sábado, 22 de febrero de 2025

AMA. Domingo VII Ordinario

23/02/2025 – Domingo VII T.O.

Ama

1 Sam 26,2. 7-9. 12-13. 22-23

Sal 102, 1-4. 8. 10. 12-13

1 Cor 15, 45-49

Lc 6, 27-38

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Saúl no podía aceptar la popularidad de David; se sentía amenazado por su presencia. Tanto es así que, pese a ser el gran amigo de su hijo y el marido de su hija, intentó matarlo  varias veces. David huyó y se dedicó al pillaje y al bandolerismo, aliándose con los filisteos o con quien conviniera en cada caso. “Tú me obligaste…” podría decir David en su defensa, pero no obstante fue siempre consciente de que Saúl era el ungido del Señor. También es mala suerte que tu enemigo sea precisamente el elegido de Dios. Este carácter mesiánico era el que le impedía atentar contra él. Por eso perdona su vida cuando lo tiene al alcance de sus armas. Con eso se asegura la misericordia del Señor. El enemigo es perdonado en virtud de su condición y en vistas a alcanzar de esa acción la definitiva benevolencia de Dios. Un detalle importante, que no aparece en nuestra lectura, es que esa condición de elegido era también la de David que había sido ungido por Samuel en el pasado. Esta acción se da, pues, entre iguales. El salmista, que el texto bíblico identifica con el propio David, proclama esa misma misericordia divina. Quien mucho yerra termina siendo experto en misericordia.

Jesús marca distancias con lo habitual; con eso que se da normalmente entre los pecadores. Todos ellos aman a quienes les aman; hacen bien a quienes se lo hacen a ellos y prestan a aquellos de los que esperan cobrar. Todos estos son pecadores no porque hagan mal, sino porque no hacen lo que hace el Santo. Solo Dios es santo y esa santidad se cifra en su misericordia; en su ser bueno con los malvados y desagradecidos. Si nosotros actuamos así, como Dios actúa, tal como Jesús enuncia, nos haremos hijos del Altísimo. Jesús expone un nuevo sistema de convivir basado en la cercanía. Hay que ser bueno con los próximos, hacerse prójimo suyo, y tratar a todos como te gustaría que te tratasen a ti. Esta es la sencilla regla de oro. No es original de Jesús. Se podía encontrar ya en el mundo grecorromano antiguo y en la tradición judía anterior y posterior a Jesús. Aparece, además, en muchas otras tradiciones religiosas y sapienciales; algunas de ellas muy distantes al ámbito mediterráneo.

Esta prevalencia puede entenderse fácilmente si la reconocemos como un anhelo humano fundamental. ¿Quién no quiere, sobre todo en momentos delicados, que la gente le trate bondadosamente? Pablo lo tiene claro y afirma que primero somos animales y luego espirituales. El primer Adán fue un ser animado, un alma viviente, en su expresión literal; el último, un espíritu que da vida. Está, además, convencido de que llegaremos a ser de los segundos. A eso es a lo que nos anima Jesús; eso es ser hijos del Altísimo. Y esto se logra viviendo de un modo distinto al habitual: siendo como Dios es. El ser humano, imagen de Dios, es “capaz de Dios”. Es decir, puede albergar a Dios, pero no por ser perfecto, sino por ser humano. Cierto es, sin embargo, que la convivencia nos empuja a ser buenos solo con los nuestros y a juzgar con dureza a los enemigos. Enemigo es quien quiere tu mal, como Saúl quería el de David; o quien te juzga con dureza de corazón, como muchos juzgaron a Jesús. Tanto David como Jesús respetaron la vida de los adversarios porque eran como ellos; humanos e imagen de Dios. Aquel aspiraba a la misericordia divina mientras que éste la era hecha carne. Nuestra condición de humanos nos coloca en el mismo punto de partida. Sé el amor que esperas recibir y reconocerás a Dios como amor cuando finalmente os alcancéis.

 

Ama

 

  


 

sábado, 15 de febrero de 2025

JUNTO AL MANANTIAL. Domingo VI Ordinario

16/02/2025 – Domingo VI T.O.

Junto al manantial

Jer 17, 5-8

Sal 1, 1-4. 6

1 Cor 15, 12. 16-20

Lc 6, 17. 20-26

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En nuestras lecturas de hoy comienza Jeremías presentando con crudeza una alternativa que hoy puede resultarnos, por lo menos, chocante. A quien confía en el Señor se le compara con ese árbol que, enraizado junto al manantial, dispone de agua y nutrientes; no sufrirá los rigores del estío ni se apurará en la sequía y podrá dar fruto. Pero quien confía en el hombre no verá llegar el bien; será tan inútil como un cardo. El salmista recupera la imagen del árbol y detalla qué actitudes provocan esa esterilidad: la impiedad, el pecado y el cinismo. Lo importante, en ambos textos, es dar fruto. Esa es una idea central en la literatura profética. El ser humano no está puesto en el mundo para simplemente estar. Estar, están también los cardos pero esa estancia no parece muy provechosa. Ya desde los primeros tiempos el hombre y la mujer fueron colocados aquí para hacer de la tierra un hogar; una realidad provechosa para todos. El salmista tiene hoy el mérito de aclararnos que no todos los hombres son malos, tal como Jeremías parecía dar a entender. El ser humano es, en palabras del mismo Dios, “muy bueno” pero existe quien se empeña en no aceptar su propia bondad y se sitúa al margen. Existen el bien y el mal porque existen Dios y su ausencia, su negación. El mal no tiene entidad en sí mismo. Es el rechazo de Dios. Y eso es lo que profeta y salmista condenan.

Si recapacitamos por un momento en la advertencia del salmista podemos ver que la piedad habla tanto de la compasión como de la devoción. En el consejo de los impíos se han olvidado ambas cosas. Se han alejado tanto de Dios como de los hermanos. Solo el propio interés merece contemplación y esfuerzo. Su senda es la de los pecadores, la de quienes no se detienen ante el dolor causado a otros y se reúnen cínicamente para ponderar su vida honesta pues, en este mundo que vamos construyendo, suele irles mucho mejor que a otros. Contra este orden social habla Jesús y manifiesta con claridad que las víctimas, los pobres, los hambrientos y los que lloran serán privilegiados sobre sus victimarios. Pero hay que subrayar que ese futuro no está lejano. El reino de Dios no es un lugar escatológico; se vive ya en la comunidad que ha puesto su confianza en el Señor. La esperanza definitiva es para quienes viven en esa comunión que se ha plantado junto al manantial y en la que no hay lugar para el hambre, el llanto, ni el sufrimiento. Será perseguida y condenada pero podrá vencer cualquier adversidad, incluso a la muerte, tal como Jesús la venció.

Como el resucitó resucitaremos nosotros, dice Pablo. Esa resurrección se dará en la misma medida en que confiando en el Señor vivamos como él y no nos amilanemos por las consecuencias que esa nueva vida nos traiga. A los profetas siempre se les ha perseguido, ergo, sin persecución no hay profetas. ¿Cuál es la actualización de la advertencia del salmista? Ten cuidado, no sea que estés sentado ya en el consejo de los cínicos que no son capaces de ver a qué conduce y a quién perjudica su forma de vida. De todos ellos, de los ricos, de los saciados, de los que ahora ríen se nos dice, como se le dijo también a Epulón, que ya han recibido su paga. No es revancha; es respetar la elección de unos y desagraviar a otros. Los lujos terminarán reducidos a oropeles y esa ausencia de Dios terminará por revelar su verdadera dimensión maligna. Aunque no lo parezca, el infierno se vive hoy en medio de la comodidad, pero terminará por no vivirse en modo alguno.

 

Junto al manantial

 

 


 

 


 

sábado, 8 de febrero de 2025

PARA PESCAR. DOMINGO V Ordinario

09/02/2025 – Domingo V T.O.

Para pescar

Is 6, 1-2a. 3-8

Sal 137, 1-5. 7c-8

1 Cor 15, 1-11

Lc 5, 1-11

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Si por mor de la brevedad nos propusiéramos comentar telegráficamente las lecturas de hoy diríamos que al acercarse a Dios Isaías descubre su limitación pero, al mismo tiempo, se siente sanado y capacitado por esa cercanía. Tanto es así que nada le refrena ya y recoge el guante que Dios lanza: Yo iré. El salmista, por su parte, agradece una y otra vez la misericordia de ese Dios sanador. Pablo insiste en recordar la tradición recibida y, así de pasada, como quien no dice nada, señala que esa Buena Noticia que nos transmite nos está sanando; no es algo que ocurrió y ya está. Sigue activa. Es un permanente gerundio que no cesa. Y Jesús, finalmente, nos dice que con él siempre tendremos éxito, pero cualquier triunfo se quedará abandonado en la arena porque el objetivo real no está en la prosperidad sino en ganar personas que puedan experimentar esa Buena Noticia y disfrutar de su vigencia.

La falsa modestia nos hace excusarnos argumentando que no estamos preparados. Isaías, en cambio, se contempla a sí mismo en Dios, como en un espejo. Conocer en verdad a Dios no nos cuelga medallas, sino que nos hace conscientes de nuestra verdad más profunda. Pero también nos hace anhelantes de plenitud. La humildad que surge de este encuentro no esgrime pretextos sino que nos lanza hacia adelante porque descubrimos que eso mismo es Dios: proyección permanente hacia lo distinto. A esa proyección le llamamos amor; surge de su entraña misericordiosa y nos impele a hacer lo mismo. No podemos no responder a su llamada pues en esa respuesta encontramos lo que nos falta. Lo nuestro, como lo del salmista, no es un simple agradecimiento, que no es poco hoy día, es una gratitud activa que se pone en camino.

En ese camino descubrimos que, en realidad, somos muchos; somos parte de una tradición que nos acoge, arropa y consuela, pero por encima de todo, nos lleva hacia los demás y en esa trayectoria y en el compartir con ellas y ellos es donde encontramos la salvación porque es así como nos mantenemos en lo anunciado y en lo esperado, por muy pequeños que, como Pablo, nos sintamos. Dónde descubrir vivo a Jesús sino es en el caminar juntos. Jesús, que habla y convoca multitudes pero siempre encuentra el momento adecuado para detenerse y mostrarnos que, si es necesario, Dios conseguirá que nuestro trabajo fructifique sin medida; como nunca imaginamos. Pero el éxito de Jesús tiene poco que ver con el éxito del mundo. La gloria que a veces perseguimos queda en evidencia cuando se descubre que solo valía para unos pocos. Es posible ganar países y aun continentes y expulsar a miles de personas como si fueran objetos molestos. Para hallar ejemplos pueden consultarse los telediarios y las hemerotecas; viene ya desde antiguo y no parece que vaya a terminarse pronto. La victoria verdadera y primera es sobre uno mismo; una misma: dejarse abrasar los labios, como Isaías, atreverse a desafiar al mundo pese a la propia pequeñez, como Pablo y consentir en hacer eso que ya sabes de otro modo, en otro lado, como Pedro. Los resultados serán insospechados, precisamente, porque nunca los hubiésemos imaginado. No sabemos hasta dónde llegaremos, pero lo haremos juntos; precisamente con esos que son desechados por otros. A esos hay que pescar y sostener. Que la corriente del mal no les arrastre. Por muy escatológica que sea nuestra esperanza puede ya comenzar a vivirse aquí, pero nos necesitamos mutuamente.    

 

Para pescar

 

 


 

sábado, 1 de febrero de 2025

HACIÉNDONOS PRESENTES. Presentación del Señor

02/02/2025 – Domingo IV Ordinario – Presentación del Señor

Haciéndonos presentes

Mlq 3, 1-4

Sal 23, 7-10

Heb 2, 14-18

Lc 2, 22-40

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Todos tenemos la experiencia de esperar la llegada de alguien. No siempre esperamos a alguien conocido, sino que, muchas veces, aguardamos a alguien nuevo: un vecino, un compañero de trabajo, la profesora, el párroco… las posibilidades son muchas. No es extraño esperar gente desconocida. Junto a la espera surgen las expectativas, también los temores y, por supuesto, los criterios con los que valorar al nuevo, o a la nueva. Malaquías nos habla de un enviado definitivo que va a pasarlo todo por el fuego y la lejía. A su paso todo va a quedar resplandeciente y la ofrenda de Judá y de los levitas será presentada como es debido. Judá es la unidad política que queda tras la catastrófica historia de invasiones y deportaciones que el pueblo ha sufrido y los levitas son los sacerdotes a quienes se encomendó el culto. Solo el Templo, después de haber sido reconstruido, permanece; no hay ya monarquía y gran parte de la tierra ha sido ocupada. Pero el enviado llegará de forma perfectamente reconocible y devolverá el sentido al culto al restaur la justicia de Dios, según dice el versículo 5, que hoy no leemos. El salmista subraya el carácter ceremonial de esa  llegada.

Siglos después, el pueblo seguía a la espera de ese enviado y había elaborado sus propios criterios. Pero parece que Simeón y Ana tenían otras pautas. Simeón es imagen del pueblo que esperaba el cumplimiento de la profecía; confiaba en conocer personalmente al mesías y algo en el niño que llega le hace reconocerlo. Inspiración de Ruah, afirma Lucas. Impulsado por ella acude al Templo. Podemos imaginar que el anciano estaba ya desengañado de la pompa vacía de tanto pretendiente a mesías. Podemos seguir imaginando que llegaría casi temeroso: a ver qué espectáculo tenemos hoy. Sin embargo, solo encuentra un niño que era introducido en el Templo sin ostentación alguna por su parte. El Señor de los ejércitos presentaba al enviado en la profecía de Miqueas, mientras que es la ofrenda propia de los beneficiados por la justicia divina la que hablaba por este niño. Eso sí que era diferente. Y esta diferencia encarnaba perfectamente lo que vislumbraba en el soplo de Ruah. Éste sí que marcará un antes y un después y el corazón de muchos será traspasado, como el de su madre, pues no es fácil dejar atrás la propia idea y aceptar lo que él trae.

De Ana solo sabemos que decía maravillas del niño. Una antigua tradición equipara al Templo de la profecía de Miqueas con la naturaleza humana de Jesús, con lo que el enviado sería Dios mismo asumiendo esa naturaleza. Por lo tanto, Ana es la imagen de tantas viudas y desfavorecidas acogidas por Jesús y su comunidad. Jesús, como nos recuerda el autor de la carta a los hebreos, participó de nuestra carne y sangre. Se presenta como uno de nosotros porque somos nosotros los que necesitamos su ayuda, no los ángeles o cualquier otra criatura. Él ha invalidado el poder de la muerte y nos ha liberado para siempre. No hay razón por la que debamos temer nada. Se nos presenta así nuestra salvación en persona. Aquella que nos ha desvelado el sentido definitivo y que, habiendo experimentado nuestra realidad hasta el final, puede acompañarnos en todo momento y animarnos a presentarnos nosotros también ante los otros como iguales a ellos, pero esperanzados, sin ceder ni un ápice a la desilusión ni al remordimiento. Así que, ahí vamos, haciéndonos presentes en su vida para alcanzarles esa justicia divina, con el corazón traspasado, pero acompañados por él en el camino. 

 

Presentación de Jesús