscar su bien. Lo que Jesús viene a decirnos es que  la presencia de Dios ya no se da sólo en el Templo y sólo mientras el pueblo cumpla la Ley, sino que esa presencia es real en cada uno y que se actualiza en el seno de la comunidad que crece a partir de lazos amorosos que, por buscar el bien de todos y defender sobre todo a los más pequeños, se tornan exigentes y vigilantes, pero no se pliegan nunca a intereses particulares. Estos lazos vivirán para siempre; en la tierra y en el cielo.


Lazos


sábado, 2 de septiembre de 2023

NÁUFRAGOS. Domingo XXII Ordinario

03/09/2023

Náufragos

Domingo XXII T.O.

Jer 20, 7-9

Sal 62, 2-6. 8-9

Rm 12, 1-2

Mt 16, 21-27

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Pedro, que la semana pasada fue el gran triunfador al identificar a Jesús como el Cristo, hoy pincha en hueso y es reprendido por el maestro. Ya no es piedra de fundación, sino de tropiezo. Posiblemente al buen discípulo le pasó lo que a Jeremías, que se vio seducido y en el arrojo que da el enamoramiento veía a Jesús imbatible. Nada malo le podrá pasar. Aquí es donde Pedro se separa de Jeremías. Espera al héroe triunfante propio de una concepción mundana de la vida. Jesús sí comparte la experiencia del famoso profeta. No en su plenitud, dirán los puristas… pero sí en su esencia: Este fuego inextinguible que me arde en las entrañas me impulsa a seguir adelante, aunque a los ojos del mundo me lleve a la perdición. Así, lo que Jesús expresa no es solo su sufrimiento sino, sobre todo, su decisión de seguir el camino que Dios le propone. Donde Jeremías luchaba con la tentación de abandonar y olvidarse de todo, Jesús se esforzaba por no tropezar con la concepción que hace sucumbir a Pedro. Aunque el buen pescador identificó correctamente a Jesús como mesías, su modelo de mesías estaba equivocado; contaminado. Resulta que lo decisivo del mesías no es sufrir, aunque eso ocurra; sino ponerse a disposición del Padre, pese a que eso le implique el fracaso más absoluto. 

En la misma línea, Pablo pide racionalidad. Las lecturas de hoy se fijan mucho en esta disonancia profunda entre el destino de quien realmente quiere seguir a Jesús y el proyecto inicial de ese seguidor. Sin embargo, digámoslo claro: no ensalzan el sufrimiento. Éste llegará porque la propuesta que Jesús trae de parte de Dios se resume, básicamente, en darle la vuelta al mundo, pero el mundo no se deja girar así como así. También Jesús tuvo un proyecto inicial: salir de casa, sanar y liberar a quienes se cruzaban con él para mostrarles en qué consistía eso del Reino de Dios y que todos pudiesen vivirlo en carne propia. Sin embargo, el suyo fue uno de los descalabros más estrepitosos de la historia. Pero su actitud vital tuvo mucho más que ver con el canto del salmista que con la queja de Jeremías, y desde ese talante vive su vida, sin consentir que su progresivo ir comprendiendo que las cosas no pintaban nada bien le amargase el alma o mermara su confianza. Precisamente porque la confianza vale sobre todo para los momentos malos. Por eso llama a Pedro roca de tropiezo.

Es momento de revisar nuestros proyectos y de ver cuánto de Dios hay en ellos y cuánto de esperanza mundana. Somos humanos y nuestra estructura humana nos exige planificar y proceder con cierto método. Somos así. No está aquí el problema, sino en pensar que ese plan nuestro es lo definitivo y que por tanto esfuerzo merecemos la recompensa que nosotros estimamos correcta y apropiada; merecida. Según Mateo, el Hijo del Hombre pagará a cada uno según su conducta. No  se trata de ser buenos o malos, sino de seguir el camino de Dios y olvidar esa manía de diseñar el nuestro. Jesús, como los profetas antes que él, señaló el mal poniéndole nombre y apellidos. Verdaderamente sanó y liberó, porque tras su encuentro con los demás, la gente abandonaba el miedo y cualquier posesión o enfermedad, incluso la muerte, o el poder coercitivo de la casta sacerdotal, perdía su poder. Puso en evidencia a los poderosos y dejó claro, para quien quiera escucharle, que Dios no es así. Y su proyecto fue un sonoro naufragio.


Théodore Géricault, Después del naufragio (1821)


sábado, 26 de agosto de 2023

PARA TODOS. Domingo XXI Ordinario

 27/08/2023

Para todos.

Domingo XXI T.O.

Is 22, 19-23

Sal 137, 1-3. 6. 8bc

Rm 11, 33-36

Mt 16, 13-20

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Con el evangelio de hoy parece evidente que la pregunta será: Y tú ¿Quién dices que es Jesús? Y así, todos podremos pararnos un ratito para encontrar la respuesta. Sin embargo, creo que lo que a Jesús realmente le interesaba era conocer la impresión que causaba en la gente, incluidos los discípulos, porque eso le indicaría si se estaba explicando bien o no; si estaban entendiendo algo de lo que hacía y decía o no. En el fondo, lo que Jesús se preguntaba constantemente era ¿Quién soy yo? ¿Qué es esto que descubro en mí? ¿Cómo podré compartirlo con los demás sin que piensen que me vuelvo loco? Ocurre que Jesús actuaba según era, sin doblez ni segundas intenciones, que dejaba sitio al Padre y obraba según entendía él que ese Padre le pedía. Su obrar era su ser, por eso la pregunta por su identidad era equivalente a su propio preguntarse por sí mismo. El evangelio de hoy es una llamada a preguntarnos si nuestras acciones nos definen o no. Si preguntásemos a los demás quién dicen ellos que somos ¿Qué respuesta obtendríamos?

Claro que es posible que los demás nos contestasen con respuestas más o menos manidas: Juan Bautista, Jeremías o algún profeta… o con afirmaciones esperanzadas: Elías, que ha de volver. Pero también están quienes intuyen lo que nadie más ve y no se quedan presa de nuestras limitaciones. Parece ser que eso le pasó a Pedro quien, pese tener frente a sí a alguien muy distinto de lo esperado supo ver al mesías, al Hijo del Dios vivo en aquel artesano galileo, sucio de trotar por los caminos y peleado con quienes se tenían por guardianes de la promesa. Decididamente, no era esto lo esperado. Pero, como dice Pablo, qué insondables son los caminos de Dios y sin embargo queda claro que con este hombre se percibe la presencia de Dios en todo y surge del corazón la misma oración que hoy canta el salmista. 

Esos que se tenían por guardianes terminaron traicionando la confianza de Dios, del mismo modo que Sobná, como nos cuenta Isaías, defraudó las expectativas del Señor, por lo que será depuesto y se darán a otro sus privilegios y su responsabilidad. Ese otro, Eliaquín, permanecerá firme, clavado, como una estaca en lugar seguro. En contraposición a la volubilidad de otros, Jesús es el que permanece firme y transmite esa firmeza a quien está cerca de él. Este parece ser hoy el caso de Pedro; él recibirá las llaves del reino de los cielos, tal como el mismo Eliaquín recibió la llave del palacio. En realidad, todos recibimos las llaves. El reino de los cielos es un lugar abierto a todos. Todos son invitados y  todos caben en él. Las llaves no son propiedad de Pedro, sino de cada uno. Pedro es piedra, como ya sabemos, y la firmeza con la que la estaca aguanta se expresa en hebreo con la raíz mn que nosotros conocemos como amén. Las llaves son propiedad de quien dice amén, es decir, de quien se hace firme; de quien actúa sin doblez, como es; de quien se busca con sinceridad sin engañarse ni engañar; de quien transmite así la presencia cercana de Dios. En el día de hoy se nos pide que, primero, nos abramos a la novedad absoluta de Dios para poder verlo donde nadie más lo ve aún. Y después, que nos mantengamos firmes y sinceros para poder abrir la puerta a muchos que buscan pero aún no encuentran. Puede que tengamos privilegios pero no son nuestros y se nos conceden para el bien de todos.  


Para todos


sábado, 19 de agosto de 2023

RENUNCIAR A LAS FRONTERAS. Domingo XX Ordinario

20/08/2023

Renunciar a las fronteras.

Domingo XX T.O.

Is 56, 1. 6-7

Sal 66, 2-3. 5-6. 8

Rm 11, 13-15. 29-32

Mt 15, 21-28

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Aunque se nos haga extraño, el evangelio que leemos hoy prueba que también a Jesús le pusieron las pilas en alguna ocasión. Todo parece indicar que Jesús no tenía mucha intención de detenerse para ayudar a aquella mujer pero la insistencia de esta y la fe que ve tras ese tesón lo convencen de lo contrario. Con lo cual se hace evidente que, como todo ser humano, también Jesús cambió de opinión y, lo más importante, aprendió de los demás y en este caso, por añadidura, lo hizo de una mujer extranjera. Frente a la fe que ella muestra y la esperanza que la anima Jesús queda sin armas y la tradicional idea elitista del mesías enviado a Israel cae por los suelos. Dios, entiende Jesús, no puede desatender a quien el amor mueve a expresar esa fe. No en vano ya Isaías había dejado claro que los extranjeros pueden alcanzar la salvación del Señor si se ajustan a sus preceptos y llevan una vida acorde al derecho, la justicia y la piedad que habían sido prescritas para su pueblo. La aceptación de Jesús es la actualización de todos esos requisitos. Y por ello la mujer, pese a ser extranjera, recibe lo que pide. Ya no hay más requisito que la fe para acceder al pueblo de Dios.

Unos años antes que Mateo, Pablo había escrito a los romanos que “los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. Así, aunque los judíos rechazaron la reconciliación que Dios ofrecía en Jesús y que otros sí aceptaron, no caerían en el olvido pues “Dios encierra a todos en desobediencia para tener misericordia de todos”. Ya hemos dicho alguna vez que para el judío piadoso todo era voluntad de Dios, incluso la cerrazón del ser humano. El plan decisivo de Dios es, ¡atención!: tener misericordia con todos. Así, cuando el pueblo pródigo que le había rechazado volviese a él todo sería una fiesta, tal como en la parábola. En realidad, no es que Dios tenga la culpa de todo. El ser humano es como es y no siempre consigue comprender que los otros son como él. El bien de los unos parece sentar mal  a los otros porque se han esforzado en ser fieles y no se ven recompensados. La cuestión es que Jesús quiere poner fin a esa percepción y dejar claro que lo importante es la fe en él; es aceptar el mensaje que trae de parte de Dios. Todo lo anterior ha de concretarse en este nuevo mensaje de apertura a todos; sino, no vale ya. De algún modo, el salmista lo había adelantado expresando su esperanza de que todos los pueblos adorasen a Dios.

Así pues, no quedan criterios genéticos ni legalistas que puedan dar razón de la pertenencia al pueblo de Dios; ni hay nación o fe que pueda contenerlo. Sus fronteras son tan amplias como la extensión del mundo. Está abierto para todos y no hay motivo para recriminar nada a nadie. Quien no falla en una cosa lo hace en la otra y, sin embargo, Dios tiene misericordia con todos por igual. Por lo tanto, va llegando el día de construir un mundo en el que pueda asentarse un pueblo no espiritual, sino plenamente encarnado en individuos concretos, que sepan renunciar a fronteras políticas y económicas que poco tienen que ver con la aceptación e inclusión que Jesús pone aquí en juego. Este episodio bien pudiera entenderse como una lectura de la parábola del Padre amoroso en clave social y comunitaria que deje atrás cualquier duda o tentación de entender el mensaje solo en una clave intimista que no nos deje percibir el derecho de los demás a compartir la herencia.


Renunciar a las fronteras




sábado, 12 de agosto de 2023

SAL SIN MIEDO. Domingo XIX Ordinario.

 13/08/2023

Sal sin miedo.

Domingo XIX T.O.

1 R 19, 9a. 11-13a

Sal 84, 9ab-14

Rm 9, 1-5

Mt 14, 22-33

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

Ya hemos dicho en alguna ocasión que el pueblo de Dios era poco marinero. Para ellos el mar abierto era un lugar peligroso; símbolo de muerte. El mar de Galilea en el que los amigos de Jesús pescaban es, en realidad, un lago de agua dulce alimentado por las aguas del Jordán y constituye la mayor conquista de aquel pueblo en este campo. Pese a su tamaño, el lago podía ser un lugar peligroso. Este parece ser el caso que nos presenta hoy Mateo. El evangelista, conocedor de los peligros de la navegación y de la tradición de su pueblo, se vale del mar en la presentación de Jesús como alguien capaz de dominar ese poder maligno; podía caminar por encima de sus aguas sin perecer. Esto tan solo era posible para quien estuviese muy próximo a Dios. Esa proximidad se entendía exclusiva del Hijo de Dios y así es aclamado Jesús por sus discípulos al subirse a la barca. Este reconocimiento no implica de por sí una filiación física, sino una familiaridad o cercanía inusitada entre Jesús y Dios. Jesús, confiando absolutamente en el Padre se hacía uno con su voluntad, llegando a ser así su revelación definitiva.

Los discípulos, testigos de la vida, obra y prodigios de Jesús tenían la necesidad de situar esta revelación en un contexto que le diera sentido; que la hiciera comprensible. Jesús no aparece de la nada sino que, como nos recuerda Pablo, surge en el seno de ese pueblo que temía al mar y es producto de su historia y de sus tradiciones. Sin ellas, Jesús es incomprensible. Hijo de Dios o Cristo no son sólo palabras o títulos concedidos a Jesús, sino que son jalones, expectativas que el pueblo tenía y por las que vivía pese a la dureza de su día a día. En Jesús la esperanza va encontrando cumplimiento y por eso se le atribuyen esos nombres sin que sus amigos y amigas puedan dudar de la veracidad de esta atribución. Este es también el mensaje del salmista hoy. Al escuchar esa voz, y escuchar quiere decir, hacer caso y confiar, se hace patente la novedad que trae Jesús. El mundo se transforma.

La voz de Dios es presencia de Dios y esta se da en la brisa, no en la espectacularidad ni en la destrucción. Es en la brisa susurrante donde Elías le reconoció y por eso salió de la cueva en la que se ocultaba. Jesús pasó gran parte de la noche en solitaria oración y salió de su propia cueva, de su interioridad, para caminar sobre las aguas, sobre el mal, sobre sus propios miedos y preocupaciones, sin sucumbir al abismo de su profundidad. Pedro quiso fiarse de Jesús pero le venció el miedo y temió perecer hasta que el mismo Jesús le tendió la mano. Es posible que no estemos aún tan fuertes como Jesús o Elías para sortear las corrientes y evitar el naufragio, pero Jesús se compromete a ayudarnos para que reconozcamos esa brisa que nos coloca frente al mundo de una forma distinta: sin incendiar ni arrasar, sin despreciar lo nuevo ni olvidar lo antiguo. Convertir nuestro interior en un escondite lo transforma en una trampa y nos hace crueles porque despreciamos todo lo que no quepa allí, todo lo que no quiera o pueda adaptarse a nuestro espacio. Es importante entrar, pero para combatir con nosotros mismos; para descubrir nuestra vocación a la Unidad: “Sal y permanece en pie” y “no tengas miedo”; ambas llamadas se complementan y nos convocan hoy para, desde lo más íntimo, encontrarnos con los demás y con Dios mismo que siempre viene hacia nosotros.


Sal sin miedo


sábado, 5 de agosto de 2023

PLENITUD ABIERTA. Domingo XVIII Ordinario

06/08/2023

Plenitud abierta.

Domingo XVIII T.O. 

Dn 7, 9-10. 13-14

Sal 96, 1-2. 5-6. 9

2 Pe 1, 15-19

Mt 17, 1-9

Si quieres ver las lecturas pincha aquí

En algún momento determinado los discípulos tuvieron la certeza de que Jesús era realmente especial. Posiblemente para cada uno, para cada una, ese momento fue diferente. Mateo nos habla hoy de Pedro, Santiago y Juan. Ellos serían, con el tiempo, líderes destacados en la Iglesia venidera. No parece casual su presencia en este episodio pero intentar discernir si una cosa depende de la otra, o la otra de la una, nos llevaría a un laberinto de razonamientos y corazonadas que no promete una salida sencilla. La cuestión es que aquellos primeros seguidores de Jesús, todos, no solo estos tres, tuvieron un encuentro personal con él en el que, ayudados de algún modo por el Espíritu, vieron en él eso que le hacía especial. Le descubrieron más allá de las circunstancias concretas que les tocaba vivir y fueron capaces de ver a Dios mismo en él y a través de él. En ese momento todo estuvo claro y todo invitaba a permanecer allí. Pero el Espíritu es fugaz como un soplo y las circunstancias son tozudas. En un instante todo pasó como llegó, pero quedó la certeza de haber vivido algo inusitado que, sin embargo, le daba sentido a todo.

Según los evangelistas, el propio Jesús hablaba de sí como el Hijo del hombre.  A este personaje lo presenta Daniel en su predicción apocalíptica como un ser humano al que se le dará poder y que reinará eternamente y todos los pueblos le respetarán. El relato de la transfiguración presenta a Jesús en un contexto similar, en tratos con Moisés y Elías; personajes legendarios, pero emparentados con el final de los tiempos. El primero fue el libertador que, tras transmitir al pueblo la Ley de Dios, prometió un nuevo profeta poderoso como él; el segundo fue el profeta capaz de desafiar a todos por mantenerse fiel a Dios y del que, tras su rapto a los cielos, se esperaba el retorno. Jesús había pasado a ser para ellos, para cada uno en su momento, ese ser humano excepcional destinado a transformar el mundo. Y lo entendieron y explicaron según sus propias expectativas, como nosotros lo haríamos hoy. Eso no quita validez a su experiencia, ni a la nuestra. El salmo presenta al Señor como el rey que trae alegría a la tierra. Eso mismo era Jesús para ellos. Y Pedro, o el autor de la carta que lleva su nombre, nos ofrece su propio testimonio: Yo estuve allí, o tuve esa experiencia, y vi y, sobre todo, oí la voz de Dios que le identificaba como su hijo amado y que, antes que a cualquier otra cosa, nos invitaba a escucharle. Escucharle implica seguir esa nueva ley que él trae y que llena el mundo de felicidad.

Por nuestra parte, para no quedarnos extasiados fabricando capillas tendríamos que recordar cuál fue ese instante especial en el que descubrimos a Jesús como Hijo de Dios, como enviado definitivo, como portador de sentido capaz de defenestrar la amargura. Pongámonos en el lugar de Pedro y revivamos ese momento, o momentos, en los que hemos sido arrebatados y en los que todo ha cobrado sentido. Esa es la vida en plenitud que podemos atisbar fugazmente, pero a la que estamos destinados y en la que tienen tanta parte nuestros antepasados como nuestros descendientes. Percibir la cercanía de Jesús el Cristo es percibir la presencia de todos ellos y acomodarlos en nuestro presente para habilitarlo con ellos de forma que se abra a todos. La plenitud comienza aquí, pero no se cierra en nosotros; todos caben.


Plenitud abierta