viernes, 18 de abril de 2025

LA PASCUA DECISIVA. Viernes Santo

18/04/2025 – Viernes Santo

La Pascua decisiva

Is 52, 13 – 53, 12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Heb 4, 14-16; 5, 7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

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Isaías escribió los cantos del siervo para exaltar la figura de alguien desconocido que por fidelidad a su Señor merece la condena de sus contemporáneos y que, finalmente, sería ensalzado por su lealtad. Es el cuarto de esos cantos el que hoy nos presenta la liturgia. Como es sabido, los primeros cristianos identificaron a Jesús con esta figura anónima, animados por el recuerdo de que Jesús mismo hablase de sí como siervo y no ocultase su previsión de morir sufriendo. Se reconocía así también el valor vicario de su muerte. El salmista expone la actitud del siervo y su confianza absoluta en Dios. Podría ser perfectamente la vivencia de Jesús. 

Jesús era un gran blasfemo que soliviantaba al pueblo y, en último extremo, iba a provocar la ira del imperio y, por ella, el aniquilamiento de la nación. Era preferible que muriese él antes que todo esto ocurriera. Esta era la excusa de la nobleza sacerdotal para acusar a Jesús. Por otro lado, esa nobleza se sentía amenazada por la imagen de Dios transmitida por Jesús que cuestionaba el orden tradicional. Esto ya no lo admitían abiertamente, claro. Podemos deducir de aquí que la cruz no es algo elegido. Lo que Jesús elige, durante toda su vida, es ese modo de vida en el que puede mantener la fidelidad al Padre; por ello vive pendiente de sus preferidos y denuncia todo aquello que los excluye y los  arroja a las cunetas. La cruz es la consecuencia de la vida de Jesús. El autor de la carta a los Hebreos recuerda esta fidelidad, insiste en su inocencia y pone en valor el hecho de que este único sumo sacerdote conoce nuestra debilidad pues él mismo la ha experimentado. Tal como Jesús confiaba plenamente en el Padre nosotros podemos confiar en Jesús; siempre es más sencillo hablarle a un rostro humano.

En este rostro humano podemos identificarnos y podemos comprender la cruz del mundo a la luz de la suya. La cruz, hemos dicho, no se elige. Al mundo, o a gran parte de él, se le ha colocado en la cruz. Decimos que la cruz de Jesús es redentora y podemos subrayarlo incluso físicamente. Desde ella, Jesús pidió perdón para sus asesinos; en ella atendió al buen ladrón y le prometió la salvación; asumiéndola como consecuencia de su vida permitió la liberación de aquel bandido, no muy buena persona seguramente, pero Bar-abbas “hijo del padre”, un hombre corriente a fin de cuentas, pecador como tantos otros y otras a los que Jesús dejó ir en paz. La cruz del mundo, en cambio, no es redentora para nadie. Es, al contrario, fruto de la misma motivación que callaba la nobleza sacerdotal de Jerusalén: que no nos muevan el suelo bajo nuestros pies. Como ya se ha dicho muchas veces, el mal del mundo es fruto del egoísmo de unos pocos y, sin embargo, siguen existiendo justificaciones que se lanzan como defensa de la situación actual y del propio estatus. Y la lógica parece hablar por sus bocas, hasta el punto de que convencen. Des-convencerse de estas razones es un proceso personal en el que influyen muchos factores y en el que se asumirán opciones nuevas en favor de los crucificados y en detrimento de la propia comodidad, incluso seguridad. En ese proceso se elige la vida plena para todos, no la cruz, pero se asume la que llega y esa asunción resulta redentora también para el sujeto que la sufre. Este es el conocimiento que, pese a sus dolores,  sacia al justo de Isaías. Una vez entras en esta dinámica el mundo no será ya nunca igual. Este es el paso definitivo, es la Pascua decisiva.  

 

Larry Cole, El amor (2010)   








 

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