viernes, 5 de octubre de 2018

EN LA DIVERSIDAD. Domingo XXVII Ordinario


07/10/2018
En la Diversidad.
Domingo XXVII T.O.
Gn 2, 18-24
Sal 127, 1-6
Hb 2, 9-11
Mc 10, 2-16
Como ya cantaba el famoso salmo 8, para la tradición judía el ser humano era una realidad poco inferior a los ángeles. El autor de la carta a los Hebreos nos lo repite hoy aquí, hablando de Jesús quien compartió plenamente esa naturaleza y fue uno de los nuestros.  Esa naturaleza se apoya en la carne y el hueso; en todo aquello transitable y corruptible que comienza por diferenciarnos de todo lo demás. Somos diferentes a todo lo creado y esa diferencia nos define, nos da nuestra propia identidad. Pero no de forma individual, sino como colectividad. La humanidad está llamada a nombrar la realidad, a cuidarla y responsabilizarse de ella como de un hijo al que pone nombre. Sólo así puede ella misma encontrar sentido a su existencia y reconocerse en la diferencia con todo lo demás. Todo es bueno y digno de cuidado, todo necesita ser acompañado en su crecimiento.
En el ejercicio de esta tutela, la humanidad se descubre diversa. La polaridad de hombre y mujer es posiblemente la mayor expresión de esa diversidad. Las razas ofrecen tan sólo una distinción circunstancial, surgida de las andanzas evolutivas. Es una diversidad superficial que no afecta a lo insondable del ser humano. En lo profundo de cada uno existe una comprensión del mundo que se ajusta a un patrón masculino o femenino. Ambas visiones se conjugan y ofrecen una única perspectiva, la perspectiva humana. Debemos superar visiones jurídicas y sociológicas que nos exigirían hablar aquí de diversas reglamentaciones o de pautas culturales. Más allá de todo eso, hablamos de equilibrio y complementariedad. De la fuente donde todo eso se sustenta. La variedad del género humano descansa sobre esa complementariedad y el equilibrio entre ambas perspectivas, entre el querer ir siempre más allá y colocar a esa creación que tutelamos en disposición de abrirse a nuevas perspectivas y caminos que potencien su dinamismo interno y el querer conservarla y protegerla para que nada se pierda.
A cada uno se nos presenta una porción de realidad de la que hacernos responsables. Reconocemos en ella a quien puede acompañarnos en esa labor, pues todos somos enviados en comunidad, y en el equilibrio entre su postura y la nuestra creamos algo nuevo que dando sentido a nuestra unidad es capaz también de profundizar en el cuidado de mi porción y la suya, o las suyas. Ser como un niño, ser inquisitivo y buscar siempre el por qué y la razón de ser de las cosas; dejarse guiar por el otro y dejarnos morir en la renuncia a imponer las propias preferencias; confiar sin dobleces y saber superar las crisis del momento; reconocerse iguales y no abusar ni maltratar a quien, pese a sus diferencias, es tan válido como nosotros es el camino que Jesús viene a recordarnos. Sólo así es posible acoger el Reino con sinceridad y eludir el fracaso. La autoridad de Jesús en este punto consiste en que él mismo lo hizo primero. Él, siendo de nuestra naturaleza y teniendo un mismo origen con nosotros ha inaugurado un camino recorriéndolo en primer lugar y acogiendo el Reino hasta hacerse Reino él mismo. Recogiendo la experiencia de su pueblo la proyectó sobre la realidad de su tiempo y la lanzó hacia el futuro sin perder a ninguno de los suyos.    

En la diversidad
  

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. El rirmo de las mareas, de la vitalidad que avanza y se repliega. Es dinamismo que surge del conjugarse. La vida es el fruto y el desarrollo de esa vitalidad, de esa alteridad que se complementa y hace nuevo todo aquello que fecunda dotándolo de un espíritu dispuesto a estrenarse y desgastarse en favor de todo y de todos.
      Gracias.
      Un abrazo.

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