viernes, 5 de enero de 2024

EPIFANÍA

06/01/2024

EPIFANÍA

Is 60, 1-6

Sal 71, 1-2. 7-8. 10-13

Ef 3, 2-3a. 5-6

Mt 2, 1-12

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La liturgia nos presenta en primer lugar el pasaje de Isaías  que sirvió de inspiración a los detalles de la visita de los magos al niño. Nos habla de oro y de incienso y de camellos y dromedarios. Todos van a Jerusalén atraídos por el resplandor de la gloria del Señor. Jerusalén es la ciudad santa; representa a la totalidad de Israel y, cuando, como hoy, aparece radiante simboliza a toda la humanidad reunida por el Señor sorteando la oscuridad que cubre el resto de la tierra. El mensaje es claro: aceptando la invitación del Señor, él nos reunirá en su morada: Jerusalén, la ciudad de la paz. El salmista pide buen juicio para el rey que gobierna la ciudad y aporta el detalle de que los demás reyes vendrán a postrarse ante él. Tal vez algunos tomen de aquí el empeño en coronar a los magos. En cualquier caso, lo decisivo es que los humildes, los pobres, los afligidos e indigentes serán los beneficiarios de este nuevo orden mundial. Falta tanto para esto como para que el nombre de Jerusalén no sea una cruel ironía.

Mateo nos dice que no es en Jerusalén donde se localiza ese rey, sino en Belén, la cuna de David, el gran rey, unificador político y constructor del Templo. De su linaje habría de salir el rey definitivo, o por lo menos, el legítimo. No como el usurpador Herodes. Según algunas tradiciones filosóficas y creencias populares, todo ser humano tenía una estrella que lo identificaba. La estrella que identifica al joven rey atrae la atención de unos magos. Estos magos eran sabios, hombres de ciencia de la época, versados en astronomía, física, teología y otras ciencias. Pero eran, además, extranjeros. Así pues, el nacimiento del nuevo rey ha pasado desapercibido para quien vive asegurando su supervivencia en la corte del falso rey, servidor del poder imperial invasor, pero no para quienes, a pesar de la distancia, estudian las escrituras y la naturaleza. Esos son los dos lenguajes en los que Dios se comunica con quien quiere buscarle. El oro de los magos identifica al niño como soberano, el esperado; el incienso lo reconoce como Dios y la mirra recuerda que es un ser humano; es decir, débil y mortal.   

A este ser humano el autor de la carta a los efesios lo presenta como el Cristo. Él es portador de la promesa divina y convoca a todos a un nuevo modo de vivir. Las lecturas de hoy han insistido en la procedencia extranjera de los que llegan y a los efesios se les recuerda que también ellos, gentiles, son coherederos de la promesa y miembros del mismo cuerpo, de la misma realidad. No cabe ninguna restricción, pero sí preferencias. Dios no emplaza a la gente para que le adoren con alabanzas superfluas como hacían los antiguos dioses. Al contrario, persigue la creación de una verdadera ciudad de paz para todos en la que las necesidades de los abandonados y apartados de otros sitios, tengan prioridad sobre todo lo demás y para construirla verdaderamente urge la colaboración de todos, sean de donde sean.  Se precisa que cada ser humano sea recibido con oro, incienso y mirra. Somos reyes, encargados por Dios de la construcción del mundo nuevo; divinos, cuando nos dejamos llevar por el Espíritu abriendo caminos alternativos y somos, finalmente, humanos que terminaremos retornando al seno de Dios, pero no solos, sino de la mano de muchas hermanas y hermanos, manifestando así la verdad última de quien nos convoca y de nosotros mismos. La epifanía de Jesús es su revelación al mundo a través del reconocimiento de los magos. Nuestra epifanía es revelación a partir de la construcción de lo que está por venir.


Epifanía. Representación de los 3 magos en un manuscrito armenio del s. XIV


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