sábado, 2 de noviembre de 2019

DE TU PROPIO POZO. Domingo XXXI Ordinario


03/04/2019
De tu propio pozo.
Domingo XXXI T. O.
Sb 11, 22 – 12,2
Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14
2 Tes 1, 11 – 2, 2
Lc 19, 1-10
Comencemos con una palabra en defensa de Zaqueo: tenía un interés sincero por ver a Jesús. Y lo afirmamos insistiendo en toda la resonancia del término “ver”. Ante todo lo que se contaba de él, había surgido la curiosidad en su alma ¿Quién sería ese hombre del que todos hablan? De nuevo, como el domingo pasado, encontramos aquí a un publicano: a un recaudador de impuestos para los opresores. Aquél como personaje de una parábola y éste como personaje real. Y esta vez, nada menos que a uno de sus jefes que se había hecho rico a costa de engañar y estafar. La realidad siempre supera a la ficción. A este funcionario tenido por pecador y odiado por todos nadie le dejó un hueco por el que poder llegar hasta la primera fila; es la venganza popular y allí al final su baja estatura no le iba a permitir ver nada. Trepar al sicomoro es su último recurso. Pasar, de nuevo, por encima de los demás.
Jesús le pide que abandone esa posición de privilegio, pero no con una reprimenda sino expresando la necesidad de hospedarse en su casa. Que no se nos escape lo que esto significaría para Zaqueo. Aquel hombre con fama de santidad, que despertaba el interés de todos por sus palabras y sanaciones y que se había enfrentado ya con las autoridades que le declaraban a él pecador quería comer en su casa. La parábola se hace realidad. Ya lo había anunciado la antigua Sabiduría: Dios no aborrece nada de lo creado, es su aliento el que lo sostiene todo y nada ni nadie hay que no reciba en algún momento la corrección divina. La reacción de Zaqueo es la de quien se ve y siente salvado, sumergido en la corriente de amor que es Dios mismo. Por eso es capaz de comprender que su error debe enmendarse resarciendo a las víctimas y no ofreciendo sacrificios ni penitencias en el templo y así se lo dice a Jesús, en pie, como afirma Lucas, con su dignidad intacta. Siempre viene bien contar con ayuda después del primer impulso de conversión; por eso no está de más recordar las palabras de la epístola (como decía mi abuela): toda la comunidad ora por nosotros para que podamos llevar adelante nuestro compromiso, para que no seamos como el gas que se desinfla haciendo perder su gracia  al refresco.
Queda claro, pues, que es imposible acercarse a Dios trepando al árbol y dejando a la gente abajo. Queda claro, también que Jesús es la voz, la Palabra, que solicita alojarse en ti y transmitirte ese punto de vista suyo, el de Dios, según el cual todos estamos unidos en una única realidad. Así puede percibirse la mutua repercusión de las acciones propias y ajenas en la vida del único conjunto: la humanidad. Por eso el verdadero encuentro con Dios no es un acontecimiento intimista destinado a consignarse secretamente en un diario espiritual. Cuanto más te acercas a Dios más consciente te haces de las consecuencias que tu forma de vivir exporta. La verdadera conversión tan sólo puede sustentarse sobre la reparación de cualquier daño y la construcción de nuevas relaciones capaces de organizar una red en la que todas las conexiones se enlacen entre sí mediante la justicia y la solidaridad. Dar de beber a todos del pozo que Jesús excava en ti. Así, esa venida del Señor, tan esperada por algunos para que se restituyan antiguos regímenes, palidece ante la real acogida que él mismo, en nuestra desorientación, nos solicita para poder sanar nuestro extravío.

De tu propio pozo. Pozo iniciático de Quinta de Regaleira. Sintra (Portugal)

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