sábado, 27 de septiembre de 2025

LOS GRANDES BANQUETEADORES. Domingo XXVI Ordinario

28/09/2025 – Domingo XXVI T.O.

Los grandes banqueteadores

Am 6, 1a. 4-7

Sal 145, 7-10

1 Tim 6, 11-16

Lc 16, 19-31

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El profeta Amós tuvo el valor de transmitir la palabra de Dios a aquellos que, olvidando la suerte de los últimos, vivían en el lujo más descarado sin importarle que fuesen de aquí o de allí. Tanto en Sión, nombre poético de Jerusalén, como en Samaría los ricos se recostaban en el lujo mientras el pueblo llano las pasaba canutas. La casa de José hace referencia explícita a las tribus de Efraím y Manasés, hijos de José que terminaron formando parte de la nómina de clanes descendientes de Jacob. Su territorio se encontraba al norte de Jerusalén; ocupando lo que posteriormente sería la provincia de Samaría y una superficie similar en la transjordania. Era una de las extensiones más grandes de la geografía judía del primer templo, pero la realidad cotidiana de su población estaba a años luz de la que vivía la opulenta clase dirigente de ambos reinos judíos. El salmista pone aquí el contrapunto a la indolencia de los satisfechos y recalca cómo Dios se mantiene fiel a sus promesas y actúa directamente para cambiar la suerte de ciegos y oprimidos y guardar al huérfano, a la viuda y al peregrino.  

En tiempos de Jesús se mantenía la misma diferencia escandalosa entre ricos y pobres. También él debió conocer muchos “Lázaros” que necesitaban del auxilio de ese Dios que parecía haberse vuelto tan mudo como manco y, sin duda, supo también de muchos que “banqueteaban” sin hacer caso a nada más que a sí mismos y su comodidad. Solo tras la muerte recibiría Lázaro las atenciones que el mundo le negó, mientras que el rico banqueteador, fallecido también, tendría que contemplarlo desde su sufrimiento en el Hades; el infierno, para entendernos. La Iglesia lleva siglos intentando despejar dudas sobre la existencia y el aforo de ese lugar. Mucho más allá de eso podemos, a la luz de esta narración, afirmar cuál es su naturaleza: vivir conscientemente el propio rechazo a Dios y advertir que muchos de los tuyos siguen el mismo camino. No es que no sepamos lo que Dios nos pide pues ni el pecado ni sus consecuencias pueden basarse en la ignorancia. Es que preferimos vivir, como el gran banqueteador, de espaldas a los demás y sus necesidades. No existe ningún Dios airado y castigador. Existe, sí, el que respeta las decisiones y el lugar en el que cada uno se coloca voluntariamente. Quien vive su vida aislado en su prosperidad y abandonado a su molicie se inhabilita para oír el clamor de los demás y no puede hallar al Dios vivo que habita en todos los demás ya que se hace incapaz de buscar, como fue dicho a Timoteo, la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.

Y en estas seguimos. Vivimos hoy conmocionados por el genocidio en Gaza; por la interminable guerra en Ukrania; por los casi olvidados conflictos bélicos que siguen sembrando muerte en tantos lugares; por los incontables dramas migratorios que no cesan; por el hambre que sigue imperando en rincones que ya a nadie importan; por la violación de la naturaleza y las culturas primigenias; por el trabajo y la militarización de tantos niños privados de escuelas y cariño; por la violencia contra las mujeres y los cotidianos casos de abuso y acoso en colegios o lugares de trabajo; por el manejo de la economía en beneficio de unos pocos gerifaltes; por la rendición ante sustancias evasivas; por una educación cada vez más vaciada de contenidos y reflexión… No son producto de un Dios sordo, sino el resultado de tantos Epulones disimulados entre la masa e incapaces de decir a esos que mandan que este no es el camino. 

 

Lázaro y Epulón. Ilustración del Codex Aurus (1040). Museo Nacional Germánico (Nuremberg)

 

 


 

sábado, 20 de septiembre de 2025

UNA NUEVA LUCIDEZ. Domingo XXV Ordinario

25/09/2025 – Domingo XXV T.O:

Una nueva lucidez

Am 8, 4-7

Sal 112,1-2. 4-8

1 Tim 2, 1-8

Lc 16, 1-13

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No terminamos de ponernos de acuerdo acerca de la interpretación del evangelio de hoy. Tampoco la gente muy leída y experimentada termina de dar en la diana. Lo que tenemos claro es que el administrador protagonista se inquietó cuando señor le comunicó que su servicio estaba próximo a terminar pues no estaba nada clara su gestión.  Sin embargo, le quedaba todavía en la manga un último as: renunciar a su propia comisión, a todas luces abusiva, para que los deudores de su amo pudieran hacer frente a su deuda; de este modo ellos se liberaban y su amo obtenía lo que esperaba. Así pues, ¿debemos entender que un único acto de justicia puede compensar una larga cadena de injusticias, máxime cuando ha sido realizado siguiendo una motivación tan egoísta? ¿Será pues que sólo pueden establecer alianzas beneficiosas aquellos que tienen recursos y posibilidad de satisfacer los intereses de los poderosos? Nuestra perplejidad surge del hecho de que nosotros nos consideramos justos y honrados. Afortunadamente, nos escandalizan aún los trapicheos de los demás y está bien que así sea, claro, pero pocas veces nos paramos a pensar que en este mundo somos un eslabón más. Posiblemente no tengamos una responsabilidad directa en el mal, pero estamos inmersos en la estructura que tanto dolor produce a tantos. De lo que se trata es de ser justos aquí y ahora porque quien es injusto en lo poco también lo será en lo mucho. El dinero es lo poco; es incomparablemente exiguo al compararlo con la oferta que Dios hace. Quien, aun en medio de las estrecheces cotidianas, es fiel a este plan y no sucumbe ante la tentación de beneficiarse por encima de los demás, demuestra que lo será igualmente en cualquier otra circunstancia.

En este mundo, todos somos administradores. La gestión de cualquier realidad o recurso requiere responsabilidad y creatividad y exige justicia. Requiere que tratemos a todos según su propia dignidad. A lo largo de la historia ha quedado claro que existen quienes se atienen a la norma externa, pero buscan el resquicio que les permita incrementar su ganancia. A todos estos critica Amos, mientras que el salmista pone de manifiesto cómo la grandeza del Señor consiste, precisamente, el alzar al pobre y cuidar al desvalido. A Timoteo le llegó la confirmación de que el único mediador se entregó por todos, sin excepción ni acepción. También a nosotros se nos pide no reservarnos sino ponernos a disposición de todos. Esta disposición podrá ser material, que es eso poco a lo que hemos ensalzado tanto; pero puede ser también un hacerse presente de forma que la persona perciba el amor de Dios. Somos administradores del amor, no de bienes perecederos. Lo material se hace necesario pese a su parvedad y puede llegar a comprometer la vida del pobre por ese carácter exclusivo que le hemos dado y por la ética que hemos edificado en derredor suyo. Esta situación debería subsanarse por simple requerimiento de un amor humano o, si éste no alcanzase, por exigencia de uno verdaderamente justo. Por otro lado, somos, en ocasiones, tan cicateros con lo intangible como lo somos con lo físico. La tradición paulina pedía orar por los gobernantes, y está bien; pero entendamos gobernantes como responsables y tendremos que hacerlo por todos los que, de modo formal o informal, gestionamos una porción de ese amor divino que se nos da en cueros.  Existe un único Señor y, en muchas ocasiones, no lucimos la diligencia que nos solicita para con los demás. La astucia es la tensión por ser capaces de utilizar lo pequeño para favorecer a quienes solo Dios favorece; la capacidad de utilizar los bienes del mundo de forma alternativa y lúcida.  


Marinus C. van Reymerswaele, El cambista y su mujer (1539)



 


 

sábado, 13 de septiembre de 2025

RESPIRACIÓN. Domingo XXIV Ordinario - Exaltación de la Santa Cruz

14/09/2025

Exaltación de la Santa Cruz.

Nm 21,4b-9

Sal 77, 1-2. 34-38

Flp 2, 6-11

Jn 3, 13-17

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Domingo XXIV T.O.

Ex 32, 7-11. 13-14

Sal 50, 3-4. 12-13. 17 y 19

1 Tm 1, 12-17

Lc 15, 1-32

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Respiración

En este domingo se celebra la fiesta fija de la Exaltación de la Santa Cruz, que tiene sus lecturas propias (columna izquierda) que prevalecen sobre las previstas para el Domingo XXIV (columna derecha). El primer grupo de lecturas se inicia con el episodio en el que Moisés hace una serpiente de bronce para colocarla en lo alto de un estandarte de forma que los mordidos por las serpientes que Dios envió como castigo por su infidelidad pudieran sanar al elevar sus ojos hacia ella. El salmista reconoce la misericordia de Dios que perdona siempre al pueblo. Juan relata cómo Jesús expone a Nicodemo su convicción de que también él debe ser elevado sobre el mundo para ser referencia de salvación visible para todos. Pablo nos transmite un antiguo himno litúrgico que contempla el vaciamiento de Jesús, su abandono de cualquier pretensión triunfalista para descender hasta el lugar donde Dios no puede llegar. La muerte es la negación de la vida y gracias a la humanidad de Jesús Dios se hace presente también en ella. Por eso Dios le elevará hasta donde ningún ser humano pudo llegar, pero con ello abre camino para todos. El que descendió vuelve a ascender, pero no lo hace en soledad.

La segunda columna se abre de nuevo con la misericordia de Dios que retiene su ira inicial al recordarle Moisés sus promesas de futuro a los Patriarcas. La historia es un proceso real que no puede detenerse ni por el enfado de Dios; aunque él quisiera progresar a más velocidad el ser humano es lo que es. Y nos cuesta. El salmista reconoce su falta y eleva al Señor el que será canto penitencial por excelencia. El autor de la epístola a Timoteo presenta su propia experiencia; reconoce su incapacidad y se descubre él mismo como el primer pecador salvado para ejemplo de todos; si a mí pudo rescatarme ¿Cómo no a ti? Lucas, por su parte, nos trae las célebres parábolas de la misericordia. Dios es asimilado al pastor, a la mujer hacendosa y al padre que consiguen recuperar a la oveja, a la moneda y al hijo perdido. Ya sea que salga a buscar, que se ponga a revolver la casa o que permanezca a la espera es siempre la pasión por el reencuentro lo que le mueve.

La respiración es una imagen habitual en el hablar sobre Dios. Cualquier ser vivo necesita inspirar antes de expirar. Dios es el único que desde siempre expira sin tener que inspirar antes. Se da por completo desde sí mismo y en su darse es ya búsqueda, del mismo modo que espera que lo que de sí partió regrese. Hasta la irrupción de Jesús, ese retorno solo era posible cuando cada uno se enfrentaba con aquello que le había enfermado o herido. Desde el momento en que Jesús es el estandarte, hasta la negación de Dios más absoluta se llena de él. Por eso afrontar la propia realidad es no detenerse en el sufrimiento, sino compararla con la de Jesús y, por cercanía, con la de aquellos que, habiéndose fiado de él, sintonizan su vida con la suya y nos indican el camino. El modelo y sus seguidores nos muestran la oposición al mal sin dejarse vencer por miedo o respeto humano alguno. Es alegre y sencilla denuncia en resistencia capaz de restañar heridas y alimentar así la utopía. La cruz no es signo de dolor; es el lugar en el que Dios muestra, en su propia carne, como vencer al mundo. Es símbolo de salvación porque es donde la seducción de la propia gloria no puede imponerse y el auto-vaciarse permite negar la dualidad entre Dios y uno mismo y todo y todos los demás. Solo una vida desposeída como la de Jesús puede ser elevada con la suya.  

 

Respiración

 

 

 




sábado, 6 de septiembre de 2025

ELECCIONES. Domingo XXIII Ordinario

07/09/2025 – Domingo XXIII T.O.

Elecciones

Sab 9, 13-18

Sal 89, 3-6. 12-14. 17

Flm 9b-10. 12-17

Lc 14, 25-33

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Pese a su innegable extremismo, el evangelio tan solo nos pide aquello que es razonable. Difícilmente hallaremos límite más alejado que el odio a los propios familiares que  según nos dice Lucas, Jesús pide a quien quiera seguirle. Los exégetas dicen que esta expresión es un semitismo; una formulación propia de las lenguas semitas, como el arameo que Jesús habló. Sin embargo, dicen estos especialistas que hay que entenderlo tal como lo traduce Mateo: “si amas más…” No se trata de odiar, sino de saber elegir. Por eso nuestro texto habla de posponer. Jesús habla también de cruz para que nadie ignore el peligro cierto que tanto sus amigos como él mismo corren: terminar clavados al madero, como así ocurrió. Quiere dejar las cosas claras: “Déjalos a todos y prepárate porque es posible que terminemos de la peor forma posible”. Aunque Jesús sabía que el peligro era cierto, en aquel momento todavía esperaba que el Reino llegase pronto, así que la opción que se planteaba a cada discípulo era real, pero temporal. Hasta aquí el extremismo. Veamos ahora lo razonable. Jesús sabe que no es posible construir una torre sin tener presupuesto para ello del mismo modo que tiene claro que para cualquier rey sería una necedad lanzarse al combate sin las fuerzas suficientes. Jesús lo pide todo, pero con sensatez. Un extremismo sensato es un acto radical porque se hace conscientemente, obedeciendo a un por qué, apoyado en la raíz. No es un arrebato que te toma y te lleva a hacer cualquier locura.

No es fácil encontrar esta razón que nos radicalice porque el mundo, las circunstancias, las necesidades nos oprimen y abruman. Nos envolvemos en una espiral negativa y no vemos la salida. Así nos lo dice hoy el desconocido autor del libro de la sabiduría del que hoy leemos un trozo de la oración de Salomón para pedir la sabiduría de Dios. Aquel famoso rey la pidió porque confiaba en que Dios se la concedería. El salmista está en la misma línea y reconoce la intervención misericordiosa de Dios en nuestra vida. Esa misericordia es la maestra que Dios manda. Así opina también Pablo que pide a Filemón misericordia para Onésimo y sus acompañantes. Aunque Filemón tendría derecho a castigar a Onésimo por haber huido, incluso a denunciar a Pablo por haber encubierto su fuga, Pablo le pide que ponga en juego lo que, a través de él, ha aprendido de Dios y que motivó su conversión. Es decir, que renuncie a cumplir la ley y lo reciba no ya como siervo, sino como hermano. A Filemón y Onésimo les tocó vivir la fe en tiempos extraños; abrieron la puerta a que Jesús entrase y lo transforme todo desde la raíz produciendo frutos que para otros no tenían sentido ni valor; aceptar que la realidad de lo que vivían era tan excepcional que en un momento determinado haría brillar su condición de irrenunciable y podía llevarlos a tener que elegir entre el anonimato y el testimonio, con todas sus consecuencias.

Todo eso no se improvisa; requiere preparación y la preparación necesaria es, para Jesús, la renuncia a los bienes que puedan ser impedimento para aceptar lo que viene, pero esos bienes no son materiales. Jesús habla de personas concretas, cercanas y queridas. Nos pide iniciar un proceso en el que la misericordia nos irá educando en la sabiduría para darnos cuenta de que existen realidades, situaciones y personas a las que habremos de elegir por encima de esas otras que el mundo considera irrenunciables y asumir su incomprensión. 

 

Elecciones