sábado, 4 de diciembre de 2021

LA SALVACIÓN ES HISTÓRICA. Domingo II Adviento.

05/12/2021

La salvación es histórica

Domingo II Adviento

Ba 5, 1-9

Sal 125, 1-6

Flp 1, 4-6. 8-11

Lc 3, 1-6

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El cristianismo heredó de las antiguas tradiciones judías, entre otras muchas cosas, su reconocimiento de la historia como marco de la actuación de Dios en favor de los seres humanos. Ya desde un momento muy temprano este mundo es tenido como realidad fundamental por aquellos incipientes cristianos. Por eso algunos de sus escritos prestan ya gran atención a situar los acontecimientos de la vida de Jesús en su marco cronológico, al menos a grandes rasgos. Y no sólo proceden así al hablar de Jesús. Podemos verlo claramente en el evangelio que hoy escuchamos. A su modo, según el estilo de su tiempo, Lucas data el momento en el que todo comenzó. Por eso da inicio a la relación de los acontecimientos documentando la aparición de Juan Bautista, antecesor directo de Jesús en clara sintonía con la tradición profética precedente. Así, vemos que Juan, que se había ido al desierto, se deja alcanzar allí por la Palabra y abandonó su aislamiento para recorrer la región predicando fundamentalmente la vuelta al amor de Dios. A este retorno al hogar, lo llama conversión y asume la práctica bautista que pone de manifiesto la importancia de la dimensión simbólica, sacramental, de los gestos. Historia y símbolo; contexto y expresión son las dimensiones que ponen de manifiesto que la salvación de Dios tiene lugar en un momento histórico concreto. Es decir, aquí y ahora y no en un futuro difuso y, la mayor parte de las veces, escatológico; es decir: fuera de la historia.

La salvación es histórica. Lo sabía bien el profeta Baruc, que coincide con el salmista al cantar de alegría por el regreso de los desterrados. Jerusalén es imagen de nuestro propio corazón, abierto de par en par para todos los que llegan atravesando el desierto o el océano de la inhumanidad. Es cierto que, como dice Pablo, esperamos un día en el que se consume la plenitud pero también es verdad que hemos conocido ya un amor que crece más y más en nosotros en la misma medida en que vamos sedimentando esa conversión y nos cargamos con frutos de justicia. Preparar el camino es caminar. El camino que seguimos es el de Jesús y lo vamos nivelando para él. Allanamos cualquier obstáculo para que él pueda llegar a nuestro corazón lleno de gentes. Hasta nosotros van llegando los expatriados desde cualquier punto del mapa y en nosotros son alcanzados por ese Jesús que está viniendo. ¿Qué sentido tendría que viniera sólo para nosotros? ¿Cómo íbamos a poder compartirlo sólo con nuestros amigos, familiares y contertulios? Jesús es incontenible; tiene en sí el amor desbordante del Padre, el empuje del Espíritu que arrastra y la plena humanidad que el Hijo ha hecho suya. Si Jesús llega a tu vida en este adviento o en cualquier otro momento no podrás permanecer quieto ni cerrado a nada ni a nadie. Jesús es el camino por el que el Padre llega a nosotros y a través nuestro a todos los demás, en especial a quienes vienen buscando posada y refugio. Para ellos nivelamos el terreno rellenando los valles con lo sobrante de los escarpados riscos y enderezando las sendas tortuosas. Para ellos porque con ellos es como Jesús llega a nosotros y en nosotros es donde ese Jesús puede darse a todos. Ya viene, pero no para quedarse agazapado con nosotros sino para decirnos: “Abre la puerta que llego; nunca dejo de llegar en todos ellos y mi salvación para ellos eres tú, como ellos lo son para ti; aquí y ahora”. 

 

La salvación es histórica

 

 

sábado, 27 de noviembre de 2021

DESPERTAD. Domingo I de Adviento

 28/11/2021

Despertad.

Domingo I Adviento.

Jer 33, 14-16

Sal 24, 8-10. 14

1 Ts 3, 12 – 4, 2

Lc 21, 25-28. 34-36

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Por un lado, sabemos que la Biblia es, en gran medida, el reflejo de una experiencia creyente que se extiende durante cientos de años y que se expresa narrativamente con sus propias categorías y géneros. Todo cuanto en ella se narra es cierto, pero tiene poco que ver con lo que históricamente ocurrió. Por otro lado, la ciencia nos dice que el desarrollo de cada individuo reproduce el desarrollo de su especie y, al compartir historia evolutiva, reproduce también, en gran medida, el desarrollo de la vida en su conjunto. Atrevámonos  a ser un poco científicos y afirmemos que, en el fondo, leer la Biblia es acercarse a la experiencia de un pueblo que expuso su historia colectiva como si fuese un único ser vivo y que esta identificación fue obra de quienes, fueran muchos o pocos, habían vivido ese proceso en sus propias carnes y lo compartieron con los demás. Pero, por esa ley científica, podremos decir también que ese mismo proceso puede ser también el nuestro.

Así, podemos esperar que Dios suscite en nosotros el nacimiento de un vástago que obre la justicia y el derecho en la tierra ¿Dónde sucederá esto? En nosotros mismos. El nombre  Israel significa “el que pelea con Dios” y ¿quién ha peleado con Dios más que tú y que yo? Judá terminó siendo la única tribu que se mantuvo fiel a la promesa. Quien mucho lucha con Dios termina por serle fiel cuando reconoce y acepta la promesa que Dios le hace ¿Qué promesa de Dios esperamos ver cumplida? Que Jerusalén, la ciudad de la paz, nosotros mismos, seamos sede de la justicia de Dios ¿Para qué habríamos de ser, si no, vástagos de Dios? Por eso mismo pide el salmista conocer sus caminos. En la misma línea, Pablo recuerda a los Tesalonicenses que, del mismo modo que ellos fueron amados e instruidos en el nombre del Señor Jesús son ahora llamados a hacer lo mismo entre ellos y con todos los demás.

Jesús vuelve a hablarnos hoy del Hijo del hombre. Y habla de él en vez de hablar del fin del mundo que las profecías apocalípticas parecían presagiar. Allí donde todo parece estar abocado al desastre Jesús recuerda que la cosmovisión y la promesa judías afirmaban que Dios suscitaría un descendiente de David capaz de darle la vuelta a todo: el Hijo del hombre. Cuando todo en nosotros parece desmoronarse y el sentido tan sólo se percibe como un hueco asfixiante, Dios es capaz de hacer brotar en nosotros una esperanza y una transformación radicales (radical, de raíz; no de extremismo). Para acogerla con sinceridad deberíamos dejar de luchar con Dios, aceptar su promesa y ser fieles. Dejar caer esas imágenes de Dios que nos impiden aceptar y gozar la vida, que nos hacen olvidar las carnes que nos permiten experimentarla, que nos exigen estar siempre pendientes de la norma y nos anestesian frente a  todas las tragedias que se dan en este mundo que hemos construido de espaldas a Dios ¿O acaso alguien piensa que la vida tiene poco de apocalíptica para tantos hermanos olvidados? Compartimos con los de Tesalónica la llamada a practicar el amor de Dios que hemos conocido por medio de Jesús a través de sus enviados. Él nos exhorta a estar atentos, despiertos; a dejar de lado tanta anestesia; nos pide poner en práctica su justicia con todos. Es imposible dar ni un solo paso en esta dirección sin reconocer la liberación que está llegando porque ni siquiera Dios puede liberar a quien no se sabe esclavizado por nada.


Despertad


sábado, 20 de noviembre de 2021

VERDAD Y LIBERTAD. Domingo XXXIV Ordinario. Jesucristo, rey del universo.

21/11/2021

Verdad y libertad

Domingo XXXIV T. O. Jesucristo, rey del universo.

Dn 7, 13-14

Sal 92, 1-25

Ap 1, 5-8

Jn 18, 33b-37

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Llegado ya el final de año nos asomamos a la antigua promesa referente al reinado de Jesús sobre lo real porque, según la Escritura, ese será el final de todo. Más bien, será un nuevo comienzo que implique el ocaso de este mundo que conocemos. La expresión “este mundo” lleva toda la carga negativa que Juan le da siempre.  Equivale a todo lo malo que podemos encontrar por aquí. El fin del mundo es el fin de la maldad. A este lenguaje apocalíptico hay que buscarle sentido más allá de la plasticidad de sus imágenes. Parece que en el momento de ser escritas, estas palabras querían tener un efecto balsámico en nuestros primeros hermanos, acorralados por las autoridades de ese mundo maléfico. Ahora, sin embargo, podemos aplicárnoslas a nosotros mismos pero, por favor, renunciando a cultivar esa conciencia de persecución u hostigamiento que parece ir creciendo según aumenta se agranda el vacío de los templos. Ya no hay necesidad de esconderse sino, precisamente, de todo lo contrario.

Apliquémonoslo a nuestra profundidad más íntima. También nosotros tenemos un mundo que vencer. Somos personas concretas y siempre en camino. Salimos a encontrarnos con el mundo con una idea de lo que significa ser humano concretada en aquél que Daniel vio venir entre las nubes para ser coronado rey en un reino sin fin. La tradición cristiana vio en él la prefiguración de Jesús apoyándose en el hecho de que el propio Jesús hablaba de sí mismo como del Hijo del hombre. Un ser humano corriente cuya mayor virtualidad es que hace suya la voluntad del Padre sin que eso merme su ser sino permitiéndole ser, precisamente, él mismo en mayor profundidad. Gracias a él ya no somos simplemente un pueblo, sino un pueblo de sacerdotes que toman lo real entre sus manos para acercarlo al Padre. La realeza de Cristo es comprensión y transformación de la realidad para borrar de ella la maldad que la aprisiona. No por prurito de pureza, sino porque al eliminar la maldad se hace perceptible el rostro de a bondad. Jesús el Cristo, nos dice Juan, es el primogénito de ente los muertos y, como tantas otras veces, podemos hablar de muertos reales que pueblan aún las fosas y los márgenes  de nuestro mundo. Posiblemente este sería el sentido primigenio. O podemos hablar de quienes se esfuerzan en morir a sus egoismos y surgir desde el abismo para encarnar nuevas formas de ser y reinar sobre sí mismos y sobre el mundo.

Son éstos últimos quienes con más autenticidad exigen justicia para esos otros muertos, para los abandonados o eliminados y sepultados a toda prisa. Son ellos los testigos de la verdad que, como Jesús ante Pilatos, reclaman, sin temor por su vida, un mundo nuevo, una nueva forma de entender las cosas que se ajuste a la visión y el amor del propio Dios. No habrá ayuda que llegue desde fuera porque eso exigiría que este mundo abriese puertas que clausuró hace ya mucho tiempo. La libertad que nos constituye nos hace capaces de construir un mundo verdaderamente nuevo o de arrasar con todo. La verdad lleva el nombre de todos los que no se encierran en sí mismos y viven vueltos hacia los demás. Es el contrapeso que sitúa al mundo en rumbo a su transfiguración en la misma medida en que todos nos dejamos transfigurar por ella.


Verdad y Libertad


sábado, 13 de noviembre de 2021

FRENTE AL MAL. Domingo XXXIII Ordinario

 14/11/2021

Frente al mal

Domingo XXXIII T.O.

Dn 12, 1-3

Sal 15, 5. 8-11

Hb 10, 11-14. 18

Mc 13, 24-32

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Acercándonos ya al final del año la liturgia nos presenta textos que actualizan el sentimiento de inminencia con el que vivieron nuestros primeros hermanos. Heredaban la tradición apocalíptica cultivada por el pueblo judía que señalaba la clausura de este mundo para postular un paso más en el proceso vital de la realidad. Contrariamente a otras concepciones contemporáneas la tradición judeocristiana renunciaba a interpretaciones cíclicas de la vida. Pero así se abría también a la posibilidad real del abismo de la que escapaban esas otras traiciones. Frente a ese abismo desplegaba su confianza radical en la unidad del origen y el destino que se enlazaban por un proceso que daba sentido a  la existencia del ser humano.  Pero ese final, sin embargo, estaba irremediablemente marcado por la angustia, por la persecución y la muerte.

Israel esperaba la irrupción de un angelical enviado divino, no humano, que frente al acoso y la persecución salvase a todos los inscritos en el libro, aunque ya hubiesen muerto hacía años pues desde siempre sabía que Dios no tiene rival alguno. Por eso el salmista puede cantar pidiendo ayuda con imágenes tan esperanzadoras. La esperanza última de Israel era que los sabios y los justos vivirían para siempre. Eran los que compartían la sabiduría de Dios y vivían de acuerdo a ella y quienes hacían de su vida un ejercicio real de justicia. Aunque no podamos precisar cuándo fue escrito el evangelio de Marcos se data ordinariamente entre el año 60 y el 70. Fue una década convulsa que culminó con la ruina de Jerusalén y la destrucción del Templo. Para cualquier judío piadoso eso era el final del mundo conocido y para los primeros cristianos también. Pero ellos vivían ya sus propios tiempos recios de malentendidos y persecuciones y lo que anhelaban era el fin de sus sufrimientos. El retorno a la apocalíptica resultó natural. Jesús aparece hoy hablando en un tono consolador de las señales que presagian el final. Pero el enviado divino no es ya un ser celestial, sino el  hijo del hombre, un ser humano que tras alcanzar a Dios no da la espalda a sus hermanos. Y sus palabras son verdad que permanece sobre todo lo que pasa porque son, ante todo, auténticas: reflejo de su propia vida; de su intención y de su acción a favor de los seres humanos más ninguneados de su tiempo; de la acción de Dios que él asume como propia.

Frente al mal del mundo que nos parece tan invencible como inevitable tan sólo existe el recurso a la humanidad, a la energía y naturaleza que nos define. Tan sólo el ser humano concreto puede vencer esa fuerza maligna que identificamos como inapelable. El ser humano que vive atento al corazón de todos los demás y practica la justicia como forma concreta de amor político que no deja caer a nadie. El pecado no debiera tener ya ningún poder en este mundo porque Jesús lo venció con una sola ofrenda perfeccionando para siempre a los que, en su propio proceso, van siendo consagrados y, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados. Tal vez convendría ir dejando de mirar al cielo y subrayar que la narrativa apocalíptica de origen cristiano pone toda su esperanza en Jesús el Cristo, el hombre que fue encarnación de Dios pero que nunca dejó de ser hombre.  El hombre que nos hizo conscientes del perdón de Dios que debería liberarnos del lamento y llevarnos a asumir como propia su misma causa.


Frente al mal


sábado, 6 de noviembre de 2021

UNA VIUDA LLAMADA JESÚS. Domingo XXXII Ordinario.

 07/11/2021

Una viuda llamada Jesús.

Domingo XXXII T.O.

1 R 17, 10-16

Sal 145, 7-10

Heb 9, 24-28

Mc 1,38-44

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Cuando los autores bíblicos quieren representar a quien ya lo ha dado todo y, sin embargo, no se niegan a seguir colaborando con los demás, recurren a las viudas. En aquellos tiempos recios estas mujeres lo tenían realmente mal. Sobre todo las más pobres, claro, porque también hubo otras mujeres, solitarias o no, mucho mejor posicionadas que mantuvieron con su capital a los primeros testigos y al mismo Jesús y su grupo itinerante. Estas de las que hablamos hoy no son, sin embargo, benefactoras capaces sino mujeres solitarias que sobrevivían como podían pero, aún así, no se negaban a colaborar hasta mucho más allá de sus posibilidades reales: hasta dar incluso lo necesario para vivir. Pero los dos relatos son, en realidad, muy distintos. La viuda que atiende a Elías confía en la palabra del profeta y cree  en la Providencia de Dios, que no dejará vaciarse la orza ni la alcuza, o tal vez, sólo cumpla con la ancestral ley de hospitalidad y se vea luego recompensada por su generosidad; se reforzará o se iniciará así su fe en esa Providencia. La viuda del evangelio cumple con la Ley al depositar su ofrenda en el arca y Jesús alaba su generosidad porque no hay mérito alguno en dar de lo que te sobra, como hacen otros. Jesús, así, pone también de manifiesto la inocencia de la viuda y la culpabilidad de un sistema legalista que procura el bienestar de unos pocos basándose en el apoyo de la institución religiosa.

Elías anuncia, Jesús denuncia. Y su denuncia es también señal de salvación para los inocentes y de juicio para los culpables. El juicio es, según el autor de la carta a los hebreos, el destino que nos espera tras la muerte y después de él, nos dice, volverá Cristo para reunirse con los que esperan ser salvados: con quienes han vivido confiados en la Providencia y con los inocentes machacados por la legalidad. Fue Jesús quien eliminó el efecto perverso del pecado, la irreversibilidad de su potencia; no su existencia, que depende de la libertad del ser humano. Fue la libertad de un solo ser humano puesta al servicio del amor de Dios la que terminó con el círculo vicioso de la violencia y la opresión. Jesús es el Cristo que pone su vida a disposición de ese amor e ingresa en el templo definitivo, en la plenitud donde no tienen ya sentido los sacrificios ni los privilegios de unos pocos por ofrecerlos o por interpretar ese marco que dicen entender.  Jesús,  como la viuda del evangelio, dio lo poco que tenía porque también él, como la viuda de Sarepta, vivía en la Providencia, en el amor definitivo de Dios. Definitivo porque es concluyente, pero también definitorio porque pone nombre al ser de Dios y al de quienes confían en él y viven como él. A quienes son cuenco que no retiene lo que recibe, sino que se vuelca en vivir sin hacer daño a nadie, acogiendo a todos, compartiendo el propio ser porque es lo más precioso que se puede compartir… haciendo de sus manos alcuza inagotable para todos. Son quienes viven y expresan la mima esperanza que el salmista sabiendo que son ellos mismos los agentes de la fidelidad divina. Las agentes, según los textos de hoy: las viudas que ponen el amor que florece aún en sus corazones al servicio de todos, sin retener para sí mismas la fuerza que, pese a todo, las sostiene.


Una viuda llamada Jesús

Para Ysabel, Valle, Carmen, Geles, Miguel, Alfredo, Ismael, Enrique... 

sábado, 30 de octubre de 2021

LA COMÚN UNIDAD. Domingo XXXI Ordinario.

 31/10/2021

La común unidad.

Domingo XXXI T. O.

Dt 6, 2-6

Sal 17, 2-4. 47. 51ab

Heb 7, 23-28

Mc 12, 28b-34

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Le preguntan a Jesús por el resumen de la Ley, por su núcleo irrenunciable y su respuesta afirma diáfanamente la imposibilidad de separar a Dios del ser humano. En su mutua dependencia está el valor de ambas frases. Por un lado, el amor a Dios era exigido por la Ley como centro fundamental sobre el que debía gravitar la vida de todo el pueblo. Todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas de cada uno de los hebreos debían ponerse en ese Dios que era único. El politeísmo anterior presentaba un mundo dividido en miles de dioses, fuerzas que actuaban de forma caprichosa y muchas veces unas contra otras. El Dios de Israel era tan sólo uno. No cabe la división ni es posible contradicción alguna. Contra todas las ideas grandilocuentes y, a menudo, estrambóticas, de las gentes Dios es un ser sencillo. Es unidad que se muestra en su obrar a favor del ser humano, representado en ese pueblo elegido para ser muestra de su amor, no un privilegiado a costa de los demás. Y su anhelo principal es que todo su pueblo transparente la misma unidad interior de modo que  la humanidad entera ansíe también esa vivencia. Por otro lado, es el amor a los demás lo que hace realidad esa transparencia hasta tornarla transfiguración.

Jesús clarifica ese deseo divino: que el prójimo no te importe más que tú mismo. Ámale como tú mismo esperas ser amado. El amor es lo que nos une a todos los demás, pero el amor no es un sentimiento altruista, ni una receta de desposesión, ni una guía para buscadores de la perfección. El amor es Dios mismo. Es el reconocimiento de Dios en los demás sin que ninguna otra percepción pese más que esa y sea capaz de apartarnos de ellos. Toda la Ley cabe aquí y cuando este reconocimiento no se da no hay ley alguna que pueda compensarlo. En eso consiste el reino de Dios; en reconocerlo real, vivo y presente en toda la creación y en cada prójimo. Si el otro alberga en sí el mismo principio vital que yo no tiene sentido desearle ningún mal; no es posible más que mirarlo con los mismos ojos amorosos, por igual exigentes e indulgentes, con que nos miramos a nosotros mismos; no cabe sino confiar en ellos y ponernos en sus manos pues son tan divinas como las nuestras. En el amor que es Dios alcanzamos la verdadera comunión que trasciende cualquier frontera o dimensión.

Mientras tanto, necesitamos aún mediadores que nos recuerden este carácter unitario que nos pasa desapercibido con tanta facilidad. Y la novedad de Jesús consiste en su carácter de mediador definitivo, conseguido gracias a que se ofreció a sí mismo alejándose de la realidad adversa a Dios que llamamos pecado. El pecado es el olvido de los otros en beneficio propio; pensar que es posible acercarse a Dios a través de holocaustos, sacrificios y rituales sin que importe nada más. Cuando el olvidado es uno mismo y el beneficio buscado es el de los otros, Dios se hace verdaderamente presente y se instaura una indisoluble unidad a tres bandas: Dios, yo y el prójimo. Es una nueva alianza que a todos nos convoca y compromete en la misma medida. De un modo similar a como la alianza, el juramento de Jesús con el Padre, posterior a la Ley fue capaz de producir la perfección definitiva del Hijo donde esa Ley sólo pudo crear sacerdotes imperfectos, este nuevo juramento nos perfecciona en la misma medida en que hacemos real esa común unidad querida por Dios desde siempre.


La común unidad


sábado, 23 de octubre de 2021

LO OCULTO Y VERDADERO. Domingo XXX Ordinario.

 24/10/2021

Lo oculto y verdadero

Domingo XXX T.O.

Jer 31, 7-9

Sal 125, 1-6

Heb 5, 1-6

Mc 10, 46-52

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Está claro que no podemos interpretar la Escritura al pie de la letra. Es más que evidente el valor simbólico de muchos pasajes pero parecemos olvidar que todo ese despliegue de didáctica y catequética tiene un cimiento real. Jeremías nos lo resume en unas pocas líneas en las que, por descontado, podemos encontrar imágenes estilizadas por la esperanza pero en las que destaca una base cierta: el Señor nos ha reunido y no ha dejado fuera a nadie e incluso los ciegos y cojos, las preñadas y las paridas han llegado con todos los demás; con esta nueva multitud que sabe adaptarse al ritmo de los más lentos. Y es que no le gustan a Dios las prisas sino la unidad y el mutuo desvelarse de todos por todos. El Señor ha salvado a su pueblo y, aunque la realidad histórica del momento fuera mucho más humilde que lo que el relato expresa, fue una experiencia fundamental el hecho de que el pueblo de Israel se vio liberado del exilio y reagrupado en la tierra de sus padres. Hasta el punto de que todos los otros pueblos pudieron afirmar que el Señor había estado grande con ellos.

También tuvieron que ocurrir grandes cosas en las intervenciones de Jesús en la vida de mucha gente para que fuera presentado como un potente taumaturgo capaz de obrar los grandes prodigios que de él se cuentan. En este caso se nos da como detalle concreto el nombre de la familia del ciego (hijo de Timeo). Quienes le mandan callar le conocen bien. Es un personaje concreto, real. Y podemos sacar muchas conclusiones de su acto de levantarse y desprenderse del manto que simbolizaría su vida anterior y de su retorno a la luz que le permitió ir detrás quien le había sanado… y cualquiera de estas observaciones serán provechosas para nuestro proceso vital. En cualquier caso, lo cierto es que Jesús, ante el clamor de Bartimeo que, al reconocerle como Hijo de David, le coloca en una dimensión real: en un estado de conocimiento de la realidad con posibilidad de influir sobre ella, ajeno por completo a una confesión política de mesianidad, sólo pregunta “¿Qué puedo hacer por ti?”.

Y esta es la pregunta de Jesús para todos y la que todos nosotros deberíamos plantear a quienes encontramos. Antes de hacer nada a favor de nadie Jesús los escucha a todos y los ve a todos en su verdadero ser y necesidad, mientras que nosotros, muchas veces, sólo pretendemos aplicar recetas a unas personas que resultan ser seres únicos e irrepetibles, inmunes a los métodos de manual. Este conocimiento le viene a Jesús de su ser humano; de su comprender profundamente a quienes son como él ¿Por qué Jesús es el mediador definitivo? Porque era uno como nosotros; uno de los nuestros. Su ser sacerdote es don de Dios, que le llamó como nos llama a todos para construir una realidad nueva, para sanar necesidades reales, para ser puentes efectivos ya en este mundo y liberar y reunir a los desterrados sin dejar a nadie atrás, no para hacer promesas evasivas que remiten a realidades que decimos conocer pero de las que lo ignoramos todo excepto el amor que Dios pone en nosotros y que nos pide que convirtamos en expresión suya según el rito de Melquisedec. Por último, esa misma pregunta de Jesús podríamos hacérsela también a Dios y asumir así, para ambas orillas, la verdadera postura sacerdotal: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Porque sólo así nos será posible ver en plenitud.   


Lo oculto y verdadero (Puente de los peregrinos - Canfranc). 


sábado, 16 de octubre de 2021

A DERECHA E IZQUIERDA. Domingo XXIX Ordinario.

 17/10/2021

A derecha e izquierda.

Domingo XXIX T.O.

Is 53, 10-11

Sal 32, 4-5.18-20. 22

Heb 4, 14-16

Mc 10, 35-45

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Lo primero que nos salta hoy al alma, como un aldabonazo, es la frase “el Señor quiso…” Ya hemos dicho alguna vez que para los judíos piadosos del siglo I todo ocurría por voluntad de Dios. Según el Antiguo Testamento, muy anterior, incluso la oposición del faraón a Moisés fue voluntad de Dios para que así el triunfo final de su enviado resplandeciera meridianamente. Para nosotros, creyentes del siglo XXI, esta afirmación no puede significar lo mismo. Dios no quiso el sufrimiento de Jesús ni quiere ningún otro mal para nadie. En la Biblia todo padecimiento tiene finalidad terapéutica o pedagógica. Jesús se mantuvo fiel y sufrió por la oposición que encontró la imagen de Dios que presentó a sus contemporáneos. El mismo Isaías afirma que, tras sufrir, el justo verá su descendencia y prolongará sus años; verá la luz y se saciará de conocimiento. El sufrimiento no es lo definitivo.

El siervo acepta su papel vicario para justificar a muchos y esto es propio de una mentalidad sacrificial que pretende reparar el honor mancillado de Dios. Jesús matiza la cuestión y acepta entregar la vida, pero no en un único acto meritorio sino en el día a día. Es toda la vida la que Jesús propone vivir como un acto de servicio a los demás. Esta actitud no tiene nada que ver con quienes, en este mundo, aspiran a colocarse por encima de los otros. Son éstos quienes tiranizan a los seres humanos y ajustician a quien acepta ser siervo y se mantiene fiel a su misma naturaleza que descubre íntimamente conectada con Dios. Jesús, una vez más, lo pone todo al revés. Pero (otro pero) esta función le corresponde al Hijo el hombre y aquí los exegetas discuten por el significado de esta expresión porque aunque está puesta en labios de Jesús como auto-identificación y aunque la tradición judía veía en esta figura un personaje especialmente venido para desempeñar una misión concreta, la expresión, de por sí, no dice nada más que “un hombre”, un individuo concreto de la raza humana. Si Jesús no hubiera sido un ser humano normal y corriente no habría podido llevar a cabo esa misión especial. Y realizándola llega a ser un ser humano excepcional. Por eso los Zebedeos podrán beber su mismo cáliz y recibir su bautismo: comenzará a hacerlo el día que decididamente se pongan a vivir  como Jesús vivió y acepten las consecuencias de esa vida.

El autor de la carta a los Hebreos afirma que Jesús es sumo sacerdote precisamente porque ha sido probado en todo igual que nosotros y ha salido triunfante. Es decir, ha llegado a ser plena y perfectamente humano. Por eso, aunque todavía albergásemos el temor de que Dios pueda mandarnos cualquier dolor, podremos acercarnos a este sacerdote con la confianza de que, siendo como nosotros, hará valer ante Dios nuestra activa esperanza en su misericordia. El salmista tuvo que presentarla por su cuenta pero nosotros vamos bien avalados. Un Dios que alberga en sí mismo la humanidad conoce de primera mano la inutilidad del sufrimiento y si ya antes no dejaba a nadie atrás, ahora mucho menos.

Por lo demás ¿Qué decir? Ya sabemos cuál fue el trono de Jesús y quién estuvo a su derecha y a su izquierda. Y tampoco fue ese el final.


A derecha e izquierda


sábado, 9 de octubre de 2021

EL REINO Y LAS RIQUEZAS. Domingo XXVIII Ordinario

 10/10/2021

El Reino y las riquezas

Domingo XXVIII T.O.

Sab 7, 7-11

Sal 89, 12-17

Heb 4, 12-13

Mc 10, 17-30

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El Reino de Dios no es un lugar ideal proyectado para el futuro; tampoco es un espacio ultramundano que nos espera como premio a nuestro comportamiento terreno. Es una construcción; una nueva manera de vivir y orientarse en la vida, en esta vida, siguiendo el criterio mismo de Dios. Es una situación en la que todos podrán disfrutar la vida que Dios ha querido para ellos, sin que necesidad alguna les distraiga de esa naturaleza: creados para ser felices. Lo que todo el mundo repite con gravedad es que este Reino ha comenzado ya pero no ha alcanzado su plenitud. Ésta sí que tendrá un cumplimiento futuro, pero ese carácter inacabado no impide que el Reino sea vivido ya con gran intensidad. El espíritu de sabiduría desciende sobre quien lo pide revelándose más precioso que el oro o cualquier joya. Con esta sabiduría llegan la prosperidad y riquezas incontables.

Sin embargo, Jesús nos señala la dificultad de los ricos de entrar en este Reino precisamente por ser incapaces de desprenderse de sus riquezas. Tengamos en cuenta que la riqueza era considerada un signo de la bendición divina; una recompensa por las buenas acciones. Jesús, sin embargo, le da la vuelta a todo. Ante la pregunta por la vida eterna del piadoso judío que no excusaba el olvido del prójimo tras la adoración a Dios y cumplía ya todos los mandamientos “sociales” de la Ley, incluido el “no estafarás” (literalmente, “no defraudarás”) que Jesús incluye por iniciativa propia, el maestro sólo puede recomendarle que diga adiós a su riqueza; a sus seguridades, a sus tradiciones, a sus vínculos con lo ya aprendido y disponerse para abrirse a lo nuevo e inesperado. Porque existen varias clases diferentes de riqueza y junto a la económica, que Jesús condena en otros lugares por ser fruto del abuso y su preservación exige la pobreza del inocente, aunque no parecía ser este el caso que nos ocupa hoy, existe también la riqueza de quien se cree ya en el camino correcto, cercano a la verdad que define la estructura bajo la que se cobija. Tenemos la habilidad de estructurarlo todo, de absorber cualquier realidad, por santa que sea y convertirla en mecanismo de opresión para los demás o para nosotros mismos que terminamos viéndonos como salvadores de los demás, por encima, por lo tanto, de todos ellos y de cualquier estructura conocida.

Pero sólo la palabra de Dios es capaz de penetrar hasta el fondo del ser humano. Dios conoce nuestra más profunda realidad y las razones de nuestro corazón. Todos tenemos riquezas que dejar de lado, fidelidades que nos exigen pleitesía o filiaciones que parecen exigirnos renuncias inexcusables. A la pregunta por la vida eterna Jesús contesta con la declaración de incompatibilidad entre las riquezas y el Reino. Abandonarlo todo parece la solución sencilla y ha sido un sacrificio esgrimido por muchos para exigir beneficios después. Se debe abandonar aquello que nos impide darnos a los demás, aunque sea bueno y loable, pues convertido en refugio priva a otros de la parte de Reino que podríamos acercarles e impide que ésa parte mía entre en contacto con la suya. Estorbo así la edificación de una obra colectiva ya iniciada. Es en el trabajo por erigir esa edificación donde recibimos el ciento por uno mientras la bondad del Señor hace prósperas nuestras obras y nos consuela en la persecución que llevan asociadas.


El Reino y las riquezas


sábado, 2 de octubre de 2021

NO SEPARAR. Domingo XXVII Ordinario

 03/10/2021

No separar

Domingo XXVII T.O.

Gn 2, 18-24

Sal 127, 1-6

Heb 2, 9-11

Mc 10, 2-16

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Que el ser humano es social por naturaleza ya no le es ajeno a nadie. Al volvernos hacia la realidad todos descubrimos que nada puede calmar su soledad más que otro ser como nosotros. Ante esa pareja no cabe dominación alguna sino reconocimiento, equiparación y planificación en común. El mundo nuevo se construye en referencia al otro y esa labor resulta ser constitutiva para ambos. La carencia no es de simple compañía sino de camaradería en la edificación y el cuidado de la casa común. Quien se sitúa solo frente al mundo no tiene más remedio que conquistarlo; quien se vive en comunión con los demás comprende que debe tutelarlo para poder moldearlo, compartirlo y transmitirlo en herencia como el don sagrado que es.

El matrimonio es la formalización del amor entre los seres humanos y es acogido por Dios como signo que revela su propio amor hacia el mundo y hacia ellos. Y es reconocido como un símbolo adecuado para hablar de la relación entre Dios y las personas. Así, cualquier intento de mercadear con el amor es contrario al don de Dios que se ofrece a cada ser humano en la persona de otro hombre o mujer que pueda completar su ser inacabado y propiciar la construcción de una nueva realidad que, transcendiéndolos, los acerque más a él, los divinice. Los fariseos de este episodio intentan obtener rédito de sus privilegios como tantos otros poderosos en la historia; intentan imponer su beneficio abandonando a Dios mismo que se les ofrece incondicionalmente. Moisés transigió por la terquedad de sus corazones pero ni el gran legislador ni ellos supieron, o pudieron, ver que la mujer era en este episodio la imagen de Dios que se hace accesible y se entrega por amor poniéndose en sus manos.

Porque Dios está siempre en el que sufre. Estamos aún convencidos de que es el poderoso que, entre trompetas, vendrá a confirmar nuestro modo de vida y a liberar a los oprimidos por los que, generosamente, optamos, cuando él resulta ser ese oprimido que no espera nada más que ser reconocido por nosotros como compañero y camarada. El tan traído y llevado plan de Dios podría concretarse en que todos pudiéramos comer el fruto de nuestro trabajo, reunirnos en familia alrededor de la mesa, conocer la prosperidad de cualquier asentamiento a imagen de Jerusalén, la ciudad de la paz, y llegáramos a codearnos con los hijos de nuestros hijos. Para aclararnos esto se hizo uno como nosotros, solo un poco inferior a los ángeles, como cada uno de nosotros. Lo central no está en que Jesús consintiera en morir sino en que trató a todos como Dios mismo los hubiese tratado; tal como los niños acogen sin reservas a los demás: sin fingimiento ni imposturas. Esta naturalidad de los niños es otro símbolo que remite a la naturalidad sin artificio alguno por parte de Dios que acoge a cada uno como es, sin ocultarle lo que tenga de bueno o malo, pero ofreciéndole siempre un hogar y una alteridad en la que pueda reconocerse y con la que puedan construir y construirse. Que no somos perfectos ya lo sabe, por eso se nos ofrece él mismo en la naturaleza y en los demás esperando que nosotros los acojamos también y que no nos empeñemos en imponer nuestro provecho por encima de todo; que no nos obcequemos en separar aquello que él ha unido. De ese repudio surge el mal que también él mismo experimentó.


No separar. Foto de Kim Manresa.


sábado, 25 de septiembre de 2021

LA BUENA TRADICIÓN. Domingo XXVI Ordinario.

 26/09/2021

La buena tradición.

Domingo XXVI T.O.

Nm 11, 25-29

Sal 18, 8.010. 12-14

Sant 5, 1-6

Mc 9, 38-43. 45. 47-48

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¿Recordáis aquella canción infantil que con gran simplicidad afirmaba que el amor del señor “es tan grande que se sale por arriba; y es tan bajo que se sale por abajo y es tan ancho que se sale por los lados…”? No es posible decir que esté aquí y no allí. Así lo afirma Jesús cuando le preguntan por aquél que expulsa demonios en su nombre y deja claro que no deben impedírselo aunque no esté dentro del grupo. No es el grupo lo importante, sino el bien del ser humano. Traducido a nuestras categorías actuales tendríamos que decir que no es la Iglesia lo importante sino la extensión del Reino de Dios.

No existe una vinculación exclusiva entre la acción del Espíritu y la actividad de la Iglesia. Esto ya lo había dicho Moisés, según vemos, pues el Espíritu puede ser infundido por Dios en cualquier sitio donde él quiera. Lo mismo es que el receptor esté en la tienda o en el campamento. Lo importante es que el ser humano sea sanado; poco importa quién sea el sanador. Esta es la lucha común de la Iglesia y del conjunto de agrupaciones y sociedades que se empeñan en la construcción de un nuevo modelo de relaciones en el que se impongan la justicia y el amor. Y sin embargo, también en nuestra Iglesia, en nuestros grupos, partidos, y asociaciones crecen en ocasiones la conciencia elitista que separa del resto del mundo, se potencia la ambición, se transige con la comodidad y la búsqueda de prestigio y, lo peor, se olvidados a muchos. Estas actitudes constituyen un verdadero motivo de escándalo para los pequeños: para los perjudicados y para quienes, por opción, comparten su suerte. Los exégetas nos aclaran que escándalo quiere decir, llanamente, trampa en el camino. Así, estas actitudes son verdaderas emboscadas, pero no sólo para las víctimas, también para quienes las secundan y para quienes pasivamente las toleran sin hacer nada por desarmarlas: para la Iglesia entera y para cualquier otra agrupación en la que militemos. Cuando nuestras manos han dejado de hacer lo posible por reconducir una situación evangélicamente inaceptable, cada vez que nuestros pies nos han llevado por caminos intransitables para cualquier ser humano cabal y esas ocasiones en las que nuestros ojos se han centrado en cualquier nimiedad en vez de estar atentos a la crueldad que se esconde detrás de ciertas formas de entender la vida y nuestro papel en ella, hemos sido ocasión de escándalo para el pueblo sencillo y para los atrapados en una maquinaria que no detenemos.

Dentro y fuera de este grupo nuestro, el espíritu hace comprender a quienes aún quieren escucharle que los jornales retenidos son un clamor que va ascendiendo hasta Dios junto a los gritos de los segadores. Los inocentes han sido aplastados y ya no ofrecen resistencia, pero queda aún un paráclito que abogue por ellos y que inspira todavía a muchos para pedir y luchar por no ser dominados por la arrogancia y quedar libres del gran pecado de aplastar a los pobres en beneficio propio; para cambiar esas actitudes y descansar el alma decidiéndose a embarcarse con muchos otros en una misma lucha por un único mundo construido sobre la policromía de una gran paleta de sensibilidades. Todo esto, aunque olvidado, estaba ya dicho desde Moisés y Jesús nos lo confirmó. Ésta es una buena tradición que merece la pena actualizar.


La buena tradición.


sábado, 18 de septiembre de 2021

CUÑA A CUÑA. Domingo XXV Ordinario.

 19/09/2021

Cuña a cuña

Domingo XXV T.O.

Sab 2, 12.17-20

Sal 53, 3-6.8

Sant 3, 16 – 4, 3

Mc 9, 30-37

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Pese a estar dicho de los impíos, la primera lectura transmite bien la opinión de los judíos del siglo I sobre las víctimas del sufrimiento. La desgracia era una maldición merecida. Dios abandonaba a su suerte a quienes no merecían su aprobación. Era un signo inconfundible de su equivocación y advertencia para que nadie más cayera en su mismo error. Por eso los discípulos son incapaces de entender las palabras de Jesús sobre su muerte y resurrección. Para ellos era inconcebible que Jesús, el maestro en quien han puesto su confianza y que alimenta sus esperanzas, pudiera sufrir la suerte que él mismo describe. Quedaba tan fija en su cabeza la negativa a la muerte que les impedía llegar a asimilar la parte referida a la resurrección. En sus almas pesaba más la concepción tradicional que auguraba la protección divina para el justo y estaban convencidos de que esa sería la suerte final de Jesús, por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios no lo abandonaría. También los salmos insisten en esta convicción de auxilio, oponiéndose al desastre. En medio de su prueba, el justo conservaría siempre la entereza suficiente para no rendirse a la desesperación. Desde esta perspectiva era comprensible la pugna por el poder entre aquellos discípulos; por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios haría brillar finalmente su rostro sobre Jesús y tras la victoria comenzaría una nueva era en la que también habría unos personajes más importantes que otros. Pero algo había cambiado ya en ellos cuando no se atrevieron a responder a la pregunta de Jesús; la semilla iba germinando en el silencio.

Jesús afirma sin rodeos que la relevancia definitiva está en ponerse al servicio de los demás, ser el último según el orden tradicional. Así eran los niños eran en aquella sociedad: es posible que a los herederos de grandes fortunas o imperios se les reconociese algún papel en virtud de la esperanza que representaban pero los niños de las clases populares tan sólo tenían valor en la medida en que eran capaces de realizar algún trabajo de provecho, de lo contrario eran peor que parásitos. Sin embargo, acogerlos a ellos era como acoger al mismo Jesús y a quien lo enviaba. Posiblemente porque aquellos niños eran, como dice Santiago, capaces de sobreponerse a la codicia y a la envidia y ni buscaban la satisfacción de sus propios intereses ni pedían imposibles. No deberíamos identificar a los niños directamente con la inocencia pues tendemos a confundirla con la ingenuidad y tampoco podemos atribuirles un comportamiento “angelical”. El valor del modelo infantil está en su capacidad de trabajar y ayudarse sobreponiéndose a sus malas condiciones; en su genialidad para entablar relaciones de apoyo que se enfrenten a la realidad de un modo alternativo que le busque la vuelta al modo grave y adulto de comprenderla. Pese a que el mal pueda dañarlos para siempre les es posible encontrar un resquicio para la esperanza, aunque ni siquiera sean muy conscientes de ello. Y esa grieta en la estructura es suficiente para introducir una cuña que la debilite en espera del momento decisivo. Cuña a cuña finalmente el sistema caerá. Acoger a Jesús y a quien le envía de manera infantil no es hacerlo con candorosa credulidad, sino sobreponerse al mal con una fe lúdica y comunitaria que ponga en juego dimensiones alternativas de la existencia para descubrir alegremente la sencillez de acoger un mundo que pide a gritos ser transfigurado.


Cuña a cuña



sábado, 11 de septiembre de 2021

CRUCES DE PIEDRA. Domngo XXIV Ordinario.

 12/09/2021

Cruces de piedra.

Domingo XXIV T.O.

Is 50, 5-9a

Sal 114, 1-6. 8-9

Sant 2, 14-18

Mc 8, 27-35

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Isaías afirma que el Señor le abrió el oído; pudo así escucharle verdaderamente. A partir de ese momento no cosechó más que ultrajes. Frente a ellos no pudo menos que endurecer el rostro como pedernal mientras en su interior crecía la seguridad de que no quedaría defraudado. Una imagen reconfortante para quien vive la persecución que se ve reforzada por la intervención del salmista. Con todo esto se afirma también que no hay percance ni adversidad que pueda interpretarse como maldición divina. Por el contrario, Dios está siempre acompañando a los suyos. Jesús, consciente también de esta cercanía, no se libró de su propia crisis. Él, que se ha descubierto especialmente identificado con el Padre y se ha lanzado a hablarles a todos de un amor único que no quiere dejar a nadie fuera ve que la gente tan sólo le sigue por los grandes signos que realiza apoyado en esa fe única. Todo va mal.

 La gente le identifica con algún profeta milagrosamente vuelto a la vida. No reparan en que es el enviado definitivo, el ungido, Dios mismo caminando entre ellos. Pedro le identifica como mesías, pero uno hecho a su propia imagen, según su idea de Dios. Jesús declara que es justo al revés. También Dios le ha abierto el oído y le ha dado a conocer sus preferencias. Él no hace nada al estilo de los hombres que, queriendo vencer a toda costa, endurecen el corazón y no el rostro. Cuidan de que todo les vaya bien incluso a costa de los demás. Blindan su corazón, sus proyectos, su intimidad… y lo construyen todo según esos planos propios cuidándose de cuanto puede herirles, afinando mucho la piel para hacerla sensible y usarla como detector que delate la mínima lesión, ofensa o aflicción. Cuanto hace daño es rechazado por ese corazón endurecido, por esa fe autoedificada.

Santiago da testimonio de que finalmente el mensaje de Jesús logró entenderse, porque contrapone la fe y las obras. La fe puede, pese a todo, no ser más que palabras vacías; una idea utilizada para darle estructura a un corazón endurecido empeñado en transformar el mundo según la imagen que tiene de Dios. Las obras, en cambio, pueden probar la veracidad de la fe. Un rostro endurecido aguanta el golpe pero lo percibe real y verazmente y lo transmite al corazón receptivo que se conmueve y actúa en consecuencia. Quien decidida negarse la comodidad en favor de los demás asumirá la consecuencia de hacer aquello que le dicta el corazón en el que reverbera el amor de Dios por todos; cargará con la cruz. Pedernaliza el rostro no para insensibilizarse, sino para que la bofetada no le haga volver atrás. Un querido maestro afirma que en la actualidad se necesitan pieles duras y corazones sensibles porque el mundo hace, precisamente, todo lo contrario. Rechaza cualquier sufrimiento y al dolor irremediable lo califica de cruz al identificarlo con un destino que debe soportarse. Dios sabrá por qué. Así, convierten la cruz en losa. Pero no es así. Cruz es la consecuencia que las obras, movidas por la fe, nos reportan en un mundo corrompido. Cuando nuestro corazón se esponja para absorber la realidad y contemplarla a la luz de Dios, se niega a sí mismo; olvida su blindaje y se pone a disposición de todos y entonces la piel ni retrocede ante el dolor ni se arredra ante la amenaza.


Cruces de piedra.