sábado, 10 de agosto de 2024

SOY. Domingo XIX Ordinario

11/08/2024

Soy

Domingo XIX T.O.

1 R 19, 4-8

Sal 33, 2-9

Ef 4, 30 – 5,2

Jn  6, 41-51

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

El profeta Elías está en tránsito. Igual que todos nosotros. Está, como nosotros, obligado a vivir su ahora concreto y ese ahora no es precisamente esplendoroso. Viene huyendo de la reina Jezabel porque en el monte Carmelo ha asesinado, así, con todas las letras, nada menos que a los 450 profetas de Baal y la reina, cananea devota, no pudiendo pasar por alto esta afrenta, le había amenazado de muerte. Se dirige hacia el monte Horeb y, aunque aún no lo sabe, allí se encontrará con Dios en la suavidad de una brisa suave. Pero ahora está atrapado en el desierto, cansado, hambriento y desesperado y quiere morirse. Dios le envía un mensajero para que le cuide y le anime a comer y a continuar. Sólo después de alimentarse y volver al camino podrá Elías entonar el canto del salmista.

Siglos más tarde, Jesús vive también su momento. Viene de alimentar a una multitud y de encontrarse con un montón de extranjeros ansiosos por unirse a él y pronto acudirá de incógnito a Jerusalén para la fiesta de las tiendas, donde dirá que es la luz del mundo. Pero, de momento, se encuentra en Cafarnaúm acosado por los judíos más rigurosos que no comprenden sus palabras ni de donde las saca. La lectura de hoy nos muestra el inicio de la discusión. Jesús comprende que no le entiendan porque, dice, nadie puede hacerlo, ir a él, si el Padre no lo atrae. Les pasaba a aquellos hombres como nos pasa a veces a nosotros, que nos perdemos siguiendo a otros dioses, baales que no nos llevan a ninguna parte. Solo el que escucha al Padre y aprende puede ir hacia Jesús. Ellos estaban preocupados por cumplir tradiciones, por que todo estuviera acorde a lo mandado y la lógica, además, les decía que este paisano no podía decirles nada bueno. Su argumento era irrefutable. Habían escuchado a su propio dios, pero no al Padre y, por lo tanto, no habían podido aprender nada. Se quedaban con lo de siempre, sin hacerlo propio, sin hacerlo vida. Si se parasen a escuchar al Dios verdadero, verían al Padre pero así es imposible que puedan comprender a Jesús. Cualquier cosa que dijera sería para ellos motivo de escándalo. Eran como los profetas de Jezabel. Jesús estaba viviendo lo que tocaba, como Elías, como todos nosotros, pero él, al menos por esta vez, no necesitó un ángel que viniera a auxiliarle. De momento, se presenta a sí mismo como el pan  definitivo. Ofrece a todos su propia carne. Carne es sinónimo de fragilidad. Jesús se sabe débil como cualquier ser humano, pero no  es endeble. Es firme y delicado como el diamante. Es y ofrece lo que es. Por eso puede decir “Yo soy el pan de la vida”; porque lo que es lo es para todos.

El autor de la carta a los efesios nos va a ofrecer una receta que nos permita cocinarnos como seres que verdaderamente son para los demás. En medio de las circunstancias de la vida todos podemos ser pan para los demás tal como Jesús lo es para nosotros. Y esto es así tanto en las rutinas más cotidianas como en las situaciones más extremas e inhumanas. Ser en profundidad es poder decir soy con plena conciencia y actuar siempre en consonancia con esa realidad; es poner esa realidad nuestra en comunión con la de los demás; es dejar fluir al Espíritu para ser en él con todos los demás en el momento concreto, sabiendo de dónde venimos y manteniendo la confianza en Dios, que nunca nos desampara.

 

Soy

 

 


 

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