sábado, 20 de septiembre de 2025

UNA NUEVA LUCIDEZ. Domingo XXV Ordinario

25/09/2025 – Domingo XXV T.O:

Una nueva lucidez

Am 8, 4-7

Sal 112,1-2. 4-8

1 Tim 2, 1-8

Lc 16, 1-13

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No terminamos de ponernos de acuerdo acerca de la interpretación del evangelio de hoy. Tampoco la gente muy leída y experimentada termina de dar en la diana. Lo que tenemos claro es que el administrador protagonista se inquietó cuando señor le comunicó que su servicio estaba próximo a terminar pues no estaba nada clara su gestión.  Sin embargo, le quedaba todavía en la manga un último as: renunciar a su propia comisión, a todas luces abusiva, para que los deudores de su amo pudieran hacer frente a su deuda; de este modo ellos se liberaban y su amo obtenía lo que esperaba. Así pues, ¿debemos entender que un único acto de justicia puede compensar una larga cadena de injusticias, máxime cuando ha sido realizado siguiendo una motivación tan egoísta? ¿Será pues que sólo pueden establecer alianzas beneficiosas aquellos que tienen recursos y posibilidad de satisfacer los intereses de los poderosos? Nuestra perplejidad surge del hecho de que nosotros nos consideramos justos y honrados. Afortunadamente, nos escandalizan aún los trapicheos de los demás y está bien que así sea, claro, pero pocas veces nos paramos a pensar que en este mundo somos un eslabón más. Posiblemente no tengamos una responsabilidad directa en el mal, pero estamos inmersos en la estructura que tanto dolor produce a tantos. De lo que se trata es de ser justos aquí y ahora porque quien es injusto en lo poco también lo será en lo mucho. El dinero es lo poco; es incomparablemente exiguo al compararlo con la oferta que Dios hace. Quien, aun en medio de las estrecheces cotidianas, es fiel a este plan y no sucumbe ante la tentación de beneficiarse por encima de los demás, demuestra que lo será igualmente en cualquier otra circunstancia.

En este mundo, todos somos administradores. La gestión de cualquier realidad o recurso requiere responsabilidad y creatividad y exige justicia. Requiere que tratemos a todos según su propia dignidad. A lo largo de la historia ha quedado claro que existen quienes se atienen a la norma externa, pero buscan el resquicio que les permita incrementar su ganancia. A todos estos critica Amos, mientras que el salmista pone de manifiesto cómo la grandeza del Señor consiste, precisamente, el alzar al pobre y cuidar al desvalido. A Timoteo le llegó la confirmación de que el único mediador se entregó por todos, sin excepción ni acepción. También a nosotros se nos pide no reservarnos sino ponernos a disposición de todos. Esta disposición podrá ser material, que es eso poco a lo que hemos ensalzado tanto; pero puede ser también un hacerse presente de forma que la persona perciba el amor de Dios. Somos administradores del amor, no de bienes perecederos. Lo material se hace necesario pese a su parvedad y puede llegar a comprometer la vida del pobre por ese carácter exclusivo que le hemos dado y por la ética que hemos edificado en derredor suyo. Esta situación debería subsanarse por simple requerimiento de un amor humano o, si éste no alcanzase, por exigencia de uno verdaderamente justo. Por otro lado, somos, en ocasiones, tan cicateros con lo intangible como lo somos con lo físico. La tradición paulina pedía orar por los gobernantes, y está bien; pero entendamos gobernantes como responsables y tendremos que hacerlo por todos los que, de modo formal o informal, gestionamos una porción de ese amor divino que se nos da en cueros.  Existe un único Señor y, en muchas ocasiones, no lucimos la diligencia que nos solicita para con los demás. La astucia es la tensión por ser capaces de utilizar lo pequeño para favorecer a quienes solo Dios favorece; la capacidad de utilizar los bienes del mundo de forma alternativa y lúcida.  


Marinus C. van Reymerswaele, El cambista y su mujer (1539)



 


 

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