sábado, 8 de junio de 2019

LO QUE EL MUNDO NO PUEDE DAR. Pentecostés.


09/06/2019
Lo que el mundo no puede dar.
Pentecostés.
Hch 2, 1-11
Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-30. 31. 34
1 Cor 12, 3b-7. 12-13
Secuencia
Jn 20, 19-23
Dios no quiso permanecer alejado de sus criaturas y las hizo capaces de acogerle y amarle. Cuando una de ellas alcanzó una naturaleza capaz de reconocerse distinta de las demás y de acogerle a él conscientemente se presentó ante ella asumiendo esa misma naturaleza como propia, manifestándose ante todos los demás en un ser vivo concreto. Del mismo modo que la naturaleza divina es, desde siempre, expansiva y su condición personal le otorga una esencia dialogante por la que el Hijo recibe y acoge al Padre devolviéndole todo el amor recibido sin confiscar nada para sí, la naturaleza humana supo acoger a Dios y responder plenamente al amor recibido para descubrir en él a un Padre distinto al dios que muchos temían pero íntimamente relacionado con aquel que habló con los patriarcas, que fue predicado por los profetas y descrito por los sabios y poetas como Amor. El amor entre Padre e Hijo fue el principio vital que alumbró el mundo desde el corazón de aquél a imagen de éste, materializándose en el amor entre Abba y Jesús. Ese mismo amor es el Espíritu creador y vivificador que guió la vida de Jesús y que él nos transfiere con su aliento. Acoger el don de Dios es acoger al Espíritu que lo transporta, es acoger el amor entre Padre e Hijo; es acoger a Dios mismo que vino en plenitud a nosotros para concedernos la paz.
Esa paz es la aceptación de uno mismo y de los demás, de la voluntad de Dios como propia y de la realidad como situación que nos desborda pero no nos supera, ni mucho menos nos aniquila. En medio de cualquier circunstancia puedo acoger a Dios, reconocerle presente en un silencio que aunque a otros pueda resultar blasfemo para mí es garantía de su cercanía y no dejarme avasallar por los acontecimientos. El Espíritu nos lo enseñará todo, nos revelará la naturaleza última de cada ser y circunstancia y pondrá a nuestro alcance todas las lenguas, nos permitirá reconocer a Jesús como Señor y nos enseñará el perdón como herramienta necesaria para cimentar el mundo sobre una nueva estructura ajena a las opresiones que hemos creado al ignorarle. Esa es la paz que el mundo no puede dar.
El espíritu es el Señor de la historia. Todo se desarrolla según su aliento. Perdonar no es olvidar, sino recordar algo como pasado que debe ser iluminado por el amor y la justicia de Dios para ser sanado, redimido, para colocarlo en disposición de ser revivido según Dios. El perdón es ajeno al ser meramente natural. Es, sin embargo, lo propio de la humanidad divinamente vivida: plenamente realizada. Tenemos en nuestras manos el poder de recuperar el pasado para dignificarlo mientras aseguramos el alumbramiento de un futuro radicalmente  distinto y mejor y Dios mismo nos da libertad de usarlo como mejor entendamos a la luz del don que acogemos. En la humanidad de Jesús Dios se muestra sin disimulo alguno, pero se muestra también en cada una de las porciones de su ser único que hemos llamado dones y carismas. Son raciones manejables que hemos de poner a trabajar para que fructifiquen; son lenguas que nos acercan a los demás para poder hablarles de tú a tú; es capacidad de acoger y perdonar a todos, para construir, organizar y vivificar; es habilidad personal puesta al servicio de todos con la misma gratuidad con la que es recibida. 

Lo que el mundo no puede dar


1 comentario:

  1. ...de una fuerza plena, de esperanza ilimitada, donde las miradas son de unión...

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