09/02/2025 – Domingo V T.O.
Para pescar
Is 6, 1-2a. 3-8
Sal 137, 1-5. 7c-8
1 Cor 15, 1-11
Lc 5, 1-11
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Si por mor de la brevedad nos propusiéramos comentar telegráficamente las lecturas de hoy diríamos que al acercarse a Dios Isaías descubre su limitación pero, al mismo tiempo, se siente sanado y capacitado por esa cercanía. Tanto es así que nada le refrena ya y recoge el guante que Dios lanza: Yo iré. El salmista, por su parte, agradece una y otra vez la misericordia de ese Dios sanador. Pablo insiste en recordar la tradición recibida y, así de pasada, como quien no dice nada, señala que esa Buena Noticia que nos transmite nos está sanando; no es algo que ocurrió y ya está. Sigue activa. Es un permanente gerundio que no cesa. Y Jesús, finalmente, nos dice que con él siempre tendremos éxito, pero cualquier triunfo se quedará abandonado en la arena porque el objetivo real no está en la prosperidad sino en ganar personas que puedan experimentar esa Buena Noticia y disfrutar de su vigencia.
La falsa modestia nos hace excusarnos argumentando que no estamos preparados. Isaías, en cambio, se contempla a sí mismo en Dios, como en un espejo. Conocer en verdad a Dios no nos cuelga medallas, sino que nos hace conscientes de nuestra verdad más profunda. Pero también nos hace anhelantes de plenitud. La humildad que surge de este encuentro no esgrime pretextos sino que nos lanza hacia adelante porque descubrimos que eso mismo es Dios: proyección permanente hacia lo distinto. A esa proyección le llamamos amor; surge de su entraña misericordiosa y nos impele a hacer lo mismo. No podemos no responder a su llamada pues en esa respuesta encontramos lo que nos falta. Lo nuestro, como lo del salmista, no es un simple agradecimiento, que no es poco hoy día, es una gratitud activa que se pone en camino.
En ese camino descubrimos que, en realidad, somos muchos; somos parte de una tradición que nos acoge, arropa y consuela, pero por encima de todo, nos lleva hacia los demás y en esa trayectoria y en el compartir con ellas y ellos es donde encontramos la salvación porque es así como nos mantenemos en lo anunciado y en lo esperado, por muy pequeños que, como Pablo, nos sintamos. Dónde descubrir vivo a Jesús sino es en el caminar juntos. Jesús, que habla y convoca multitudes pero siempre encuentra el momento adecuado para detenerse y mostrarnos que, si es necesario, Dios conseguirá que nuestro trabajo fructifique sin medida; como nunca imaginamos. Pero el éxito de Jesús tiene poco que ver con el éxito del mundo. La gloria que a veces perseguimos queda en evidencia cuando se descubre que solo valía para unos pocos. Es posible ganar países y aun continentes y expulsar a miles de personas como si fueran objetos molestos. Para hallar ejemplos pueden consultarse los telediarios y las hemerotecas; viene ya desde antiguo y no parece que vaya a terminarse pronto. La victoria verdadera y primera es sobre uno mismo; una misma: dejarse abrasar los labios, como Isaías, atreverse a desafiar al mundo pese a la propia pequeñez, como Pablo y consentir en hacer eso que ya sabes de otro modo, en otro lado, como Pedro. Los resultados serán insospechados, precisamente, porque nunca los hubiésemos imaginado. No sabemos hasta dónde llegaremos, pero lo haremos juntos; precisamente con esos que son desechados por otros. A esos hay que pescar y sostener. Que la corriente del mal no les arrastre. Por muy escatológica que sea nuestra esperanza puede ya comenzar a vivirse aquí, pero nos necesitamos mutuamente.
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